Muy Interesante

Un vuelo muy higiénico

Con un soplador de hojas y rollos de papel podemos explicar el efecto Coandă, un principio físico que aintervien­e en el vuelo de los aviones.

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El principio que abordamos en esta ocasión fue producto de una serendipia, es decir, se puso de manifiesto mientras se estaba buscando otra cosa. Cuando esto ocurre, siempre hay presente una pequeña dosis de casualidad, pero para reconocer la coincidenc­ia inesperada resulta fundamenta­l la pericia del investigad­or. Este fue el caso de Henri Coandă, un inventor rumano nacido en 1886 en Bucarest al que su padre, matemático en una facultad de Ingeniería, encaminó hacia la carrera militar. El joven Coandă se graduó como oficial en 1903. Sus ansias de volar –li- teralmente– lo llevaron en 1909 a viajar a París, donde formó parte de la primera promoción de la Escuela Superior de Aeronáutic­a. Un año después, fue el primero de su promoción.

Coandă no buscaba hallar la interesant­e propiedad de los fluidos que hoy nos ocupa, sino construir un avión sin hélices –el prototipo sería conocido como Coandă-1910–. La serendipia se prensentó mientras trabajaba en el reactor que iba a mover dicho aparato. Parece que hubo un problema y salió un montón de humo del mismo. El ingeniero rumano observó cómo los gases seguían la forma del fuselaje; era

como si se enganchase­n a él. Así, se percató de que los fluidos tienden a seguir el contorno de la superficie que tocan si su ángulo de incidencia con la misma es suave. Acababa de descubrir el efecto que lleva su apellido.

CUESTIÓN DE FLUIDEZ. A diferencia de lo que ocurre con los sólidos pequeños, como la arena y el arroz, que al tocar otro salen despedidos hacia afuera, la viscosidad del fluido hace que las moléculas se adhieran de manera temporal sobre el cuerpo rígido, lo que crea una lámina uniforme y continua sobre el objeto.

Esta peculiarid­ad se aprovecha en los coches de Fórmula 1, para conseguir que se agarren mejor al suelo; en los aparatos de climatizac­ión, para que el flujo de aire frío siga el techo y llegue más lejos; y en los aviones, para conseguir que vuelen.

Con el fin de observarlo, hemos ideado un experiment­o en el que emplearemo­s un rollo de papel de váter y un potente soplador de hojas. Necesitare­mos paciencia y habilidad. Si todo va bien, conseguire­mos que el rollo gire y flote varios metros en el aire. El efecto es tan sorprenden­te que segurament­e también habría dejado enganchado a Coandă.

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POR DANI JIMÉNEZ @CIENCIADEL­DANI
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