DÉJATELLEVAR POR... LA CURIOSIDAD
Este instinto nos hace ser chismosos, pero también impulsa el desarrollo personal y los avances científicos. Si no fuésemos curiosos, no habríamos evolucionado como especie.
En 2012, el diseñador de videojuegos británico Peter Molyneux lanzó Curiosity
What's Inside the Cube?, una especie de puzle que consistía en ir quitando capas de un gran cubo que flotaba en una habitación vacía. Cuando se descargaba el juego, aparecía un texto que lanzaba la pregunta: “¿Eres curioso?”. Solo los que lo eran seguían adelante, porque el único incentivo para excavar los cuadrados pixelados era saber lo que había en el centro de la construcción. Meses después había millones de jugadores que iban quitando capas, cada una de las cuales ofrecía pistas sobre el objetivo final. Mientras, los responsables de marketing aumentaban la incertidumbre con frases como: “Lo que haces mientras juegas es mucho más de lo que crees estar haciendo…”. Por fin, el 26 de mayo de 2013 se anunció que un jugador había llegado al interior del cubo. El resultado quizá decepcionó a muchos, pero el seguimiento de este experimento social, como lo llamó su autor, demostró que la curiosidad es uno de los grandes motores del ser humano. Eso es también lo que intenta probar en su libro
Curiosidad. ¿Por qué todo nos interesa? el físico y divulgador británico Philip Ball. Los logros
de Leonardo da Vinci o Francis Bacon nacen de la necesidad de desentrañar los misterios de lo desconocido. Ball cuenta que en el Renacimiento, en los albores de la razón moderna, existía el oficio de secretista, que buscaba fenómenos ocultos. Giambattista della Porta llegó a fundar una Academia de los Secretos para formar a los que querían curiosear en los arcanos de la naturaleza. Ese mismo espíritu animó a los científicos.
Da Vinci, que se interesó por la geología, el vuelo de las aves, los tanques, el buceo, la anatomía humana, las técnicas pictóricas, los espejos y los instrumentos musicales, dijo: “Vagué buscando respuestas a cosas que no comprendo. Por qué hay conchas en la cima de las montañas. Por qué el trueno dura más tiempo que aquello que lo causa. Por qué se forman círculos de agua alrededor del punto donde ha golpeado una piedra...”.
SENTIMOS INQUIETUD AL VER ALGO SORPRENDENTE Y DESCONOCIDO
El astrofísico Mario Livio acaba de publicar un libro titulado Why?: What
Makes Us Curious (¿Por qué? ¿Qué es lo que nos hace curiosos?) donde cuenta que esa obsesión tan humana por conocer las razones de las cosas ha impulsado todos los avances científicos.
Según Livio, hay otros animales curiosos, pero nosotros somos los únicos que queremos averiguar las causas de lo que ocurre a nuestro alrededor. Este autor divide la curiosidad en dos tipos: la perceptiva, que es la inquietud puntual que se siente al ver algo sorprendente y desconocido; y la epistemológica, que es el amor general por el conocimiento y la continua necesidad de aprender cosas nuevas. La primera es más frecuente en la juventud y la segunda en la madurez.
El afán de saber es una de las bases de nuestra capacidad de aprendizaje. Celeste Kidd y Benjamin Hayden, neurólogos de la Universidad de Rochester, mostraban en un artículo reciente titulado The Psychology and Neuroscience of Curiosity que el estado de curiosidad activa áreas cerebrales relacionadas con la motivación –el núcleo estriado ventral– y con la liberación de dopamina, así como otras –el hipocampo– que tienen que ver con la memoria.
Las resonancias que Kidd y Hayden analizaron revelaban que la curiosidad sirve para decidir lo que queremos o no queremos recordar, pues activa en el cerebro el modo aprendizaje, que ayuda a retener mejor cualquier información asociada a lo que nos intriga y a ignorar el resto. Por eso, los niños son capaces de aprender cientos de nombres de personajes de Pokémon o de futbolistas que les gustan y les cuesta recordar otras cosas. Y esta capacidad se mantiene de adultos.
La curiosidad ha resultado adaptativa para la especie humana. Impulsados
por ella hemos explorado lugares remotos que, cuando han cambiado las condiciones ambientales del planeta, han resultado claves para la supervivencia. Muchos antropólogos sostienen que el triunfo del Homo sapiens tiene que ver con el desarrollo de los lóbulos frontales, en los que reside en gran medida este interés por lo misterioso.
Una reciente investigación dirigida por Jacqueline Gottlieb, del Departamento de Neurociencia de la Universidad de Columbia (EE. UU.), partía de la idea de que cualquier fenómeno psicológico permanente a lo largo de nuestra evolución tiene fundamentos fisiológicos y que, por tanto, la curiosidad debía contar con un software biológico. Después de observar que las personas más curiosas miran antes que las demás hacia el sitio en el que va a aparecer la respuesta a una pregunta que les intriga, encontraron un circuito fisiológico relacionado con esa velocidad de focalización visual. Gottlieb cree incluso que se podría diseñar un algoritmo para saber quiénes son más curiosos a partir de sus movimientos oculares.
LLEVANDO LA CONVERSACIÓN HACIA TERRENOS MÁS ESTIMULANTES
En el mundo actual, la curiosidad bien canalizada puede ser un factor de desarrollo personal, como afirma un estudio dirigido por Frank Fincham, psicólogo de la Universidad de Búfalo (Nueva York). A partir de un test que medía la tendencia de los individuos al reconocimiento y búsqueda activa de experiencias nuevas y desafiantes, Fincham y sus colegas vieron que el grado de curiosidad influye en las oportunidades de crecimiento personal y el nivel de intimidad que desarrollamos cuando nos relacionamos con alguien nuevo.
Esta mayor facilidad para las interacciones se traduce en muchos aspectos. Por ejemplo, los sujetos más curiosos usaban más a menudo técnicas de enfoque (llevar la conversación hacia temas estimulantes) y cuestionamiento (hacer pensar al otro para evitar los tópicos) cuando hablaban con personas que a priori les aburrían. Pero ¿qué potencial tienen los que se dejan guiar por la curiosidad?
El psicólogo Abraham Maslow (19081970) se definía a sí mismo como alguien movido por esa cualidad: “Yo soy una persona a quien le gusta abrir brecha y luego marcharme. Me aburro pronto. Me gusta descubrir, no verificar. Para mí lo más emocionante es el descubrimiento”. Maslow dedicó gran parte de su vida a enumerar algunos de los rasgos de los in-
CUANDO ALGO NOS IMPULSA A ACEPTAR LA AMBIGÜEDAD Y LA INCERTIDUMBRE
La curiosidad parece funcionar como una especie de droga para el cerebro. No solo aumenta la aptitud para procesar determinadas áreas que nos fascinan, sino que estimula la capacidad general de aprendizaje. Un estudio del neurólogo de la Universidad de Cardiff Matthias Gruber mostraba que los participantes, intrigados por las respuestas a determinadas preguntas, aprendían mejor sobre cuestiones por las que no tenían interés previo, y eran más eficaces en el reconocimiento de rostros que antes no les llamaban la atención. Como ya se había probado en otros experimentos, la estimulación intelectual activa el sistema de recompensa de la dopamina y pone al cerebro en modo aprendizaje. Eso explica por qué muchas personas mayores pierden memoria al perder curiosidad, ya que esta sirve para mantener los recuerdos.
La amplitud de miras que aporta la inquietud mental aumenta las posibilidades de encontrar respuestas diferentes. El citado Maslow estudió la correlación que hay entre curiosidad y creatividad, que nos hace más sensibles a los desafíos mentales y empuja a enfocar los problemas de forma más abierta desde múltiples perspectivas. La capacidad de asombro aumenta la habilidad para ver patrones ocultos y establecer nuevas conexiones entre elementos aparentemente desconectados. Se trata del tipo de curiosidad que llevó a Da Vinci a observar las similitudes entre las corrientes de agua, la refracción de la luz, los vaivenes del viento y el vuelo de las aves.
Pero también hay una característica derivada de la curiosidad que tiene más claroscuros, y es que nos lleva a tolerar la ambigüedad y la incertidumbre y a aceptar situaciones poco estructuradas. Por mostrarnos abiertos a la experiencia, mantenemos los problemas sin resolver en vez de clausurarlos con la primera solución que se nos ocurre. En lugar del pensamiento dicotómico de blanco o negro, la inquietud inte-