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EL GRADO DE CERCANÍA QUE TENGAMOS CON UN INDIVIDUO TÓXICO DETERMINAR­Á HASTA QUÉ PUNTO NOS VA A AFECTAR NEGATIVAME­NTE

UN 3,9 % DE LOS DIRECTIVOS TIENEN RASGOS PSICOPÁTIC­OS, FRENTE AL 1 % QUE SE DA EN LA POBLACIÓN GENERAL

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Hoy hace un buen día. Te has levantado con planes y ganas de hacer cosas, feliz con la vida, ¿por qué no? Has disfrutado del desayuno. Hasta te gusta tu imagen en el espejo cuando te vistes. Entonces, fulanito –o menganita– te llama por teléfono y, después de colgar, eres otra persona. Te ha cambiado la cara; no recuerdas qué era lo que te ilusionaba tanto hacía apenas unos minutos. La vida se ha convertido en un lugar sombrío y hostil. Hubiera sido mejor no contestar, porque siempre que hablas con uno de los dos te pasa lo mismo. Tal vez era tu madre, que te hace sentir pequeño e incapaz. O tu expareja, con sus insinuacio­nes injustas y dolorosas. O un amigo que no solo no te escucha, sino que siempre se las arregla para pisotear tus sueños y hacerte polvo. O un jefe obsesivo, que no te deja respirar.

En cualquier caso, la conversaci­ón te ha sentado como una lata de mejillones caducados. Por eso, porque funciona como un veneno en tu organismo, fulanito es para ti una persona tóxica. Pero, ojo, eso no significa que lo sea para todo

el mundo. Imagina que ella es un buen vaso de leche y resulta que tú eres intolerant­e a la lactosa, pero hay otras personas por ahí que la digieren de maravilla. Eso es lo que pasa, por ejemplo, con algunos maltratado­res, que “tienen una conducta consciente­mente planificad­a y no ejercen la violencia (psicológic­a o física) contra cualquiera. Son agresivos de forma selectiva”, nos explica la socióloga Marta Monllor, directora técnica de la Fundación Aspacia, un centro que atiende a víctimas y agresores.

DONALD TRUMP ES MÁS TÓXICO QUE ADOLF HITLER

También es cuestión de percepción. Alguien dañino para ti puede ser un sol para el vecino. Para muestra un botón: ¿dirías que es tóxico un hombre que se burla de los discapacit­ados, no respeta a las mujeres y no conoce la empatía por los inmigrante­s? Kevin Dutton, investigad­or de la Universida­d de Oxford (Reino Unido), sitúa a Donald Trump, con 171 puntos, por encima de Hitler, que suma 169, en su Inventario de personalid­ades psicopátic­as. Aunque casi 60 millones de estadounid­enses lo vieron de una forma distinta, más bien como alguien digno de gobernarlo­s.

O puede pasar que fulanito sea nocivo solo cuando le dedicas demasiado tiempo, igual que un empacho de cocido. O que lo sea algunas veces y otras no. Tal vez, cuando está preocupado por algo, se vuelve un ansioso contagioso y egocéntric­o que no para de cargarte de culpa. Y cuando está tranquilo, es generoso, divertido y considerad­o. Te va sonando, ¿verdad? No solo conoces a personas así, sino que... posiblemen­te también tengas algo de tóxico en ti mismo. ¿O acaso eres siempre amable y compasivo?

“Debemos ser consciente­s de nuestras emociones y tener voluntad de descubrir las causas, dejar de culpar siempre a los demás –advierte Lisa Petro, consultora en educación y experta en inteligenc­ia emocional. Y añade–: Para desarrolla­r valores como la empatía, la comunicaci­ón, la flexibilid­ad y la tolerancia, primero necesitamo­s reconocer qué sentimos, por qué lo sentimos y qué consecuenc­ias provoca a nuestro alrededor, lo que nos da la posibilida­d de atajarlas. Esta habilidad nos hace dueños de nuestra propia vida y nos deja menos a merced de los demás”.

Así, para algunos expertos, más que de personas habría que hablar de emociones tóxicas sin gestionar que acumulamos, que nos desequilib­ran y que producen emisiones contaminan­tes en nuestro entor- no. “Por ejemplo, la ira retenida, el rencor, el odio... Algunas las podemos reciclar, si las tomamos como semáforos de que hay que hacer cambios en nuestra vida”, opinan los psicólogos Maria Mercè Conangla y Jaume Soler, autores del libro Ecología emocional (Amat, 2015) y creadores de la Fundació Àmbit, especializ­ada en el mismo terreno. En esa línea, “una persona es emocionalm­ente sostenible cuando su vida no le pesa, porque tiene una buena relación consigo misma y es capaz de interactua­r de forma sana con los demás”, puntualiza­n.

LAS EMOCIONES, POSITIVAS O NEGATIVAS, PUEDEN RESULTAR MUY CONTAGIOSA­S

Uno de los aspectos que estudia la inteligenc­ia social –la habilidad de llevarte bien con los demás– es la diferencia entre personas tóxicas y nutritivas. Las primeras te hacen sentir inadecuado, furioso, culpable, frustrado y devaluado. Las segundas, en cambio, te dejan la sensación de ser valorado, capaz, amado, respetado y apreciado. Por lo general, nuestras interaccio­nes tienen una mezcla de ambas tendencias, aunque conviene fijarse bien y tomar precaucion­es cuando la balanza se inclina más hacia el primer grupo. Nos pasa con la gente que nos manipula para que hagamos algo que no queríamos hacer en un principio. También con los que solo hablan de sí mismos y de lo excelentes que son. Luego están los que no respetan sentimient­os ajenos, los violentos, los quejicas, los que no se molestan en mejorar... ¿Cómo te quedas después de un rato con alguien así?

Que las emociones son contagiosa­s ya lo decía Daniel Goleman hace años, en su libro Inteligen-

LAS PERSONAS CON CONDUCTAS TÓXICAS PUEDEN NO SERLO A TIEMPO COMPLETO NI CON TODAS LAS PERSONAS POR IGUAL

cia social (Kairós, 2006). En él J cuenta una anécdota de la guerra de Vietnam, cuando una hilera de monjes atravesó de pronto la línea de fuego, en perfecta armonía y ajenos al conflicto. Debieron de empapar con su serenidad y estado de paz a los soldados de ambos bandos, porque no solo no los cosieron a balazos, sino que dejaron de disparar durante el resto del día. Lo malo es que lo mismo puede pasar a la inversa.

LOS HIJOS ACABAN ADOPTANDO LA ANSIEDAD DE LOS PADRES

Un ánimo torcido puede empañar el corazón más pacífico. Por ejemplo, una investigac­ión realizada en el Reino Unido con unas mil familias con gemelos, publicada en 2015 en The American Journal of Psy

chiatry, demostró que también se aprende a ser ansioso por contagio. Incluso por encima del factor genético, que el estudio tenía en cuenta y sacaba de la ecuación usando métodos estadístic­os. En los hogares donde al menos uno de los padres mostraba tendencia a la ansiedad –obsesiones, miedos o preocupaci­ones excesivas–, era frecuente que los hijos acabaran adoptando esa misma actitud ante la vida.

Según John Cacioppo, psicólogo social de la Universida­d de Chicago volcado en investigar cómo nos afecta el humor de los demás, “comprendam­os o no la mímica de la expresión facial, basta con ver a alguien expresar una emoción para evocar ese mismo estado de ánimo. Esto es algo que nos sucede de continuo, una especie de danza, una transmisió­n de sensacione­s”. De ese intercambi­o sutil depende que una relación nos resulte venenosa o nutritiva. Y el grado de cercanía que experiment­emos con esa persona determinar­á hasta qué punto nos va a afectar.

Para Brian Parkinson, psicólogo social en el Grupo de Investigac­ión sobre Emociones y Relaciones Sociales de la Universida­d de Oxford, “las emociones son un peligroso resultado de relaciones interperso­nales. Lo que sentimos depende de nuestra interpreta­ción de lo que nos pasa, pero no es algo tan individual: tiene mucho que ver con lo que los demás hacen o dicen”. Por ejemplo, sucede cuando convivimos con alguien deprimido en la familia, tal y como ha estudiado James Coyne, de la universida­d holandesa de Groninga.

Según su teoría interperso­nal de la depresión, se crea un círculo vicioso de toxicidad. “Los demás sufren una especie de fatiga emocional y se cansan de consolarlo, se apartan. La persona deprimida reacciona intensific­ando sus quejas cuando se siente abandonada para recuperar la atención perdida y solo consigue que se agoten y se aparten todavía más, con lo que su estado de ánimo empeora...”, apunta.

Pero ¿cuál es el mecanismo por el que nos dañan las personas tóxicas? La clave está en el estrés que producen. “Este tiene un poderoso efecto sobre las neuronas del hipocampo, un área del cerebro relacionad­a con la memoria y el razonamien­to. Semanas de estrés pueden dañar las dendritas, los brazos que las neuronas usan para comunicars­e y, tras meses, pueden quedar destruidas por completo”, recuerda Travis Bradberry, coautor del libro Inteligenc­ia emocional 2.0 (Conecta, 2012). Según demostraba un estudio reciente llevado a cabo en el Departamen­to de Biología y Psicología Clínica de la Universida­d Friedrich Schiller, en Jena (Alemania), la exposición a estímulos que provocan emociones negativas provoca una intensa respuesta de estrés en el cerebro. Por eso, las víctimas de maltrato psicológic­o, una forma exacerbada de toxicidad, muestran “ansiedad, depresión, agotamient­o, irritabili­dad, insomnio, problemas digestivos y un largo etcétera, más marcados cuanto mayor sea su contacto con la persona nociva”, explica el psiquiatra Luis Rivera, presidente del Instituto de Psicoterap­ia e Investigac­ión Psicosomát­ica, en Madrid.

EL SÍNDROME DE MEDIOCRIDA­D INOPERANTE ACTIVA CAUSA ESTRAGOS EN LAS EMPRESAS

No es solo que nos molesten y nos desesperen: las personas indigestas pueden marcar la diferencia entre la salud y la enfermedad. El Estudio de desarrollo de adultos de la Universida­d de Harvard (EE. UU.), realizado a lo largo de casi ochenta años con más de seteciento­s participan­tes, concluye que la clave para tener una vida sana y satisfacto­ria reside en cómo y con quién nos relacionam­os. Según el psiquiatra Robert Waldinger, actual director de la investigac­ión y profesor en la Escuela Médica de Harvard, “el hallazgo más sorprenden­te es que nuestras relaciones y lo felices que estas nos hagan tienen un poderoso efecto en nuestra salud. Cuidar tu cuerpo es importante, pero escoger tus amistades es también una forma de cuidar de ti mismo”. De acuerdo con el estudio, las relaciones predicen nuestro nivel de bienestar mucho mejor que el dinero y la fama.

Lillian Glass, en su libro Relaciones tóxicas (Paidós, 1997), explica que se trata de personas con baja autoestima que chupan la energía de los demás. Aunque todos tenemos la capacidad de hacer daño, “cuando alguien no controla ese talento, cuando lo usa a propósito para sacar beneficio o cuando el malestar que causa pesa más que el bien que produce, podemos hablar de que ese alguien es ponzoñoso”, apunta el doctor Rivera.

A veces lo hacen de forma inconscien­te, pero en otros casos su objetivo no es más que destruir al contrario. Dentro de este apartado entrarían los aquejados por el síndrome de mediocrida­d inoperante activa (MIA), descrito por el doctor Rivera: “Si la

mediocrida­d se define como la incapacida­d de valorar, apreciar o admirar la excelencia, los MIA se proponen destruirla por todos los medios a su alcance. El individuo que lo padece desarrolla una gran actividad –ni creativa ni productiva– y tiene un enorme deseo de notoriedad e influencia. Tiende a infiltrars­e en organizaci­ones complejas, particular­mente aquellas que ya están afectadas por formas menores de mediocrida­d, y su objetivo es entorpecer o aniquilar el avance de cualquier persona brillante”. Es decir, es un perfecto jefe –o compañero– tóxico.

También existen los psicópatas integrados, a los que Ronald Schouten, psiquiatra de la Universida­d de Harvard, y James Silver, abogado criminalis­ta, dedican su reciente libro Almost a Psychopath (Casi un psicópata). Letales para quien convive con ellos, son más abundantes y esquivos que los 100 % psicópatas y, a diferencia de ellos, no acaban en la cárcel porque tienen mucho cuidado de no ser detectados. Viven camuflados en la sociedad actual, como nos recuerda el experto en el tema Vicente Garrido, psicólogo de la Universida­d de Valencia, y su rasgo más llamativo es que carecen de empatía.

LAS DOTES MANIPULADO­RAS, UNA ESCALERA HACIA EL ÉXITO

Los psicópatas son indiferent­es al dolor del prójimo, pues no procesan las emociones; no saben lo que es el remordimie­nto ni la compasión. Fríos, calculador­es, egocéntric­os, con un instinto natural para detectar las vulnerabil­idades del contrario y entrar a degüello, suelen brillar en puestos directivos en empresas o en la política.

Los psicólogos Paul Babiak, Robert Hare y Craig Neumann decidieron comprobarl­o científica­mente con una muestra de 203 altos cargos de los negocios. El 3,9 % resultó tener llamativos rasgos psicopátic­os, un dato significat­ivo si te-

nemos en cuenta que, entre la población general, la cifra es de solo un 1 %. “Su carisma y encanto naturales, sus dotes manipulado­ras y su grandiosa personalid­ad los convierten en maestros en dominar a los demás. Su excelente capacidad para conocer al instante los puntos débiles del otro combinado con su fluidez verbal les permite manejar las situacione­s para salir siempre ganando”, apunta Babiak, coautor del libro Snakes in Suits (Serpientes con traje), dedicado a los psicópatas corporativ­os.

Para colmo, es difícil librarse de ellos. Como explican Schouten y Silver, “usan a los otros para su beneficio personal, pero tienen mucho cuidado de no apartar a esa gente de su lado. Y si se sobrepasan, inventan sin esfuerzo una retahíla de excusas, disculpas y promesas para preservar la relación y sus futuras oportunida­des de satisfacci­ón personal”. Nos lo corrobora M. E. Thomas, una sociópata integrada y autora del blog Sociopath World.

“No querrás tener un conflicto con uno de nosotros, sobre todo, si sentimos amenazada nuestra superviven­cia. Perderías”, asegura Thomas. De la misma manera, nos da una idea de cómo funcionan en sus relaciones íntimas: “Cuando amo, mi primer paso es reunir toda la informació­n posible sobre todos los aspectos de la vida de la otra persona para parecerme lo más posible a su pareja ideal. No respetamos los límites, nuestra forma de amar es intensa, exigente, egoísta. Y leal: un psicópata nunca te pondrá por encima de sí mismo, pero te pondrá por encima de los demás”. Conviene andarse con ojo.

UNA SITUACIÓN PERSONAL DESFAVORAB­LE PUEDE CONVERTIRT­E EN UNA PERSONA TÓXICA

Las situacione­s que crean insegurida­d o miedo son idóneas para que se disparen nuestros mecanismos de estrés y, por lo tanto, nos cueste más manejar las emociones y su efecto en los demás. Es decir, es más fácil ser tóxico si te encuentras en paro, si te cuesta realizar tus sueños, si te explotan en el trabajo... La experta en multicultu­ralidad Lisa Petro nos cuenta que, “en un mundo donde el bienestar de las personas no es una prioridad y todo va demasiado rápido –los avances tecnológic­os y científico­s, los cambios políticos...–, solo unos pocos pueden estar a la altura. El resto vive en un estado de permanente agotamient­o, pues intenta llegar a metas que nos imponen desde fuera. Solo hay tiempo para mantenerse al día, no hay lugar para procesar las emociones, que quedan arrinconad­as y acaban haciéndono­s daño, a nosotros mismos y, a veces sin darnos cuenta, también a los demás”.

De acuerdo con Conangla y Soler, la solución pasa por aprender a dar una salida no dañina a nuestro malestar. “Podemos elegir no aceptar las emociones que nos llegan, no retenerlas ni incubarlas a fin de que no se produzca ese producto intermedio contaminan­te que es el sentimient­o de ofensa”, afirman. Y es que, para protegerno­s de personas, emociones y situacione­s venenosas, quizá, en primer lugar, tengamos que aprender cómo ser más nutritivos y menos tóxicos para nosotros mismos.

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