¿Chismoso yo?
Repite conmigo: “Soy un cotilla, no puedo remediarlo y no me avergüenzo de ello”. Contarnos chismes mutuamente es una costumbre –o un vicio menor si se realiza con moderación y sin fines maliciosos– que muchas veces practicamos sin plena conciencia de que lleva con nosotros casi desde los albores de la humanidad. “El análisis de las conversaciones espontáneas indica que aproximadamente dos terceras partes de las mismas se dedican a temas sociales, la mayoría de los cuales pueden recogerse bajo la etiqueta genérica de cotilleo”, afirmaba el antropólogo Robin Dunbar en la revista Review of General Psycho
logy. O sea, que pasamos gran parte del día contándonos chismes, hablando en susurros sobre asuntos privados de otras personas, los últimos rumores y habladurías de famosos y gente corriente que nos rodea. Homo chismosus, deberíamos renombrarnos. Decía el escritor lorquino José Selgas que vivimos en sociedad por saber cada uno lo que pasa en la casa de otro. Los egipcios, que lo inventaron casi todo, cotilleaban con tanta soltura que hasta plasmaban los chismes reales en sus jeroglíficos. Por cierto, ¿sabías que un faraón visitaba de noche a uno de sus generales? Si te ha picado la curiosidad, no te pierdas el reportaje en este número de Vicente Fernández de Bobadilla sobre la antropología y la psicología de un comportamiento universal de autoprotección e incluso de supervivencia. Cotillea, que algo queda.