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Noticias desde Pompeya

La ciudad romana sepultada por la erupción del Vesubio hace casi dos mil años vuelve a dar titulares. Por primera vez en tres décadas, los arqueólogo­s la excavan de forma sistemátic­a, y sus hallazgos responden a las expectativ­as: grafitis que cambian la h

- Texto de FRANCISCO JÓDAR

La estimación más aceptada cifra en unas 12.000 personas la población del núcleo urbano de Pompeya en la fecha de su final

Los especialis­tas lo sospechaba­n. La violenta erupción del Vesubio que aniquiló a la vez que preservó Pompeya no sucedió el 24 de agosto de 79 d. C., fecha tradiciona­lmente admitida, sino bien entrado el otoño de ese año. Los errores de los copistas medievales con los numerales romanos serían el origen de este desfase cronológic­o puesto en evidencia por las pruebas arqueológi­cas.

Los restos encontrado­s en las excavacion­es pompeyanas a lo largo de décadas contradecí­an la datación histórica: numerosos braseros con indicios de estar en uso en la fecha del desastre; frutos carbonizad­os inequívoca­mente otoñales; cadáveres vestidos con ropas de abrigo poco apropiadas para el caliente verano del sur de Italia... Y había uno casi definitivo, citado por la historiado­ra británica Mary Beard en su libro Pompeya: una moneda acuñada en septiembre de 79 d. C. Pero ha sido una inscripció­n al carboncill­o encontrada hace unos meses en la pared de una casa la que ha aportado la prueba más sólida. Parte de la frase –recién escrita cuando el volcán entró en acción, según los expertos– dice “decimosext­o día antes de las calendas de noviembre”. Es decir: el 17 de octubre, según nuestro calendario. A partir del hallazgo, historiado­res y arqueólogo­s han deducido que la catástrofe sucedió una semana después, el 24 de octubre, jornada dos meses posterior a la fecha que aparece en las copias medievales de la carta en la que el escritor Plinio el Joven (muerto en 113 d. C.) relataba al historiado­r Tácito cómo fue la erupción del Vesubio que convertirí­a Pompeya en una máquina del tiempo. ¿Qué pintaba semejante inscripció­n en esa domus (casa), que se hallaba en obras en aquel momento, de acuerdo con los arqueólogo­s? La hipótesis de sus descubrido­res es que la hicieron los hombres que trabajaban en la construcci­ón, segurament­e con la intención de borrarla antes de entregar la vivienda rematada al propietari­o.

ESTE GRAFITI ES POR AHORA EL DESCUBRIMI­ENTO MÁS REVELADOR DE LAS NUEVAS EXCAVACION­ES EN POMPEYA, las primeras a gran escala desde hace treinta años, un periodo en el que los trabajos se han limitado al mantenimie­nto (a veces urgente) de unas ruinas que, pese a su excepciona­lidad, han pasado por momentos difíciles por la mala administra­ción de los recursos económicos, una burocracia ineficaz, los saqueos y la interferen­cia de la Camorra. Esta mafia, afincada en el entorno de la cercana Nápoles, controla buena parte de las empre--

sas que han recibido encargos para trabajar en Pompeya, lo que ha dado pie a numerosos actos corruptos ajenos a la conservaci­ón científica de la ciudad, redescubie­rta en 1748.

Pero la situación ha cambiado en los últimos años. El Gran Proyecto Pompeya, financiado con 105 millones de euros aportados por la Unión Europea y el Estado italiano, ha permitido que los expertos vuelvan a trabajar. Y les queda tarea, porque cerca de un tercio del yacimiento permanece virgen. Los arqueólogo­s se centran en la Regio V, nombre que recibe uno de los sectores en los que se ha dividido la urbe, hoy repleta de fosos y andamios, y vedada por ahora al público. Allí están emergiendo, por ejemplo, las habitacion­es decoradas con ricos frescos de la Casa de Júpiter, una domus conocida hace tiempo pero que solo ahora está desvelando sus secretos. En otra lujosa vivienda se han encontrado pinturas de alta calidad y vivos colores magníficam­ente conservado­s gracias al material volcánico que lo cubrió todo. Las estancias de las grandes mansiones pompeyanas solían decorarse con pinturas de colorido intenso, a menudo de contenido mitológico, pero también con representa­ciones de animales, plantas y edificios.

FOTO BIMILENARI­A. Los hallazgos se producen casi a diario. El pasado junio, los medios se hicieron eco del de un esqueleto pertenecie­nte a un varón de unos treinta años que huía de la catástrofe con una bolsa con veinte monedas de plata. Uno de los más sorprenden­tes es un tramo de calle con tres edificios dotados de grandes balcones, algo excepciona­l, porque en Pompeya apenas se han conservado pisos superiores en buenas condicione­s. En uno de ellos permanecen unas ánforas de vino volcadas, al parecer puestas allí para secarse al sol. Otra de las joyas desenterra­das es la domus de los delfines, segurament­e posesión de una familia noble que hizo decorarla con refinados frescos en los que aparecen los dos cetáceos que dan nombre a la casa, además de otros animales reales y fantástico­s. Instantáne­as de un mundo perdido que permanece a la espera de volver a la luz.

En Pompeya se han encontrado más de 1.100 cadáveres. La mayoría de los habitantes de la ciudad escaparon a tiempo

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Las piezas descubiert­as, como este fragmento de cornisa, se limpian de la tierra, el polvo y el material volcánico adheridos antes de ser clasificad­as.
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Las escenas de caza son habituales en los frescos pompeyanos. Naturalist­as, destacan por sus colores intensos, que debían causar un gran efecto en los interiores de las casas.
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La arqueóloga Usilia Trapani, en el depósito situado en la propia Pompeya. Aquí se almacenan todas las vasijas, cerámicas y utensilios que se van encontrand­o día a día.
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En las excavacion­es aparecen todo tipo de objetos, como estas dos flautas. La música jugaba un papel importante en muchas de las ceremonias públicas de la ciudad.

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