LOS ROBOTS QUIEREN TU PUESTO
La automatización y la inteligencia artificial pueden mandarte al paro antes de lo que crees. Ya no están a salvo ni los trabajos creativos. ¿Qué podemos hacer ante esta revolución tecnológica? ¿Vivir la vida, por ejemplo?
En un complejo industrial en las faldas del monte Fuji, en Japón, una fábrica de la empresa Fanuc produce cada mes más de 5.000 robots industriales. Es posible que hayas visto algunos de ellos. Son esos brazos articulados que hoy en día es posible encontrar en cualquier factoría de coches o planta de ensamblaje. Cortan, sueldan, taladran, montan, pintan… Hacen cualquier cosa que se les pida. Sin parar, sin quejarse, durante veinticuatro horas al día y 365 días al año.
Si un visitante consiguiese entrar en esa instalación –no resulta fácil–, encontraría condiciones laborales intolerables. Mucho calor, apenas luz y un ruido infernal. No importa, porque ningún humano trabaja allí desde el año 2001. Decenas de brazos similares a los que cada día abandonan la línea de montaje son sus únicos empleados. Hasta que llegue el momento de su desconexión o se produzca una avería, crean copias de sí mismos que acabarán en las mayores fábricas de todo el planeta.
Fanuc es la primera compañía que comenzó a operar con lo que se conoce como fábrica oscura, esto es, una instalación automatizada hasta tal nivel que no es necesario ni mantener encendidas las luces. FÁBRICAS CONTROLADAS POR UN SOLO HUMANO (Y A DISTANCIA)
Allí, los robots hacen todo el trabajo con precisión milimétrica, y la cadena solo se detiene para reparar desperfectos o sustituir máquinas. Hay humanos en el recinto, pero muy pocos. Su tarea es supervisar el proceso de producción o realizar las inspecciones de calidad del producto final.
Estas fábricas no están solo en Japón. En Holanda, Philips posee una con 128 robots que hacen más de
LA TECNOLOGÍA VA TAN RÁPIDO QUE NO DA TIEMPO DE CREAR NUEVOS TRABAJOS PARA HUMANOS
J quince millones de máquinas de afeitar al año. Este centro cuenta solo con nueve trabajadores humanos. En Estados Unidos, plantas prácticamente autónomas repartidas por todo el país construyen cualquier clase de productos desde hace años, desde aspersores para riego hasta láminas de metal cortadas a medida. A menudo funcionan con un único operador de carne y hueso que controla las operaciones desde una oficina situada a varios kilómetros de distancia. EL PRINCIPIO DEL FIN DE LA ERA DE LOS CURRANTES DE CARNE Y HUESO
Cuando se habla de los problemas que afectan a las economías desarrolladas, la caída de la actividad industrial suele ocupar un papel central. La mano de obra más que asequible en países asiáticos, como China, la India y Vietnam, unida al abaratamiento de los transportes, ha facilitado que buena parte de la fabricación se traslade hasta allí. Varios países buscan la forma de recuperar esos trabajos. Es, por ejemplo, uno de los puntos prioritarios en la agenda del presidente estadounidense Donald Trump. Pero la realidad es que, si esos puestos volviesen, posiblemente acabarían siendo desempeñados en su mayoría por máquinas. ¿Se convertirán los trabajadores humanos en un elemento prescindible?
La prueba de que esta nueva realidad resulta imparable es que ni siquiera en China y Taiwán están a salvo. La multinacional taiwanesa Foxconn, el mayor fabricante de productos de electrónica del mundo, ha anunciado recientemente que planea automatizar por completo sus fábricas antes del fin de esta década. La empresa, que elabora entre otros productos los iPhone de Apple, las consolas Xbox y los ordenadores de HP, dispone ya de 40.000 robots en sus líneas de producción, y ha empezado a crear su propia línea de autómatas industriales.
Es cierto que el temor a un posible arrinconamiento de los humanos en el ámbito laboral puede mitigarse a la luz de la historia. A principios del siglo XIX, la implantación de los primeros telares mecánicos en Inglaterra desplazó la mano de obra artesanal de la industria textil. La consecuencia directa fueron protestas sociales generalizadas y el nacimiento de un movimiento político, el ludismo, que abogaba por destruir las máquinas y volver a los sistemas convencionales de producción. El ejército reprimió brutalmente estas protestas y en 1816 los luditas casi habían desaparecido, aunque aún usamos la palabra para designar a quienes sienten aversión por la tecnología. ¿Qué pasó con los trabajos perdidos en la confección de telas? Se compensaron rápidamente con el crecimiento y expansión de la industria. Las máquinas hacían más tejidos y más baratos, y, por tanto, se necesitaban más vendedores y tiendas, nuevas rutas comerciales y un buen número de transportistas.
Desde entonces, la automatización progresiva de los procesos de producción ha causado efectos similares en casi todos los sectores. La pérdida de puestos laborales se ha compensado con el crecimiento en eficiencia, que permite crear nuevas ocupaciones. No es una transición perfecta. Desde la destrucción de empleo hasta que la economía genera una alternativa pasa un tiempo, y la persona desplazada no siempre puede adaptarse a los nuevos requerimientos. Aun así, desde el inicio de la Revolución Industrial, el número de trabajos disponibles se ha incrementado de forma exponencial, pese al creciente número de máquinas.
Sin embargo, algo diferente está ocurriendo con la nueva oleada de automatización que vivimos, a la que muchos han
bautizado como la cuarta revolución industrial. Robots cada vez más baratos y eficaces apoyados por ordenadores con una inteligencia que no deja de crecer podrían destruir una cantidad de trabajos demasiado elevada sin que en el proceso se crearan puestos adicionales para las personas sobrantes. El problema ahora es que no solo los trabajos mecánicos en entornos industriales se encuentran en peligro. Sectores como el transporte, la agricultura y los servicios, que parecían a salvo, podrían sufrir pronto –ya lo están haciendo en algunos casos– los efectos de la invasión de las máquinas avanzadas. ¿QUIERES SER TRANSPORTISTA? ¿Y SI TE LO PIENSAS UN POCO MEJOR?
El caso del transporte resulta tal vez el más visible. Google, Apple, Tesla y otras empresas están desarrollando vehículos autónomos. Pensamos en ellos como sustitutos de nuestros coches personales, máquinas que nos llevarán de casa a la oficina o al centro comercial sin tener que poner las manos en el volante. Pero nada impide que la misma tecnología se adapte al transporte de mercancías por carretera y los taxis. Según algunas previsiones, su despliegue acabaría solo en EE. UU. con más de diez millones de puestos de trabajo en la industria del transporte. La Casa Blanca, de hecho, no maneja esta situación como un escenario hipotético. Cree que en los próximos cinco años, un porcentaje elevado de los puestos de trabajo simplemente se esfumarán, sin que surjan planes B.
El transporte marítimo, otra gran fuente de empleo, podría sufrir un destino similar si los barcos semiautónomos y supervisados a distancia –cada vez más comunes– afinan su desarrollo y comienzan a navegar en masa.
Amazon, el gigante del comercio electrónico, permite reflexionar sobre un escenario paralelo. En muchos de sus almacenes, la tarea de encontrar un producto en las estanterías depende de una flota de robots. La compañía compró en 2012 la empresa de logística robótica Kiva, que fabricaba máquinas autónomas
capaces de organizar por sí solas el inventario de una fábrica, una labor que hasta hace poco requería de un operario humano con una carretilla elevadora. Amazon aún necesita gente que empaquete los productos, pero sus robots hacen que el proceso de enviar un objeto al comprador resulte mucho más rápido. AMAZON VA A ABRIR EN EE. UU. UN SUPERMERCADO SIN EMPLEADOS
Esta empresa acaba de anunciar también el primer supermercado cien por cien automático, que abrirá en su sede de Seattle en unos meses, con la idea de extenderse sin dilación al resto del país. En estos comercios no habrá dependientes ni cajas registradoras. Los consumidores se acercarán a las estanterías, cogerán los productos que deseen y saldrán por la puerta. Sus móviles y una red de cámaras y sensores se encargarán de apuntar lo adquirido y cargar la compra directamente a la tarjeta de pago.
Algunos restaurantes siguen esta senda. Es el caso de Eatsa, un local de San Francisco abierto en 2015 que nunca ha visto un camarero. La comida –ensaladas diversas, pasta...– se pide a través de una pantalla táctil en el local. Tres cocineros ocultos –y humanos, de momento– la preparan y la dejan en unos dispensadores automatizados donde la recoge el cliente, que sigue el estado de su pedido en una pantalla. Andrew Puzder, presidente de la cadena de comida rápida Carl’s Jr., con sede en California, es un ferviente defensor de la idea, y también quiere montar J
un restaurante de esta clase. “Con tanta J regulación laboral, el Gobierno ha hecho imposible contratar humanos, y esta es la consecuencia lógica”, afirma sin tapujos.
A la vista de tales ejemplos, se entiende que calcular el posible impacto de esta nueva revolución industrial sea la obsesión de los expertos en automatización y los Gobiernos. Según el Foro Económico Mundial, que se reúne cada año en la ciudad suiza de Davos, la tecnología eliminará en el próximo lustro cinco millones de puestos de trabajo en sectores tan variados como las tareas administrativas, la construcción y el ocio. La mayor demanda de profesionales de informática, finanzas o ingeniería no servirá para cubrir esta escabechina laboral. LA PESADILLA DE LOS PERIODISTAS: ROBOTS APRENDIENDO A INFORMAR
Las previsiones son alarmantes. Un informe de la consultora McKinsey considera que el 45 % de las actividades por las que se paga a una persona pueden automatizarse ya, desde la atención al cliente hasta el servicio en un restaurante, porcentaje que en España subiría hasta un 50 %. Incluso profesiones con un componente creativo, como el periodismo, podrían verse afectadas si se desarrollan sistemas de aprendizaje automático –la rama de la inteligencia artificial que permite aprender a las máquinas– capaces
de elaborar un resumen de noticias a partir de datos. Varios experimentos indican que la producción de piezas que resuman resultados financieros o deportivos, por ejemplo, sería fácil para estos ingenios.
Hay signos de este inquietante futuro: la productividad atribuible a empleos con salarios roza mínimos históricos. Las economías de muchos países crecen, pero en sectores en los que la presencia humana no es clave o juega un papel secundario. Grandes empresas que generan copiosos ingresos, caso de Google o Apple, lo hacen con una fracción de los asalariados que medio siglo atrás empleaban compañías como AT&T o Ford. En palabras de Moshe Vardi, director del Instituto de Tecnología de la Información en la Universidad Rice de Texas, “la sociedad debe pensar sobre esta situación, porque es ya inevitable. Si las máquinas van a hacer casi cualquier trabajo, ¿cuál será el nuestro? No podemos marchar ciegos hacia ese futuro sin analizar las consecuencias”. ¿DE QUÉ COMEREMOS CUANDO NO HAYA FORMA DE GANARSE LA VIDA?
Nadie parece tener una respuesta clara al dilema, pero en el epicentro de la innovación, Silicon Valley, la idea de una renta básica universal está empezando a generar interés. La renta básica es un concepto que adquirió popularidad en los años ochenta y que cuenta con apoyos de todo el espectro sociopolítico. Se trata de que los Estados entreguen un ingreso mínimo mensual a todos sus ciudadanos –independientemente de su situación laboral–, que supliría los actuales programas sociales. En una era de abundancia, en la que las máquinas hayan conseguido rebajar el precio de bienes y servicios, la renta básica permitiría a toda la población acceder a productos de primera necesidad y pagar el alquiler de su vivienda o los servicios sanitarios.
En varios países europeos se han llevado a cabo pruebas de este tipo de incentivos, de momento solo a escala local. “Estoy seguro de que en el futuro, conforme la tecnología destruya más y más puestos de trabajo, veremos alguna versión de esta renta básica en muchos países”, sostiene Sam Altman, presidente de Y-Combinator, una aceleradora de start-ups que acaba de crear una beca de investigación de cinco años para estudiar este fenómeno. EN 2045, LAS MÁQUINAS PODRÁN HACER CASI CUALQUIER TRABAJO
Entre otras ventajas, la renta básica permitiría a las personas trabajar menos horas, dedicar su ocio a actividades no remuneradas o perseguir su vocación sin miedo a no encontrar una salida laboral. Pero su implantación va a encontrar numerosos escollos políticos, ideológicos y, lo que pesa más, económicos. Según un reciente informe del Servicio de Estudios del BBVA, establecer este tipo de salario público compatible con otras rentas le costaría al estado español unos 200.000 millones de euros anuales, aunque eliminaría subsidios y pensiones. Y eso que los cálculos del banco parten de una modesta renta de 625 euros al mes para adultos, y de 125 euros para los menores de dieciocho años.
En cualquier caso, algo hay que hacer si se cumplen las previsiones de Vardi, que habla de 2045 como fecha en la que las máquinas podrán ejercer casi cualquier empleo. Altman es optimista: “Cuando miremos hacia atrás dentro de cincuenta años, creo que encontraremos ridícula la idea de que el miedo a no poder comer fuese la motivación para trabajar”. ¿Los robots nos quieren robar el puesto? Que se lo queden. Sin la obligación de tener una ocupación para vivir, podremos dedicarnos a lo que más nos interese.
SEGÚN LA CONSULTORA McKINSEY, CASI LA MITAD DE LOS EMPLEOS YA PODRÍAN AUTOMATIZARSE