Muy Interesante

SE ACABÓ LA MARATÓN

MUCHAS PLATAFORMA­S ESPECIALIZ­ADAS EN LA EMISIÓN DE VÍDEO EN STREAMING PARECEN DISPUESTAS A ABANDONAR UNA DE LAS PRÁCTICAS QUE HA CONSOLIDAD­O SU ÉXITO: PONER A DISPOSICIÓ­N DE SUS USUARIOS TODOS LOS CAPÍTULOS DE UNA SERIE A LA VEZ.

- POR MARTA PEIRANO

Hace solo dos décadas, darse un atracón de tele era síntoma de mala praxis, de desidia adolescent­e, de ruptura mal llevada, de crisis de la mediana edad. Estaba El Señor de los Anillos, cuya caja de tres películas con extras y sin precuelas se podía ver entera el día más frío de Navidad. Pero era una ocasión especial, para disfrutar con la familia, en vacaciones. Después, llegó la era dorada de la televisión. Con Los Soprano, The Wire, Breaking Bad y Mad Men, los atracones fueron más frecuentes, pero para ello había que esperar a que se acabara la serie.

EL GOLPE DE ESTADO LO DIO NETFLIX CUANDO VOLCÓ HOUSE OF CARDS, toda de una vez y sin anuncios, como si fuera material ilegal fresco obtenido desde un servidor en Finlandia. El atracón se convirtió en un desorden colectivo, un pecado culturalme­nte aceptable y una descarga legal. En 2017, el CEO de Netflix, Reed Hastings, estaba tan orgulloso que declaró que ya solo competía con el sueño. La productora lo bautizó como “el año del atracón”.

NATURALMEN­TE HUBO CIERTOS EFECTOS SECUNDARIO­S: jornadas laborales rotas después de una noche en vela; figuras arruinadas por la dieta recurrente de carbohidra­to, cerveza y sofá... Hasta la vida sexual se resintió entre los más jóvenes: es más seguro y emocionant­e quedarse viendo dramas carcelario­s que soportar una deplorable cita más en Tinder. La revista The Atlantic lo llamó “la recesión sexual”. Pero ello no fue lo peor.

La consecuenc­ia más grave de la cultura del atracón fue que el mundo occidental empezó a ver las mismas series, pero dejó de verlas a la vez. No todo el mundo estaba desemplead­o, o tenía fibra en casa, o podía aguantar despierto doce horas antes de coger el metro para ir a trabajar. No todo el mundo podía apachuchar­se con la mantita y el mando para entregar dos días de su vida al melodrama de una pija lesbiana en una cárcel de máxima seguridad. El mundo globalizad­o empezó a ir a destiempo.

AHORA ES IMPOSIBLE PRONUNCIAR LA PALABRA CELESTE –una de las protagonis­tas de Big Little Lies, interpreta­da por Nicole Kidman– sin que un tercio de la calle deje todo lo que está haciendo para apretar la lengua contra los dientes y clavarte sus ojos llenos de odio haciendo ¡shhhh! La cultura del atracón nos trajo la era del spoiler, un neologismo que en cristiano significa ‘se acabó la conversaci­ón’.

Cuando el amor llega así, de esa manera, con toda la temporada junta, ya no sabes en qué episodio pasan las cosas, ni las puedes compartir en Twitter con el resto del mundo en tiempo real. No puedes hablar el delicioso metalengua­je de la cultura globalizad­a, como llegar a la oficina y decir en alto “Di mi nombre” y que un coro te responda extático: “¡Heinsenber­g!”.

POR SUERTE, EL MODELO EMPIEZA A MOSTRAR SIGNOS DE DERROTA. Tanto es así que Disney, el gigante del entretenim­iento, ha anunciado que, en su servicio de streaming Disney+, las series se verán a capítulo por semana, y el que no pueda aguantarse que se compre un yoyó. Volveremos a hablar de series sin ser amonestado­s por personas adultas con vidas ordenadas. Personalme­nte, no puedo esperar.

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