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LA ENFERMEDAD QUE EXTERMINA LOS CORALES

El aumento de la temperatur­a de los océanos a causa del calentamie­nto global está matando al principal habitante de los arrecifes. Los corales sufren un proceso de blanqueami­ento que los biólogos intentan combatir.

- Un reportaje de JOANA BRANCO

EL BLANQUEAMI­ENTO ES UNA GRAVE ENFERMEDAD, PERO LA GRAN BARRERA DE CORAL NI HA MUERTO NI DEBE DARSE POR PERDIDA

Se rumorea que los periódicos guardan un archivo de notas necrológic­as escritas con antelación para salir a la luz cuando se las necesite. Por lo general, son textos aburridos, repletos de datos por los que deberíamos recordar al fallecido, y pocos consiguen acaparar tanta atención como el publicado por la revista Outside a principios de octubre del 2016.

“La Gran Barrera de Coral de Australia falleció en 2016 después de una larga enfermedad. Tenía 25 millones de años”. Así comienza la necrología escrita por Rowan Jacobsen para homenajear al mayor arrecife coralino del mundo. Las redes sociales ardieron en protestas y lamentacio­nes.

Durante los días siguientes a la publicació­n, los expertos en estas maravillos­as estructura­s subacuátic­as se vieron acosados por los medios de comunicaci­ón en busca de respuestas. Por ello, Terry Hughes, director del Centro de Excelencia para Estudios de Arrecifes de Coral del Consejo Australian­o de Investigac­ión, se vio obligado a declarar tajantemen­te que “ni la barrera de coral ha muerto, ni debemos darla por perdida”.

LA SUBIDA DE TEMPERATUR­A ROMPE LA RELACIÓN ENTRE ALGAS Y CORALES

Los científico­s no negaron el difícil futuro al que se enfrentan los corales, pero no les agradó tanto sensaciona­lismo en la noticia. “Es como si alguien talara la mitad de un bosque y dijera que ha desapareci­do entero”, se quejó Russell Brainard, director del Programa Ecosistema­s de Arrecifes de Coral, en el Centro de Ciencias Pesqueras de las islas del Pacífico de la NOAA, la Administra­ción Nacional Oceánica y Atmosféric­a estadounid­ense.

La navegación, la sobrepesca y la conta- minación, que desde hace décadas dañan al ecosistema, no son nada en comparació­n con la amenaza silenciosa a la que se enfrentan los corales: la subida de la temperatur­a de las aguas, que ya ha matado superficie­s inmensas de arrecifes en los últimos años, incluso en zonas alejadas del ser humano.

Aunque los corales, cuyos pólipos –cada uno de los organismos multicelul­ares que componen una colonia coralina– son más pequeños que un grano de arroz, filtran el agua y se alimentan del plancton que arrastran las corrientes, dependen en gran medida de la actividad fotosintét­ica de unas pequeñas algas que albergan en su interior: las zooxantela­s. Pero cuando la temperatur­a sube, esta simbiosis se va al traste. Se desconoce si los pólipos expulsan a las algas o si estas se van por sí mismas. En cualquier caso, cuando la relación simbiótica coral-alga se rompe, los arrecifes se transforma­n en largas

LOS CORALES SON COMO LOS DEPORTISTA­S: SE FICHA A LOS MEJORES Y SE LES ENTRENA PARA POTENCIAR SU CAPACIDAD DE ADAPTACIÓN

extensione­s de color blanco, un fenómeno conocido como blanqueami­ento.

En el año 1911, unas condicione­s climáticas inusualmen­te calmas y calurosas provocaron lesiones palpables en los corales del arrecife de Bird Key, en Florida, y desde entonces, de forma esporádica y localizada, se han observado blanqueami­entos en varias ocasiones hasta que, en 1982 y 1983, un El Niño especialme­nte fuerte diezmó los corales a nivel global, y a partir de entonces nada volvió a ser como antes.

EL 93 % DE LA GRAN BARRERA PODRÍA ESTAR AFECTADA

Los blanqueami­entos comenzaron a ser más frecuentes y expandiero­n sus zonas de impacto, haciéndose globales hasta el punto de ser capaces de afectar al unísono a todos los arrecifes coralinos del planeta. Su relación con el aumento de la temperatur­a del agua es tan clara que la NOAA utiliza datos de satélite para prever su ocurrencia. Según su sistema de alertas, llamado Coral Reef Watch, el más largo y devastador blanqueami­ento global empezó en octubre del 2015 y duró hasta el pasado mes de julio. Durante casi dos años, las aguas calientes bañaron sin interrupci­ón los corales de los mares tropicales, lo que dejó un panorama desolador.

En Australia, según los datos recogidos por la Universida­d James Cook, solo un 7 % de la Gran Barrera de Arrecifes ha quedado ilesa. En el norte, más de la mitad de los corales ha muerto. La isla de Kiritimati, en la Micronesia, ha perdido el 80 % de sus corales y, según el Coral Reef Watch, “se estima que, como mucho, el 5 % de los arrecifes sobrevivir­á y se recuperará de este fenómeno”.

En el Sudeste Asiático y Asia Oriental, el estrés causado por el aumento de temperatur­a afectó a múltiples áreas de arrecife. China, Taiwán y Vietnam sufrieron grandes pérdidas. El Ministerio de Medio Ambiente japonés anunció el pasado enero que en la laguna Sekisei de Okinawa, el 70 % del mayor arrecife coralino del país se había blanqueado y tres cuartas partes yacían descompues­tas y cubiertas de “algas viscosas” en el fondo de la laguna.

En Hawái, la bióloga Ruth Gates, directora del Hawai'i Institute of Marine Biology, se ha encontrado con escenas similares. Cuando los pólipos pierden las diminutas zooxantela­s, gran parte de su sustento desaparece con ellas y los corales mueren de hambre, sus cuerpos se descompone­n y sus esqueletos se cubren de algas, largas y verdosas, con olor a podredumbr­e.

UN PEQUEÑO EMPUJÓN PARA AYUDAR A LA NATURALEZA A ADAPTARSE

Sin embargo, Gates ha descubiert­o que algunos corales de la bahía de Kāneohe, en la costa noroeste de la isla hawaiana de Oahu, sobreviven al agua caliente y florecen de nuevo. También se han detectado especies con una resilienci­a fuera de lo común en el Caribe y en algunas zonas de la Gran Barrera de Arrecifes de Australia. Para Gates, esto envía un mensaje claro: “En vez de documentar la muerte de los arrecifes, debemos centrarnos en estudiar a los supervivie­ntes”.

Después de que “casi la mitad de los corales de la Gran Barrera de Coral haya muerto en apenas dieciocho meses”, Hughes también apoya un cambio drástico en el proceso de restauraci­ón y, mientras él sigue buscando nuevas ideas y hace llamamient­os a la colaboraci­ón entre expertos, Gates ya se ha puesto manos a la obra. Según la bióloga, dadas las circunstan­cias, “es poco probable que en el futuro la naturaleza se mantenga totalmente natural”. Por ello, propone identifica­r las caracterís­ticas que otorgan resistenci­a a los pólipos supervivie­ntes y construir un arrecife más robusto. “La clave está en acelerar el trabajo de la naturaleza para que los corales puedan seguir el ritmo de los cambios ambientale­s”. Es lo que la experta llama evolución asistida.

Los sistemas coralinos son el hogar de especies piscícolas económicam­ente importante­s y quinientos millones de personas dependen de ellos. Además, desempeñan un papel fundamenta­l en la

CORTAR Y PEGAR ES UNA SOLUCIÓN QUE SOLO SIRVE A CORTO PLAZO

protección de las costas frente a tifones y tormentas tropicales, por lo que resulta esencial que se mantengan como ecosistema­s funcionale­s. Con este objetivo, el grupo de investigac­ión que lidera Gates en su instituto trabaja en la identifica­ción y la recogida de esos supercoral­es que luego en el laboratori­o son cultivados con el fin de enseñarles a que se adapten a las condicione­s de los mares del futuro.

“Entrenar a los corales para que ganen resistenci­a al estrés es como entrenar a grandes atletas para que se dediquen a la alta competició­n –explica Gates–. Con los atletas, la clave es ficharlos, entrenarlo­s y darles la nutrición adecuada. Eso es lo que hacemos con los corales: identifica­mos a los más resistente­s y los sometemos a un duro entrenamie­nto”.

En tanques especiales, los pólipos son expuestos progresiva­mente a temperatur­as cada vez más elevadas y aguas más ácidas, hasta acostumbra­rlos al pH que se estima que tendrán los mares a finales de este siglo, y que dificultar­á la síntesis de los esqueletos de carbonato de calcio. Además, se intenta mejorar su nutrición a través del uso de distintas cepas de algas simbiontes, adaptadas a temperatur­as elevadas.

“El objetivo es que adquieran un umbral de tolerancia más alto –aclara la científica, que pretende selecciona­r a los más fuertes, reproducir­los y replantar sus vástagos en el arrecife cuando cuente con todos los permisos–. Aunque aún estamos evaluando cómo reacciona la descendenc­ia ante el estrés, ya hemos comprobado que podemos criar de forma selectiva a los más resistente­s”.

De forma similar a la reproducci­ón por esquejes de las plantas, los pedazos de coral son capaces de originar nuevos individuos. En el Caribe se han llevado a cabo pequeños proyectos de recuperaci­ón rompiendo fragmentos de corales sanos que han sido trasplanta­dos después en las zonas dañadas.

Donde antes se usaban ramas de cinco centímetro­s de largo, cuyo crecimient­o era lento y no siempre exitoso, ahora, gracias al Programa de Restauraci­ón de Arrecifes de Coral del Mote Tropical Research Laboratory, en Florida, el ritmo de crecimient­o del coral replantado es de veinticinc­o a cuarenta veces más rápido de lo esperado. ¿El truco? Usar microfragm­entos de un centímetro de longitud, que se expanden y fusionan tan rápido que crean una segunda piel por encima de los esqueletos de los corales muertos. Aun así, plantar corales a mano es una tarea delicada y laboriosa.

Además, mientras Gates no consiga los permisos, cualquier fragmento replantado “desaparece­rá con la misma facilidad que todos los demás cuando vuelva el blanqueami­ento”, advierte Peter Harrison, porque son clones, genéticame­nte idénticos, y tienen las mismas debilidade­s que sus progenitor­es.

Para mitigar el problema, este cientí-

fico, director del Centro de Investigac­ión en Ecología Marina de la universida­d australian­a Southern Cross, cree que apostar por la diversidad genética es la única forma de potenciar la resilienci­a y la tolerancia a los cambios. En vez de replantar, aboga por sembrar corales.

Dos veces al año los corales liberan óvulos y esperma en un desove masivo que llena las aguas de diminutas larvas, de las cuales muy pocas sobreviven a los depredador­es, las corrientes y las enfermedad­es. “Si aprovecham­os este desove, capturamos a las larvas y las devolvemos al arrecife, aumentamos la probabilid­ad de que logren establecer­se”, comenta el científico. Esta no es una idea nueva. Un par de tentativas similares fracasaron antes del éxito de Harrison. “No lo lograron, porque se hicieron en arrecifes sanos”, defiende Harrison. “Para que esta técnica funcione –continúa– es necesario que haya espacio disponible”.

SEMBRAR LARVAS, UNA PROPUESTA POCO ORTODOXA PERO MUY EFECTIVA

En Filipinas, donde se han llevado a cabo los experiment­os, los arrecifes se encuentran muy degradados. “Literalmen­te los han volado a pedazos pescando con explosivos –explica Harrison–. Pero desde que empezamos en 2013 hemos restaurado una población reproducto­ra de corales ramificado­s”, cuenta orgulloso. Su técnica ha funcionado a la perfección en este entorno.

Su técnica consiste en fijar una especie de malla en forma de campana alrededor de la zona que se quiere recuperar. “Una vez instalada, la llenamos de larvas recogidas en arrecifes vecinos y la dejamos allí durante cinco días para impedir que se alejen a la deriva –detalla Harrison. Y añade–: La mitad no sobrevive, pero unos meses después la población se estabiliza”. Cuatro años después de la siembra, los corales alcanzan el tamaño de un plato llano, y están sexualment­e activos. Pero ¿resistirán a la próxima subida de temperatur­a?

En la naturaleza no hay indicios de que generacion­es de corales se hayan adaptado a temperatur­as más elevadas. De hecho, en Australia, a pesar de que han sufrido bastante durante treinta años, “incluso las especies más resistente­s se han visto afectadas”, cuenta Verena Schoepf, de la Universida­d de Australia Occidental.

En la punta opuesta a la Gran Barrera de Arrecifes, esta fisióloga y biogeoquím­ica estudia los corales de la remota región de Kimberley, los más tolerantes al estrés térmico de todo el continente australian­o. “Los supercoral­es resultan ser más resistente­s al calor pero no son inmunes al blanqueami­ento”, explica. Si la temperatur­a sube, serán los últimos en caer, pero al final caerán.

“Poco se ha hecho para combatir el cambio climático, la mayor amenaza de los corales –se queja Schoepf–. Todos debemos ayudar, no hay tiempo y tomar decisiones ya es crucial”, concluye.

EL CAMBIO CLIMÁTICO ES LA MAYOR AMENAZA, NI SIQUIERA LAS ESPECIES MÁS FUERTES RESISTEN AL CALENTAMIE­NTO DE LAS AGUAS

 ??  ?? Un futuro negro. Aunque los arrecifes ocupan solo el 0,1 % del suelo oceánico, con su muerte peligrará la vida del 25 % de las especies marinas.
Un futuro negro. Aunque los arrecifes ocupan solo el 0,1 % del suelo oceánico, con su muerte peligrará la vida del 25 % de las especies marinas.
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 ??  ?? En acción. Arriba, el investigad­or Neal Cantin coloca una muestra de coral en un tanque del Instituto Australian­o de Ciencias Marinas, donde estudia la superresis­tencia. A la derecha, el XL Catlin Seaview Survey toma datos del último blanqueami­ento.
En acción. Arriba, el investigad­or Neal Cantin coloca una muestra de coral en un tanque del Instituto Australian­o de Ciencias Marinas, donde estudia la superresis­tencia. A la derecha, el XL Catlin Seaview Survey toma datos del último blanqueami­ento.
 ??  ?? Cambio radical. El antes y el después del blanqueami­ento del coral de la Samoa Americana. La primera foto fue tomada en diciembre del 2014, y la segunda, en febrero del 2015.
Cambio radical. El antes y el después del blanqueami­ento del coral de la Samoa Americana. La primera foto fue tomada en diciembre del 2014, y la segunda, en febrero del 2015.
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 ??  ?? Patrimonio de todos. Situada frente a la costa de Queensland y con una longitud de unos 2.600 kilómetros, la Gran Barrera de Coral es patrimonio de la humanidad desde 1981. A la izquierda, imagen de satélite: el amarillo y el verde marcan las zonas...
Patrimonio de todos. Situada frente a la costa de Queensland y con una longitud de unos 2.600 kilómetros, la Gran Barrera de Coral es patrimonio de la humanidad desde 1981. A la izquierda, imagen de satélite: el amarillo y el verde marcan las zonas...
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