SE DESCUBRE EL HELIO, EN EL SOL
EL SEGUNDO ELEMENTO MÁS ABUNDANTE DEL UNIVERSO, HALLADO GRACIAS A LA OBSERVACIÓN DEL ASTRO REY, LLEVA EL NOMBRE DE LA PERSONIFICACIÓN DE ESTE EN LA MITOLOGÍA GRIEGA.
Con la publicación de su tratado sobre óptica, en 1704, Newton había desentrañado los secretos de la dispersión de la luz, un fenómeno que se ponía de manifiesto, por ejemplo, en el arcoíris. Se había demostrado que un prisma podía descomponer la luz blanca, sin añadir ni quitarle nada, en los colores que la integraban, del rojo al violeta. La invención del espectroscopio, un siglo más tarde, supuso el desarrollo de una nueva ciencia, la espectrometría, que relacionaba la materia con el tipo de luz que esta era capaz de emitir o absorber. Esto permitía, entre otras cosas, identificar la presencia de átomos o moléculas al analizar los espectros luminosos de las distintas sustancias. No todas las luces eran iguales. No era idéntica la llama de combustión del alcohol que la del acetileno, y si un químico colocaba una brizna de producto en la llama de un mechero, podía detectar la presencia de muchos iones metálicos. Del mismo modo, el análisis espectral de la luz de las estrellas permitía identificar la presencia de elementos químicos, y el Sol no era una excepción.
MIENTRAS OBSERVABA DESDE LA INDIA EL ECLIPSE TOTAL DEL 18 DE AGOSTO DE 1868, EL ASTRÓNOMO FRANCÉS PIERRE JANSSEN DESCUBRIÓ
que en la cromosfera de nuestra estrella había una línea de luz amarilla que nunca se había registrado. El inglés Joseph Norman Lockyer, otro investigador aficionado a analizar los espectros –el año siguiente, este fundaría la revista
Nature–, probó dos meses más tarde con un espectroscopio la existencia de aquella línea; unos años después, concluyó que no podía explicarse por ningún elemento químico conocido. Lockyer supuso que se trataría de algo existente en el astro rey, con lo que se decidió llamar helium al nuevo elemento –un término que hacía referencia al dios griego del Sol, Helios–.
Se trata del segundo elemento más abundante en el universo, tras el hidrógeno, y la mayor parte del mismo se formó minutos
después del big bang. Durante treinta años se supuso que existía solo en el Sol, hasta que en 1895 William Ramsay pudo observar la misma línea espectral en el gas que se liberaba al tratar con ácido la cleveíta, un mineral radiactivo de uranio. La presencia de aquel gas atrapado en el mineral se explica por la emisión de partículas alfa en la desintegración del uranio. Ahora, continúa apareciendo nuevo helio, en los procesos de fusión nuclear que suceden en el interior de las estrellas, pero también como la mencionada radiación alfa, en la desintegración natural de algunos núcleos radiactivos.
PRONTO SE DESCUBRIÓ QUE, EN CONDICIONES NORMALES, EL HELIO NO REACCIONABA QUÍMICAMENTE CON NADA,
con lo que se le incluiría en el nuevo grupo de los gases nobles. Ramsay había anunciado en 1894 el descubrimiento del argón, el primero de los gases que en 1898 se denominaron así, en analogía con los metales nobles, por su baja tendencia a reaccionar químicamente. El argón constituye alrededor del 1 % de la atmósfera terrestre. En 1898, Ramsay hallaría el kriptón, el neón y el xenón por licuefacción y destilación fraccionada del aire. El radón también fue descubierto ese mismo año, aunque no sería bautizado hasta 1923. A comienzos del siglo XX, Dmitri Mendeléyev incluyó ese nuevo grupo de elementos en su célebre clasificación. Era una familia singular de la tabla periódica cuyo primer integrante fue captado en el Sol.