Padres asesinos
Se trata de uno de los crímenes que más repulsa generan, por cuanto va contra la naturaleza de los seres vivos acabar con su propia descendencia en lugar de protegerla. ¿Qué motivos pueden conducir a cometer un filicidio?
¿Qué motivos pueden conducir a una persona a matar a sus propios hijos? Entramos en la mente de un filicida para intentar entenderlo.
En julio de 2017, un jurado popular declaró culpable al empresario David Oubel de haber matado en 2015 a sus dos hijas, de nueve y cuatro años, con una sierra radial en un chalé de Pontevedra. Fue condenado a prisión permanente revisable –la primera vez que se aplicaba esta pena en España– por un horrible crimen que desde la Fiscalía de Pontevedra no llegaron a comprender: “Desde un punto de vista psicológico y humano es inexplicable, obra de un sádico, y no parece claro que hubiese intención de venganza hacia su expareja, porque no había una conflictividad seria entre ambos progenitores”.
Solo unos meses antes, en octubre de 2016, Juan Márquez Fabero era condenado por la Audiencia Provincial de Cádiz a cuarenta y cinco años y seis meses de prisión, acusado de apuñalar hasta la muerte a sus dos hijos adolescentes en la localidad de Ubrique en 2014. Cuando fue detenido por la Guardia Civil en el monte y con las ropas aún ensangrentadas, reconoció haber actuado así por estar “harto” de sus hi- jos. Estos nunca vieron con buenos ojos que su padre comenzara una relación sentimental con una joven marroquí pocos meses después de que su madre muriera de cáncer. La respuesta del padre fue, primero, desatenderlos completamente y, después, asesinarlos.
Estos son solo dos ejemplos de los casos de filicidio que todos los años saltan a los medios de comunicación. El término sirve para definir el asesinato de un vástago por parte de uno de sus progenitores; concepto que debe diferenciarse del neonaticidio, esto es, cuando uno de los padres asesina a un hijo en sus primeras veinticuatro horas de vida.
Históricamente, los filicidios se han producido por tres causas principales. La primera, por presentar el hijo algún defecto físico que lo incapacitase para valerse por sí mismo en su edad adulta o porque fuese la madre quien ya no podía ocuparse de él. La segunda, por padecer el vástago una enfermedad mental. La tercera, por tratarse de un hijo no deseado.
Por supuesto, esto no excluye la existencia de otras motivaciones. En la Atenas clásica,
por ejemplo, se permitía que un hombre matase o vendiera a sus hijos con total libertad. Ya lo dijo Aristóteles: “Un hijo o un esclavo son propiedad y nada de lo que se hace con la propiedad es injusto”. Pensamiento que perpetuaron los romanos y al que dieron cobertura legal con el concepto de patria potestas, por el cual se reconocía el derecho de un padre a matar a su propio hijo. No sería hasta la llegada del cristianismo cuando esta visión sobre el derecho de familia cambiara radicalmente.
Hoy, la situación es diferente, aunque las cifras siguen hablando por sí solas. A falta de datos concluyentes de 2016, y teniendo aún varios casos por juzgar de años precedentes, quizá la cifra más significativa sea la que nos habla de cómo entre 1990 y 2011 se contabilizaron en España 246 asesinatos de menores por parte de sus padres, contando aquellos bebés que murieron al ser abandonados en la calle. Uno de los más sangrientos fue el año 2010, con veintitrés hijos asesinados. Fue el año en que una madre acabó con la vida de dos hijos gemelos, recién nacidos, en Barcelona. El crimen se conoció gracias a la abuela, que alertó a la policía tras hallar los cuerpos en unas bolsas de plástico. También en ese año, Abdeslam Brada, de 37 años, apuñaló a su mujer y a sus hijos, de dos y seis años, respectivamente, y después los cubrió con yeso y cemento dentro de una bañera, en su domicilio de Tarragona. El jurado popular concluyó que había actuado “bajo los efectos de un brote de esquizofrenia”.
LOS NIÑOS NO TUVIERON DERECHOS HASTA BIEN ENTRADO EL SIGLO XX
Para intentar reducir tan abultada cifra de muertes, en 2015 entró en vigor en España la nueva ley de la infancia y la adolescencia, por la que, entre otras cuestiones, se reconoce como víctimas a los menores expuestos a la violencia de género. En la práctica, esto supone dar una mayor protección a un colectivo largamente olvidado. No fue hasta finales de los años sesenta cuando se comenzó a investigar el fenómeno de los filicidas de un modo científico, para comprender su incidencia real en la sociedad y las motivaciones que subyacen en la mente de estos asesinos.
En 1959, los 78 países que entonces formaban parte de Naciones Unidas aprobaron la Declaración de los Derechos del Niño con un mensaje cla-
ro: el reconocimiento del niño como un “ser humano capaz de desarrollarse física, mental, social, moral y espiritualmente con libertad y dignidad”. El texto supuso un gran avance en la protección de la infancia, ya que desde 1924, cuando se aprobó la Declaración de Ginebra sobre los Derechos del Niño, apenas se habían logrado avances en la materia, pues se seguían consintiendo de modo velado ciertos abusos hacia los menores bajo el amparo de la idea de que la educación paterna era un terreno personal e inviolable.
LOS FILICIDAS SE PUEDEN CLASIFICAR SEGÚN LAS MOTIVACIONES QUE LOS IMPULSARON
En 1969, el psiquiatra norteamericano Phillip Resnick realizó un estudio titulado Child Murder by
Parents: A Psychiatric Review of Filicide (Niños asesinados por sus padres. Una revisión psiquiátrica del filicidio), para cuya elaboración repasó todos los casos de filicidios documentados de 1751 a 1967.
Una de sus primeras conclusiones fue la imposibilidad de concretar la incidencia real del número de infanticidios en la sociedad, ya que, como explicaba, muchos casos nunca llegan a ser descubiertos. Serían otros dos estudiosos, Josephine Stanton y Alexandra Simpson, quienes, ya en 2002, realizarían la estimación de 0,6 casos por cada 100.000 menores de quince años en Suecia o los 2,5 casos por cada 100.000 menores de dieciocho años en Estados Unidos. Datos que nos indican que el filicidio, aunque terrible, es bastante infrecuente en términos absolutos.
La segunda parte del estudio de Resnick consistió en entrevistarse con auténticos filicidas, lo que le permitió establecer una clasificación de este tipo criminal en base a sus motivaciones.
Según señala el psiquiatra, en primer lugar nos encontraríamos con el llamado filicida altruista. En este caso, el asesino considera que la muerte de su vásta- go es una bendición, ya que, en su mente, lo que intenta es evitar el sufrimiento actual o futuro de ese hijo. Pensamiento que resumirá en frases como “era lo mejor para él”, “por fin ha alcanzado la paz”… Lo que Resnick aconseja en su estudio es que se dirima si el filicida actúa así porque verdaderamente quiere evitar el sufrimiento real de su hijo o porque padece algún tipo de tras- torno depresivo o psicosis que le lleve a cometer el crimen.
A esta categoría pertenecería el caso de Lianne Angela Smith, la mujer que, el 17 de mayo de 2010, mató a su bebé de once meses y a su hija de cinco años asfixiándolos en un hotel de Lloret de Mar (Gerona). Según los psiquiatras que la examinaron, sufría una enfermedad mental delirante que le hizo
creer que los servicios sociales ingleses la perseguían para quitárselos, tras haber detenido a su pareja por un delito de pederastia. “No os he podido dar una maravillosa vida juntos”, escribió en una carta póstuma dirigida a sus hijos tras ser detenida.
Pero hay ocasiones en las que resulta muy difícil concluir cuál es la motivación real, ya que el propio asesino acaba con su vida en el mismo acto. Es lo que en criminología se ha denominado suicidio ampliado. En estos casos, el progenitor tiene la determinación de quitarse la vida y la de su familia por considerar que sin él sufrirán o que la vida no tiene sentido o que es demasiado dura y quiere privarlos a ellos de tal dolor.
Para el psiquiatra español Luis de Rivera, director del Instituto de Psicoterapia e Investigación Psicosomática, lo que aquí también puede subyacer es que el padre identifique a los hijos con el cónyuge. De tal modo que “si el sujeto tiene la percepción de rechazo de los hijos, matar a los hijos equivale a matar a la pareja”, argumenta.
LAS MUJERES, TRAS EL PARTO, SON MÁS PROPENSAS A SUFRIR BROTES PSICÓTICOS
También podemos encontrarnos con el filicida agudamente psicótico, esto es, aquel que actúa bajo el influjo de alucinaciones, ideas delirantes o estados epilépticos. A este respecto, existen varios estudios que relacionan el embarazo con el desarrollo de enfermedad mental en las mujeres y, especialmente, en el puerperio, periodo comprendido entre las cinco y seis semanas posteriores al parto. “Es el primer año tras el nacimiento del niño cuando la mujer es más vulnerable al desarrollo de problemas psicóticos: veinticinco veces más de probabilidad de desarrollar síntomas psicóticos y tres veces mayor riesgo de desarrollar una depresión”, describen los investigadores David González y Marina Muñoz-Rivas en su trabajo de 2003 Filicidio y neonaticidio: una revisión.
Otra categoría es la de los filicidios por hijos no deseados. La muerte llega aquí, como su nombre indica, cuando el hijo podía ser esperado, pero no querido, o ni querido ni esperado. Lo más interesante de esta categoría es descubrir por qué el hijo no era deseado. Según Resnick, puede ser porque el padre lo ve como una amenaza en su relación con la madre, por ser un hijo ilegítimo o porque no hay deseo de cuidarlo, quizá por no tener recursos para ello o por tratarse de una madre soltera que pudiera sentirse desamparada ante la ausencia de una figura paterna que la ayude con la crianza. Dependerá mucho de si el asesino es el padre o la madre.
Alguna de estas causas pudo estar tras los asesinatos de Sara López, condenada a 35 años de cárcel en 2014 al descubrirse en su vivienda de Pilas (Sevilla) los cuerpos congelados de dos bebés recién nacidos. Dos embarazos que ocultó a su marido, según ella, por miedo a que la obligase a abortar; lo acusó en el juicio de maltrato psicológico y de ser adicto al alcohol. Y se desconoce aún la verdadera causa, porque si su deseo era no abortar, no se entiende que ahogara y luego congelara a los bebés.
En una cuarta categoría está lo que Resnick llama filicidio accidental: en estos, la intención no era acabar con la vida del hijo, pero ese es el resultado al que se llega por un maltrato físico o negligencias realizadas sobre el menor.
En la última categoría del listado elaborado por Resnick está el filicidio por venganza. Un supuesto que ha dado origen al conocido síndrome o complejo de Medea, aplicado a aquellos progenitores, principalmente mujeres, que matan a sus hijos con el exclusivo fin de vengarse de su pareja. Su nombre procede de la tragedia griega escrita por Eurípides hacia el 431 a. C. donde se relata cómo Medea, esposa de Jasón, mata a los dos vástagos que tienen ambos cuando conoce la noticia de que su marido se ha prometido en matrimonio con otra.
LOS HIJOS PUEDEN SER VÍCTIMAS DEL CASTIGO QUE EL PADRE QUIERE QUE SUFRA LA MADRE
Son casos como el de José Bretón, condenado a cuarenta años de cárcel por el asesinato de sus hijos, Ruth y José, mientras se encontraba en los preámbulos de un posible divorcio con su mujer.
Datos que se complementan con otras estadísticas, como la que señala que, de los 44 menores muertos por violencia de género en España en los diez años previos a 2015, veintitrés fueron asesinados durante el régimen de visitas o en el periodo de custodia compartida que tenía el progenitor.
Sin embargo, para la psicóloga clínica Sonia Vaccaro, no son padres en el sentido amplio del término: “Si entiendes que ser padre es un vehículo por el que traes una vida al mundo con el compromiso de protegerla, no lo son, porque no sienten a esos menores como personas con derecho a la vida”. Y añade: “Quieren hacer daño a la mujer con la muerte de los niños. Ellos saben que es el último golpe que le darán a ella y del que no se recuperará jamás. Es lo que denomino violencia vicaria”. Un término que ha calado y que refleja toda aquella conducta realizada conscientemente para dañar a un individuo a través de la violencia ejercida sobre otra persona intermedia. Eso explicaría que, en la mayoría de supuestos, los filicidas ya arrastren un historial de violencia previa sobre la madre.
Por ello, Miguel Lorente, profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada y delegado del Gobierno para la Violencia de Género entre 2008 y 2011, ha explicado en varias ocasiones que uno de los problemas de esta realidad es el silencio que suele mantenerse ante esta violencia anterior.
Otros datos interesantes, aportados en el estudio de 2008 Menores asesinados por sus padres. Es-
paña (2004-2007), realizado por el ya desaparecido Centro Reina Sofía para el estudio de la violencia, son que la edad más común del filicida oscila entre los 25 y 34 años, es un hombre en el 58,49% de los casos, mayoritariamente de nacionalidad española y con un nivel socioeconómico bajo en el 74% de los episodios que analizaron. Crímenes que se cometieron, casi exclusivamente, en el domicilio conyugal y sobre los hijos biológicos de la pareja. Una cuarta parte de los asesinos había maltratado a los menores previamente.
Los criterios elaborados por Resnick siguen siendo hoy los más seguidos para clasificar a los filicidas. Ahora bien, más allá de las motivaciones, ¿existen rasgos comunes en estos criminales que ayuden a comprender su conducta? “Aunque cada caso es diferente, este tipo de sucesos tienen rasgos psicopatológicos similares y obedecen a un bajo control de sus emociones: la ira, la rabia y la venganza. Esto no tiene nada que ver con un enfermo mental. Estas personas son conscientes de lo que están haciendo y del daño que provocan con ello”, explicó el psiquiatra José Luis Martínez Fernández en una entrevista concedida a El Mundo. Emociones negativas tan intensas en ellos que los llevarían a desvincularse de los hijos emocionalmente y a actuar bajo el influjo de unos impulsos violentos que no pueden o no quieren controlar.
ENTRE 2004 Y 2007, EN ESPAÑA, EL 58,5 % DE LOS CASOS DE FILICIDIO FUERON COMETIDOS POR UN HOMBRE