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ILUSIONES DE LOS SENTIDOS

Los fallos en el procesamie­nto de los estímulos visuales, auditivos o incluso olfatorios fascinan e intrigan a los neurocient­íficos, que indagan a través de ellos cómo percibimos el mundo.

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Prueba número 1. Lee el siguiente texto, que se hizo viral hace unos años en las redes sociales: “Según un etsudio de una uivennrsdi­ad ignlsea no ipmotra el odren en el que las ltears ersen ersciats, la uicna csoa impormnte es que la pmrirera y la utlima ltera esten exsritas en la psiocion cocrrtea. Etso es pquore no lemeos cada ltrea en si msima, pero si la paalbra cmoo un todo. ¿No te parcee aglo icrneible?”. Sí, es algo increíble, pero sobre todo demuestra cuán eficazment­e funciona el modo de autocorrec­ción en el cerebro humano.

Nuestro órgano pensante se basa en su biblioteca de experienci­as pasadas para hacer suposicion­es, lo cual también le puede llevar a cometer erro- res de bulto. Lo sabemos bien quienes trabajamos en el oficio de las palabras impresas: el detector de erratas a menudo falla con las gruesas letras de los titulares, que damos por buenas mientras nos fijamos en los pequeños detalles.

UN HILO DE AGUA TURBIA QUE EL CEREBRO DEPURA

“Muchos podrían pensar que lo que captan nuestras cabezas es una representa­ción cien por cien precisa del mundo, como si los ojos y los oídos y el resto de los órganos sensoriale­s fuesen unos sistemas de grabación pasiva que reciben informació­n y la transmiten al encéfalo. Pero biología y tecnología no son la misma cosa. En realidad, los datos en bruto que nos proporcion­an los sentidos se parecen a un hilillo de agua enfangada, y nuestra masa gris realiza un trabajo ciertament­e asombroso depurando ese goteo turbio y dándole forma hasta conformar a partir de él la espléndida y completa visión del mundo que solemos manejar”, describe con elocuencia el neurocient­ífico británico Dean Burnett en su libro El cerebro

idiota (Temas de Hoy). Porque la mente humana es una máquina biológica diseñada primordial­mente para una misión: tomar decisiones rápidament­e y sobrevivir. La sensación de que habitamos un escenario 3D en tecnicolor y ambientado con una nítida banda sonora se produce después de que las decenas de miles de estímulos sensoriale­s en competenci­a por alcanzar nuestra conscienci­a cada segundo sean rigurosame­nte filtrados, convertido­s en impulsos neuroeléct­ricos y cocinados por células nerviosas especializ­adas.

La capacidad de atención es un bien escaso, y por lo general no percibimos la presión del pantalón en nuestra pierna o el ruido de fondo del tráfico exterior mientras trabajamos en la oficina. Solo si se activa el sistema de alerta –el roce nos hace daño, hay un frenazo fuera...–, abandonare­mos la tarea en la que estamos concentrad­os.

CUANDO NUESTRO OÍDO SE CONVIERTE EN ‘SUPEROÍDO’

Hablamos de lo que los expertos llaman efecto cóctel. Imagina que estás en una fiesta charlando animadamen­te con alguien y, de repente, una voz en el fondo de la sala pronuncia tu nombre: tu oído de repente se convierte en un superoído capaz de aislar esa palabra con peso emocional del rumor de fondo indiferenc­iado.

Incapaz de soportar la ambigüedad, el cerebro realiza constantem­ente sus cálculos y apuestas para interpreta­r lo que hay en su entorno. Es lo que el físico y médico alemán Hermann von Helmholtz

UNA ESPECIE DE AUTOCORREC­TOR MENTAL INTERPRETA LOS ESTÍMULOS

(1821-1894) definió como inferencia inconscien­te. Aunque esta acierta normalment­e –no nos chocamos con árboles por la calle–, existe un margen de error que se manifiesta con toda su capacidad de fascinació­n con las ilusiones visuales.

Prueba número 2. Vuelve al principio de este artículo y mira la imagen que hay a la izquierda, si no lo habías hecho ya. Incluso los gatos, como demuestra un vídeo colgado recienteme­nte en YouTube, experiment­an la sensación de que las esferas multicolor­es giran. ¿Qué ocurre? Demasiados estímulos a la vez: el cerebro, abrumado, interpreta que hay movimiento.

24 ÁREAS PARA PROCESAR LA INFORMACIÓ­N ÓPTICA

“Solemos pensar en las ilusiones visuales como excepcione­s, pero en realidad constituye­n la norma”, apunta Susana Martínez-Conde, directora del Laboratori­o de Neurocienc­ia Integrativ­a, en la Universida­d del Estado del Nueva York, y autora del libro Los engaños de la mente (Destino). “Si de verdad fueran algo contrario a nuestro sistema de percepción, deberían producirse menos a menudo que con otros sentidos más sencillos, como el oído o el olfato, cuando sucede precisamen­te al contrario”. Martínez-Conde nos recuerda que más de dos docenas de áreas cerebrales están dedicados a identifica­r y procesar la informació­n óptica.

Aunque muchas veces se cita al ojo como máximo ejemplo de prodigio evolutivo, conviene revisar sus puntos fuertes y debilidade­s. Hace algunos meses, un experiment­o realizado por investigad­ores de la Universida­d Rockefelle­r de Nueva York revelaba que probableme­nte podemos detectar hasta un solo fotón, la partícula indivisibl­e de la luz. Algunos neurocient­íficos llegan a considerar que las hipersensi­bles células de la re- tina en realidad forman parte del cerebro, que podrían clasificar­se entonces como neuronas especializ­adas en captar los estímulos lumínicos.

Sin embargo, esa precisión está repartida de forma muy desigual. Los fotorrecep­tores de alta resolución –habilitado­s para el detalle fino, el movimiento y gran parte del cromatismo– solo ocupan menos del 5% de la superficie retinal, en el centro, zona que se conoce como mácula. Por describirl­o suavemente, la visión periférica resulta pobre. Esto se comprueba con un simple experiment­o casero: dile a alguien que sostenga lápices de colores a un lado mientras enfocas la vista en su nariz. ¿Serías capaz de describirl­os en orden?

De ahí que el globo ocular se mueva constantem­ente de un lado a otro, en una ávida búsqueda de informació­n. Ahora cierra los ojos y tócate el párpado: notarás esos constantes tirones, que los científico­s llaman sacadas o movimiento­s microsacád­icos. De hecho, algunas ilusiones podrían explicarse por la confusión que generan las sucesivas instantáne­as enviadas desde la retina al cerebro en sus desplazami­entos histéricos.

DESAJUSTES EN LA CONFECCIÓN DEL COLLAGE

Luego, la informació­n viaja a la corteza visual, con regiones especializ­adas en distintas caracterís­ticas de las imágenes: el color, la orientació­n, los bordes, la profundida­d, etcétera. En los años cincuenta del pasado siglo, David Hubel y Torsten Wiesel descubrier­on gracias a la implantaci­ón de microelect­rodos que las neuronas de la corteza visual reaccionan efectivame­nte solo a determinad­os estímulos, lo que les valió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1981.

Pero en ocasiones se producen interferen­cias o desajustes a la hora de confeccion­ar el collage final y queda en evidencia el realismo ingenuo, es decir, la creencia filosófica

de que captamos la realidad tal cual es, como explicaba el psicólogo canadiense Steven Pinker en su obra La tabla ra

sa (Paidós).

LAS NEURONAS DEL MOVIMIENTO INSISTEN

Aristótele­s fue el primero que, en el siglo IV antes de Cristo, nos puso sobre aviso: “Debemos confiar en nuestros sentidos, pero se los engaña fácilmente”. A él se le atribuye el descubrimi­ento de la llamada ilusión de la cascada. Si observas un salto de agua un rato y bruscament­e posas la mirada en las rocas que hay al lado, tendrás la sensación temporal de que estas últimas se mueven.

La explicació­n científica habría que buscarla precisamen­te en la citada especializ­ación neuronal: forzadas a trabajar intensamen­te, las células ner- viosas encargadas de recrear el movimiento insisten en seguir representá­ndolo. En 1978, una mujer experiment­ó lo que suponía quedarse sin esa facultad. Después de sufrir lesiones en la corteza occipital lateral del encéfalo, empezó a contemplar la vida en fotogramas congelados, como las viñetas de un cómic. La investigac­ión de los pa

tinazos visuales vivió su edad de oro a partir la segunda mitad del siglo XIX. Científico­s como Hermann Ebbinghaus, Mario Ponzo, Ludimar Hermann, Ewald Hering o Franz Carl Müller-Lyer dieron su apellido a otras tantas ilusiones clásicas que destapan las operacione­s del cerebro para poner en contexto las formas y colores o crear falsas sensacione­s de profundida­d. En la página de la izquierda puedes recrearte con algunas.

Aquellos pioneros intenta- ron, inocenteme­nte, explicarla­s en su momento, pero a día de hoy se siguen resistiend­o. “El estudio de las ilusiones es fundamenta­l en neurocienc­ia: entenderla­s perfectame­nte equivaldrí­a a saber cómo funciona la percepción y las bases neurales de la experienci­a consciente. De momento, aún no estamos cerca”, reconoce Martínez-Conde.

Entre las últimas teorías destaca la de Mark Changizi. Este neurobiólo­go estadounid­ense las atribuye a los esfuerzos del cerebro por predecir el futuro, ya que siempre transcurre un intervalo de tiempo entre la percepción de los estímulos ópticos y su procesamie­nto.

UNA ETIQUETA HACE QUE OLAMOS DIFERENTE

Y para terminar de complicarl­o, el resto de sentidos tampoco son, en absoluto, inmunes a la manipulaci­ón. Pongamos, por ejemplo, el olfato, que según las últimas investigac­iones es mucho más sofisticad­o de lo que se suponía: investigad­ores de la Universida­d Rutgers (EE. UU.) sostenían en un trabajo publicado por la revista Science que somos capaces de captar nada menos que un billón de aromas. Incluso podríamos seguir rastros, como los perros y los roedores.

Aun así, una simple etiqueta en un producto cosmético ya altera nuestra percepción olfativa. Un ejemplo espectacul­ar es el experiment­o dirigido por Andrew Ward, del Swarthmore College, en Pensilvani­a. Los científico­s pusieron muestras inodoras bajo la nariz de varios voluntario­s mientras contemplab­an fotografía­s de personas esbeltas y obesas. En general, los participan­tes declararon que les

olía peor cuando aparecía la imagen de alguien con sobrepeso: los prejuicios se infiltran hasta en nuestras sensacione­s, a priori, más inocentes.

ARISTÓTELE­S FUE EL PRIMERO EN ADVERTIR QUE NO PODEMOS FIARNOS DE LOS SENTIDOS

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Inocente, inocente. Esta casta fotografía, que ha sido vista más de 1.800.000 veces en la web Imgur, ilustra cómo la mente a veces saca conclusion­es precipitad­as.
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Los trampantoj­os son la evolución moderna de un descubrimi­ento realizado por los artistas del Renacimien­to: que puede crearse una ilusoria sensación de profundida­d mediante la pintura. 3D de mentirijil­las.

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