El lado oscuro de la impresión 3D
¿Una pistola lista para su uso? ¿Drogas? ¿Falsificaciones? ¿Y por qué no un virus letal? Aprieta el botón y tendrás lo que deseas. Parece la clásica profecía tecnológica pesimista, pero esas y otras cosas ilegales o peligrosas están saliendo ya de las impresoras 3D, máquinas maravillosas que pueden servir para hacer del mundo un lugar más incierto.
Una noche de 1983, el ingeniero estadounidense Charles Hull despertó a su esposa para mostrarle una taza de plástico negro que había creado con un nuevo método al que llamó estereolitografía. Era el primer objeto impreso en 3D. Esta tecnología, conocida también como fabricación aditiva, produce objetos tridimensionales mediante la superposición de capas sucesivas de material, que ya no es solo plástico. Hay equipos que emplean como materia prima metal, madera, hormigón, cerámica o… chocolate. E incluso se han impreso órganos y tejidos humanos a partir de células madre. Parece una tecnología limitada solo por la imaginación.
La impresión 3D promete maravillas y entraña peligros. Puede servir para falsificar productos (ropa, juguetes, joyas…) y crear armas de fuego, drogas sintéticas, virus y casi cualquier otra cosa concebible. Y dejar obsoletas las aduanas e inspecciones fronterizas: ¿por qué arriesgarse a pasar de contrabando algo a otro Estado si puedes imprimirlo tras cruzar su frontera? Los entusiastas de esta innovación creen que en no más de quince años será común tener en casa impresoras 3D que nos convertirán en creadores, fabricantes (individuales o en colaboración), distribuidores y vendedores, lo que dará lugar a lo que quizá sea una nueva revolución industrial. Si ese futuro llega, estas máquinas se convertirán también en herramientas para delinquir. De hecho, ya lo son, aunque aún a pequeña escala. ¿De qué forma se utilizan para hacer el mal, y qué peligros potenciales encierran? Veámoslo.
ARMAS A LA CARTA. La primera pistola funcional producida por una impresora 3D vio la luz en 2013 y recibió el nombre de Liberator. Se compone de dieciséis piezas, quince de ellas salidas de una impresora Stratasys. Dispara balas de revólver del calibre .380, y su único componente metálico es un clavo para el percutor. Más de cien mil personas en todo el mundo se han descargado el software y las instrucciones para imprimirla. Su creador, el estadounidense Cody Wilson, de treinta años, se define como “un individualista radical”. Cree que cualquiera tiene derecho a defender sus intereses y solucionar sus problemas al margen de las autoridades públicas. Eso conlleva el derecho a portar armas de fuego y, por qué no, hacérselas a medida. Por eso creó Defense Distributed, un servicio en línea sin ánimo de lucro que desarrolla y cuelga en internet diseños de código abierto para armas de fuego imprimibles en 3D. O que lo hacía.
Wilson, que ha sido apoyado por destacados ultraderechistas en su país, tiene problemas con la ley estadounidense, e incluso Donald Trump ha criticado en Twitter su servicio. El pasado verano, un juez federal dictaminó que su oferta de programas para imprimir armas es ilegal y obligó a retirarlos, pero llegó tarde: ya hay muchos circulando por el mundo.
En pocos años, la impresión armamentística ha avanzado rápido. En 2015, un youtuber que usa el seudónimo de Derwood creó la Shuty-MP1, un arma semiautomática de 9 mm impresa casi al cien por cien. Su único fallo es que el cañón empieza a derretirse al cabo de dieciocho disparos si no se enfría convenientemente. Se confecciona con una impresora 3D Fusion F306 y su materia prima es el plástico, a excepción del cañón y el resorte. Su inventor afirma que trabaja para prescindir de las partes que requieren de soldadura,
mejorar su invento y hacerlo más accesible. Algunos Gobiernos han advertido el peligro y han intervenido. En Japón, Yoshitomo Imura fue condenado a dos años de cárcel en 2014 por imprimir pistolas de plástico. Es el primer caso, pero ¿será el último? Parece difícil impedir que cualquiera pueda agenciarse una pistola indetectable para los detectores de metales.
Pero las armas de fuego podrían ser el menor de nuestros problemas impresos. Circulan por internet instrucciones y software para imprimir granadas, morteros y explosivos, y se teme que la técnica se use en la fabricación de drones capaces de atacar centrales nucleares, almacenes de productos químicos y otras instalaciones sensibles.
Los grupos terroristas se beneficiarían así de una tecnología que, a medida que se sofistique, haría posible imprimir lanzamisiles capaces de derribar un avión. Con todo, lo más preocupante es que este método ayude a producir armas nucleares. Las leyes internacionales dificultan el acceso a la tecnología que permite desarrollarlas, pero cabe imaginar que la fabricación aditiva posibilite a algunos Gobiernos u organizaciones crear los componentes. Por ejemplo, Irán podría imprimir las piezas de sus centrifugadoras de uranio en lugar de tener que comprarlas ilegalmente en el extranjero.
PIRATERÍA MASIVA. Tras el asunto de las armas, esta parece un tema menor, pero no. Gartner, empresa consultora y de investigación de las tecnologías de la información, estima que la impresión 3D podría generar en 2018 unas pérdidas de más de 100.000 millones de dólares en el mundo por culpa de las falsificaciones. Con el escaneado y la impresión 3D de alta resolución, la copia ilegal de objetos será tan fiel como la digital: resultará casi imposible hallar diferencias entre el original y el fraudulento. Las pasarelas de moda ya exhiben vestidos impresos. ¿Tardaremos mucho en poder imprimir copias exactas de unos vaqueros Levi's o un traje de Armani? La propia información para fabricar cualquier producto de consumo también se pirateará y se difundirá online. Sitios como Thingiverse ya ofrecen software e instrucciones para imprimirse desde joyas hasta fundas para el iPhone, y viven en la frontera de lo legal y lo ilegal. Disney obligó a esta web a eliminar los diseños imprimibles de tres personajes de Star Wars creados por el diseñador argentino Agustin Flowalistik: R2D2, C3PO y Darth Vader.
Ya podemos imprimir nuestras propias piezas de LEGO (incluso con equipos fabricados con piezas de esta marca), y hay impresoras 3D para niños, como ThingMaker, de Mattel. De ahí a la piratería masiva de juguetes hay un paso, y más si añadimos a la ecuación el descenso de los precios de las máquinas caseras, y el software de diseño y otros elementos que ya se distribuyen con código abierto. Prohibir la comercialización de determinadas impresoras 3D no será problema: algunas, como la RepRap Snappy 1.1c, crean copias de sí mismas a partir de no más de 2,5 kg de plástico. Basta con enviar sus planos por internet para producirla donde se desee.
Los fabricantes de objetos afrontarán un problema similar al de los productores de contenidos digitales, fáciles de copiar. Para defenderse, las empresas pueden perseguir la difusión por internet de archivos que permitan imprimir copias de sus productos, o adoptar una estrategia como la de servicios en línea (Netflix, Spotify...) que ofrecen vídeo y música por una tarifa mensual. Esta segunda posibilidad parece más eficaz para combatir la piratería, dada la experiencia con el cine y la música. Uno de los primeros proyectos de este tipo es el de Authentise, una startup estadounidense que solo deja que los diseños se envíen a una impresora 3D una vez. Terminado
el proceso, las instrucciones se eliminan instantáneamente: queda un objeto impreso, pero ningún rastro digital que permita reproducirlo de nuevo.
DROGAS CASERAS. La fórmula química de la cocaína no es un secreto, ni la de sustancias tóxicas como el ántrax. Con impresoras 3D puede producirse armamento biológico o químico, o drogas ilegales. Para entenderlo, fijémonos en el uso de estos equipos en la fabricación de fármacos. El químico Leroy Cronin y su equipo de la Universidad de Glasgow desarrollan impresoras 3D de sustancias con el objetivo de producir bajo demanda medicamentos como el ibuprofeno. En este caso, las tintas son reactivos simples, a partir de los cuales se forman moléculas más complejas. Con un número no muy alto de tintas se puede hacer cualquier molécula orgánica, con gran beneficio potencial: muchas medicinas no se producen porque la población que las necesita no es lo suficientemente numerosa o rica. Pero este modelo productivo haría rentable cualquier fármaco.
Esto no es una hipótesis. En 2015, la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense autorizó el primer medicamento impreso en 3D: Spritam, un tratamiento oral para niños y adultos epilépticos. La fabricación aditiva logra que estas pastillas tengan una estructura porosa que facilita su disolución en agua en solo cuatro segundos. Con este método se pueden crear dosis distintas para necesidades diferentes, en vez de invariables. Se requiere maquinaria específica y una prescripción médica, pero es cuestión de tiempo que cualquiera monte minilaboratorios donde imprimir este y otros medicamentos, con o sin permiso. O, por qué no, drogas como las metanfetaminas.
VIRUS Y OTROS MICROBIOS. La tecnología de impresión 3D impulsará la biología sintética personalizada. ¿De qué forma? El sistema operativo de todos los seres vivos es el ADN. En abril de 2003, el Proyecto Genoma Humano terminó la secuenciación de los 3.000 millones de pares de bases que componen nuestro genoma, el ADN completo del Homo
sapiens. En la actualidad, el proyecto Earth Biogenome trabaja para secuenciar los genomas de 1,5 millones de especies de hongos, plantas y animales. Al transformar esta información biológica en código binario, podemos leerla en un ordenador. La biología sintética invierte el proceso: diseña material genético en código informático binario que puede traducirse en secuencias de ADN factibles en el mundo físico. Este fue el método seguido por el biólogo Craig Venter y su equipo para crear una bacteria sintética con 473 genes, logro que anunciaron en 2016. Escribieron en un ordenador el código genético del microorganismo, luego lo crearon mezclando las cuatro letras del ADN y después lo introdujeron en una bacteria previamente vaciada de material genético.
El proceso está reduciendo sus costes y complejidad. Según Venter, “durante los próximos veinte años, la genómica sintética servirá para hacer cualquier cosa”. Eso incluye bacterias y virus diseñados para matar, imprimibles gracias a tecnologías como la que desarrollan ingenieros de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich. En 2017 fabricaron una tinta biocompatible que se usa como materia prima en una impresora 3D. Fink, que es como la llaman, consiste en un hidrogel que alberga bacterias. Según sus creadores, podría emplearse para imprimir sensores orgánicos que detecten toxinas en el agua, filtros que detengan las sustancias tóxicas en los vertidos de crudo, o celulosas con usos en biomedicina. Todo depende de las propiedades de las bacterias que se empleen. Un método similar serviría para imprimir piezas repletas de microorganismos dañinos.