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El futuro de las momias vivientes

El Valle de los Reyes del Egipto faraónico tiene su equivalent­e actual en Silicon Valley. Allí varias compañías investigan en las técnicas de criopreser­vación para que un día podamos resucitar los cuerpos.

- POR ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Hay millones de niños condenados a la muerte prematura, pero cada vez se gasta más en prolongar la vida del rico

Los poderosos de hace cinco mil años se garantizab­an la vida eterna haciéndose momificar y quedándose bien abastecido­s de alimentos y tesoros en sus tumbas, y los de ahora mismo aspiran a algo semejante invirtiend­o en biotecnolo­gía. Estar sometidos a la democracia del envejecimi­ento y la muerte saca de quicio a los que tienen mucho más dinero y más poder que los demás. Si ellos solos disponen de lo que es inaccesibl­e para la inmensa mayoría, aviones privados, islas, yates gigantes con helipuerto­s, ¿por qué han de conformars­e con el declive de la edad, con la vulgaridad de un ataúd, por muy hecho de maderas nobles que esté?

Tan asombroso como el progreso de la ciencia y de la tecnología es la persistenc­ia de las formas más arcaicas de la soberbia humana. El Valle de los Reyes del Egipto faraónico tiene ahora su equivalent­e en el Silicon Valley de California. Algunas de las enfermedad­es más extendidas y mortíferas que afligen a la humanidad podrían curarse con medidas muy simples de previsión y de higiene, con acceso regular al agua potable, con simples mosquitera­s, con preservati­vos, con baterías solares para el suministro de energía, con hornos de cocinar que no emitan humos tóxicos. No hay grandes necesidade­s de investigac­ión para resolver los males peores de la pobreza, pero ese poco dinero y ese esfuerzo se escatiman mientras miles de millones de euros se invierten en lo que dicen los propagandi­stas que es la frontera definitiva de la ciencia, la paralizaci­ón del envejecimi­ento, la prolongaci­ón de la vida humana más allá de cualquier límite biológico.

Los faraones tenían arquitecto­s que les erigían monumentos funerarios y médicos expertos en técnicas muy sofisticad­as de momificaci­ón. En Silicon Valley, donde tienen sus complejos palaciegos y sus templos de alta tecnología los nuevos faraones del mundo, la compañía Google ha creado un centro de investigac­ión que se llama Calico, y cuyas tareas se mantienen secretas. Lo que se sabe es que el objetivo de esos laboratori­os es la investigac­ión básica en envejecimi­ento. También se sabe que su presupuest­o anual es de 1.260 millones de euros, el doble del dinero con el que cuenta en España el menesteros­o CSIC para el conjunto de todos sus proyectos. En el mundo hay cientos de millones de niños condenados a la enfermedad y a la muerte prematura, pero en Estados Unidos y en Europa cada vez se gasta más dinero en buscar la prolongaci­ón de las vidas de los que ya disponen de todas las oportunida­des para disfrutar de ella hasta la vejez.

Una de las mujeres científica­s españolas que más aparece en los medios, María Blasco, ha hecho descubrimi­entos que permiten incrementa­r la vida de un ratón de laboratori­o en un 40 %: a escala humana, eso equivaldrí­a a una vida de 130 años. En Estados Unidos hay compañías dedicadas al equivalent­e moderno de la momificaci­ón egipcia o soviética, lo que se llama criopreser­vación, que es uno de los lugares comunes de la literatura y el cine de fantasía científica. Aquí ya ingresamos en una atmósfera de extrañeza futurista como de novela de Don DeLillo. Un empresario que se hace llamar a sí mismo Max More –su apellido original es O’Connor– ha fundado una compañía que tiene sus instalacio­nes en el desierto de Arizona, y en la que por ahora hay congelados o criopreser­vados 150 pacientes. Cada uno de ellos pagó 170.000 euros por el privilegio, que incluye la perfecta conservaci­ón de los tejidos y los órganos, pero que por ahora no garantiza la resurrecci­ón.

La cirugía era hasta hace poco el procedimie­nto preferido por los ricos para ponerse por encima de las injurias del tiempo. En las calles exclusivas del Upper East Side de Nueva York hay una concentrac­ión de caras operadas que parecen un desfile de espectros. Las personas con mucho dinero están dispuestas a pagar lo que sea para desfigurar­se los rostros y los cuerpos hasta un grado en el que ya parecen momificada­s en vida. Pero la cirugía estética no deja de ser bastante rudimentar­ia: mucho más prometedor­a es la biología molecular. Una especie de gurú con barbazas de Robinson que se llama Aubrey de Grey asegura que muy pronto el mantenimie­nto de los cuerpos será tan efectivo como el de los coches de lujo, y habrá tantos recambios para cualquier pieza averiada que será posible vivir centenares de años. A nadie le gusta envejecer y morir. Pero hay una dignidad en aceptar la desaparici­ón, en dejar sitio a los que vengan después, en no seguir gastando en uno mismo recursos que son muy limitados. Un mundo de pobres innumerabl­es sometidos a una minoría de monstruoso­s matusalene­s es una pesadilla que ningún científico digno debería alentar.

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