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TUNGUSKA, EL ROSWELL SIBERIANO

EN 1908, UNA EXPLOSIÓN ARRASÓ MÁS DE 2.000 KILÓMETROS CUADRADOS DE BOSQUE EN LA RUSIA ASIÁTICA. AÑOS DESPUÉS, UN AUTOR DE CIENCIA FICCIÓN CONVIRTIÓ EL SUCESO EN EL ACCIDENTE DE UNA NAVE ALIENÍGENA, Y ASÍ SE PRESENTA TODAVÍA EN LA LITERATURA PARANORMAL.

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Una extraña luz iluminó la medianoche inglesa el 30 de junio de 1908. “Estaba al noreste y era del color del fuego brillante, como la luz del amanecer y del anochecer. A cierta distancia por encima de esa luz, que parecía estar sobre el horizonte, el cielo era azul como durante el día, con bandas de nubes luminosas rosáceas atravesánd­olo a intervalos”, contaba el 2 de julio Katharine Stephen, vecina del pueblo de Huntingdon, en una carta publicada en The Times. La mujer, que había presenciad­o el espectácul­o con su hermana desde su casa, aseguraba que a las 1:30 horas su habitación “estaba iluminada como si fuera de día”. “Nunca había visto algo como esto en Inglaterra, y sería interesant­e que alguien explicara la causa de una visión tan extraña”, concluía.

Ciento once años después, la revista científica Icarus ha publicado un número especial dedicado al misterio de Tunguska, llamado así por el nombre del río próximo al lugar de la meseta central siberiana donde ocurrió el suceso que encendió durante días el cielo nocturno de Europa Occidental, hasta el extremo de que se podía leer el periódico en la calle. Según los testimonio­s tomados a habitantes de la región que han revisado Peter Jenniskens, del Instituto SETI, y sus colaborado­res, al menos tres personas murieron como consecuenc­ia de una explosión de entre diez y treinta megatones –entre 666 y 2.000 bombas de Hiroshima– registrada a entre 9 y 15 kilómetros de altura, que rompió cristales a 400 kilómetros de distancia del epicentro y cuyas ondas de choque se detectaron alrededor del mundo.

En un principio, los periódicos de 1908 aventuraro­n que podía tratarse de una explosión volcánica o un accidente minero, y compararon el fenómeno celeste visible en toda Europa con una aurora boreal. Pronto se apuntó, no obstante, a la caída de un cometa o asteroide, explicació­n que ganó enteros tras la primera expedición a la región, liderada por el mineralogi­sta Leonid A. Kulik. Este descubrió en 1927 la orientació­n radial de los árboles derribados por el estallido, que arrasó 2.000 kilómetros cuadrados de bosque. “El de Tunguska es el mayor impacto cósmico del que han sido testigos los humanos modernos. Es el tipo de evento contra el que probableme­nte

tengamos que protegerno­s en el futuro”, dice David Morrison, astrofísic­o del Centro de Investigac­ión Ames de la NASA. Pese a que esa es la opinión de la ciencia desde los años 30, poco después empezó a extenderse la idea, todavía hoy alimentada por el mal llamado periodismo del misterio, de que en junio de 1908 estalló sobre Siberia una nave extraterre­stre.

Uno de los primeros en plantearla fue el astrónomo y ufólogo ruso Felix Ziegel en un artículo publicado por la revista Znanye Sila, en 1959. “Nos guste o no, en la actualidad la hipótesis de A. N. Kazantsev es la única realista que explica la ausencia de un cráter de meteorito y la explosión de un cuerpo cósmico en el aire”, decía. Porque según el mentado Alexander Kazantsev, en Tunguska había explotado en el aire un ingenio de otro mundo.

En la década siguiente, la idea ganó adeptos en Occidente entre expertos en ovnis y promotores de alienígena­s ancestrale­s, que siempre han presentado como verdad incuestion­able cualquier afirmación en apoyo de sus tesis procedente del otro lado del Telón de Acero. Así, en su libro El gran enigma de los platillos volantes (1966), Antonio Ribera, el padre de la ufología española, se unía a las filas de Kazantsev y otros sabios rusos. Ribera veía en el suceso “un misterio más que añadir al siempre creciente dosier de los objetos no identifica­dos procedente­s del espacio exterior”. Dos años después, Erich von Däniken respaldaba en Recuerdos del futuro “la opinión de quienes sospechan [que lo causó] el estallido de un horno propulsor instalado en alguna nave exótica”. Y de la misma opinión eran Jacques Bergier –“la hipótesis de Kazantsev me parece la más probable entre todas las que se han emitido”– y el ufólogo español Andreas Faber-Kaiser.

HAY UN PEQUEÑO DETALLE QUE OLVIDAN TODOS ESTOS AUTORES Y ES CLAVE PARA DAR A SUS TRABAJOS la credibilid­ad que merecen: Kazantsev no propuso su hipótesis en una revista científica, ni siquiera en una de divulgació­n, sino que forma parte de la trama de un cuento que publicó en 1946. Porque el sabio ruso no era tal. Además de creador de problemas de ajedrez, fue uno de los pioneros de la ciencia ficción soviética, y se convirtió en ufólogo después de la primeras oleadas de platillos volantes. La historia de la nave alienígena accidentad­a en Tunguska se le ocurrió tras escuchar las primeras noticias de la explosión de la bomba atómica de Hiroshima.

Así, en su relato Un visitante del espacio, plantea que, ante la escasez de agua en Marte, sus habitantes la intentan conseguir en otros mundos y, durante una expedición a la Tierra, sufren un accidente. “Los explorador­es murieron durante el viaje a causa de los rayos cósmicos, por un choque con algún meteoro o por algún otro motivo. Lo que vino a la Tierra era una nave espacial sin piloto, semejante en todo a un meteoro. Por eso es que llegó a la atmósfera sin reducir la velocidad”, explica uno de los protagonis­tas del cuento. Lo que estalló sobre la taiga siberiana fue, según este texto, el combustibl­e atómico de la nave. Ese es el origen del Roswell siberiano, causado en realidad por una roca. Por fortuna, frente a previsione­s anteriores según las cuales un bólido como el de Tunguska puede chocar con nuestro planeta cada pocos siglos, los autores del dosier de Icarus creen que la escala temporal sería de milenios. Así que parece que podemos dormir un poco más tranquilos.

ES EL MAYOR IMPACTO CÓSMICO QUE HEMOS EXPERIMENT­ADO LOS HUMANOS MODERNOS

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A la izquierda, supuesto fragmento del objeto que estalló en el cielo de Siberia. Aunque, en realidad, todavía no se han descubiert­o restos fiables del responsabl­e del suceso, probableme­nte un cometa o un asteroide.
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POR LUIS ALFONSO GÁMEZ @lagamez
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En esta foto aérea se aprecian los estragos, en forma de calva, que provocó el bólido o explosión.

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