Días contados
EL HALLAZGO DE QUE LOS ÁTOMOS PUEDEN ROMPERSE Y QUE ELLO GENERA GRAN CANTIDAD DE ENERGÍA PROPICIARÍA EL DESARROLLO DE LAS CENTRALES NUCLEARES Y LAS ARMAS ATÓMICAS.
Acomienzos de los años 30 del siglo pasado, las investigaciones sobre radiactividad eran frecuentes por parte de los científicos. Se estaban descubriendo muchos fenómenos, pero no siempre era sencillo interpretarlos, pues a veces se hacía necesaria la invención de nuevos conceptos. Pocos años después de que James Chadwick hallara el neutrón, una partícula sin carga eléctrica, el físico Enrico Fermi se interesó en los experimentos que realizaban Frédéric e Irène Joliot-Curie sobre radiactividad artificial, por lo que obtendrían el Nobel de Química en 1935 –el de Física fue para el mencionado Chadwick–.
Fermi utiliazó los novedosos neutrones como proyectiles para bombardear los núcleos atómicos. Lo hizo de modo sistemático, comenzando por átomos pequeños. Con ello logró el Nobel en 1938 “por sus demostraciones sobre la existencia de nuevos elementos radiactivos producidos por procesos de irradiación con neutrones y por sus descubrimientos sobre las reacciones nucleares debidas a los neutrones lentos”.
La idea era que el núcleo podía absorber el neutrón, con lo que se daba lugar a un elemento más pesado y se volvía radiactivo en muchas ocasiones. De ese modo, Fermi pensaba llegar a obtener átomos más grandes que el uranio –los llamados transuránicos–, inexistentes en la naturaleza y radiactivos. El problema es que era difícil medir la radiactividad inducida en los productos cuando ya había radiactividad natural en el elemento de partida. Entonces se produjo algo inesperado. Fermi pensaba que obtendría átomos mayores, pero la química Ida Noddack ya había sugerido en 1934 que el bombardeo del uranio con neutrones podría dar
lugar a átomos más ligeros si se rompía el núcleo en varios fragmentos. Aquella hipótesis no había sido tenida en cuenta, pues por entonces se pensaba que la ruptura del núcleo era imposible, a pesar de que ya lo contemplaba el denominado modelo de gota líquida que había propuesto el físico Gueórgui Gámov y luego había asumido Niels Bohr, célebre por sus investigaciones sobre mecánica cuántica.
EN BERLíN, OTTO HAHN Y LISE MEITNER LLEVABAN A CABO ESTUDIOS SOBRE RADIACTIVIDAD
antes incluso de la Primera Guerra Mundial. Ambos se habían interesado asimismo en la interacción de los neutrones con los núcleos de uranio. No obstante, en julio de 1938, y ante el auge del nazismo, Meitner, que era judía, tuvo que abandonar Alemania. El 17 de diciembre de ese año, Hahn y el joven químico Fritz Strassmann comprobaron que entre los productos de aquella reacción nuclear había bario, un elemento estable mucho más ligero que el uranio. Dos días después escribieron a Meitner expresándole su desconcierto, a lo que ella les contestó que lo que había ocurrido era que el núcleo del uranio se había roto.
El término fisión nuclear fue acuñado por Otto Frisch, sobrino de Meitner, quien había elaborado con ella esa idea. A comienzos de 1939, la noticia del estallido del uranio y la fisión nuclear, con la trascendental implicación energética que conllevaba, ya era noticia en todo el mundo. Había nacido la energía nuclear. En 1966, Hahn, Meitner y Strassmann recibieron el premio Enrico Fermi, “por sus contribuciones a la química nuclear y sus estudios experimentales, que culminaron en el descubrimiento de la fisión”.