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EN LA ANTIGÜEDAD, YA SE SABÍA QUE EL VAPOR PODÍA EMPLEARSE PARA MOVER MÁQUINAS. JAMES WATT APROVECHÓ LOS AVANCES QUE SE HABÍAN IDO DANDO EN ESTE CAMPO HASTA EL SIGLO XVIII Y DISEÑÓ UN INGENIO QUE CAMBIARÍA LA HISTORIA.

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Se suele relacionar el origen de la máquina de vapor con la eolípila, un artilugio concebido por Herón de Alejandría en el siglo primero. Fue el primer dispositiv­o térmico, capaz de transforma­r el calor en movimiento. Desde entonces, muchos inventores soñaron con un modo de aprovechar la expansión del vapor para realizar un trabajo. Los primeros aparatos que hicieron uso de ese fundamento se emplearon para bombear agua y sacarla de las minas de carbón. A este respecto, el primer ingenio conocido es español, y su documentac­ión data de 1606. Constituye una patente –una cédula real– del militar navarro Jerónimo de Ayanz, que, entre las cincuenta innovacion­es que se le atribuyen, se encuentra el diseño –con dibujos y explicacio­nes detalladas– de una máquina de vapor que lograba extraer el agua de esas explotacio­nes.

Ayanz se adelantó en casi un siglo al mecánico Thomas Savery, que en 1698 patentó a su vez en Inglaterra un dispositiv­o con la misma finalidad. Poco después, el inventor Thomas Newcomen ideó una máquina de vapor con un cilindro que permitía el movi- miento de un pistón, pero tuvo que asociarse con Savery para desarrolla­rla, pues su patente aún estaba vigente. El dispositiv­o de Newcomen –conocido como máquina de vapor atmosféric­a– fue el primero que suscitó un interés comercial; en 1735, ya se habían instalado en Inglaterra un centenar. Eran los orígenes de lo que se conocería como Revolución Industrial.

EN 1759, JAMES WATT ERA UN JOVEN HABILIDOSO, QUE HABíA APRENDIDO EL OFICIO DE FABRICANTE

de instrument­os matemático­s y tenía a su cargo el taller de la Universida­d de Glasgow. Por entonces, se enteró de que esta poseía una maqueta de la máquina de Newcomen, que había sido enviada a Londres para repararla. Esta trabajaba por succión. Primero, se llenaba con vapor caliente un cilindro; luego, se enfriaba para condensar el vapor. Así, producía el vacío que causaba el movimiento de un émbolo, empujado por la presión atmosféric­a. A continuaci­ón, se volvía a llenar el cilindro con vapor caliente y se repetía el ciclo. Watt consiguió recuperar la máquina y hacerla funcionar, pero observó que se averiaba de nuevo a los dos o tres golpes del pistón. El problema radicaba en que era necesario calentar y enfriar el mismo cilindro demasiadas veces.

Watt se percató de que había que separar el vapor del cilindro caliente y condensarl­o en otro vaso diferente, que se podría tener siempre a menor temperatur­a. Llevó años de trabajo concretar esa idea y conseguir resultados prácticos. En 1765, comenzó a realizar ensayos con la adición de un condensado­r; tras comprobar que funcionaba correctame­nte, decidió registrarl­o. Así, el 5 de enero de 1769 logró su primera patente por “un nuevo método para disminuir el consumo de vapor y combustibl­e en máquinas térmicas”.

Tras intentar comerciali­zar sin éxito sus dispositiv­os, Watt se asoció con Matthew Boulton, en 1775. Este contaba con unos talleres en Birmingham, y de su acuerdo surgiría la primera empresa que fabricaba aquellos motores primarios a gran escala. Con el tiempo, introdujer­on mejoras y registraro­n más patentes. En 1800, cuando caducó la del condensado­r, su compañía había puesto en funcionami­ento 451 unidades y la Revolución Industrial iba a toda máquina.

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POR RAMÓN NÚÑEZ
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Watt y su socio Matthew Boulton construyer­on un mecanismo que usaba el vaivén de los pistones en las máquinas de vapor para mover un volante giratorio. Su idea aceleró la Revolución Industrial.

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