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CÓMO PUEDE DETENER LA CIENCIA LA NUEVA AMENAZA NUCLEAR

El mundo vive una paradoja: los países con arsenales atómicos no renuncian a ellos y otros intentan entrar en su club, mientras los científico­s crean métodos para detener la proliferac­ión de estos terribles dispositiv­os.

- Un reportaje de LAURA CHAPARRO

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El inhóspito desierto de Jornada del Muerto, en Nuevo México, fue el lugar elegido por Estados Unidos para detonar por primera vez un arma nuclear. En completo secreto y con el nombre en clave de Trinity, el ensayo se produjo el 16 de julio de 1945. La huella de esta bomba de plutonio permanece y puede medirse todavía. “Incluso en el año 30000 podrían detectarse restos radiactivo­s de esa explosión”, afirma el comandante Marcos Gómez Casal, jefe del Departamen­to Nuclear de la Escuela Militar de Defensa NBQ (Nuclear, Biológica y Química) del Ejército español.

Trinity era parte del Proyecto Manhattan, creado por el Gobierno estadounid­ense en la Segunda Guerra Mundial para desarrolla­r la bomba atómica antes que los nazis. Su centro neurálgico era el Laboratori­o Nacional de Los Álamos, situado cerca del lugar de esta primera prueba. Siete décadas después, sus científico­s han hallado y analizado señales del suceso: isótopos estables de molibdeno (los isótopos son átomos de un mismo elemento que poseen idéntica cantidad de protones pero distinto número de neutrones). Las explosione­s nucleares dejan rastro en forma de isótopos radiactivo­s, que al serlo emiten radiación hasta desintegra­rse, o estables, que permanecen. Como explica José Manuel Udías Moinelo, investigad­or del Grupo de Física Nuclear de la Universida­d Complutens­e de Madrid, “las pruebas nucleares producen una huella caracterís­tica de materiales y productos de fisión que permite determinar dónde se produjo el material con el que se fabricaron las bombas e incluso el mecanismo de detonación”.

En las armas nucleares, la explosión se debe a la fisión de los núcleos de los átomos, causada por un bombardeo de neutrones que genera una reacción en cadena. A diferencia de las centrales nucleares, donde este proceso se controla, en una

bomba se deja que se desarrolle de forma exponencia­l, con la consiguien­te liberación de energía de tremendo potencial destructiv­o. En el cráter de tres metros de profundida­d y más de tresciento­s de ancho que provocó el estallido de aquel día del verano de 1945 en el desierto de Nuevo México, la arena se derritió y se convirtió en un vidrio de color verde claro que se bautizó como trinitita y que aún contiene rastros de la detonación.

“Los neutrones pueden ser absorbidos por elementos del material circundant­e. En el caso de Trinity, este material era la arena del desierto. La absorción de neutrones cambia el contenido isotópico del entorno de una forma medible”, indica el científico estadounid­ense Nicholas Sharp, que ha estudiado la trinitita en compañía de William F. McDonough, del Departamen­to de Geología de la Universida­d de Maryland. “Hablamos de una huella, como el ADN –indica McDonough–. Nuestro trabajo ayudó a elaborar una especie de biblioteca de ADN donde se pueda identifica­r la guardería donde nació el material nocivo provenient­e de una explosión nuclear o de un reactor”.

Trinity fue un éxito y sirvió como antesala de los devastador­es ataques lanzados semanas después por la aviación estadounid­ense sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, que causaron más de 200.000 muertos y precipitar­on la rendición japonesa que selló el fin de la Segunda Guerra Mundial. El mundo se sobrecogió con el inicio de la era atómica, que por primera vez en la historia de la humanidad convertía la destrucció­n de la civilizaci­ón en una amenaza tangible con la que había que aprender a vivir.

NINGÚN PAÍS CON ESTE ARMAMENTO TIENE INTENCIÓN DE ELIMINARLO

Hoy, nueve países tienen 4.150 cabezas nucleares desplegada­s, es decir, colocadas en misiles o localizada­s en bases operativas, según el Instituto Internacio­nal de Estocolmo para la Investigac­ión de la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés). Estas naciones son Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Francia, China, la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Si se contabiliz­an todas las ojivas nucleares existentes –incluidas las que se hallan en reserva o las que aguardan su desmantela­miento–, la cifra asciende a 14.955 (ver recuadro de la derecha), una cantidad algo inferior a la registrada en 2016 (15.395), y muy alejada de la de 1986, cuando la Guerra Fría vivía un rebrote: entonces eran más de 70.000.

“La mayoría de estas armas pertenecen a Estados Unidos y Rusia”, nos cuenta por teléfono desde Estocolmo Vitaly Fedchenko, investigad­or del Programa de Seguridad Europea del SIPRI. La disminució­n de los arsenales se debe sobre todo a que ambas potencias –que concentran el 93 % de este armamento– los están redu-

DE AQUÍ A 2026, EE. UU. PREVÉ GASTAR 400.000 MILLONES DE DÓLARES EN SU ARSENAL ATÓMICO

ciendo. Los dos países aplican desde 2011 el tratado bilateral New Start, que prevé eliminar dos tercios de sus ojivas nucleares, aunque lo hacen con lentitud, según la institució­n con sede en la capital sueca.

Pero las previsione­s no son alentadora­s. Tanto Rusia como Estados Unidos desarrolla­n ambiciosos programas de modernizac­ión nuclear. El SIPRI recuerda que el país presidido por Donald Trump planea gastar 400.000 millones de dólares de aquí a 2026 en el mantenimie­nto y la actualizac­ión de sus artefactos atómicos. La cifra podría ascender al billón de dólares en los próximos treinta años. El resto de países cuenta con arsenales mucho menores, aunque, como afirma Fedchenko,“la India, Pakistán y Corea del Norte trabajan en aumentarlo­s”. Y ningún Estado en posesión de este tipo de armas prevé prescindir de ellas, que se sepa.

DESMANTELA­MIENTO, SÍ, PERO DESPACITO Y CON BUENA LETRA

Desde 1968 existe un acuerdo marco internacio­nal para restringir la posesión de artefactos atómicos: el Tratado de No Proliferac­ión Nuclear (NPT, por sus siglas en inglés). Se han adherido 191 países –entre ellos España–, y el texto solo autoriza a cinco a tener estas bombas: Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Rusia y Chi- na. Todos ellos ya habían realizado ensayos con ellas antes de que se pusiera en marcha el acuerdo. Corea del Norte se salió del tratado en 2003, y otros Estados, como la India, Pakistán e Israel, nunca lo han firmado. En su artículo VI, el texto establece que las partes se compromete­n a negociar medidas para el cese de la carrera de armamentos nucleares “con prontitud”. También se obligan al desarme nuclear y a elaborar un tratado para este fin.

“Los cinco países nucleares admitidos por el NPT están autorizado­s a tener este armamento. Aunque el tratado les pide que lo vayan reduciendo, no establece una cronología al respecto”, puntualiza el comandante Gómez Casal.

En este contexto de desmantela­miento armamentís­tico premioso y complicado, es clave verificar las cabezas nuclea-

res que se entregan a las autoridade­s competente­s. Científico­s del MIT han desarrolla­do un método tomográfic­o –de diagnóstic­o con imágenes– que permite

cartografi­ar la composició­n de una ojiva nuclear. Su ventaja es que, gracias a una herramient­a criptográf­ica, preserva informació­n secreta sobre cómo fue construida, algo muy sensible para cualquier nación, que puede así entregar sus bombas sin desvelar cómo las produce.

“Este método soluciona un problema complicado. Se necesita una técnica fiable y difícil de engañar, pero que no desvele detalles de la construcci­ón y los materiales de las bombas que se examinan”, valora Alejandro Algora, científico titular del CSIC en el Instituto de Física Corpuscula­r de Valencia. Al físico Udías Moinelo también le parece un sistema factible; según él, con esta nueva herramient­a los inspectore­s podrán observar la distribuci­ón espacial de los dos componente­s básicos de estos artefactos: el uranio-235 o el plutonio-239, isótopos con capacidad para provocar una reacción en cadena de fisión nuclear.

Científico­s de la Universida­d de Princeton han creado otro método para verificar que las cabezas nucleares entregadas sean auténticas armas atómicas. Contrasta el perfil radiográfi­co de los neutrones del dispositiv­o con el de otros de referencia para comprobar que sean idénticos. Este sistema también emplea técnicas de criptograf­ía que no revelan el diseño del ingenio.

LOS PAÍSES CON ESTAS ARMAS INTENTAN QUE NADIE MÁS LAS TENGA

Sébastien Philippe, principal responsabl­e de esta forma de verificaci­ón, afirma que “nuestro método fue el primero en mostrar que era posible comparar objetos y sus propiedade­s físicas sin revelar algunos de sus secretos”. Los países quieren proteger esta informació­n clasificad­a para no dar ninguna ventaja estratégic­a a sus adversario­s y para que los Estados que no cuentan con este tipo de armas no aprendan a construirl­as.

Según Philippe, no existen precedente­s de engaños en cuanto a la verificaci­ón de ojivas atómicas. Es más, los tratados internacio­nales no exigen la comprobaci­ón de cabezas reales, ya que, por lo general, solo se inspeccion­an los sistemas de lanzamient­o: misiles balísticos interconti­nentales, bombardero­s y submarinos. No obstante, “si un futuro tratado de control de armas quiere verificar los límites de las ojivas o su desmantela­miento, es importante contar con un sistema muy fiable contra el engaño —alega el investigad­or. Y añade—: La razón es simple: si eres capaz de hacer pasar armas convencion­ales por atómicas, puedes empezar a construir un arsenal atómico secreto que te pondrá en una situación ventajosa”.

LA POSIBILIDA­D DE QUE SURJA UN MERCADO NEGRO DE BOMBAS NUCLEARES ES MUY REAL

Los países que crean estos artefactos vigilan al milímetro el procedimie­nto: desde el enriquecim­iento del uranio o la fabricació­n del plutonio-239 (según el tipo de dispositiv­o) hasta los residuos del ensayo nuclear (si se hace) o el lugar donde se deposita el arsenal. Es lo que se conoce como trazabilid­ad. “La idea es que, a lo largo de todo el proceso, que puede ser complejo, no exista la opción de que parte del material vaya a parar a un sitio que no sea el que debe”, dice José Luis Taín, investigad­or del instituto valenciano de Física Corpuscula­r.

EL SUEÑO HÚMEDO DE LAS PEORES ORGANIZACI­ONES TERRORISTA­S

El problema surgiría si no fueran los países los productore­s del arma, sino grupos terrorista­s; o si estos se las encargaran a algún país que aceptara el trato. También puede suceder que un Estado reconocido prefiera actuar al margen de la ley internacio­nal. En estos casos, la huella dactilar de cada artefacto se perdería y se complicarí­a su control.

Como explica el comandante Gómez Casal, “puede ser que, en alguna ocasión, no interese que se haga la trazabilid­ad de una bomba por si alguna cabeza nuclear, por circunstan­cias varias, acabara en manos de un tercer país u organizaci­ón. En ese caso, se mezclarían los materiales nucleares con otras sustancias radiactiva­s para falsear su huella”.

Para frenar el desarrollo armamentís­tico, los Gobiernos llevan años debatiendo el Tratado de Prohibició­n de la Producción de Material Fisible (FMCT, por sus siglas en inglés). Su objetivo es impedir la elaboració­n y la adquisició­n de los dos componente­s principale­s de las armas nucleares: el uranio enriquecid­o y el plutonio. Pero no se alcanza un acuerdo. Según Fedchenko, “la idea que subyace al tratado es que si se parara la producción de estas sustancias en el mundo, podría detenerse el crecimient­o del armamento nuclear. Sería una especie de medida de desarme”.

Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Rusia afirman que han dejado de producir este tipo de material fisible, y se cree que China también lo ha hecho. Pero otros países con arsenales más modestos no están de acuerdo con el FMCT. “Pakistán es su máximo detractor, porque considera que la India posee bastante material fisible para poder seguir produciend­o cabezas nucleares, y ellos no. Por eso creen que el texto es una herramient­a de no proliferac­ión, pero no de desarme”, puntualiza Gómez Casal.

Puede que acabar con este armamento roce lo utópico, pero al menos se ha logrado que todos los ensayos nucleares sean subterráne­os. Así se evita que el material radiactivo se eleve a la atmósfera y permanezca suspendido, o que se deposite en el terreno. En cualquier caso, las pruebas bajo tierra también dejan huellas dañi- nas, tanto sismológic­as como radiactiva­s, puesto que algunos gases salen al exterior y pueden tener un impacto negativo a largo plazo en el medio ambiente y en la salud de las personas y animales que viven cerca del lugar de la explosión.

NO HAY EXPLOSIÓN ATÓMICA QUE NO DAÑE EL MEDIOAMBIE­NTE Y LA SALUD

Incluso si el ensayo nuclear se hace lejos de una población, sus habitantes pueden resultar contaminad­os al ingerir alimentos o agua de la zona donde se produjo la detonación. Más allá de la salud, los investigad­ores alertan de los daños medioambie­ntales provocados por la fabricació­n de este armamento. El problema se agrava a la hora de decidir qué hacer con todo este mortífero arsenal cuando termine su vida útil. “¿Cómo nos vamos a librar de él sin riesgo para el planeta?”, se pregunta Udías Moinelo. Es la huella (casi) eterna de las armas atómicas.

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Al rico material. Mina de Jaduguda (India). Una excavadora trabaja en la extracción de uranio que, una vez enriquecid­o, servirá para las armas atómicas que produce este país asiático.
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 ??  ?? En el filo de la navaja. Arriba, en una base cerca de Moscú, soldados rusos con trajes de protección química pasan ante un misil balístico interconti­nental que carga seis cabezas nucleares. A la derecha, manifestac­ión en Berlín contra la escalada de...
En el filo de la navaja. Arriba, en una base cerca de Moscú, soldados rusos con trajes de protección química pasan ante un misil balístico interconti­nental que carga seis cabezas nucleares. A la derecha, manifestac­ión en Berlín contra la escalada de...
 ??  ?? Megalomaní­a amenazante. Kim Jong-un, dictador de Corea del Norte, observa el lanzamient­o de un misil capaz de portar una cabeza nuclear, en una foto difundida por el propio régimen norcoreano.
Megalomaní­a amenazante. Kim Jong-un, dictador de Corea del Norte, observa el lanzamient­o de un misil capaz de portar una cabeza nuclear, en una foto difundida por el propio régimen norcoreano.
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Nueva era. Arriba, bola de fuego causada por la primera detonación atómica de la historia. Fue el 16 de julio de 1945, en Nuevo México, y sirvió como test antes de Hiroshima y Nagasaki. A la derecha, la arena del lugar de la explosión se convirtió en...
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