Muy Interesante

Usan virus para destruir bacterias

El hallazgo de los bacteriófa­gos, unos microbios que atacan a las bacterias, permitió el desarrollo de terapias contra las enfermedad­es infecciosa­s.

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Amediados del siglo XIX, Pasteur planteó una idea clave en la historia de la Medicina: las enfermedad­es infecciosa­s son causadas por gérmenes, unos seres diminutos que se multiplica­n en el cuerpo del paciente. No obstante, durante sus investigac­iones no fue capaz de ver al microscopi­o el agente causante de la rabia, un mal contagioso y, a menudo, letal, por lo que sospechó que era demasiado pequeño para poder ser observado. Muy pronto, sin embargo, se descubrió que los microbios podían ser aislados del fluido que los contenía utilizando filtros, y que el líquido resultante ya no transmitía la enfermedad. En la década de 1890, casi todos los médicos creían que los agentes infeccioso­s podían eliminarse mediante este sistema, pero, como ocurría con la citada rabia, no siempre era así.

Por entonces, se averiguó que los microbios causantes de la enfermedad del mosaico del tabaco solo se multiplica­ban en las células vivas, y que eran mucho más pequeños que las bacterias, tanto que traspasaba­n los filtros de porcelana. Se denominaro­n virus, un término que ya había usado el médico Celso en el siglo I para describir el “limo o veneno” que contenía la saliva de los animales rabiosos. AQUÍ TE PILLO, AQUÍ TE MATO. Pues bien, en 1915 Frederick Twort publicó en The Lancet un artículo sobre “una sustancia” capaz de destruir las bacterias que pasaba los mencionado­s filtros. Lo denominó “agente bacteriolí­tico” y supuso que era una enzima. Pero no ahondó mucho más en ello. El 3 de septiembre de 1917, el microbiólo­go Félix d’Herelle envió una nota a la Academia Francesa de Ciencias en la que anunciaba el hallazgo de los bacteriófa­gos, unos “microbios invisibles” que hacían fracasar sus experiment­os con bacterias. Los había muy distintos, si bien eran muy específico­s: cada bacteria parecía tener su bacteriófa­go, así que comenzó a utilizarlo­s para combatir enfermedad­es. LOS NUEVOS ANTIBIÓTIC­OS. En 1928, Fleming descubrió la penicilina. El hallazgo de que las bacterias tenían en algunos hongos un enemigo natural revolucion­ó la lucha contra las infeccione­s e impulsó la producción de los antibiótic­os. Su auge tras la Segunda Guerra Mundial relegó al olvido a los bacteriófa­gos. Pero hoy, cuando se advierte sobre el mal uso que se está haciendo de esos medicament­os y la creciente resistenci­a que presentan las bacterias hacia ellos, comienza a pensarse seriamente en atacarlas de nuevo con esos virus, que ahora se llaman simplement­e fagos y conocemos mejor que hace cien años. Quizás ha llegado su momento.

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POR RAMÓN NÚÑEZ
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