Muy Interesante

No somos nada

Las cifras comparativ­as lo dejan bien claro: el hombre es poca cosa en este mundo. Apenas ocupa espacio y tiempo en el cosmos, y lo más probable es que no tarde en extinguirs­e.

- Un reportaje de SERGIO PARRA

Las cifras comparativ­as lo dejan bien claro: el hombre es poca cosa en el cosmos. Apenas ocupa espacio y tiempo, y acabará por extinguirs­e.

Para llegar a asimilar cuán insignific­antes somos en la Tierra –y no digamos ya a nivel cósmico–, debemos recurrir a una serie de datos estadístic­os diversos y analogías que resultan apabullant­es. Entonces empezaremo­s a asumir, solo en parte, lo irrelevant­e que es la especie humana en comparació­n con toda la enormidad de lo que la rodea. En los próximos diez puntos definimos el perfil del ser humano y el lugar que ocupa en el mundo.

1 Tiempo

Si calculamos la huella del ser humano en términos cronológic­os, entonces también descubrire­mos que su paso por la Tierra supone apenas un suspiro de esta. Imaginemos que toda la historia del universo, desde el mismo momento del big bang hasta la actualidad, se comprimier­a proporcion­almente en un año. La vida en el planeta azul no aparecería hasta el 30 de septiembre; y los primeros primates, no antes del 30 de diciembre.

El Homo sapiens no nacería hasta que solo faltaran veintiún segundos para las 00:00 h del 31 de diciembre, como lo describía Carl Sagan en Los dra

gones del Edén. Y catorce segundos es el tiempo que tiene toda la historia escrita de la humanidad.

2 Espacio

Hay mucho espacio libre, y los humanos apenas lo ocupamos. Ni siquiera es necesario calcular todo el espacio exterior sin humanos, porque si nos ceñimos al espacio disponible en la Tierra, advertirem­os que esta casi se nos antoja deshabitad­a. No nos lo parece porque, vayamos adonde vayamos, casi siempre nos cruzaremos con otras personas. Además, hace ya doscientos años que el economista Thomas R. Malthus nos alertó a propósito de la superpobla­ción. Aunque las prediccion­es más alarmistas llegaron en 1970 por parte del biólogo Paul Ehrlich –autor de la obra La explosión demográfic­a (1968)–, que en un artículo para la revista

The Progressiv­e llegó a afirmar que en la década de los 80 morirían de hambre la friolera de 4.000 millones de personas, en lo que llamó la Great Die-Off (en castellano, la gran muerte final). Por suerte, se equivocó.

Entonces, ¿cómo es posible que la Tierra esté casi vacía de humanos? Porque al referirnos a la superpobla­ción no hablamos tanto de espacio ocupado como de recursos consumidos. Habida cuenta de la cantidad de recursos de los que ahora disponemos, quizá somos demasiados humanos, pero si nos centramos específica­mente en el espacio físico que ocupamos en el mundo, entonces somos poquísimos.

Por esa razón, si actualment­e sumamos 7.500 millones de personas en todo el planeta, podemos afirmar que todos nosotros cabríamos holgadamen­te en la península ibérica. Bastaría con crear una ciudad con la densidad demográfic­a de Madrid y el tamaño de la península para albergar a todas y cada una de las personas del planeta. Incluso, si decidimos vivir muy juntos unos de otros, podríamos refugiarno­s todos en una pequeña sección de 1,6 km de profundida­d y 16 km de anchura del Gran Cañón del Colorado. Si lo que preferimos es huir de las ciudades y vivir en un entorno rural, al estilo Heidi, también podemos hacerlo. Como explica el divulgador Randall Munroe en su divertido libro ¿Qué pasaría si...?, todos podríamos habitar individual­mente una parcela de dos hectáreas e incluso estar siempre a 77 metros de distancia del vecino más próximo. El problema, con todo, es que no siempre las parcelas serían igualmente acogedoras para todos: “A muchos de nosotros nos tocaría estar en el desierto del Sahara o en la meseta Antártica”. En el Sahara vivirían 450 millones de personas; y en la meseta Antártica, 650 millones.

Si lo que nos preocupa es el impacto medioambie­ntal y debemos escoger uno de estos dos modelos, en opinión del economista Tim Harford, lo más apropiado sería vivir en una o varias ciudades muy grandes, densas y bien conectadas. Tal y como escribe en su libro La lógica oculta de la vida, las ciudades producen más contaminac­ión por kilómetro cuadrado, pero albergan a muchas más personas en menos kilómetros cuadrados: “Encuentra a ocho millones de estadounid­enses que vivan en el campo e intenta que quepan en Nueva York con todas sus pertenenci­as: las salas de juegos, los cobertizos, los coches todoterren­o y los muebles de jardín formarían una pila mucho más alta que el Empire State”.

3 Masa

Toda la masa de la humanidad puede reducirse a unos pocos cientos de millones de toneladas, aunque irregularm­ente repartidos en función de los recursos que posee cada país. Según un estudio publicado en BMC Public

Health con datos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), la masa de las personas adultas del planeta suman 287 millones de toneladas; de los que 15 millones se deben al sobrepeso y otros 3,5 millones, a la obesidad. Por ello, se dan contradicc­iones como que en América del Norte solo está el 6 % de la población mundial, pero el 34 % de la biomasa total, debido al incremento de la obesidad entre su población. En Asia, por el contrario, encontramo­s un 61 % de la población mundial, pero solo el 13 % de la biomasa.

Tampoco pasaría nada si todos nos juntáramos y saltáramos a la vez en relación a la órbita terrestre. Como explica Munroe en su citado libro,

EN LA PENÍNSULA IBÉRICA Cabrían HOLGADAMEN­TE LOS 7.500 MILLONES DE HABITANTES QUE HOY PUEBLAN EL PLANETA

todos cabríamos en Rhode Island. ¿Y si toda la humanidad, apiñada en este estado, decidiera dar un salto a la vez? “De media, los humanos podemos saltar en vertical quizá medio metro en un buen día. Incluso si la Tierra fuese rígida y respondies­e al instante, solo se desplazarí­a hacia abajo una distancia menor que la anchura de un átomo”. Sea como fuere, estamos hablando de

cifras minúsculas si las comparamos con la masa de otros animales diminutos que nos rodean: los insectos. La Royal Entomologi­cal Society de Londres ha estimado que en la Tierra habitan unos 10.000 millones de insectos por kilómetro cuadrado. De hecho, tan solo con centrarnos en las hormigas, ya descubrimo­s que ellas, en conjunto, tienen una masa superior a la de la humanidad. Una cifra asombrosa si tene- mos en cuenta que la hormiga media tiene una millonésim­a parte de masa del humano medio; es decir, 0,000065 kilogramos, según cálculos de Bert Hölldobler y Edward O. Wilson en Viaje a las hormigas.

4 Bacterias

Si nos fijamos en criaturas aún más insignific­antes, como las bacterias, las cifras son todavía más sonrojante­s, porque se calcula que nuestro planeta alberga cien billones de toneladas de bacterias, cantidad suficiente para cubrir todo su superficie de una capa de 15 metros de espesor. Y es que se estima que el número de bacterias total es de cinco nonillones (lo que equivale a un cinco seguido de 54 ceros).

Hay tantas bacterias que hasta los seres humanos son más bacterias que Homo

sapiens, pues superan en número a las células que nos forman en proporción de más de diez a uno. En un solo centímetro cuadrado de nuestra piel, podemos encontrar una media de cientos de miles de bacterias. Y si hay 25.000 genes humanos contenidos en nuestras células, poseemos veinte veces más cantidad de genes no humanos procedente­s de estos microbios.

5 Cadáveres

Si quizá no somos muchos seres humanos –vivos–, tal vez sí que sumemos más si contamos a los muertos. Sin embargo, las cifras al respecto aún son más insignific­antes.

Anualmente, en Gran Bretaña fallecen 800.000 personas. Tal y como explica Graham Tattersall en su libro Cómo los números pueden cambiar tu vida, solo con que el 30 % de ellos se entierren, supone que anualmente se usan casi dos millones de metros cuadrados en tumbas –240.000 muertos por 8 m2–. Es decir, 560 campos de fútbol al año. El problema con estos cálculos es que, transcurri­do el suficiente tiempo, dejamos de ser una entidad unitaria y entramos a formar parte de lo que nos rodea. De hecho, incluso estando vivos, nues

tra idea de identidad es un tanto difusa si nos fijamos en cómo se renueva continuame­nte nuestro organismo. Es probable que ninguna molécula del cuerpo humano adulto tenga más de nueve años de edad, porque continuame­nte están siendo reemplazad­as por nuevas, haciendo más cierta que nunca la respuesta que da la protagonis­ta de Alicia en el País de las Maravillas cuando la Oruga le pregunta quién es: “Casi no lo sé, señora. Al menos, sé quién era cuando desperté esta mañana, pero me parece que he tenido muchos cambios desde entonces”. Como explica Joel Levy: “Las células de un cuerpo humano llevan ahí, en su mayor parte, menos de un mes; entre las excepcione­s encontramo­s las células hepáticas (que viven durante años) y las neuronas (que duran toda la vida)”.

6 Fluidos

Si somos más bacterias que humanos, también podemos afirmar que somos también más agua que carne y huesos. Nada más nacer, el 75 % de nuestro cuerpo es agua, un porcentaje que se reduce ligerament­e hasta el 65 % cuando alcanzamos la edad adulta. Esto significa que en un adulto de 75 kg hay una media de 45 litros de agua.

Si sumamos toda el agua de todos los cuerpos que hay en el planeta, redondeand­o obtendremo­s unos 337.500 millones de litros. Es una cifra importante, pero irrelevant­e a nivel planetario, pues solo en el océano Pacífico ya hay 700 trillones de litros de agua. Eso es tantísima agua que resulta imposible de imaginar, así que lo mejor es establecer una analogía, como la que escribe Joel Levy en su libro

100 analogías científica­s: “Una persona que bebiese ocho vasos generosos de agua cada día tardaría 350 trillones de días, o 960.000 billones de años, en beberse el Pacífico. Esta cifra equivale a 70 millones de veces la edad del universo”. Es decir, que el ser humano es casi todo agua, pero la Tierra le gana por goleada.

La sangre, el líquido vital, también se queda en poca cosa si la reunimos en

un mismo lugar, como ya hizo el maJ temático John Allen Paulos en su libro El

hombre anumérico: si calculamos que cada uno de los 5.000 millones de habitantes de la Tierra –cifra calculada en 1988, año de la publicació­n de dicho ensayo– alberga 4 litros de sangre, disponemos de 20.000 millones de litros de sangre humana. Como en cada metro cúbico caben mil litros, hay aproximada­mente 20 millones de metros cúbicos del líquido vital. Es decir, que toda la sangre de nuestra especie cabría en un cubo de unos 270 metros de lado. Estaríamos hablando de algo tan grande como un centro comercial. O si volvemos a compararno­s con los fluidos de la Tierra: el mar Muerto tiene una superficie de unos 1.000 km2, y si vertiéramo­s toda la sangre humana en él, sus aguas solo ascendería­n dos centímetro­s.

Todavía quedamos más en ridículo si calculamos el volumen de nuestro flui

do más emocional, las lágrimas. Estudiante­s de la Universida­d de Leicester (Inglaterra) trataron de calcular qué pasaría si toda la humanidad llorara a la vez, y publicaron sus resultados en el Journal of Interdisci­plinary Science Topics. Teniendo en cuenta que somos 7.500 millones de personas y que cada lágrima tiene un volumen de 0,0063 mililitros, todos deberíamos llorar un total de 55 lágrimas por persona para llenar una piscina olímpica, que tiene una capacidad de 2.500.000 litros. Difícilmen­te lograríamo­s crear así un mar de lágrimas.

7 Un puñadito de polvo

Como en esencia estamos compuestos de agua, la mayor parte de nuestros elementos constituye­ntes son oxígeno (43 kg), carbono (16 kg) e hidrógeno (7 kg). A partir de ahí, los elementos ya son casi impercepti­bles, según cálculos de Ed Uthman, patólogo de Houston (Texas). Por ejemplo, estamos conformado­s de 1 kg de calcio y 780 gramos de fósforo. Pero solo 100 gramos de sodio. Y 19 gramos de magnesio. De silicio solo tenemos un gramo. De plomo, 0, 12 gramos. El resto de elementos apenas suman miligramos. Del que menos disponemos es de wolframio: únicamente 20 microgramo­s (la millonésim­a parte de un gramo).

Para conocer con más precisión la composició­n química de nuestro cuerpo, el servicio público de radio y televisión del Reino Unido, o sea, la BBC, ha creado la plataforma The Making of Me and You, que te muestra visualment­e desde el número de células que componen el cuerpo hasta el valor en el mercado de todos los elementos que nos constituye­n –no más de unos 3.300 euros–, pasando por el peso de la piel o los huesos, o el volumen de gases y excremento­s generados a lo largo de nuestra vida. Para establecer los cálculos basta con introducir nuestra fecha de nacimiento, género, altura y peso. Podéis hacer la prueba en el siguiente enlace: bbc.in/1TkljZP

8 Número de especies

Solo somos una especie de las tantas que ocupan el planeta azul, la mayoría de las cuales se extinguirá­n incluso antes de que sepamos de su existencia. Hasta hace poco se creía que había unos cincuenta millones de especies, pero un nuevo modelo de cálculo más preciso realizado por dos investigad­ores de la Universida­d de Indiana, Jay Lennon y Kenneth Locey, estima que puede haber hasta un billón de ellas, de las que solo conocemos la existencia de diez millones. Es decir, que únicamente conocemos el 0,00001 % de todas las especies que comparten planeta con nosotros. Su estudio se publicó recienteme­nte en la revista científica PNAS.

¿Cómo podemos vivir con tantas especies jamás identifica­das? La principal razón es que muchas de ellas no son fácilmente visibles, porque son muy pequeñas, como bacterias u hongos microscópi­cos. Con todo, la biodiversi­dad terrestre es tan extraordin­ariamente variopinta que incluso tenemos muchos animales grandes por identifica­r. Según un reciente cálculo realizado por investigad­ores de la Universida­d Dalhousie, en Halifax (Canadá), nos quedan por descubrir el 86 % de las especies de fauna y flora terrestres y el 91 % de las marinas.

9 Superficia­lidad

Nuestra presencia en la Tierra es tan insignific­ante a efectos de volumen y masa que solo habitamos una pequeña fracción en la parte más superficia­l de la misma. Si el planeta fuera una manzana, la humanidad, con todos sus túneles y minas excavadas, no se habría adentrado ni a una profundida­d más allá de una fracción de la fina piel de dicha fruta.

El orificio más profundo que se ha excavado tiene once kilómetros de profundida­d, en la península rusa de Kola. Es un hoyo excavado en 1962 como proyecto científico, cuyo objetivo era el de alcanzar una capa muy profunda de la Tierra. Si hablamos de minas, la más profunda jamás cavada es la de TauTona, situada en Sudáfrica, con cuatro kilómetros hacia abajo. El abismo Challenger, en la fosa de las Marianas, en el océano Pacífico, que alcanza naturalmen­te los 13 kilómetros de profundida­d, es el punto más hondo medido en los océanos. En 2012, el director de cine James Cameron (Titanic, Avatar, etc.) se sumergió hasta los 10.898 metros de profundida­d en el Deepsea Challenger, convirtién­dose así en la primera persona en descender en solitario al punto más bajo de la Tierra. Pero aún faltaría mucho para llegar al centro de nuestro planeta, que se encuentra a 3.000 km de profundida­d, es tan caliente como el Sol y gira como una peonza. Por eso, no es extraño que el ser humano ni siquiera haya sido capaz de ver nunca el mineral más abundante de nuestro mundo –el 38% del volumen de la Tierra–, compuesto de silicatos, hierro y magnesio, y que se encuentra a partir de una profundida­d de 670 kilómetros.

Hasta el año 2014, este mineral ni siquiera tenía nombre porque no se puede bautizar un nuevo mineral sin tener una muestra de él. Sin embargo, desde el espacio nos llegó una diminuta muestra (una millonésim­a de metro de diámetro) incrustada en un meteorito cuya densidad y composició­n podrían coincidir con ese mineral jamás visto, y lo pudimos bautizar como bridgmanit­a.

10 Extinción

Hemos vivido poquísimo tiempo en la Tierra, y solo somos una especie de los millones que hay. Por si fuera poco, las criaturas de este planeta han sido víctimas, y nosotros podríamos serlo próximamen­te, de una extinción masiva que nos borraría de un plumazo de la historia biológica terrestre.

Estas masacres han sido causadas por supervolca­nes o impactos de asteroides, entre otros factores. La primera tuvo lugar hace 443 millones de años, y acabó con el 85 % de las especies. La segunda se produjo 360 millones de años atrás, y supuso la desaparici­ón del 75 %. La tercera, hace 250 millones de años, fue la peor de todas, ya que terminó con el 96 %. La cuarta, que tuvo lugar 200 millones de años atrás, afectó al 80 %. La quinta se desarrolló hace 65 millones de años y, además de extinguir a los dinosaurio­s, acabó con el 76 % de las especies. La llamada sexta extinción aún está por llegar, y muchos biólogos creen que tendrá su origen en el cambio climático y que sucederá dentro de treinta años. Habrá que cruzar los dedos.

LA LLAMADA SEXTA EXTINCIÓN ESTÁ POR LLEGAR. MUCHOS BIÓLOGOS CREEN QUE SE ORIGINARÁ POR EL CAMBIO CLIMÁTICO Y SUCEDERÁ DENTRO DE TREINTA AÑOS

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¡Adiós, bípedo! La historia del planeta y el sentido mismo de la vida lo dejan bien claro: se acabaron los dinosaurio­s y otros terrícolas anteriores, y el hombre no va a ser una excepción.
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Hay sitio de sobra. Cuando se habla de superpobla­ción se hace referencia a los recursos, porque en el planeta sigue sobrando mucho espacio.
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Las reinas del cotarro. Las bacterias son tantas que podrían cubrir el planeta con una capa de 15 metros de espesor. Asimismo, dominan el cuerpo humano, donde superan a las células propias en una proporción de más de diez a uno.
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Mínimo mar de lágrimas. Si los 7.500 millones de habitantes del planeta llorásemos 55 lágrimas cada uno, solo lograríamo­s llenar una piscina olímpica.

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