¿QUÉ LAS PONE A 100?
El sexo de las mujeres ha vivido milenios a la sombra del masculino. También a la hora de ser estudiado. Pero ya no. Neurocientíficos, biólogos y psicólogos están descubriendo las claves ocultas del deseo femenino.
Ahí está. Qué trasero, qué espalda, qué voz. Esa mirada suya tan inteligente –o tan primitiva– te vuelve loca. O quizá sea su estilo de vestir. Su olor. Algo en esa persona activa tu amígdala –la región cerebral encargada de integrar las emociones con sus patrones de respuesta correspondientes– y te anima a idear un plan para acercarte al objeto de tus fantasías y satisfacer el irresistible impulso carnal que te despierta.
La imaginación se te dispara junto con los
niveles de dopamina, hormona que, entre otras cosas, “se relaciona con la anticipación del placer y del sexo, aunque en sí misma no causa el intenso pico del placer sexual”, explica Anjan Chatterjee en su libro The Aesthetic Brain: How We Evolved to Desire Beauty and
Enjoy Art (El cerebro estético. Cómo evolucionamos para desear la belleza y disfrutar del arte). A partir de ahí, ya sabemos. El deseo mueve montañas.
Pero ¿cuál es la clave que activa este sutil y poderoso mecanismo en la mujer? Hace
LO QUE MÁS PREOCUPA AL 80 % DE LAS MUJERES QUE ACUDEN AL SEXÓLOGO ES SU FALTA DE DESEO
medio siglo, ni siquiera nos lo preguntábamos. En las hembras humanas, la sexualidad era un deber más, dentro de su ancestral obligación de complacer. Solo se relacionaba con la procreación. Punto. Sin embargo, aunque sea poco a poco y de forma muy confusa, las cosas están cambiando.
De pronto, “nos venden un modelo de mujer hipersexual que debe hacer explícito su deseo y tiene que saber hacer de todo, hasta eyacular. Y esto es muy frustrante. Una mujer liberada sabe lo que desea y lo que no, y sabe decir que no. No significa probarlo todo”, nos recuerda la sexóloga Valérie Tasso, autora del libro Sexo 4.0, a quien hemos entrevistado para este reportaje. Al mismo tiempo, en la otra cara de la moneda, las cifras hablan de cada vez más casos de disfunción sexual femenina.
Al parecer, el deseo hipoactivo –catalogado desde 1980 en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM) estadounidense– es lo que más preocupa al 80% de las mujeres que acuden al sexólogo. Ya no les apetece lo que en el pasado hacían con gusto, pero, sobre todo, lo que les preocupa es que eso mina su relación de pareja y, como consecuencia, les produce mucha ansiedad. Según los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, nada menos que un tercio de las féminas lo padecen. Prestas a solucionarles la vida, después del taquillazo que supuso la Viagra, las grandes farmacéuticas aseguran haber creado una píldora para encenderles la libido también a ellas. ¿Pero es cierto que la necesitan? Y si así fuera, ¿funcionaría?
Nos referimos a la flibanserina, un fármaco ideado en un principio como antidepresivo. En 2015, el laboratorio norteamericano Sprout logró que la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) aprobara su comercialización para tratar la falta de interés sexual en las damas. Se basa en la idea de que el deseo es un mecanismo puro y duro del sistema nervioso central y, por lo tanto, puede orquestarse desde la estimulación de ciertos neurotransmisores, en concreto, la dopamina. Al mismo tiempo, la flibanserina bloquea la producción de serotonina, que tiene un efecto inhibitorio sobre la liberación de gonadotropinas en el hipotálamo, es decir, que disminuye la respuesta sexual.
NO TODO LO QUE PASA EN LA CAMA ES COSA DE LAS HORMONAS
Uno de los mayores defensores de los fundamentos neuroquímicos del apetito carnal es Jim Pfaus, profesor de Neurociencia en la Universidad Concordia (Canadá). En la actualidad, está investigando otra sustancia, la bremelanotida, un péptido sintético que se centra en el mismo principio activador de la dopamina. Mucho que hablar han dado sus experimentos con ratas, como el que bloqueaba los opioides naturales del sistema de recompensa del cerebro durante el coito. Como consecuencia, los roedores se negaban a copular a partir de entonces, lo que sugiere que una mala experiencia sexual quita las ganas de vivir otras nuevas. Pero, sobre todo, destacan sus pruebas con diversos fármacos dopaminérgicos: tras consumirlos, las hembras se mostraban felizmente proactivas y dispuestas a copular.
Ahora bien, sus experimentos con ratas no pueden extrapolarse a nuestra especie fácilmente. El deseo de las humanas es más complejo. Hay detalles que no pueden medirse en roedores, como el que una mujer esté agobiada con el trabajo, la cocina, los niños y los plazos de la hipoteca, o que no pueda soportar el olor a pies de su pareja... Y todos ellos, o uno solo, bastan para apagar su fogosidad, al margen del nivel de neurotransmisores que campe por su cerebro.
Por eso, cada vez son más los expertos que piensan, como Tasso, que “la flibanserina es el gran timo de nuestro tiempo. Puede tener un efecto placebo,
pero no funciona”. De la misma manera, admite que la Viagra es muy eficaz, “pero no porque influya en el deseo masculino, sino porque facilita la erección cuando las ganas están ahí”, puntualiza. El sildenafilo, principio activo de la Viagra, interviene en el riego sanguíneo del pene para solucionar un mero problema mecánico. Por el contrario, los ensayos clínicos con fármacos similares en mujeres han demostrado que aumentar la irrigación de la vagina no sirve para despertar un interés sexual aletargado.
“Cuando se nos presenta un problema, queremos soluciones rápidas, y mejor en forma de pastilla. La medicalización, no solo de la sexualidad, sino de otros procesos, como la menopausia, la menstruación e, incluso, la lactancia, están a la orden del día. En el caso del deseo sexual, el afán es buscar tratamiento a un problema que no se conoce bien, descrito por síntomas y ningún signo, que a veces sucede en momentos en que lo normal es no tener deseo”, advierte Laura Cámara, terapeuta sexual y matrona, en un artículo para el Huffington Post.
Es cierto que las consultas más frecuentes de las mujeres en el sexólogo tienen que ver con la anorgasmia y el deseo hipoactivo. Dos cuestiones que, según Tasso, no son en absoluto enfermedades. Tener baja la libido o, incluso, nula “suele ser una circunstancia que puede durar más o menos, pero, tarde o temprano, pasa. En la sexualidad hay ciclos, hay momentos en que estamos más predispuestas que en otros. Es un problema si lo vives como tal. Si vives sola, no lo es. Si estás en pareja, depende de la pareja”, advierte esta sexóloga. En este sentido, es curioso que, por lo general, quienes buscan ayuda para ser más receptivas sexualmente suelen ser mujeres heterosexuales –no lesbianas– que tienen una relación estable.
Por otra parte, para que algo sea hipoactivo, es decir, por debajo de su actividad normal, debería haber un estándar con el que compararlo. Y no lo hay. ¿Se puede medir el deseo? “Es algo absolutamente imposible de cuantificar, porque depende de la persona. En el sexo, lo queremos medir todo: el número de orgasmos, la duración del coito, la longitud del pene... La medición genera discapacitados sexuales. No hay una cifra o una frecuencia normalizada y determinada de deseo sano. Es como la eyaculación precoz. Los expertos dicen que es cuando se tarda menos de sesenta segundos en eyacular. ¿Y si tarda 62? —cuestiona Tasso. Y puntualiza—: Cuando una mujer dice que tiene deseo hipoactivo, es porque lo está comparando con tiempos pasados. Pero es natural que la respuesta sexual cambie a lo largo de los años”.
De la misma forma piensa la psicóloga Leonore Tiefer, investigadora de la Universidad de Nueva York (EE. UU.), cuando recalca que “no hay un límite del deseo por debajo del cual entremos en la categoría de hipoactivo”.
Así, son cada vez más los expertos que aseguran que los chutes de testosterona o dopamina no son la solución. Incluso Pfaus, el acérrimo defensor del enfoque neuroquímico, aseguraba en una entrevista para Psychology To
day que “ninguno de estos fármacos debería ser utilizado como tratamiento en sí mismo, sino solo como complemento a una terapia que ayude a la paciente a comprender su visión de la sexualidad”.
Que la predisposición erótica no es tanto cuestión de hormonas como de factores psicológicos, sociales y emocionales queda manifiesto en un estudio reciente de la Universidad de Míchigan (EE. UU.), liderado por el doctor John Randolph y publicado en el Journal of Clinical Endocrinology and Metabolism. Tras tomar
NO TENER GANAS, UN PROBLEMA... ¿PARA QUIÉN?
A DIFERENCIA DEL HOMBRE, LA MUJER NECESITA ESTAR TRANQUILA PARA TENER GANAS DE SEXO EL DESEO FEMENINO ES TAN FRECUENTE Y FUERTE COMO EL MASCULINO, PERO MÁS COMPLEJO
muestras de sangre a 3.302 mujeres, sus autores comprobaron que las participantes que presentaban unos niveles más altos de testosterona sentían algo más de interés sexual. No obstante, la diferencia resultó decepcionante, precisó Randolph.
Por el contrario, las voluntarias que mostraban un mayor grado de bienestar emocional y un mejor estado de ánimo resultaban tener una libido significativamente más elevada y relaciones sexuales más placenteras. Así, los investigadores llegaron a la conclusión de que, mucho más que en aspectos bioquímicos, la clave está en sentirse bien con una misma y con la pareja, además de poseer un nivel satisfactorio de seguridad.
Por eso, cuando no hay ganas, debemos buscar las razones en el contexto. “Vivimos en un mundo despiadado donde ya no tenemos tiempo para nosotras mismas. Es muy difícil llamar al deseo cuando tenemos que estar trabajando, cuidar a los niños... En definitiva, ser supermujeres. Y eso también les pasa, cada vez más, a los hombres”, observa Tasso.
Pero, a todo esto..., ¿qué entendemos como deseo? “¡Y yo qué sé! Es como intentar definirle el color amarillo a un ciego. Es algo muy complicado. Se trata de un flujo mental que parte del cerebro y te hace ir adelante. Es previo a la excitación –donde hay una res- puesta fisiológica– y no implica que haya sexo necesariamente. Si entras en una tienda, el deseo es lo que te hace entrar. Si compras o no, ya es otra cosa”, ejemplifica la sexóloga. Más fácil es explicar la forma tan diferente en que funcionan damas y caballeros, para lo que también recurre a una metáfora. “Si el hombre bebe agua, la mujer bebe té. El deseo femenino es más elaborado, necesita una serie de factores para ponerse en marcha. El masculino es más espontáneo. Cuando se dice que a los hombres siempre les apetece y a las mujeres no, es un topicazo. Los dos tenemos sed por igual. Otra cosa es lo que bebemos y cómo se prepara esa bebida”.
Son muchos y sutiles los factores que influyen en una buena taza de té, pero, sobre todo, “para que despierte su deseo, la mujer debe estar tranquila, a gusto,
sin sentir agobio ni presión. Físicamente, cuando nos duele algo, nos influye para mal”, apunta la experta. Y esta es otra diferencia que tenemos con el sexo opuesto.
“El famoso dolor de cabeza del que nos hemos burlado hasta la saciedad no es para reírse; a la mujer le perturba mucho más que al hombre el malestar físico”. Otros factores orgánicos que bajan el apetito son la menopausia, los trastornos del tiroides y alteraciones estructurales uroginecológicas que produzcan dolor, como las vulvovaginitis infecciosas y los defectos del suelo pélvico. Por no hablar del cáncer. “Una asignatura pendiente de muchos sexólogos es volver a trabajar el interés sexual después de haber superado esta enfermedad”, señala Tasso.
LA PRECARIEDAD LABORAL Y EL MÓVIL, AMIGOS DE LA CASTIDAD
Por otra parte, el aspecto anímico es fundamental. Por ejemplo, “una discusión de pareja apaga las ganas. Si no es así, si alguien se excita tras una pelea, es que hablamos de una relación tóxica”, advierte la experta. En la misma línea, el agobio no les ataca igual a ellos que a ellas. “Cuando un hombre tiene estrés, le va bien practicar sexo, porque se desahoga. La mujer necesita tranquilizarse primero. No puede sentir deseo si está estresada —recalca Tasso. Y se queja—: Por otra parte, no hay nada peor para matar la excitación que las preocupaciones económicas. Y vivimos en la sociedad de la precariedad, donde este tema nos agobia a casi todos. Tampoco ayuda el estado continuo de hiperconexión al que nos abocan las nuevas tecnologías: “¿Cómo vamos a disfrutar de un momento de placer si estamos pendientes de un montón de dispositivos digitales y de las redes sociales? Estamos en la era de la comunicación, y no somos capaces de hablar con nuestra pareja”.
Y es que, como asegura Cámara, “el sexo es de consumo pausado, sin exigencias ni guiones. Las mujeres debemos averiguar dónde recae nuestra satisfacción carnal, porque lo que satisface a nuestras parejas ya lo sabemos”. Esta es otra cuestión que no podemos obviar: el peso de siglos de oscurantismo en la sexua- lidad femenina, al servicio de la sociedad patriarcal. “Hasta el siglo XIX, nos inculcaron que no debíamos sentir deseo. Éramos como muebles. Y cuando lo experimentábamos, nos catalogaban de histéricas. Se decía que cuando una mujer padecía histeria –término griego que significa útero–, tenía un bicho en ese órgano que se lo comía todo. Nos han enseñado a callarnos, con lo que hemos desarrollado una gran capacidad simbólica. Por eso son tan ricas nuestras fantasías eróticas”, matiza Tasso.
Lo malo es que, todavía, muchas “tenemos la decisión intelectual de satisfacer las demandas lógicas del hombre. Normalmente, estamos tan poco conectadas con nuestra sexualidad profunda que navegamos con facilidad en el deseo del otro, en parte para complacer, pero también para ser queridas. Así, nos alejamos de nuestra esencia y nos acostumbramos a sentir según los parámetros de otro cuerpo, de otro género”, denuncia la psicóloga Laura Gutman, especializada en terapia de pareja y familiar. En su libro La maternidad y el encuentro con la propia sombra, remarca que resulta normal que la madre no sienta interés sexual en los primeros meses, o incluso años, que siguen al parto. “Nos sentimos culpables, sobre todo, cuando el obstetra nos da permiso para reanudar las relaciones, para alegría del hombre que nos guiña un ojo, susurrándonos al oído: ‘Ya no tienes excusas’. Pero el cuerpo no responde. La libido está desplazada hacia los pechos de la mujer que amamanta, donde se desarrolla la actividad sexual constante, tanto de día como de noche. El agotamiento es total”, describe Gutman.
ES FRECUENTE QUE ELLAS DISFRUTEN MÁS DE SU SEXUALIDAD PASADOS LOS CUARENTA
Por otra parte, algunos afirman que la monogamia puede ser el asesino más certero del deseo femenino. Es la conclusión a la que ha llegado un equipo de la Universidad de Hamburgo (Alemania), liderado por el psicólogo Dietrich Klusmann. Después de encuestar a 2.500 participantes con pareja estable, observaron que la libido disminuye en las féminas –en los varones, no– a medida que avanza la relación. Pero Tasso no se muestra del todo de acuerdo: “Una cosa no está reñida con la otra. Depende de la escala de valores de cada persona. Hay quien tiene un discurso muy monógamo y así funciona en el sexo. Es respetable”.
Mientras, polígamas o no, es cierto que pasados los cuarenta años las mujeres viven una fase de apogeo, que se explica porque conocen mejor su cuerpo y, con suerte, han aprendido a defender lo que quieren frente a lo que no. Sin embargo, el deseo no va a asociado a una franja de edad, ni a la condición social ni al género, porque, como nos recalca Tasso, somos seres deseantes de forma innata. En su libro
Antimanual de sexo, equipara los tres tipos de deseo que diferenció san Agustín: de goce carnal, de poder y de conocimiento. “Todos tienen la misma motivación última. Al final del camino está el amor. En todos los casos, lo que deseo de verdad es que me amen —nos recuerda—. Y solo dejamos de desear cuando nos morimos”.