Deseo, peligro. De Ang Lee (2007)
El miedo, y no solo las carantoñas, es en ocasiones un magnífico activador de la libido. Imagínense la situación: una joven estudiante china, activista por la liberación de su país –bajo el dominio japonés–, contrae el compromiso de asesinar al gobernador de Shanghái, que sirve a los intereses nipones. Para conseguir su propósito, la estudiante realiza un acercamiento progresivo a su presa: entabla amistad con su esposa hasta conseguir que él se fije en ella. Y se convierten en amantes.
Él es un advenedizo despótico, tiránico, egocéntrico, astuto y cruel que no duda en someter a quien se le antoja con el único fin de medrar en su posición social. Ella es una joven idealista que apenas sabe nada del mundo pero que tiene, o cree tener, la convicción suficiente como para afrontar el reto. La escena relata el primer encuentro sexual entre la jovencita y el tirano. La mezcla de odio, miedo, asco y vergüenza que ella siente al entregarse al monstruo, al someterse a su dominio, pronto revertirá en el más absoluto placer sensual que haya conocido hasta entonces. Es una coreografía sensual tan absolutamente exacta y precisa que deviene salvaje, con unos planos centrados en áreas de estricta erotización simbólica; las manos huesudas del monstruo, las axilas sin depilar de ella, el modo en el que el tirano retira el cinturón de su pantalón… Ang Lee consigue en esa escena uno de los más memorables encuentros sexuales que se han representado en la historia reciente del cine. Y lo hace basándose en la lucha, en lo que los antiguos griegos denominaban el agón, el conflicto. El conflicto dentro de la estructura psíquica de la joven, cuyo deseo la conduce desde la repugnancia, por someterse a todo lo que odia, hasta la entrega más complacida del gozo más cultivado. Pero nunca hay genialidad que no nos deje una pregunta. En este caso, la misma que, por ejemplo, Étienne de la Boétie se planteara ya por el siglo XVI cuando escribió su célebre Discurso sobre la servidumbre voluntaria: ¿por qué tenemos la imperiosa necesidad de ser dominados? ¿Por qué nos satisface someternos a algún otro? Y más allá aún, y en referencia a nuestros eróticos mecanismos de vinculación: ¿por qué están tan cerca los mecanismos del odio y el amor, o los del miedo y el gozo?
El sexo es muchísimo más que nuestros genitales o lo que hagamos con ellos