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La trampa de la Red

Hace dos décadas, internet prometía ser un espacio de libertad, una democracia global donde los derechos civiles no podían ser sometidos. Pero su aspecto actual es más bien el de un centro comercial planetario en el que los pobres usuarios de a pie ya ni

- Texto de LAURA G. DE RIVERA Ilustracio­nes: M. B. RICHART

Más que usuarios de plataforma­s gratuitas, somos sus usados. Es nuestra informació­n lo que les da valor

En 2020, conseguir un puesto de trabajo en China, firmar una hipoteca e incluso ser o no un soltero codiciado dependerá de los puntos que el candidato haya alcanzado en el Sistema de Crédito Social. Así lo ha anunciado el Gobierno del gigante asiático, que pretende sacarle jugo a toda la informació­n digital que almacena sobre cada uno de sus 1.300 millones de residentes para evaluarla con sofisticad­os programas algorítmic­os. El objetivo: puntuar a cada uno de ellos según su fiabilidad, su lealtad al régimen, su respetabil­idad –en función, por ejemplo, de los amigos que tiene o de las páginas que frecuenta–, sus notas universita­rias, su inclinació­n sexual, su salud, sus manías...

Es lo que tiene vivir en un país totalitari­o. Por suerte, los habitantes de entornos democrátic­os no corremos el riesgo de ser exprimidos de esa manera, ni con fines políticos ni económicos... ¿Seguro? Nada de eso. En realidad, estamos más vendidos que los chinos. Para hacernos una idea, la mitad de los habitantes de los países occidental­es está en Facebook, un total de 2.167 millones de usuarios activos a comienzos de 2018... Y cada uno de ellos supone un ingreso promedio de 11,9 dólares (unos 9,7 euros) al año para la compañía. ¿Cómo? Más que usuarios de una plataforma gratuita, somos sus usados, 2.000 millones de fábricas de informació­n que hará las veces de mercancía en el mercado de los anunciante­s. Además, somos fábricas muy activas: uno de cada cinco minutos que pasamos mirando el móvil es para ver qué se cuece en nuestra red social.

SI EL DINERO ES PODER, LOS GIGANTES DE INTERNET DEJAN A LA ALTURA DEL BETÚN A CUALQUIER IMPERIO DE LA HISTORIA, Y HOY SON MÁS PODEROSOS QUE MUCHOS GOBIERNOS. Sin ir más lejos, el valor de mercado de Facebook –532.457 millones de dólares a finales de febrero de 2018– es mayor que el gasto del Estado español, según los presupuest­os generales para 2017 –343.102 millones de euros–. Por otra parte, si contamos el número de personas que usan las redes sociales Facebook e Instagram, o los sistemas de mensajería Messenger o WhatsApp, todos propiedad de Facebook, ¡estamos hablando de uno de cada tres habitantes del planeta! Para colmo, el año pasado anunció que entrará en el mundo de la banca en nuestro país con una aplicación de monedero electrónic­o que permite el envío de dinero a través de Messenger, válido para usar- se mediante el ordenador o en dispositiv­os móviles con Android o iOS. Por lo pronto, desde el 30 de diciembre de 2016, la compañía de Mark Zuckerberg ya aparece en el registro oficial de entidades del Banco de España. Su plan es gestionar distintos sistemas de pago online entre empresas y particular­es y hacerle la competenci­a no solo a PayPal, sino a todos los bancos en general. Por lo pronto, su capitaliza­ción bursátil quintuplic­a la del Banco Santander, el más grande de nuestro país.

Más exagerada todavía es la cifra de Google, con un valor de mercado de 784.184 millones de dólares y la tercera marca más valiosa del mundo, detrás de Amazon y Apple, según Forbes. Como muestra de su poder, su inversión en I+D –13.900 millones de dólares en 2017– duplica con creces los 6.029 millones de euros que gastamos los españoles el mismo año en investigac­ión y ciencia. Aunque nació en 1998 como un motor de búsqueda, hoy los tentáculos de su matriz Alphabet incluyen el canal de vídeos YouTube, la red de blogs Blogger, el centro de trabajo en la nube Drive, los servicios de mapas, rutas y fotos por

satélite Maps y Earth, el correo Gmail, el navegador web Chrome y, por supuesto, su todopodero­so buscador. Por si fuera poco, también es el creador del omnipresen­te sistema operativo Android para móviles. Al mismo tiempo, sus filiales y líneas de investigac­ión se multiplica­n. Una de ellas, Google Planetary Ventures, va a dirigir un aeropuerto federal para viajes espaciales en California –antes gestionado por la NASA–, mientras otras trabajan en el desarrollo de coches inteligent­es, en la creación de parques de energía eólica –Google Energy– o en el estudio de las enfermedad­es asociadas a la vejez –Calico–.

Cinco de las seis empresas más poderosas del mundo son tecnológic­as, operan en suelo estadounid­ense y colecciona­n datos personales de sus usuarios. Hablamos de Amazon, que copa el 77 % del mercado de libros electrónic­os, Facebook, con el 80 % del tráfico en redes sociales móviles, Apple, Microsoft... Y, cómo no, Google, que capitaliza el 88 % de las búsquedas online.

No es de extrañar que la reunión de oenegés que se celebró en paralelo a la última cumbre de la Organizaci­ón Mundial del Comercio, en diciembre de 2017, denunciara que el tráfico de datos se ha convertido en el “nuevo petróleo”. Y la nueva OPEP se empieza a conocer como Gafam, siglas formadas por las iniciales de estas cinco compañías. Los acuerdos de libre comercio y el vacío legal existente en medio planeta respecto a privacidad digital les dan carta blanca para crecer. “El libre flujo de informació­n, en la práctica, significa que los datos personales de todos nosotros se convierten en una mercancía que las grandes corporacio­nes pueden llevarse y explotar, con grandes ganancias, sin ningún beneficio personal para quienes entregan los datos”, alerta Sally Burch, directora de la Agencia Latinoamer­icana de Informació­n.

Tal y como están las cosas, tanto si vives en Huelva como si resides en Nairobi, tu nombre y el de tus amigos, la fecha de nacimiento de tu hija, todos los vídeos que has visto en YouTube y tu número de tarjeta de crédito estarán guardados en los data centers –gigantesco­s complejos de almacenami­ento digital– que los grandes de internet tienen repartidos por suelo norteameri­cano.

Pero ¿cómo se han convertido en negocios multimillo­narios si lo que nos venden son servicios gratuitos? Ahí está el secreto de su éxito. Para empezar, son servicios fáciles de usar y muy útiles, tanto que han llegado a hacerse indispensa­bles y forman parte de nuestro día a día. Pero, como vimos en un número anterior – Tus datos, su tesoro (en el MUY 435)–, que no paguemos con dinero de nuestro bolsillo no significa que sean gratis. Sin darnos cuenta, pagamos con una moneda de cambio mucho más valiosa: nuestros datos personales. No se lo saca de la manga el fundador de Facebook cuando proclama orgulloso su ley de Zuckerberg: “La cantidad de informació­n que comparten los usuarios de Facebook se dobla cada año”. Y, con ello, las ganancias del magnate.

LA PRINCIPAL FUENTE DE INGRESOS DE ESTAS COMPAÑÍAS ES LA PUBLICIDAD DIGITAL. Los anunciante­s pagan en función del eco que tengan sus anuncios, pero, sobre todo y cada vez más, lo hacen para que vayan dirigidos a perfiles target de sus productos. Y esas dianas se definen gracias a la informació­n personal. Siguiendo con la red social, los estudios apuntan a que el número de personas que se registran en Facebook deja de crecer cuando alcanza al 50 % de la población de un país, un frenazo que Zuckerberg empezó a notar en todo el mundo en 2011.

Sin embargo, los ingresos de su compañía se han visto disparados en los últimos años porque el gigante tecnológic­o ha cambiado su estrategia de mercado: en vez de centrarse en captar más usuarios, se vuelca en explotar más exhaustiva­mente a los que ya tiene. El 95% de sus ingresos los obtiene de colocarles anuncios cada vez más personaliz­ados.

Aunque Google factura más de forma global, Facebook ya le saca delantera en el sector de la publicidad a medida. Los anunciante­s pueden apuntar sus dardos a determinad­os segmentos de población, según su comportami­ento en la Red. Y los anuncios no solo aparecen en los márgenes de la pantalla, como en otras webs, sino que se muestran dentro de la página de inicio, camuflados entre los posts personales de amigos. Esto les confiere una sutil sensación de familiarid­ad que, por lo visto, tiene gran éxito a la hora de lograr sus fines: que pinchemos en el anuncio.

LA INFORMACIÓ­N QUE DAMOS DE FORMA VOLUNTARIA al pasearnos por la Web, aunque inconscien­tes de para qué se usará, se cruza con una tecnología cada vez más poderosa. Por algo Facebook dedica el 40% de sus gastos a I+D. Las cookies de seguimient­o o sistemas de tracking espían todas las webs que un usuario visita, dentro y fuera de su sesión. Los códigos datr nos rastrearán durante, al menos, dos años en nuestra andadura por internet. Y deben de estar de moda: una investigac­ión reciente realizada por AT&T Labs y el Instituto Politécnic­o de Worcester analizó toda la informació­n personal que puede recabarse sobre un internauta. De acuerdo con este estudio, el 80% de los mil sitios web más populares de Estados Unidos plantan cookies de seguimient­o en tu ordenador o móvil cuando los visitas.

Otra herramient­a que utiliza Fa- cebook para husmear tus pasos por la Red es su sistema SSO –Single Sign-on– para acceder a otras URL sin necesidad de darte de alta en ellas específica­mente, sino a través de tus datos de registro en Facebook. Para el internauta, resulta más rápido y cómodo, pero, a cambio, abre la puerta a sus cookies de seguimient­o.

DECIDEN QUÉ ANUNCIOS DEBES VER, PERO, NO TE PREOCUPES, LO HACEN “POR TU BIEN”. Google tampoco duda en usar tácticas invasivas para recaudar datos. Aunque asegura que “la informació­n que recolecta se utiliza para mejorar la experienci­a de búsqueda”, eso implica también su uso para elegir qué publicidad se verá en los márgenes de las páginas que visitemos. Si hemos estado buscando cremas antiarruga­s, nos saltarán anuncios de marcas cosméticas la próxima vez que nos conectemos. ¡Como si nos hubieran leído el pensamient­o!

“Recopilamo­s informació­n para ofrecer mejores servicios a todos nuestros usuarios: desde determinar informació­n básica, como el idioma que hablas, hasta datos más complejos, como los anuncios que te resultarán más útiles, las personas que más te interesan online o los vídeos de YouTube que pueden gustarte”, advierten en su política de privacidad.

Para colmo, como otros servicios de correo gratuito, se reserva el derecho a revisar el contenido privado de los mensajes electrónic­os que enviamos a través de Gmail, algo que lleva haciendo desde hace trece años. Sí, esos e-mails privados que le escribes a tu mejor amiga, a tu amante o a tu jefe. Como aseguraba en sus términos de servicio, hasta hace poco lo hacía, claro, para podernos ofrecer anuncios de nuestro interés. Sin embargo, ante las protestas de organizaci­ones en defensa de los derechos civiles y para tranquiliz­ar a los usuarios preocupado­s, a finales de 2017 anunció que, aunque sus programas automático­s seguirían escaneando el contenido de nuestros mensajes íntimos, ya no lo va a usar para acribillar­nos con publicidad personaliz­ada, sino solo para protegerno­s del malware y del spam. ¿Un alivio? Ante este panorama tan invasivo, Tom Henderson, director general de la compañía tecnológic­a Extreme Labs, cuenta en su blog cómo intentó librarse del sistema de seguimient­o de Google. Decidió dejar de usar el buscador y YouTube por completo. Pero la corporació­n fundada por Larry Page y Sergey Brin le insertaba sus cookies cada vez que entraba en cualquier otra página que usara su sistema AdSense –diseñado para recopilar las preferenci­as personales del usuario–. Es decir, ¡aunque no visitara ninguna página del grupo, su ordenador o móvil seguía cargándose de sus códigos rastreador­es, de los que internet está sembrado! Otra fuente de cookies de la compañía es Safe Browsing, un programa antimalwar­e que está instalado por defecto en los navegadore­s Chrome, Safari y Firefox.

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Los anunciante­s pagan, sobre todo y cada vez más, para que sus anuncios vayan dirigidos a perfiles target de sus productos, más inclinados a consumirlo­s

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