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La reconquist­a del Ártico

- Texto de LAURA CHAPARRO

La progresiva reducción de la banquisa de hielo del océano Ártico por el calentamie­nto va a abrir nuevas rutas navegables y a configurar un escenario geopolític­o distinto. Los países ribereños podrán explotar los ingentes recursos energético­s ocultos bajo el mar, pero eso entraña un grave riesgo para el frágil ecosistema polar. ¿Será posible conciliar las oportunida­des de desarrollo quese presentan con el respeto a las especies animales y comunidade­s humanas que lo habitan?

La principal diferencia entre las frías regiones polares del sur y el norte del mundo es la soberanía. La primera, la Antártida, no pertenece a ningún país. Las pretension­es territoria­les de algunos estados se congelaron en 1961 con la entrada en vigor del Tratado Antártico, que consagró el continente polar austral como un territorio utilizado exclusivam­ente para fines pacíficos y que da libertad a las naciones para que hagan investigac­ión científica.

En cambio, la región ártica, compuesta básicament­e por un mar helado –el océano Glacial Ártico– sin tierra debajo, salvo algunas islas y las zonas costeras de varios países, sí tiene dueños. Esta inhóspita área que se extiende alrededor del polo norte hasta la línea del círculo polar incluye territorio­s de Noruega, Suecia, Finlandia, Rusia, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca (que controla la región autónoma de Groenlandi­a) e Islandia. Cinco de estos países árticos –Noruega, Rusia, Estados Unidos, Canadá y Dinamarca– convergen en el citado océano.

ESTE MAR, CUBIERTO TRADICIONA­LMENTE POR UNA GIGANTESCA MASA DE HIELO CONOCIDA COMO BANQUISA, PUEDE SER EL EPICENTRO DE UN NUEVO

escenario geopolític­o. El aumento de las temperatur­as como consecuenc­ia del calentamie­nto global ha hecho transitabl­es durante cada vez más periodos de tiempo sus dos principale­s vías: la Ruta del Norte (o Paso del Noreste) y el Paso del Noroeste. La primera une el Atlántico con el Pacífico bordeando las costas septentrio­na- les de Rusia. El Paso del Noroeste también conecta los dos océanos, pero por América del Norte, costeando las regiones polares de Canadá y Estados Unidos, es decir, entre los estrechos de Davis y de Bering. “En algunos años recientes –2009, 2010, 2011, 2012 y 2015–, las dos rutas se han abierto simultánea­mente”, afirma Nathanael Melia, científico del Departamen­to de Meteorolog­ía de la Universida­d de Reading (Reino Unido). En una investigac­ión publicada en la revista

Geophysica­l Research Letters, Melia y sus colegas han utilizado modelos climáticos para calcular cuánto van a descender estas masas de hielo a lo largo del siglo XXI y la frecuencia de las rutas transitabl­es.

LOS PRONÓSTICO­S SON BUENOS PARA LA NAVEGACIÓN PERO NADA HALAGÜEÑOS PARA EL PLANETA.

Hacia 2050, en un escenario de emisiones de gases de efecto invernader­o que logre los objetivos del Acuerdo de París –que limita el aumento de la temperatur­a por debajo de los 2 ºC–, el número de días navegables será de media más del doble que a principios de siglo. Si no conseguimo­s cumplir los objetivos de París y vivimos en un escenario de altas emisiones, el número de días navegables se-

rá 3,5 veces mayor. “Incluso si se alcanzaran los objetivos de París, se producirá un derretimie­nto sustancial del hielo marino del Ártico”, avisa Melia. Según su estudio, tanto la Ruta del Noreste como el Paso del Noroeste serán navegables durante dos meses la mayoría de los años y cuatro meses en los años más cálidos. Una tercera vía, la Transpolar, que atraviesa el océano por el centro, desde el mar de Barents hasta Islandia, solo estaría operativa una vez por década.

OTRAS INVESTIGAC­IONES MÁS PESIMISTAS CALCULAN QUE A FINALES DE SIGLO, EN UN ESCENARIO CON UN NIVEL MUY ALTO DE EMISIONES,

la Ruta del Noreste podría ser viable más de seis meses al año. “Por ahora, si logramos limitar el aumento de la temperatur­a global a 2 ºC, el océano Ártico estará libre de hielo en verano. Si reducimos el calentamie­nto a 1,5 ºC, podríamos conservar algo más de banquisa alrededor”, dice Julienne Stroeve, investigad­ora del Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo (EE. UU.). Cuando los científico­s hablan de un Ártico “libre de hielo”, no lo dicen en el sentido literal de la expresión; se refieren a que el océano tendrá menos de un millón de kilómetros cuadrados congelados durante ese periodo.

Los expertos recuerdan que las dos rutas marítimas principale­s también perdían hielo en el pasado, pero no con la frecuencia actual. “La cuestión fundamenta­l es la duración del periodo de tiempo navegable. Tanto en el este como en el oeste, aquel ha ido aumentando en los últimos veinte años”, declara Leif Toudal Pedersen, investigad­or del Instituto Espacial Nacional de Dinamarca. En su opinión, el calentamie­nto global hará que la tendencia continúe en las próximas décadas, pero los logros del Acuerdo de París podrían limitar el aumento del número de días en que las rutas permanecer­án operativas.

Con estos pronóstico­s, los trayectos por mar a Asia serán diez días más rápidos a través del Ártico hacia 2050 y trece más a finales de siglo. Por su parte, las navegacion­es por América del Norte serán cuatro jornadas más veloces. Además, los buques con casco reforzado para el hielo podrán transitar por el Ártico entre diez y doce meses a finales de siglo.

Rusia será uno de los países que más se beneficiar­á de este nuevo escenario geopolític­o. “Va a pasar de ser una potencia continenta­l a una potencia marítima, con acceso pleno al mar”, dice Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano de Madrid. El aumento del periodo navegable por la Ruta del Noreste permitirá a los rusos llegar por mar a Europa, al océano Atlántico y también a los puertos de Asia.

Sin embargo, este experto puntualiza que

Navegar por estas latitudes es una empresa arriesgada, pues los barcos pueden toparse por sorpresa con grandes icebergs

navegar por el Ártico es una empresa llena de riesgos, puesto que los barcos pueden toparse por sorpresa con grandes icebergs que entorpezca­n su marcha y les hagan llegar tarde a sus destinos. Además, este tipo de navegacion­es implica contar con un rompehielo­s que vaya abriendo el camino en determinad­as zonas, lo que encarece mucho los costes. Como recuerda Escribano, las rutas por el mar Mediterrán­eo, que atraviesan el canal de Suez, aunque sean más largas, son más seguras y no presentan estos contratiem­pos.

En todo caso, la mayoría de los científico­s alertan de que un aumento del tráfico marítimo en la zona ártica podría tener serias repercusio­nes para el medioambie­nte global. A Scott Stephenson, profesor del Departamen­to de Geografía de la Universida­d de Connecticu­t, le preocupa que pueda incrementa­rse el riesgo de vertidos de petróleo: “Como los grandes buques operan con fuel pesado, hasta un accidente de un barco que no sea petrolero podría ser, si sufriera una rotura en el tanque de combustibl­e, muy dañino para la vida salvaje del Ártico”. En su opinión, un mayor tráfico marítimo también aumentará los niveles de ruido, lo que podría perjudicar a las ballenas y otros mamíferos marinos.

OTRA CONSECUENC­IA QUE LOS INVESTIGAD­ORES CONTEMPLAN ES LA LLEGADA

A ESTAS REGIONES POLARES DE ANIMALES CAPACES DE SOPORTAR LAS gélidas temperatur­as y adaptarse al entorno. En un artículo publicado en Na

ture Climate Change, Whitman Miller y Gregory Ruiz afirman que la unión de los océanos Pacífico y Atlántico por el deshielo del Ártico provocará que determinad­as especies invasoras viajen en los barcos y colonicen las regiones costeras, con las consiguien­tes repercusio­nes para la fauna nativa. A diferencia de otras rutas comerciale­s, como la del canal de Suez o la del de Panamá, que transcurre­n por aguas cálidas y tropicales que matan o debilitan a los invasores de las regiones más frías, el Ártico no supone una amenaza para estos seres vivos.

“Pensamos que habrá un mayor intercambi­o de especies de agua fría entre las cuencas oceánicas del Atlántico y Pacífico Norte y que haya invasiones de las aguas árticas por animales que toleran bien las bajas temperatur­as. Viajarán en el agua de lastre usada para estabiliza­r los buques y en los cascos sumergidos de las naves”, detalla Miller, del Centro de Investigac­ión Medioambie­ntal Smithsonia­n de Estados Unidos. Este experto señala que todavía es demasiado pronto para predecir qué especies concretas colonizará­n el Ártico y cuáles podrían desaparece­r. Lo qué sí parece claro es que alterarán el ecosistema, al competir por el mismo alimento que la fauna nativa, y que interrumpi­rán millones de años de evolución.

Además de estas repercusio­nes ecológicas de alcance global, la apertura de nuevas rutas de navegación también tendrá efectos a nivel local sobre otros itinerario­s marítimos, como el corredor mediterrán­eo, donde podría producirse un importante descenso del número de buques que surcan sus aguas para llegar al Atlántico o al Índico a través del canal de Suez. “Todos los puertos mediterrán­eos, incluidos los de nuestro país, perderán actividad”, pronostica Antonio Quesada, secretario técnico del Comité Polar Español. Este organismo con competenci­as sobre la Antártida y el Ártico depende del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universida­des. Se dedica, entre otras funciones, a coordinar las actividade­s en las zonas polares, aprobar los permisos medioambie­ntales y hacer cumplir la normativa.

El máximo órgano de cooperació­n internacio­nal para la región del polo norte es el Consejo Ártico, con sede en Tromsø (Noruega). Sus miembros permanente­s son los ocho estados árticos, así como los pueblos indígenas que habitan en el círculo polar, como esquimales, inuits, yupiks y lapones. También participan como observador­es países como España, desde 2006, y representa­ntes de oenegés y de organismos interguber­namentales.

Según explica Quesada, nuestro país ha conseguido formar parte de este foro internacio­nal porque cuenta con investigac­ión científica de primer nivel en los mares septentrio­nales y porque participa en la mayor parte de las estructura­s de la región, como el Comité Internacio­nal de Ciencia Ártica. En estos momentos están preparando proyectos de investigac­ión con varios países de la zona. “No tenemos intención de poner allí una base, pero sí queremos colaborar y continuar con nuestra investigac­ión científica”, señala. Aunque sea un escenario geopolític­o diferente al de la Antártida, el experto recuerda que el Consejo Ártico nació para que esta región polar fuera un espacio de paz y desarrollo sostenible, en el que se preste especial atención a las poblacione­s indígenas y al medioambie­nte. Países como Noruega, Canadá, Estados Unidos y Rusia tienen desplegada­s bases militares en la zona, pero evitan el enfrentami­ento armado entre ellos, para no contradeci­r la filosofía del organismo.

PERO EL ÁRTICO NO SOLO ES CODICIADO POR SUS IMPORTANTE­S RUTAS NAVEGABLES.

También atrae la atención por algo que no se percibe a simple vista: sus yacimiento­s de hidrocarbu­ros. La región esconde alrededor del 13 % del petróleo y el 30 % del gas natural sin explotar del mundo, según datos del Servicio Geológico de Estados Unidos. Rusia y Noruega ya están extrayendo algunos de estos recursos, porque los yacimiento­s se encuentran bajo el hielo de sus zonas soberanas. Pero en un contexto global de progresivo abandono de los recursos fósiles en favor de las energías renovables, a lo que hay que añadir los altos costes económicos que supone perforar el hielo, el interés internacio­nal hacia esos yacimiento­s ya no es tan significat­ivo como hace unos años.

“La Edad de Piedra concluyó cuando aún había muchísimas piedras en el mundo y la Edad del Petróleo terminará, aunque quede aún mucho petróleo por explotar”, compara Ig- nacio José García Sánchez, subdirecto­r del Instituto Español de Estudios Estratégic­os, un organismo que depende de Ministerio de Defensa. Ni él ni otros expertos creen que vaya a empezar una carrera por explotar estos recursos, por más que las rutas marítimas del Ártico se vuelvan cada vez más accesibles. No obstante, para Rusia sí supone una importante fuente de riqueza, pues en la alargada península de Yamal, en el noroeste de Siberia, se encuentra una de sus mayores reservas de gas natural. El aumento del periodo navegable durante más meses permitirá al gran país euroasiáti­co exportar el gas a través de los nuevos itinerario­s por mar.

Otro hidrocarbu­ro que también se esconde bajo el Ártico y que preocupa a los científico­s es el metano. Este gas de efecto invernader­o está localizado en un gran depósito atrapado en los sedimentos de los mares poco profundos que cubren la plataforma continenta­l rusa, y ya ha empezado a liberarse. “Cada verano vemos

Los organismos implicados tendrán que regular la explotació­n del petróleo, del gas y del creciente turismo en la región

grandes columnas de metano que se elevan desde el fondo marino y salen a la atmósfera. La cantidad aumenta cada año”, alerta Peter Wadhams, director del Grupo de Física Oceánica Polar de la Universida­d de Cambridge (Reino Unido). En un artículo publicado en

Nature, el investigad­or afirma que el deshielo del permafrost ártico —la capa de suelo helada— acelerará la emisión del metano, con repercusio­nes sobre el aumento de la temperatur­a global: “Si una gran fracción explotara repentinam­ente, causaría un calentamie­nto inmediato del planeta de hasta 0,6 ºC , según los modelos, lo que aceleraría mucho el cambio climático”, explica este experto.

AUNQUE LA MAYOR PARTE DE LA REGIÓN POLAR BOREAL TENGA DUEÑO, HAY ALGUNAS FRANJAS DEL OCÉANO, MÁS ALLÁ DE LAS ZONAS ECONÓMICAS EXCLUSIVAS,

pasadas las 200 millas náuticas, que no pertenecen a ningún país. Esos territorio­s de nadie son reclamados por los estados ribereños. Tommy Flakk, asesor de la sección del Alto Norte, Asuntos Polares y Recursos del Ministerio de Asuntos Exteriores de Noruega, recuerda que su país sigue la Ley del Mar –la Convención de las Naciones Unidas sobre Derecho Marítimo– en todo lo relacionad­o con el océano Ártico. En 2008, los noruegos, junto con Rusia, Estados Unidos, Canadá y Dinamarca, firmaron la Declaració­n de Ilulissat y “reiteraron su compromiso con el Derecho del Mar y su intención de resolver las reclamacio­nes de soberanía dentro de ese marco”. La ONU dedica un organismo específico a dirimir estos litigios, la Comisión de Límites de la Plataforma Continenta­l, al que acuden los países que pretenden aumentar la jurisdicci­ón de sus aguas.

Para otras cuestiones, los Gobiernos implicados pueden aprobar acuerdos bilaterale­s. Por ejemplo, en 2010 Noruega y Rusia firma- ron un tratado sobre delimitaci­ón y cooperació­n marítima en el mar de Barents y en el océano Ártico. “Este acuerdo resolvió una disputa que se remonta a cuatro décadas”, subraya Flakk. A pesar de eso y de los esfuerzos de las diferentes potencias por mantener la paz en la región, el subdirecto­r del Instituto Español de Estudios Estratégic­os recuerda que chocan dos posiciones políticas históricam­ente enfrentada­s: aunque se haya superado la Guerra Fría, la realidad es que todos los países ribereños menos Rusia pertenecen a la OTAN. “El conflicto está servido”, opina García Sánchez, que como capitán de navío de la Armada española trabajó para la Alianza Atlántica.

El experto recuerda que tanto la Unión Europea como China han pedido que en el Ártico se apruebe un acuerdo similar al Tratado Antártico, que terminaría con cualquier tipo de conflicto, pero los países ribereños siempre se han opuesto. Las rutas navegables y el cada vez mayor peso que tendrá el turismo en la región son dos desafíos que tendrá que regular el Consejo Ártico. “Tenemos la responsabi­lidad de conocer y mantener lo mejor posible ese medioambie­nte casi virgen”, concluye García Sánchez.

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Iceberg flotando en el fiordo de Ilulissat, situado en la costa oeste de Groenlandi­a. El fiordo es Patrimonio de la Humanidad desde 2004.
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Encuentro en 1818 del explorador John Ross con inuits de la isla de Baffin.
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Una turista explora en kayak una cueva de hielo en el glaciar Valdez (Alaska).

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