¿VIVIMOS EN UN UNIVERSO FANTASMA, TAL COMO SOSTIENEN ALGUNOS FÍSICOS?
El universo nos da sustos porque no comprendemos cómo es a escalas muy pequeñas. Por ejemplo, tenemos que asumir que en ese entorno tiene un carácter intrínsecamente probabilístico, esto es, las cosas no suceden con certeza absoluta, solo hay una cierta probabilidad de que algo pase. Esto nos lleva a una consecuencia terrible: mientras nadie los mida, los objetos cuánticos no tienen atributos definidos, y cuando lo hacemos, alteramos de manera inevitable el sistema. Una vez medido, ya no es el mismo.
En 1927, uno de los padres de la teoría cuántica, el danés Niels Bohr, propuso una solución al denominado problema de la medida, lo que acabaría conociéndose como la interpretación de Copenhague. Bohr defendió su planteamiento a capa y espada, incluso ante los continuos embates a los que fue sometido por el fértil y potente intelecto de Einstein. Según Bohr, no existe una realidad profunda; por el contrario, vivimos en un mundo fantasma donde nada hay definido hasta que se mide. Ante semejante panorama, no es de extrañar que Einstein afirmara: “Si la mecánica cuántica fuera correcta, el mundo estaría loco”. A ello, hoy muchos físicos responden: “Tenía razón. El mundo está loco”.
La física clásica dividía el mundo en partículas y ondas, cada una con un comportamiento diferente. La teoría cuántica destruyó esa idea cuando afirmó que una partícula como el electrón puede comportarse como una onda y viceversa. La luz, que se consideraba una onda, también puede comportarse como partícula, como demostró Einstein en su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico, que le valió el Nobel. Para explicarlo, los físicos dicen que el electrón lleva asociada una función de onda que, en principio, se extiende por todo el universo. Esta función queda descrita por la ecuación de Schrödinger y es más intensa en la región del espacio correspondiente a la posición en donde esperaríamos encontrar el electrón. Aunque se va debilitando a medida que nos alejamos de ella, no desaparece nunca. Así, la información que nos proporciona la función de onda es la probabilidad de encontrar al electrón en una región determinada del espacio, que es mayor donde, según nuestra forma de ver, debe estar. Pero solo cuando lo detectamos, la función de onda colapsa y, en ese instante, sabemos con certeza dónde se encuentra. En el fondo, todo ello viene a decir que, cuando hacemos un acto de observación, modificamos el mundo y provocamos que este sea de una forma y no de otra: vemos al electrón como partícula o como onda según lo que queremos ver.
Aún más, no podemos decir que el electrón vaya de un sitio a otro por un único camino. De hecho, debemos abandonar el concepto de camino. Los electrones no siguen trayectorias definidas, como las balas. Por el contrario, tenemos que hablar de eventos que pueden ocurrir en un cierto orden temporal, y no sabemos nada de lo que sucede entre ellos. Así, cuando un fotón choca con un átomo haciendo saltar uno de los electrones a una órbita superior, este lo hace instantáneamente, sin atravesar el espacio intermedio. El electrón deja de existir en un punto y aparece simultáneamente en otro, en un desconcertante salto cuántico.