La generación iGen
Los nativos digitales, esos adolescentes ultraconectados que viven pegados a su móvil, pueden pecar de ególatras e intransigentes, pero no dejan de ser eso, adolescentes.
L a chica más popular del instituto se pasa la vida sola, en su habitación. No está castigada ni enferma; no está triste ni ha sido condenada al ostracismo por sus amigas. De hecho, su vida social está más agitada que nunca, pero no está en ningún sitio y está en todos a la vez. Al menos para sus preocupados padres. De los creadores de ¿EstáGooglevolviéndonosidiotas? llega la secuela: Unageneración destruidaporelsmartphone. en décadaéxito Los The de dos Atlanticde audiencia diferencia, ensayos,con predecible.más han publicadosde tenido una Am- un bos dudas cabalgany las inseguridades alegremente de sobre una las población a caballo entre dos mundos, tan atrasada y dispersa que todavía los llama analógico y digital. Como en todas las revoluciones, es el peor y el mejor de los tiempos. Y la juventud es siempre incomprensible e incontrolable para los padres. las televisión, Cuando minifaldas;eranno eralos cuando videojuegos.el rock,no era eran la Ahorade chicoslo que en vemos trance, son con millonessus caras iluminadas por un pequeño cuadrado blanco y sus músculos faciales perdiendo tono antes de acabar la universidad. A los integrantes de la generación iGen ya no puedes ni prohibirles cosas; no quieren salir ni ver la tele. Ni siquiera molestan en la mesa: comen berza y brócoli como si los produjera Häagen-Dazs. Y son peor que los milénicos. Se les parecen en todo lo malo: opinan cada vez más, pero saben cada vez menos; son irresponsables y soberbios; se relacionan con gente que no han visto nunca; su fuente de actualidad es Instagram; son narcisistas, maniqueos... Y, según Jean M. Twenge, profesora de Psicología de la Universidad de San Diego, están al borde de un ataque de nervios por la mezcla de aislamiento y sobredosis de estímulo. Lo cierto es que todas las generaciones tienen su smartphone: mis abuelos tuvieron la radio; mis padres, la tele; yo tuve el walkman y la consola. El cuadro de inconsistencia, pataleta y golferío que caracteriza la etapa adolescente es el mismo, así como el desamparo y la incomprensión paternos. Pero es probable que Twenge tenga razón en algo: todos estamos al borde del colapso mental. Atrapados en un discurso constante sobre la democracia y los derechos humanos y su negación permanente en los medios, lo extraño sería lo contrario, y una patología mucho peor.