El gran negocio del cotilleo
En un reportaje publicado en 2011, el New York Times estimó que la industria de los cotilleos podía estar generando un volumen de negocio superior a los 3.000 millones de dólares solo en Estados Unidos. Cabe preguntarse si esa cifra ha crecido o disminuido hoy, si se considera que internet y las redes sociales han ofrecido a millones de personas un escenario en el que cotillear gratis, reduciendo así las posibilidades de negocio. Pero, en el cotilleo de famosos, siempre serán necesarios referentes, y los blogs y webs dedicados a ello se cuentan por cientos, aunque solo un puñado tienen verdadera influencia. Entre ellos, Perez Hilton, que abrió su blog sobre chismes hollywoodienses en 2005, y hoy no solo cotillea,
además prescribe sobre qué se debe cotillear. Perez Hilton no está sino recogiendo el testigo de los grandes columnistas del cotilleo en prensa escrita que llevaron sus chismes a millones de lectores.
PROFESIÓN CON TRADICIÓN. El neoyorquino Walter Winchell inauguró el género en los años treinta con la primera columna dedicada específicamente a cotillear sobre los ricos y famosos, que en la década siguiente llegó a aparecer en más de dos mil periódicos. Hedda Hopper y Louella Parsons se especializaron en cotilleos de Hollywood, y su capacidad para hundir carreras hizo que estrellas y estudios las odiaran... y respetaran. Hubo también quien trabajó desde dentro, como Suzy, seudónimo con el que firmaba Aileen Mehle la columna que publicaba en más de noventa periódicos norteamericanos. Siendo Mehle una mujer bien situada en el mundo de los ricos y famosos de la época, tenía acceso de primera mano a todos los cotilleos. Cuando por fin se averiguó su identidad, no solo nadie le cerró las puertas de su casa, sino que recibió más chismes que nunca.
El cotilleo en el periodismo no solo se cierne sobre el famoseo. No hay sección –desde la política a los deportes– donde la prensa no se lance a publicar información no contrastada para pescar clics. A veces las fronteras se difuminan, como prueba el caso de Cindy Adams, que a sus 87 años continúa publicando su columna de cotilleos en el NewYorkPost, y cuya popularidad ha subido porque se cuenta entre los pocos periodistas en los que confía Donald Trump –ha recomendado artículos suyos en su cuenta de Twitter– y, por lo tanto, es uno de sus canales no oficiales.