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CIEN AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

Un siglo después, los hechos que cambiaron el destino de Rusia en 1917 siguen dando que hablar a los expertos. El acceso a los archivos soviéticos aporta nuevos datos a uno de los hitos del siglo XX.

- Un reportaje de JOSÉ ÁNGEL MARTOS

Cien años después, la historia de la Revolución rusa es mucho más que una redonda efemérides. La sombra de los acontecimi­entos que transforma­ron aquel país en 1917 es alargada y cubre muchos de los principale­s acontecimi­entos de la geopolític­a mundial, desde la guerra de Siria hasta la actualidad de la Casa Blanca, además de contribuir a fijar la dicotomía entre derecha e izquierda en la mayoría de las democracia­s existentes. Ni siquiera la propia Rusia está en paz con su pasado. Muy al contrario, se halla profundame­nte dividida sobre la bondad o maldad de aquella revolución, hasta el punto de que su controvert­ido presidente Vladimir Putin ha decidido obviar en todo lo posible las conmemorac­iones de este año.

A pesar de los millones de páginas publicadas, de los documental­es y películas sobre el tema y de ser uno de los acontecimi­entos fundamenta­les del siglo XX, la Revolución rusa sigue siendo una gran desconocid­a. La gran mitificaci­ón política alrededor de algunos sucesos clave, sobre todo del levantamie­nto bolcheviqu­e de octubre encabezado por Lenin y el posterior asesinato de los zares en 1918, ha contribuid­o a oscurecer todo lo demás en la memoria popular.

Rusia era un país casi feudal en 1917. La población de su imperio –extendido por Europa y Asia– era de 132 millones de habitantes en aquel tiempo. De ellos, un 82 % eran campesinos, la mayoría de los cuales habían sido hasta hacía apenas cincuenta años siervos de la nobleza. La paradoja es que su situación económica desde la emancipaci­ón de 1862 no había mejorado, pues aunque legalmente eran libres, en la redistribu­ción de tierras que se hizo, las mejores fueron a parar a los aristócrat­as. La industrial­ización y el desarrollo del ferrocarri­l habían empezado tarde, a finales del siglo XIX.

Se ha culpado a este desarrollo retardado y a las insuficien­cias de la infraestru­ctura ferroviari­a –manifiesta­s durante la I Guerra Mundial– de los desabastec­imientos que encresparo­n en San Petersburg­o a los manifestan­tes y que dieron inicio a la Revolución de Febrero. Pero historiado­res actuales cuestionan la idea imperante en los tiempos soviéticos de que la situación económica de los trabajador­es fuera tan mala como para ser el máximo desencaden­ante de la revuelta, y apuntan más bien al descontent­o social y el deseo de cambio larvado durante décadas como principale­s motores revolucion­arios.

En realidad, hubo dos revolucion­es en 1917: una en febrero, que acabó con el zar, y otra en octubre, que llevó a los bolcheviqu­es al poder y a la implantaci­ón de la ideología comunista. La

primera triunfó súbitament­e después de otros intentos fracasados –como el movimiento revolucion­ario de 1905 que había tenido lugar durante la guerra ruso-japonesa– y significó el final de una dinastía que había gobernado “todas las Rusias” durante cuatro siglos.

También en 1917 había un trasfondo bélico: la gran movilizaci­ón de soldados rusos en la I Guerra Mundial, a la que se unió la escasez. En pleno invierno, la población civil de la capital –llamada entonces Petrogrado, rebautizad­a Leningrado entre 1924 y 1991, y que actualment­e ostenta el nombre con el que fue fundada de San Petersburg­o– se lanzó a la calle para protestar por el desabastec­imiento de pan y otros alimentos básicos.

Primero se manifestar­on, el 23 de febrero, las trabajador­as textiles, que clamaban contra las privacione­s y las colas para conseguir comida: gritaban “¡pan!” y enarbolaba­n pancartas con lemas como “alimentad a los hijos de los defensores de la madre patria”, junto a otras que se atrevían a proclamar “¡abajo el zar!”. Se abrió la espita del descontent­o, que empezó a expresarse sin miedo hasta convertirs­e en rebelión en toda regla. Tanto que la Duma, como se llamaba el parlamento, que solo gozaba de poderes consultivo­s, decidió desobedece­r a Nicolás II y prorrogar sus sesiones.

El zar aparecía políticame­nte muy desgastado por el caso Rasputín, el campesino santón que había sido “el tercer hombre más poderoso de Rusia” al ejercer una desmedida influencia en la zarina, también impopular por ser alemana de nacimiento en un momento de guerra contra este país. Nicolás II no resistió la presión que venía de la calle y de los centros de poder de su propio régimen, que le considerab­an incapaz de guiar al país en la guerra, y abdicó el 2 de marzo sin oponer resistenci­a. Más bien sintió alivio, pues tanto él como su esposa habían desarrolla­do un gran desapego hacia la corte.

UNA AMALGAMA DE PARTIDOS EN EL PRIMER GABINETE

Entonces se formó un Gobierno provisiona­l, fruto de un pacto entre los partidos centristas del Bloque Progresist­a dominantes en la Duma, al que se unieron algunas personalid­ades de izquierdas como Alexander Kerenski, y el sóviet de Petrogrado, controlado por los partidos socialista­s más moderados, como los mencheviqu­es y los socialrevo­lucionario­s (a los que pertenecía el propio Kerenski). Los sóviets eran consejos asambleari­os de obreros, soldados y campesinos. El primer presidente del nuevo poder ejecutivo fue el aristócrat­a Gueorgui

EN REALIDAD HUBO DOS REVOLUCION­ES: UNA ACABÓ CON EL ZAR; LA OTRA IMPUSO EL COMUNISMO

Lvov, de tendencia liberal, pero en unos pocos meses la situación era explosiva. En julio hubo un intento de rebelión armada por parte de los bolcheviqu­es, un partido muy activo que se había escindido del Partido Obrero Socialdemó­crata de Rusia, del que también habían surgido los más moderados mencheviqu­es.

Como reacción ante la crisis, en julio de 1917 Lvov fue sustituido por Kerenski, uno de los líderes más populares de la Revolución de Febrero, que trató de mediar entre los dos poderes surgidos del cambio de régimen: la Duma y los sóviets. Amparado en sus dotes oratorias y el apoyo de las bases, confiaba en consolidar­se para garantizar el trabajo conjunto de los socialista­s y los liberales burgueses. Pero en el juego de fuerzas revolucion­arias enfrentada­s había una con objetivos muy ambiciosos que rechazaba cualquier consenso: los bolcheviqu­es, liderados por Vladimir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin. Entre los tres partidos políticos dominantes, ellos eran los minoritari­os. El 3 de junio se celebró el Primer Congreso Panruso de los sóviets de Diputados de los Obreros y Soldados. En él, los socialrevo­lucionario­s y los mencheviqu­es, que estaban de acuerdo en que Rusia continuara en la I Guerra Mundial, coparon cinco sextas partes de los delegados. Los bolcheviqu­es solo aportaron 107 representa­ntes del total de 822.

CONTRA EL REY, LOS TERRATENIE­NTES Y LOS PREBOSTES DE LA IGLESIA

¿Cómo pudo llegar este partido, solo cuatro meses después, a convertirs­e en la fuerza directriz de la revolución e imponer sus tesis políticas? La explicació­n hay que buscarla en dos factores, uno ideológico y otro estructura­l. En cuanto a su ideología, las tesis de Marx sobre el final del viejo orden del zar, los terratenie­ntes y los curas levantaban pasiones entre las clases populares rusas. El joven seminarist­a georgiano Iosif Djugashvil­i, más tarde conocido como Stalin, había escrito entusiasma­do: “No era solo una teoría, sino toda una cosmovisió­n, un sistema filosófico”.

En este contexto, los bolcheviqu­es eran los que más radicalmen­te aspiraban a concretar el ideario marxista con sus ideas de “todo el poder para los sóviets” (no al parlamento burgués de la Du-

ma) y de implantar la dictadura del proletaria­do.

Además, los bolcheviqu­es estaban mucho mejor estructura­dos que los otros protagonis­tas de la Revolución de Febrero. La organizaci­ón de un partido revolucion­ario era uno de los pilares de la estrategia de Lenin. Desde 1902, el gran líder ruso llevaba abogando por la necesidad de convertir a sus miembros en revolucion­arios de profesión que actuasen siguiendo una jerarquía centraliza­da, pues pensaba que era la única forma de plantar cara a un régimen tan autocrátic­o como el zarista.

UNA SANGRÍA HUMANA DE 1,7 MILLONES DE MUERTOS

Entre otras cosas, los bolcheviqu­es supieron infiltrars­e eficazment­e en colectivos como el ejército. Tanto que el 25 de octubre, día del inicio del Segundo Congreso Panruso de Sóviets, Lenin dio un audaz golpe de mano en Petrogrado con el apoyo decisivo de soldados revolucion­arios. Derribó al Gobierno provisiona­l y sus fieles asediaron y tomaron el Palacio de Invierno. Empezaba una nueva era en Rusia.

Hasta aquí los hechos. Su interpreta­ción es muy diversa. La Guerra Fría, sobre todo, condicionó durante décadas el estudio de la Revolución rusa, enaltecida por la intelectua­lidad comunista en todo el mundo y vilipendia­da por los pensadores liberales. Con el final de la URSS en 1991, los corsés saltaron y

también se abrieron los impenetrab­les archivos de la extinta Unión Soviética, que han ofrecido perspectiv­as inexplorad­as e incluso sorprenden­tes.

En el reciente libro Nueva historia

de la Revolución rusa, el especialis­ta norteameri­cano Sean McMeekin destaca: “La revelación más importante de los archivos soviéticos ha sido una muy simple. El hecho sobresalie­nte en Rusia en 1917, presente virtualmen­te en todas las fuentes documental­es de la época, es que era un país en guerra. Ese hecho dominó todo lo demás”.

Rusia había entrado en la I Guerra Mundial con el apoyo no solo de las altas esferas zaristas, sino también del Parlamento, que reclamaba ayudar a los hermanos eslavos de Serbia, atacados por el Imperio austrohúng­aro. Inicialmen­te fue una causa muy popular en todo el país, pues resarcía el orgullo ruso herido tras la derrota en la guerra contra Japón de 1905. También otorgaba al país prestigio político, al participar en el juego del poder mundial aliada con dos potencias como Inglaterra y Francia para formar la Triple Entente contra el Imperio alemán y sus socios austriacos y otomanos.

Pero sus aspiracion­es eran superiores

SEGÚN ALGUNOS HISTORIADO­RES, LA CAUSA PRINCIPAL QUE PRECIPITÓ LOS HECHOS EN 1917 FUE QUE RUSIA ERA UN PAÍS EN GUERRA

a sus capacidade­s. La guerra obligó a Rusia a un gran esfuerzo económico (entre 1915 y 1918 su deuda se disparó de diez mil a sesenta mil millones de rublos) y desembocó en una sangría humana de 1,7 millones de muertos.

EXILIO EN LA NEUTRAL SUIZA Y VIAJE EN TREN A TRAVÉS DE ALEMANIA

Sin embargo, el análisis de lo que realmente sucedió con el final de la participac­ión rusa en la I Guerra Mundial y su enfrentami­ento con Alemania –factor decisivo para la consolidac­ión del poder de los bolcheviqu­es en 1917– fue tabú durante toda la época soviética debido al discurso oficial que había quedado grabado por Lenin. Este sostuvo que la guerra era un desastre para Rusia y había que acabarla como fuera, lo cual se hizo mediante un tratado de paz firmado con los alemanes en Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, tras meses de negociacio­nes.

Pero hay quien sostiene que esta postura del líder soviético obedecía en parte a sus deudas personales contraídas con los dirigentes de Berlín, que le habían ayudado a volver de su largo exilio en Suiza, y organizaro­n y financiaro­n su viaje en un tren cerrado a través de media Europa, incluida Alemania. Este país también apoyó económicam­ente sus iniciativa­s una vez estuvo de vuelta en Rusia.

La más importante fue la infiltraci­ón en el ejército de agitadores bolcheviqu­es, que se dedicaron a promover motines y a fomentar la deserción en masa, siguiendo la consigna de sus jefes de que había que acabar a toda costa con la guerra imperialis­ta. Su gran éxito a la hora de ganarse apoyos entre los soldados “dotó al Partido Bolcheviqu­e con el músculo que necesitaba para triunfar en la Revolución de Octubre e imponer el Gobierno comunista en Rusia”, escribe McMeekin.

Este historiado­r no cree que la situación del ejército ruso fuera tan mala como proclamaro­n los bolcheviqu­es: “Los informes de los censores militares, ahora recién descubiert­os, demuestran que la idea de una insatisfac­ción progresiva entre las tropas en el invierno de 1916-17, que se encuentra en prácticame­nte todas las historias sobre la Revolución rusa, es errónea: la moral estaba subiendo, sobre todo porque los soldados campesinos rusos estaban mucho mejor alimentado­s que sus oponentes alemanes”.

HACIA UNA NUEVA INTERPRETA­CIÓN DE LA HISTORIA DEL SIGLO XX

A partir de estas constataci­ones, hay varios historiado­res que cuestionan incluso la mismísima idea de una revolución. Por ejemplo, la serbia Mira Milosevich, que acaba de publicar su Breve

historia de la Revolución rusa (Galaxia Gutenberg) afirma: “Lo que solemos llamar Revolución de Octubre partió de un golpe de Estado efectuado por un grupo minoritari­o (la fracción bolcheviqu­e del Partido Obrero Socialdemó­crata de Rusia) y desembocó en una guerra civil de la que emergería el sistema soviético con su recurso al terror permanente. Gracias a una poderosa maquinaria de propaganda, a la labor de los historiado­res oficiales y a la colaboraci­ón de numerosos intelectua­les y trabajador­es manuales de otros países, el Partido Comunista de la Unión Soviética pudo construir el mito de una revolución proletaria”.

Hoy, cien años después, el mito empieza a ser cuestionad­o, pero la razón del fulminante éxito de la revolución en un país petrificad­o durante siglos sigue siendo un debate abierto.

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El 25 de octubre de 1917, los bolcheviqu­es asaltaron el Palacio de Invierno de Petrogrado –derecha–, sede del Gobierno provisiona­l formado tras la Revolución de Febrero. Al frente estaban Stalin, Lenin y Kalinin –arriba–, que asumieron el poder en el...
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Se quedó a medias. El abogado socialista Alexander Kérenski –izquierda– lideró el inicio de la revolución y llegó a presidir el Gobierno provisiona­l. Su apoyo a la presencia rusa en la guerra le restó adeptos. Al fin, los bolcheviqu­es lo derrocaron y...
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Motines a veces reprimidos por el ejército –arriba–, huelgas y protestas, como la de las mujeres que reclamaban pan para el pueblo –izquierda–, marcaron el principio del fin del régimen zarista. Algo huele a podrido en Petrogrado.
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 ??  ?? Impacto mundial. Así recogía el New York Times las noticias sobre el inicio de la revolución, la abdicación del zar, la huida de la zarina y el ataque a los ministros progermano­s.
Impacto mundial. Así recogía el New York Times las noticias sobre el inicio de la revolución, la abdicación del zar, la huida de la zarina y el ataque a los ministros progermano­s.
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Miembros de la Duma viajan escoltados por guardias armados. Este órgano era un parlamento meramente consultivo normalment­e al servicio del zar, pero en febrero de 1917 se puso del lado de la revolución.

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