La maldición del ascenso
En 1969, el profesor Laurence J. Peter encabezó las listas de best sellers con su libro
El principio de Peter, donde daba una de las claves del mal funcionamiento de algunas empresas: la tendencia a recompensar a los empleados eficientes con ascensos, lo que a veces tenía dos consecuencias indeseadas: 1) quien había sido bueno en su puesto anterior no lo era en el nuevo; y 2) el descontento que, como consecuencia, sufría ese tra- bajador en un cargo otorgado como premio.
Investigaciones recientes confirman que el ascenso no es un deseo universal. Un estudio hecho en 2014 en EE. UU. por la empresa de contratación CareerBuilder indicó que el 66 % de los encuestados no quería una promoción. Sus motivos iban de concluir que el incremento de trabajo y responsabilidades no compensaba el aumento de sueldo, a no considerarse preparados para subir, pero la principal razón aducida –un 52 %– fue que “se sentían contentos con su labor actual”.
Frente al concepto tradicional del ascenso casi obligado –en numerosas compañías, rechazarlo puede ser problemático–, se va imponiendo la idea de que quizá el trabajador prefiera otras compensaciones. Como dice Isabel Aranda, psicóloga especializada en entornos laborales, “se trata de que los empleados puedan decidir sobre su carrera; ya no es tanto te ha tocado irte a marketing, sino más bien ¿te apetece irte a marketing?”.