¡EL HIERRO ESTÁ QUE ARDE!
Y LA CULPA ES DEL OXÍGENO, QUE EN ALTAS CONCENTRACIONES NOS PERMITE ALCANZAR TEMPERATURAS DE MÁS DE 1.500 ºC Y FUNDIR EL METAL.
El oxígeno molecular (O2) es un elemento clave de la atmósfera terrestre. Pero no siempre ha estado aquí. No sabemos exactamente cómo apareció y se extendió por el planeta, pero sí que el fenómeno comenzó hace entre 2.500 y 2.300 millones de años. Los científicos lo llaman la gran oxidación, y cambió la Tierra.
Los investigadores asocian el incremento en la cantidad de oxígeno con la entrada en escena de las células eucariotas –las que tienen el ADN en un núcleo diferenciado, envuelto por una membrana–, que posibilitaron la existencia de los organismos pluricelulares: animales, plantas y algas, hongos y mohos. La teoría más aceptada sostiene que los ancestros de las actuales cianobacterias desarrollaron un metabolismo llamado fotosíntesis oxigenada. Simplificando: la energía aportada por la luz solar permitía a estas bacterias combinar agua con dióxido de carbono para formar azúcar. El residuo de esta reacción química era el oxígeno, que se liberaba a la atmósfera. El perfeccionamiento del proceso fue muy lento, de centenares de millones de años, y facilitó la síntesis de la materia orgánica imprescindible para la vida. Sin él no habrían existido las células modernas. A lo largo del tiempo, la proporción de oxígeno en la atmósfera ha ido cambiando. Ahora ronda el 21%, pero algunos estudios indican que durante el Triásico tardío, hace unos 230 millones de años, los primeros dinosaurios vivieron con una atmósfera con un volumen de oxígeno del 10% al 15%. También se piensa que el gran tamaño de muchas especies de aquellos animales se debió a la subida de los niveles de O2 hasta porcentajes de casi el 20%. En otras épocas muy remotas creció hasta el 35%.
CUANTO MÁS PURO, MÁS ESPECTÁCULO Dichas proporciones no bastan para nuestro experimento del mes. Necesitamos oxígeno puro o en altas concentraciones, para que la malla de hierro arda y se caliente hasta fundirse. Lograrlo es fácil (ver recuadro de abajo), pero exige precaución. Viendo el resultado, nos preguntamos qué pasaría si tuviéramos una atmósfera más oxigenada. En una muy pobre en O2, la vida tal y como la conocemos no existiría. Pero si el oxígeno fuera demasiado, nos oxidaríamos y envejeceríamos con rapidez, y todo ardería a la mínima. Parafraseando al médico y alquimista suizo Paracelso (1493-1541): “La dosis hace el veneno”.