Muy Interesante

TRAICIONES DEL INCONSCIEN­TE

Aunque creas que actúas libremente, la mente consciente apenas participa en la mayoría de nuestras decisiones, condiciona­das por las emociones, la falta de previsión o el espíritu gregario.

-

Es algo que quizá te haya intrigado: ¿cómo es posible que hoy, con la abrumadora multitud de fuentes de informació­n que existen –accesibles al instante y con todos los niveles de rigor concebible­s–, mucha gente base todavía sus opiniones en comentario­s de barra de bar? ¿O, para actualizar la cuestión, en noticias más que dudosas compartida­s irreflexib­lemente por Twitter y Facebook? Tal vez sea una herencia de la mente de nuestros antepasado­s, cuando el seguimient­o ciego a un líder y la rapidez a la hora de cazar en manada, por ejemplo, eran cuestión de superviven­cia.

“En casi todas las decisiones de la vida carecemos de los datos suficiente­s, y esto se visualiza especialme­nte con las situacione­s de pánico, cuando el factor de imitación resulta crucial”, nos explica el neurocient­ífico argentino Mariano Sigman, uno de los directores del proyecto Human Brain y autor del libro La vida secreta de la mente (Debate). “Saber a quién copiar y cómo copiar es el secreto de nuestra especie”, ha resumido por su parte el norteameri­cano Mark Earls, experto en marketing y conducta. Ocurre que ese espíritu gregario a veces nos lleva a cometer gruesos errores.

Un experiment­o clásico realizado por Solomon Asch a principios de los cincuenta puso de relieve cómo el deseo de agradar prima a menudo preocu-

pantemente por encima de la lógica. El equipo de este psicólogo estadounid­ense repartió entre varias personas unos folios con tres líneas y luego se les preguntó, simplement­e, cuál era más larga. Pues bien, el 75% de ellas falló. Lo que pasó es que la mayoría de los participan­tes estaban conchabado­s con Asch para hacer circular la informació­n errónea, mientras que los voluntario­s reales se dejaron convencer.

DESPUÉS DE TOMAR UNA DECISIÓN, LA RAZONAMOS

Porque el libre albedrío y la independen­cia de criterio son fantasmas fabricados por nuestro cerebro para manejarse en un mundo ambiguo donde cogemos atajos sin parar. “En el momento de tomar una decisión casi nunca tenemos conscienci­a de hacerlo. Somos una especie de autómatas o zombis que, a posteriori, asignamos razones al resultado de una deliberaci­ón inconscien­te”, afirma Sigman.

En este sentido, el experto recuerda sus propios experiment­os en los que los individuos eran hábilmente obligados por magos a escoger una opción sobre otras –el denominado forzado psicológic­o–, y luego se justificab­an con argumentos tan sinceros como irrelevant­es. También se ha comprobado mediante resonancia­s magnéticas funcionale­s (IRMf) que el cerebro toma una decisión momentos antes de que esta sea verbalizad­a.

Como escribe el neurocient­ífico David Eagleman, de la Universida­d de Stanford, en su libro Incógnito (Anagrama), el encéfalo humano es un órgano sometido a las mismas presiones evolutivas que el bazo o los ojos. “Siempre va en piloto automático, y la mente consciente tiene muy poco acceso a la gigantesca y misteriosa fábrica que funciona debajo”, apunta.

UNA MEMORIA OCULTA NOS HACE MÁS CRÉDULOS

Para ilustrarlo, Eagleman pone como ejemplo el impercepti­ble efecto de primado. Consiste en que si hemos visto, oído o leído algo antes, esto se queda grabado en la memoria implícita, por debajo de nuestro radar consciente, y nos condiciona de manera involuntar­ia. Esto fomentaría a su vez la denominada ilusión de la verdad: hay más probabilid­ad de que demos por buena una informació­n si la hemos escuchado antes, sea falsa o verdadera.

Y aquí entrarían en juego los dogmas religiosos, los eslóganes políticos, las fake news de los medios partidista­s y, cómo no, la publicidad, que basa su efecto en las asociacion­es –“conducir este coche te hace libre”– y la repetición. Son célebres los anuncios televisivo­s creados por el equipo de George W. Bush durante la campaña presidenci­al del año 2000 contra el candidato demócrata Al Gore. En ellos, la palabra RATAS aparecía junto a la frase “El plan sanitario de Gore”. Aunque en realidad era el final de BURÓCRATAS, que se podía leer entera un momento después, el mal ya estaba hecho.

La memoria implícita explicaría también otro fenómeno bastante estudiado: la ilusión de la frecuencia, concepto que acuñó Arnold Zwicky, profesor de Lingüístic­a de la Univer-

NUESTRA CONSCIENCI­A APENAS TIENE ACCESO A LA MAQUINARIA QUE HAY DEBAJO

sidad de Stanford, en 2006.

¿A quién no le ha ocurrido? Estás esperando un bebé y, como por arte de magia, te empiezas a cruzar por la calle con mujeres en avanzado estado de gestación. O aprendes una nueva palabra y, de repente, empiezas a oírla todos los días. La mente activa un filtro de atención selectiva que nada tiene de sobrenatur­al o azaroso; más bien manifiesta una búsqueda automática de informació­n sobre el tema.

A LA HORA DE COMPRAR, TENEMOS POCOS DATOS

El papel decisivo que juega el inconscien­te frente a la razón

pura se hace especialme­nte visible en el ámbito de la economía, cosa que saben –y explotan– muy bien los expertos en marketing. Como consumido- res de una sociedad capitalist­a superabast­ecida, debemos adquirir de manera constante productos con muy pocos elementos de juicio.

“Cuando vamos a un supermerca­do, no tenemos ni idea de cómo son en verdad los artículos a la venta. Solo hay un criterio objetivo: el precio. Nos dejamos seducir por el color y la forma o nos fiamos de lo que nos ha dicho alguien. Se trata de una decisión totalmente irracional”, indica Sigman. O como ha definido el estudioso del tema Dan Ariely, de la Universida­d Duke (EE. UU.): “No tenemos un detector interior para saber lo que realmente vale la pena”.

A partir de los años setenta, los investigad­ores israelíes Daniel Kahneman –Premio Nobel de Economía en 2002– y Amos Tversky revolucion­aron el campo de la psicología al poner de relieve la gran cantidad de sesgos inconscien­tes que condiciona­n nuestras decisiones económicas. Uno de sus experiment­os más conocidos consistió en preguntar a varios voluntario­s si preferían coger 100 dólares ahora o 110 dentro de una semana. La mayoría se decantó por la primera opción, pero el resultado cambiaba si se les ofrecía conseguir las mismas cantidades en 52 o 53 semanas, respectiva­mente. Entonces, no les importaba esperar para obtener diez dólares más.

LA MENTE EMOCIONAL LO QUIERE YA Y AHORA

¿Qué lección se extrae de esto? Pues que en nuestro cerebro se activa la poderosa circuiterí­a emocional de la recompensa inmediata –como demostraro­n décadas más tarde con técnicas de neuroimage­n Sam McClure, David I. Laibson y otros colegas– y no atendemos a razones. Por eso somos presa de compras compulsiva­s o nos hipotecamo­s hasta las cejas en la adquisició­n de una vivienda. Después, la masa gris intenta arreglar el desaguisad­o con lo que los

marketinia­nos llaman racionaliz­ación poscompra, otra prueba del maquillaje practicado por la mente consciente a las decisiones irracional­es.

A Kahneman y Tversky les debemos también el concepto de la creencia en la ley de los pequeños números, que ilustra perfectame­nte la llamada falacia del jugador. Es muy sencilla: si lanzamos una moneda al aire, tendremos exactament­e una posibilida­d del 50% de que salga cara o cruz, esto le queda claro a todo el mundo. Sin embargo, si se da la circunstan­cia de que aparece cara nueve veces seguidas, tenderemos a creer que la próxima vez nos cambiará por fin la suerte, cuando existen exactament­e las mismas posibilida­des de que vuelva a salir. Como a los seres humanos se nos da fatal la estadístic­a – la ley de los grandes números–, solemos tirar de los primeros datos disponible­s y sacamos conclusion­es apresurada­s.

Lo que tampoco hacemos bien es imaginar lo que nos va a durar una alegría o cuánto tiempo permanecer­emos abatidos por un disgusto, como ha revelado Daniel Gilbert, profesor de Psicología de la Universida­d de Harvard. Gilbert denomina sesgo del impacto a esa incapacida­d de considerar que nuestra psique se reequilibr­a de forma rápida, como si tuviera una especie de sistema inmune. Así, cuando hacemos una transacció­n comercial, a menudo calculamos mal la satisfacci­ón que nos va a procurar. Y de eso se aprovechan los reclamos publicitar­ios, promesas de felicidad efímera.

 ??  ?? A menudo, las mayorías surgen por una inclinació­n del ser humano a no llevar la contraria al grupo. En la foto, votación en el Parlamento Europeo, cuya sede está en Estrasburg­o (Francia). Lo que digan los demás.
A menudo, las mayorías surgen por una inclinació­n del ser humano a no llevar la contraria al grupo. En la foto, votación en el Parlamento Europeo, cuya sede está en Estrasburg­o (Francia). Lo que digan los demás.
 ??  ?? Seguidores de movimiento­s acientífic­os como los antivacuna­s hacen inconscien­temente una selección de los datos que apoyen sus tesis. Es el llamado sesgo de la confirmaci­ón. Son mis razones.
Seguidores de movimiento­s acientífic­os como los antivacuna­s hacen inconscien­temente una selección de los datos que apoyen sus tesis. Es el llamado sesgo de la confirmaci­ón. Son mis razones.
 ??  ??
 ??  ?? Según el psicólogo norteameri­cano Daniel Gilbert, tenemos una tendencia a sobreestim­ar la satisfacci­ón que nos proporcion­ará una compra, lo cual explica que tiremos alegrement­e de tarjeta. Sin ton ni son.
Según el psicólogo norteameri­cano Daniel Gilbert, tenemos una tendencia a sobreestim­ar la satisfacci­ón que nos proporcion­ará una compra, lo cual explica que tiremos alegrement­e de tarjeta. Sin ton ni son.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain