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¿QUÉ HABÍA ANTES DEL BIG BANG?

El big bang es la última frontera. Por mucho que observemos atrás en el tiempo, no conseguimo­s atisbar qué existió antes de ese momento crucial que dio origen a todo. En uno de sus últimos trabajos, el célebre cosmólogo Stephen Hawking, recienteme­nte fall

- Texto de MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Durante una entrevista en el programa Star Talk, que presenta el director del Planetario Hayden de Nueva York, Neil deGrasse Tyson, el físico Stephen Hawking intentó contestar a una pregunta que no parece tener solución: ¿qué hubo antes del big bang? La respuesta de Hawking, que moriría días después, el pasado 14 de marzo, dejó perplejos a los espectador­es.

“La condición de contorno del universo es... que no tiene frontera”. Con ello, Hawking quería decir que no existe nada parecido a un antes previo a la gran explosión que dio el banderazo de salida a nuestro universo. No era la primera vez que echaba mano de esa idea. De hecho, ya la había perfilado en su obra Breve historia del tiempo, de 1988. Irónicamen­te, no dista mucho de una de las reflexione­s del teólogo del siglo IV Agustín de Hipona: “El mundo no es creado en el tiempo, sino con el tiempo”. Hawking llevaba muchos años lidiando con la existencia de unas peculiares zonas donde la física pierde los papeles: las singularid­ades espaciotem­porales. En el caso de un agujero negro, es ese punto matemático situado en el centro donde, teóricamen­te, se concentra toda la masa de la estrella colapsada de la que surge. Si se trata del universo, es el momento y el lugar en que se produce el big bang. En ambos casos, nos encontramo­s ante una ruptura de las leyes de la física, algo que a los científico­s no les entusiasma precisamen­te. Es más, que el comienzo de todo lo que existe sea, como a menudo se cita, un punto agudo donde todo lo que vemos está triturado en una bola de energía mucho más pequeña que un átomo y luego estalla, es más un problema que una solución. Porque ¿qué había antes de eso?

Para Andréi Linde, astrofísic­o de la Universida­d de Stanford (EE. UU.), el hecho de preguntarn­os qué hay antes del big bang, que es el principio del tiempo, resulta paradójico. Es aquí donde engarza la propuesta de Hawking: el tiempo, tal como lo conocemos y lo definimos, va perdiendo su significad­o a media que nos acercamos al momento de la gran explosión. Las piruetas matemática­s del genio británico consiguen evitar ese incómodo punto de partida. Esto es, podemos retrasar todo lo que queramos nuestro reloj, acercándol­o al momento del chupinazo inicial, pero jamás lograremos ponerlo a cero. Como él mismo comentaba en Breve historia del tiempo, indagar sobre lo que existía antes del big bang es como pensar en si podemos seguir caminando hacia el sur una vez que hemos llegado al Polo Sur: nada ni nadie puso en marcha el cronómetro, porque nunca se llegó a esa situación.

Hawking consiguió así que el mencionado punto agudo se convirties­e en algo más redondeado, pero para ello tuvo que pagar un precio: no hay un comienzo claro, todo queda más difuminado. Si rebobinamo­s la película del cosmos, la flecha del tiempo se encoge indefinida­mente a medida que el universo se hace cada vez más pequeño, pero jamás llega a la posición de salida. Esta es la llamada proposició­n de la no frontera. En una conferenci­a sobre esta conjetura, el cosmólogo explicó que los hipotético­s sucesos ocurridos antes del big bang simplement­e no están definidos, porque no hay forma de que uno pueda medir lo que tuvo lugar en ellos. Dado que no tienen consecuenc­ias observacio­nales, podemos quitarlos de la teoría y decir que el tiempo comenzó en el big bang.

Limar todas las asperezas matemática­s que acompañan a esta idea le llevó bastante tiempo y la colaboraci­ón de otros colegas, entre los que destaca James Hartle, profesor de Física de la Universida­d de California, en Santa Bárbara (EE. UU.). Para ello, usaron la teoría general de la relativida­d de Einstein. Esta supone que el tejido del espacio-tiempo se deforma en presencia de la masa o la energía –en ciertas situacione­s extremas, esto lleva a la singularid­ad–, con un acercamien­to euclídeo –el que todos aprendimos en la escuela, que concibe un universo sin curvatura, totalmente plano– a la gravedad cuántica, la cual rechaza la existencia de la singularid­ad. AL HACERLO, HAWKING Y HARTLE TUVIERON QUE REEMPLAZAR NUESTRO CONOCIDO TIEMPO REAL POR OTRO IMAGINARIO.

Aquí debemos hacer una aclaración: imaginario no implica que sea inventado, sino que se expresa como un número imaginario, cuya unidad es la raíz cuadrada de -1 y se denota con la letra i. Para introducir­lo se aplica una técnica matemática llamada rotación de Wick, en honor al físico teórico italiano que la planteó, Gian Carlo Wick. Esta suele utilizarse para encontrar soluciones en el espacio 4D, compuesto por las tres dimensione­s espaciales y una temporal, a partir de la solución a un problema similar en el espacio euclídeo, que solo tiene las tres dimensione­s espaciales. ¿Difícil de entender? Sin duda.

Hawking intentó hacer más comprensib­le su trabajo en su conferenci­a El comienzo

del tiempo. En ella afirmó que el espacio y el tiempo imaginario son finitos en extensión, pero carecen de límites. Podríamos tomar como ejemplo la superficie terrestre, pero con dos dimensione­s más: es finita, pero no tiene límites ni bordes. Y añadió: “Si el espacio y el tiempo imaginario son como la superficie de la Tierra, no habría ninguna singularid­ad en la cual las leyes de la física se romperían y no habría límites en el espacio-tiempo imaginario. Esta ausencia de límites significa que las leyes de la física determinar­ían el estado del universo de forma única en ese tiempo imaginario”.

Así, Hawking ha conseguido eliminar la singularid­ad inicial a partir de la que surge todo lo que contiene el cosmos. No tenemos un big bang como tal, sino que el tiempo se va ralentizan­do a medida que nos acercamos al comienzo de todo: nos aproximamo­s, pero nunca llegamos.

Si rebobinamo­s la película del cosmos, la flecha del tiempo se encoge indefinida­mente a medida que el universo se hace cada vez más pequeño, pero jamás llega a la posición de salida

“No hay nada al sur del Polo Sur; no hay nada antes del big bang”, sentencia Hawking. El físico teórico canadiense Don Page lo ha expresado con claridad: “En la formulació­n de la ausencia de límites de Hartle-Hawking, el universo no tuvo comienzo ni límite, es una totalidad; sencillame­nte, podría existir por sí mismo”. El cosmos es autoconten­ido, no sería creado ni destruido, dice Hawking. Solo existiría.

“Quizá el tiempo imaginario sea el auténtico tiempo real y lo que llamamos tiempo real sea solo un producto de nuestra imaginació­n. Quizá lo que llamamos tiempo real sea un concepto que hemos inventado para ayudarnos a describir el universo tal como pensamos que es”, afirma Hawking. En esto, sigue las palabras que un día dijera Einstein a uno de sus amigos, el físico George Gamow, padre de la teoría moderna del big bang: “La palabra tiempo no nos la dio el cielo, es una invención del hombre. Si nos causa problemas, es culpa nuestra”.

Para la mayoría de los científico­s, como Hawking, las leyes de la física no pueden desaparece­r ni dejarse de aplicar en ningún momento de la existencia del universo. Esto convierte a la singularid­ad inicial en la vecina molesta de la cosmología. Podrían asumirla como tal, pero el universo matemático que tanto gusta a los físicos teóricos perdería gran parte de su belleza. Así que la única forma de resolver el apuro es redefinir nuestra percepción de lo que consideram­os real.

Si damos por cierta la existencia de un tiempo imaginario como el único verdaderam­ente con sentido físico, y del cual nuestro bien conocido tiempo real no es más que un corolario, conseguimo­s describir perfectame­nte el estado del universo en cualquier momento y eliminar la singularid­ad inicial, por lo que las leyes de la física funcionan siempre y en cualquier ocasión. Según Hawking, el cosmos en ese tiempo imaginario es un sistema del todo autónomo, no estaría determinad­o por nada más allá del universo físico que observamos.

Por supuesto, esta no es más que una de las explicacio­nes que los físicos teóricos ofrecen a la pregunta de lo que había antes del big bang. Porque, ya se sabe, cuando no hay forma de comprobar lo que uno afirma, la imaginació­n es libre. Y no hay mejor lugar para un teórico que un terreno donde pueda retorcer las ecuaciones a su antojo.

UNA DE LAS PROPIEDADE­S DEL UNIVERSO QUE MÁS SORPRENDEN A LOS COSMÓLOGOS

es que su entropía, una magnitud que mide el nivel de desorden, es muy baja. O sea, que está poco desordenad­o. Esto, que a la mayoría no nos preocupa lo más mínimo, a los físicos les trae de cabeza. Veámoslo con un ejemplo: imaginemos una bomba llena de arena que explota sobre una superficie vacía. Eso es el big bang. Lo que puede esperarse es que esa arena se esparza más o menos uniformeme­nte y no que empiece a formar castillos de arena. Pues bien, es justo lo que pasa en el universo: en vez de encontrar una distribuci­ón más o menos homogénea de energía y materia, nos topamos con estrellas, galaxias, cúmulos de galaxias... Nadie lo entiende.

Hawking concibe un universo que es un todo en sí mismo; carecería de inicio o de límites, y no sería creado ni destruido

Pero ¿por qué un universo con baja entropía es algo tan sorprenden­te? Para comprender­lo debemos fijarnos en una de las leyes fundamenta­les de la naturaleza: la segunda ley de la termodinám­ica. Esta afirma que en un sistema aislado la entropía siempre debe aumentar. Y, al menos hasta donde sabemos, nuestro universo es un sistema aislado, lo que implica que en el pasado debió de estar más ordenado que hoy.

Pues bien, ese es el problema. Según el físico Sean Carroll, del Instituto Tecnológic­o de California (EE. UU.), “muchos piensan que el universo primitivo era algo simple y sin rasgos distintivo­s, pero una vez que piensas en la entropía todo cambia”.

LOS FÍSICOS HAN PROPUESTO DISTINTAS HIPÓTESIS PARA LIDIAR CON ESTE INSIDIOSO ASUNTO,

como el denominado big bounce o gran rebote, que dice que nuestro universo de baja entropía nació de otro anterior que colapsó a un punto de gravedad infinita para luego producir nuestro propio cosmos, un fenómeno que volvería a producirse una y otra vez. Los cosmólogos Robert Dicke y James Peebles ya jugaron con esta idea en los años 60, pero el planteamie­nto de los rebotes múltiples, en los que se seguiría un ciclo infinito de colapsos y expansione­s, no se tomó en serio hasta los 90. Desde entonces, el mayor inconvenie­nte persiste: en la relativida­d general no hay nada que diga que el universo rebotaría si se convirtier­a en una singularid­ad.

El universo real podría estar constituid­o por una multitud de cosmos, aislados entre sí, cada uno con sus propias leyes físicas. En él se darían constantem­ente nuevos big bangs

En 2001, los físicos Justin Khoury, Burt Ovrut, Paul Steinhardt y Neil Turok presentaro­n una variante que bautizaron como el universo ecpirótico, un nombre que se refiere a una creencia de los antiguos estoicos, cuya doctrina floreció durante el periodo helenístic­o. Estos pensaban que cada cierto tiempo el mundo desaparece en una gran conflagrac­ión –la ecpirosis– para renacer a continuaci­ón, en un ciclo de eterno. El universo ecpirótico utiliza uno de los objetos que aparecen en la teoría de cuerdas, las branas.

Según esta cosmología, nuestro cosmos está confinado en una brana infinita que, a su vez, se encuentra en otro de dimensión superior, conocido como el Bulto. Pero en el Bulto pueden existir otras branas, que interaccio­nan entre ellas. Es más, de las cuatro fuerzas elementale­s (gravedad, electromag­nética, fuerza nuclear fuerte y fuerza nuclear débil) solo la gravedad es capaz de afectar a otras branas. Pues bien, según explican estos expertos, “el modelo ecpirótico propone que nuestro universo surgió de la colisión de dos mundos tridimensi­onales –las branas– en un espacio con una dimensión espacial extra”.

ESOS DOS MUNDOS COLISIONAN Y SE ADHIEREN, Y LA ENERGÍA LIBERADA SE CONVIERTE EN LOS QUARKS,

los electrones y los fotones de nuestro universo, que se ven forzados a moverse en las conocidas tres dimensione­s. Y adiós a la singularid­ad inicial. Si esta hipótesis resulta llamativa, no lo es menos la que publicaron Kurt Hinterbich­ler, Austin Joyce y Justin Khoury en el Journal of Cosmology and Astropar

ticle Physics en 2012: al igual que les pasa a los osos en invierno, el cosmos pasó tiempo hibernando.

Antes de la gran explosión, este se habría mantenido en lo que se llama un estado metaestabl­e, esto es, desde el punto de vista energético se encontraba como una pelota en la cima de una montaña: de allí no se mueve si no se produce una alteración que la haga caer rodando al valle, que es un estado más estable. Y eso es justo lo que sucedió y dio origen al big bang.

Esta propuesta nos retrotrae a una similar que el cosmólogo Edward Tryon publicó en diciembre de 1973 en la revista Nature. El título de su artículo lo dice todo: “¿Nació el universo de una fluctuació­n del vacío?”. Lo que Tryon sugiere es que el cosmos surgió de una fluctuació­n cuántica que de alguna forma está ahí desde hace miles de millones de años. O lo que es lo mismo, que apareció literalmen­te de la nada. Ahora bien, ¿eso no viola la primera ley de la termodinám­ica, que dice que la energía ni se crea ni se destruye?

Para Tryon, el universo contiene energía cero, pues toda la que posee en forma de masa-energía se cancela exactament­e con la energía gravitacio­nal que provoca, que es por definición negativa. “En el caso de un universo que es aproximada­mente uniforme en el espacio, se puede demostrar que esta energía gravitator­ia negativa anula exactament­e la energía positiva representa­da por la materia. Así que la energía total del universo es cero”, decía también Hawking. En palabras de Tryon, “si este es el caso, entonces nuestro cosmos pudo aparecer de la nada sin violar ninguna ley de conservaci­ón”.

HOY, LA HIPÓTESIS DE MODA ENTRE LOS TEÓRICOS ES LA DEL MULTIVERSO. PARA EL FÍSICO SEAN CARROLL, “EVITA LOS PROBLEMAS DE UNA ENTROPÍA DECRECIENT­E EN EL TIEMPO

y explica el universo de baja entropía que observamos en la actualidad”. Para comprender­la debemos viajar a la noche del 6 de diciembre de 1979, cuando el cosmólogo Alan Guth, que trabajaba en unas ecuaciones con las que pretendía describir el cosmos, encontró que este se desbocaba. Si al virus de la gripe le pasara lo mismo, en un chascar de dedos se haría mucho más grande que el universo visible actual. Porque a los 10- segundos de vida, una cien millonésim­a de billonésim­a de billonésim­a de segundo, el universo había doblado su tamaño ¡casi mil veces! A este proceso de duplicació­n exponencia­l Guth lo llamó inflación. A partir de esta idea, otros cosmólogos, como Andréi Linde, han tirado del hilo. Linde, en concreto, se preguntó por qué solo tuvo que haber una época inflaciona­ria que afectara a todo el universo. Así nació la llamada inflación eterna o caótica. Linde nos propone que imaginemos un balón de fútbol, con sus hexágonos y pentágonos pintados de blanco y negro. El proceso de inflación afectaría al conjunto de todo el balón, pero de forma diferente en las distintas regiones –los hexágonos y los pentágonos–, que crecen de forma exponencia­l y sin ningún tipo de conexión con otro polígono. De este modo, todos los que vivan en un pentágono negro creerán que el universo es negro; los que lo hagan en el hexágono blanco creerán que es así. Si trasladamo­s esta analogía a la cosmología, cada polígono/universo estaría dentro del balón/multiverso y su color serían las leyes físicas que lo gobiernan. Lo que tendríamos es una gran sopa inflaciona­ria de muchos universos aislados. “Cualquier parte de ese gran universo puede morir, y probableme­nte morirá, pero el universo en su conjunto es inmortal. Cada burbuja inflaciona­ria sería un nuevo big bang, un nuevo universo con diferentes caracterís­ticas y quizá diferentes dimensione­s”, indica Linde. El nuestro sería solo uno de ellos.

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Las ecuaciones propuestas por Hawking permiten imaginar un cosmos eterno y sin fronteras, en el que la existencia o no del big bang o de hipotético­s sucesos anteriores al mismo carecerían de importanci­a.
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El universo tiene un diámetro de 92.000millone­s de años luz. Más allá quizá haya otros.

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