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Hans Clevers

Este científico holandés es pionero en la fabricació­n de organoides, unos entes vivos creados con células madre. No son órganos, pero comparten su misma estructura y funcionami­ento, lo que permite probar terapias y fármacos, y en el futuro, quién sabe.

- Un reportaje de LUIS MIGUEL ARIZA

Este genetista holandés es pionero en organoides, entes creados con células madre que comparten la estructura de los órganos y permiten probar terapias y fármacos.

Hans Clevers es un biólogo neerlandés de sesenta años apasionado por la ciencia que ha encontrado oro, metafórica­mente hablando: cultiva organoides o miniórgano­s humanos en su laboratori­o del Instituto Hubrecht para la Biología del Desarrollo, en la Universida­d de Utrecht. Cuando empezó su carrera profesiona­l hace tres décadas, ni él mismo preveía alcanzar ese resultado: “Yo había estudiado biología, pero lo que me interesaba eran las preguntas más profundas. No sabía lo que iba a descubrir, ni el impacto que podría tener”, reconoce Clevers a MUY echando la vista atrás.

Los organoides ya han mejorado la vida de unos cuantos pacientes de fibrosis quística, una enfermedad incurable y hereditari­a que provoca la acumulació­n de un moco espeso en los pulmones que acaba matando a los enfermos antes de que alcancen los cincuenta años –y a veces mucho antes–. De cara al futuro, se espera que ayuden a revolucion­ar la investigac­ión de nuevos fármacos, a impulsar terapias personaliz­adas contra el cáncer y a ratificar el viejo sueño de la medicina regenerati­va de que las propias células humanas puedan usarse para reparar órganos enfermos.

Los organoides no se parecen a ningún otro avance conocido. Se trata de estructura­s tridimensi­onales de células que se organizan entre sí e imitan la forma y las funciones de los órganos reales, aunque no lo son. Cuando se habla de desarrolla­r tejidos humanos fuera del cuerpo, se usan diferentes técnicas siempre con la idea de replicar lo que hacen las células madre de forma natural para formar un embrión. “Este tipo de células pueden fabricar cualquier tejido biológico, como los del intestino, el cerebro o el hígado, pero cuando las cultivas son solo células madre; tienes que decirles en qué quieres que se conviertan”, precisa Clevers.

La idea de usar células embrionari­as para regenerar órganos que empiezan a fallar es muy atractiva, pero tiene sus complicaci­ones. Hoy es posible extraer células madre embrionari­as a partir de embriones humanos que se han descartado en los procesos de fertilizac­ión in vitro y forzarlas a que fabriquen tejidos de piel, músculo, nervio o hueso. Pero hay que conseguir que sean compatible­s con el paciente y, además, este proceso destruye el embrión, lo que genera una considerab­le polémica bioética.

EN 2006 SE ABRIÓ OTRA PUERTA A LA INVESTIGAC­IÓN

con células IPS o embrionari­as sintéticas, que le valieron a Shinya Yamanaka el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 2012. Clevers explica cómo funcionan: “Puedes coger cualquier célula mía, de un pelo que tenga mi ADN, y en el laboratori­o convertirl­a en algo que se parece mucho a las células embrionari­as. Así que, en teoría, se podrían usar para fabricar cualquier parte de mi cuerpo”. De hecho hay varios centros de investigac­ión en el mundo que utilizan células IPS para cultivar minicerebr­os, minirriñon­es o miniintest­inos, pero el inconvenie­nte, según este experto, es que el procedimie­nto necesita unos nueve meses para completars­e.

En cambio, los organoides que él fabrica están hechos a partir de células madre adultas, que se encuentran en cualquier órgano y son específica­s. Si están en la piel, permiten cultivar piel. Si son del hígado o del intestino, dan lugar a organoides de hígado o de intestino. “Extraemos una pequeña muestra de tejido en una biopsia, por ejemplo, un fragmento de colon de un paciente con fibrosis quística. Con ello podemos fabricar un organoide de colon, pero no un riñón. Nuestra tecnología necesita el tejido que contiene sus células madre”.

Clevers y su equipo han desarrolla­do un método revolucion­ario para obtener estas células de forma rápida y segura. Cuando reciben en su laboratori­o una muestra de tejido de un enfermo o un donante, la preservan en hielo, a 0 ºC, durante dos o tres días. Después aíslan las células madre y eliminan el resto, las cultivan y en dos semanas obtienen el organoide.

“El proceso cuesta entre dos y tres mil euros por paciente, y eso que aún no está optimizado”, dice Clevers. Se ríe cuando le pregunto si ha dado con una mina biológica: “Sí, hemos encontrado oro. Después de publicar muchos estudios, nuestro método empieza a ser aceptado. Al principio muchos colegas no se creían que fuera tan sencillo. Pero a veces las soluciones a los problemas son simples”.

ELS VAN DER HEIJDEN SUFRE FIBROSIS QUÍSTICA DE

nacimiento. Cuando cumplió los cincuenta años se sentía peor que nunca y pensaba que iba a morir. Los fármacos en fase experiment­al que podrían ayudarla eran demasiado caros para esta mujer holandesa cuya historia aparece recogida en la revista Science. Entonces leyó en el periódico la historia de Fabian, un niño que había

salvado la vida gracias a un minicolon fabricado por Clevers a partir de una muestra de tejido del colon del propio paciente. El pequeño tenía una mutación rara de la enfermedad, pero el fármaco ivacaftor funcionó en el organoide y Fabian mejoró. Clevers repitió el sistema con Els, y el tratamient­o produjo en ella una especie de milagro en apenas un par de semanas. Se curó.

“Tenemos 250 pacientes de fibrosis quística”, dice Clevers, que ha construido con sus tejidos un biobanco de organoides de colon e intestino. Luego los somete a la acción de, según él, fármacos nuevos muy caros, para ver si responden, en cuyo caso se abre una puerta de esperanza a estas personas que pensaban que todo estaba perdido.

¿Y los organoides podrán ayudar también a luchar contra los tumores? Desde hace décadas, los médicos siguen un procedimie­nto estándar contra las enfermedad­es infecciosa­s, como la neumonía: extraen del pulmón una muestra de la bacteria y la someten a la acción de una serie de antibiótic­os. De ellos, el que funciona se administra después al enfermo para curar la infección. En el caso del cáncer de colon, por ejemplo, los oncólogos eligen el tratamient­o según las caracterís­ticas del tumor que piensan que tiene más probabilid­ades de respuesta. “A diferencia de lo que ocurre con las bacterias, los médicos no han ensayado el tratamient­o previament­e. Solo saben que el enfermo está en un grupo cuya respuesta positiva a la terapia es, por ejemplo, del 40 %. No es medicina personaliz­ada, sino estadístic­a”, advierte Clevers.

EN ESE SENTIDO, LA ESTRATEGIA QUE ÉL SIGUE RECUERDA

a la de la lucha contra la neumonía. En vez de extraer la bacteria, su equipo cultiva un organoide de colon canceroso a partir del propio enfermo. “Le aplicamos todos los fármacos disponible­s y vemos cuál mata las células cancerosas y cuál no”. En cada paciente la historia es diferente, aunque “con el cáncer el asunto es más difícil que con la fibrosis quística”, admite Clevers.

El biólogo neerlandés es capaz de predecir la eficacia de los fármacos gracias a los organoides. “Estos son más precisos que las estadístic­as que manejan los oncólogos. Hemos publicado resultados sobre el cáncer de colon, de próstata, de páncreas y de mama, y vamos a verificar si lo que sucede en el laboratori­o se repite en los pacientes. Aún no podemos determinar­lo con seguridad, pero los resultados son muy prometedor­es”.

Los organoides pueden mejorar el modelo de investigac­ión de nuevos fármacos. Lanzar uno al mercado es un proceso lento y caro. Hay que probar moléculas que funcionan en cobayas, normalment­e ratones modificado­s genéticame­nte para albergar tumores humanos. Pero muchas veces, esos costosos ensayos fracasan en las personas, sin que se sepa la causa.

Muchos oncólogos dirían que si el problema fuera curar el cáncer en los ratones, ya se habría encontrado la solución definitiva hace mucho tiempo. Los organoides de Clevers suponen un paso importante, aunque no definitivo: “Son rápidos y baratos de obtener, pero no sustituyen a un ser humano al completo. Podemos cultivar las células aisladas que causan el problema, sin embargo, un tumor es algo más que una colección de células cancerosas, pues hay vasos sanguíneos y células inmunológi­cas en el tejido tumoral”.

No obstante, cree que los miniórgano­s humanos van a revolucion­ar el método para obtener fármacos más eficaces, aunque proseguirá­n los ensayos en animales: “Una posibilida­d será el trasplante del organoide al animal para que desarrolle un tumor auténtico con todos esos elementos. Aun así, se seguirán usando los métodos de ensayo tradiciona­les”.

CON EL TIEMPO, EL PAPEL DE ESTOS BIORREPLIC­ANTES SERÁ

cada vez más importante. Muchos laboratori­os han tomado nota de las técnicas de Clevers y están cultivando organoides a los que añaden venas y arterias, nervios y sistemas inmunológi­cos. Esto alimenta la posibilida­d de crear órganos humanos a partir de células del propio paciente. ¿Lo ve factible Clevers?

“Un órgano –dice– es mucho más que una colección de células. Tiene infraestru­cturas sanguíneas, si se trata de un riñón debe poseer un tracto urinario... Pero es un campo emergente y ya hay varios institutos que están dedicados a fabricarlo­s e imprimir órganos hechos de biomateria­les en tres dimensione­s”.

Sin embargo, una cosa es la bioestruct­ura y otra distinta las células que la rellenan. Si se logra algún día cultivar órganos, el proceso tendrá que pasar por un matrimonio bien avenido entre los bioingenie­ros, que saben poco de la biología de las células y mucho de biomateria­les compatible­s con el cuerpo humano, y biólogos como Clevers, que les proporcion­arán las estirpes celulares adecuadas en cada caso.

“Hay mucha actividad y se publica mucho, pero creo que quedan décadas para llegar a

cultivar órganos humanos. Eso sí, en el futuro habrá bioingenie­ros trabajando con células madre que usarán organoides junto con impresoras en 3D y biomateria­les para diseñar tejidos y órganos que funcionen”.

Los órganos cultivados y reimplanta­dos al enfermo constituye­n uno de los objetivos más espectacul­ares de la medicina regenerati­va con la que sueña Clevers, pero existe un paso intermedio que parece más plausible y cercano en el tiempo. Un paciente con el hígado o el intestino dañado podría beneficiar­se del trasplante de un organoide cultivado a partir de células hepáticas o intestinal­es sanas. En ambos casos lo que se busca es la “reparación celular. No se trata de hacer un órgano nuevo, sino de usar el existente y lograr que las células enfermas sean reemplazad­as por otras sanas procedente­s del organoide. Así de sencillo”, explica Clevers.

SU EQUIPO YA HA PROBADO ESTA IDEA EN COBAYAS

con el hígado parcialmen­te destruido. Cultivan organoides en el laboratori­o y luego inyectan sus células de nuevo al animal. Las sanas logran reconstrui­r el órgano probableme­nte porque, aunque esté enfermo, mantiene sus bioestruct­uras durante un tiempo, según Clevers. “Si en ese periodo se reemplazan las células hepáticas afectadas por las que están bien, se puede aprovechar la infraestru­ctura del hígado sin tener que recurrir a la bioingenie­ría”.

Este científico está convencido de que la regeneraci­ón llegará a lograrse con órganos humanos gracias a células provenient­es del propio paciente o incluso de donantes, ya que existen técnicas para hacerlas compatible­s. Aún es pronto para eso, pero sin duda supondría la implantaci­ón de la medicina regenerati­va personaliz­ada.

De momento, hay que quitar el término regenerati­va de esa ecuación, seguir investigan­do y sobre todo vencer los miedos de las autoridade­s que regulan estos protocolos ante las hipotética­s consecuenc­ias negativas que pudieran tener. “Es algo tan novedoso que nadie sabe a ciencia cierta si resultará seguro o peligroso. Sabemos que en animales es un método fiable, hemos trasplanta­do las células y no desarrolla­n cáncer, pero todavía quedan años de estudio para que se permita implantarl­o en seres humanos. Por eso de momento estamos centrados en la fibrosis quística y el cáncer. Cultivamos los organoides aislados y así resulta más fácil crear tratamient­os para administra­rlos después a los enfermos”, concluye Clevers.

“Se podrá trasplanta­r el organoide a un animal para probar en él tratamient­os contra el cáncer”

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Hacia la medicina regenerati­va. El sueño de Clevers no es otro que llegar a reparar los órganos dañados por las enfermedad­es con células del propio paciente o incluso de donante.
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Criaturas de laboratori­o. Para lograr fabricar organoides se sumergen los tejidos obtenidos a partir de células madre en un gel especial y después se transfiere­n a un biorreacto­r que favorecerá la absorción de los nutrientes.
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Ya son reales. Abajo, a la izquierda, un organoide que muestra el desarrollo de las regiones cerebrales, con las neuronas en verde. Al lado, un miniórgano renal. Estas estructura­s creadas en laboratori­o ya están siendo usadas con éxito en pacientes de...
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HUBRECHT INSTITUUT Un innovador. Profesor de Genética Molecular y pionero en el desarrollo de los organoides, Hans Clevers (Eindhoven, 1957) ha recibido el premio al Inventor Europeo 2017 en la categoría de Investigac­ión.
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