Una milenaria historia de opresión mundial
Antes de que las religiones monoteístas se erigieran en árbitros de la moralidad, las civilizaciones en torno al Mediterráneo mantenían una actitud abierta hacia el sexo. En Egipto, Grecia y Roma, las relaciones entre hombres formaban parte de esa consideración del sexo como una función humana más –con matices–, aunque las mujeres quedaban relegadas, como en tantos otros aspectos. Algo similar ocurría en China, Japón, la India y la América precolombina.
La represión en Occidente comenzó con la expansión del cristianismo, y se endureció a medida que avanzaba la Edad Media, con un punto máximo con la llegada de la Inquisición en toda Europa, que supuso que hasta el siglo XVIII el sexo homosexual fuera castigado con la tortura y la muerte, aunque cuando se trataba de nobleza o alto clero, las penas rara vez llegaban a tanto.
SE AFLOJA LA PRESIÓN. Las condenas legales se fueron ablandando a partir del siglo XVIII, sobre todo en la Europa occidental, aunque seguirían las multas y los encarcelamientos. Aquí, la persecución como tal solo reapareció con el nazismo, en cuyos campos de concentración los homosexuales se identificaban con un triángulo invertido de color rosa cosido a su ropa. Se cree que en ellos murieron unos 15.000 gais, muchos víctimas de experimentos de cu ración. Los supervivientes tendrían la fortuna de asistir al lento declinar de la alienación tras la Segunda Guerra Mundial, aunque no llegaron a ver la legalización del matrimonio homosexual y la reciente equiparación de derechos en varios países occidentales.