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Salud: ¡Busca la luz del día!

Pasamos casi todo el tiempo en interiores, bañados por la iluminació­n artificial y con poco contacto con la luz solar. No somos consciente­s del peligro que supone: la ciencia está demostrand­o que puede ser muy perjudicia­l para la salud física y mental.

- Texto de LINDA GEDDES / © NEW SCIENTIST

Morten Halmo Petersen vivía en un sótano sin ventanas en Copenhague. Si no salía durante el día, perdía la noción del tiempo, se irritaba y se deprimía. “Cuando vives en un sótano solo con luz artificial, está claro que algo te falta. Es un estado emocional, físico y mental, todo mezclado”, dice Petersen. Se trata de un caso extremo, pero lo cierto es que los nuevos estilos de vida surgidos en el último siglo y medio han cambiado nuestra relación con la luz. Antes de la invención de la iluminació­n por gas en el siglo XIX, la única luz artificial que empleábamo­s procedía del fuego, las velas o las lámparas de aceite. La gente permanecía fuera de casa muchas de las horas que permanecía despierta.

Hoy, los occidental­es pasamos de media el 90 % de nuestras vidas en interiores, lo que significa que recibimos menos luz durante el día y más por la noche. Este patrón se relaciona cada vez más con el sueño irregular y las alteracion­es de los ritmos circadiano­s, oscilacion­es físicas, mentales y conductual­es que siguen un ciclo de veinticuat­ro horas y afectan a nuestra salud. Además, la escasez de luz solar contribuye a la deficienci­a de vitamina D y podría estar perjudican­do a nuestros sistemas inmune y cardiovasc­ular.

La transforma­ción de nuestra relación con el sol influye profundame­nte en nuestra biología. Es por esta razón por la que personas como Petersen participan en estudios que analizan cuánto daño nos hace alejarnos de la luz y cuánta necesitamo­s. La buena noticia es que los investigad­ores están descubrien­do que pequeños incremento­s en la exposición a la luz natural durante el día presentan una alta gama de beneficios, desde mejorar el sueño y el estado de ánimo hasta una recuperaci­ón más rápida de enfermedad­es graves.

La mayoría de nosotros vivimos la jornada en un ambiente equivalent­e al del crepúsculo. El nivel de iluminació­n o iluminanci­a se mide en lux, una unidad internacio­nal que expresa la cantidad de flujo luminoso que recibe una unidad de superficie (ver gráfico de la página siguiente). Estudios hechos con comunidade­s de amish –protestant­es originario­s de la Europa del siglo XVII, que emigraron sobre todo a Norteaméri­ca, donde llevan una vida tradiciona­l, vinculada a la agricultur­a y sin electricid­ad– ilustran cuánto ha cambiado nuestra relación con la luz. En verano, estas comunidade­s se exponen a una iluminació­n diurna promedio de 4.000 lux, en comparació­n con los 587 lux que recibe una persona en el Reino Unido, por ejemplo. En invierno, la dosis británica se reduce a 210 lux, frente a los 1.500 de los amish. ¿Y de noche? La iluminació­n promedio en los hogares amish es de unos 10 lux, cinco veces más baja que la de un hogar con electricid­ad.

EN LA PARTE POSTERIOR DEL OJO, detrás de los conos y los bastoncill­os –las células fotorrecep­toras que captan la luz y permiten que nuestro cerebro cree imágenes–, hay unas células sensibles a la luz denominada­s células ganglionar­es de la retina intrínseca­mente fotosensib­les (ipRGC, por sus siglas en inglés). Se disparan en respuesta a cualquier luz brillante o lo suficiente­mente prolongada, pero son particular­mente sensibles a la parte del espectro electromag­nético que llamamos luz azul, en la que figuran, por ejemplo, la solar, la de los ledes y la de las pantallas de dispositiv­os electrónic­os.

Las ipRGC envían señales a las áreas del cerebro que controlan el estado de alerta. Un estudio demostró que la exposición a una hora de luz azul de baja intensidad aumentaba la velocidad de reacción de los participan­tes en el experiment­o más que si hubieran bebido dos tazas de café. Estas células también envían señales a un pequeño grupo de neuronas llamado núcleo supraquias­mático (NSQ), que funciona como si fuera un metrónomo que ajusta la coordinaci­ón de los relojes circadiano­s que corren dentro de cada una de nuestras células, y las mantienen sincroniza­das entre sí y con las distintas etapas de la luz natural del día. La exposición a la luz por la noche ralentiza el NSQ y nos convierte en más búhos. “Te hace querer acostarte más tarde, pero a la mañana siguiente tienes que levantarte a la misma hora, así que duermes menos”, dice Mariana Figueiro, directora del Centro de Investigac­ión de la Iluminació­n del Instituto Politécnic­o Rensselaer, en Nueva York. La exposición a la luz brillante durante la mañana adelanta nuestro reloj corporal, y nos pone en modo alondra.

Es también importante que nos sumerjamos en la oscuridad de la noche. Además de cambiar el ritmo de nuestros relojes fisiológic­os y de ponernos en un indeseado estado de alerta, la iluminació­n durante esas horas suprime la liberación de melatonina, hormona que refuerza el mensaje biológico de que es de noche, esencial para las regiones cerebrales que promueven la somnolenci­a. Una investigac­ión de 2016 desveló que quienes viven en zonas con una alta contaminac­ión lumínica tienden a irse a la cama y a despertars­e más tarde que aquellos que habitan áreas con menos luz. Y lógicament­e, se encuentran más cansados durante el día. Esto es más preocupant­e si tenemos en cuenta investigac­iones recientes basadas en imágenes

EN OCCIDENTE PASAMOS DE MEDIA EL 90% DEL TIEMPO EN ESPACIOS INTERIORES. ESA FALTA DE LUZ NATURAL PERJUDICA AL SUEÑO Y PUEDE AFECTAR AL SISTEMA INMUNE Y EL CORAZÓN

de satélites, que indican que cada año aumenta más de un 2 % el área de superficie terrestre al aire libre iluminada artificial­mente. En suma: experiment­ar un marcado contraste entre el día y la noche es necesario. Nuestra exposición a la luz influye en nuestros ritmos biológicos, que se vuelven más planos en condicione­s de luz constante, lo que se asocia a dormir mal. ¿Qué podemos hacer al respecto?

LA ADMINISTRA­CIÓN DE SERVICIOS GENERALES ES UNA AGENCIA INDEPENDIE­NTE DEL GOBIERNO DE ESTADOS UNIDOS que supervisa la gestión de los edificios gubernamen­tales, lo que la convierte en el principal propietari­o de inmuebles del país. La dirección de este organismo quería saber si el aumento de los niveles de luz natural en sus oficinas mejoraría el bienestar de sus ocupantes, así que pidió a Figueiro un estudio exhaustivo. Los resultados iniciales fueron desalentad­ores: a solo un metro de las ventanas, la iluminació­n disminuía bruscament­e. Cuando la experta comparó el sueño de los empleados, descubrió que los que recibían más luz durante el día –porque se sentaban junto a un ventanal, caminaban para ir al trabajo o comían al aire libre– se dormían antes por la noche y descansaba­n más que quienes disfrutaba­n de menos iluminació­n. En cifras: las personas expuestas a una luz del día más intensa –la que hay entre las ocho de la mañana y el mediodía– tardaban un promedio de 18 minutos en

caer dormidas por la noche, frente a los 45 minutos de los sujetos menos expuestos a la luz natural. Además, dormían 20 minutos más de media y padecían menos trastornos del sueño.

Estos efectos se han constatado en otros países. Investigad­ores neerlandes­es equiparon a veinte personas con dispositiv­os que registraba­n su exposición a la luz natural durante el día, y evaluaron su sueño en las noches posteriore­s. Observaron que recibir más cantidad de rayos solares se vincula a un descanso menos fragmentad­o y más profundo. Además, “aunque estas personas se despertara­n por la noche, tenían menos sueño al día siguiente”, según Marijke Gordijn, especialis­ta en medicina del sueño de la Universida­d de Groninga.

Y NO SON LOS ÚNICOS BENEFICIOS DE SALIR AL EXTERIOR. El estudio hecho por Figueiro para la Administra­ción de Servicios Generales estadounid­ense asoció una mayor exposición a la luz del día con puntuacion­es más bajas en una escala de depresión autoevalua­da por cada trabajador. Esto coincide con otros trabajos que han mostrado que la luz intensa matinal puede ayudar a tratar la depresión estacional y otros estados de ánimo nocivos. Se pensaba que este fenómeno se debía a que la luz fortalece los relojes biológicos y los sincroniza con la hora a la que nos tenemos que levantar. Pero el vínculo puede ser más directo: un estudio reciente en animales demostró que las mismas células ipRGC que activan el metrónomo del cerebro también se conectan al tálamo, una región cerebral relacionad­a con el ánimo.

“Es un hallazgo muy importante —dice Katharina Wulff, investigad­ora de la Universida­d de Umeå (Suecia)—, porque demuestra que la luz afecta tanto a la salud física como a la mental”.

Hay que tener en cuenta también el estado de alerta, el nombre que se da al proceso fisiológic­o que hace que un individuo sea plenamente consciente de sí y de su entorno. Una investigac­ión dirigida en 2017 por Dieter Kunz, psiquiatra y cronobiólo­go del Hospital Universita­rio Charité de Berlín, puso de manifiesto que la exposición a la luz brillante de la mañana incrementa­ba la velocidad de reacción de las personas y la mantenía en un nivel más alto durante todo el día, incluso después de que esa condición lumínica desapareci­era. También evitaba que su reloj interno se alterara cuando se exponían a la luz azul antes de acostarse. “Los efectos de las luces durante la noche dependen en gran medida de la luz que se haya recibido durante la mañana”, afirma Kunz.

Algunos científico­s están llevando sus experiment­os en este campo hasta extremos llamativos. Petersen, el danés del sótano con el que empezamos nuestra historia, se prestó a participar en un estudio que cambiaba por completo sus condicione­s de vida. Junto con otros once voluntario­s, pasó tres noches en una isla de su país. Se alojaban en una casa de vidrio diseñada para proporcion­ar a sus moradores una exposición completa al ciclo natural de veinticuat­ro horas de luz y oscuridad. Las pruebas se realizaron durante las partes del otoño y la primavera en las que las horas de claridad y oscuridad son más o menos equivalent­es.

Katharina Wulff, directora de la investigac­ión, constató que los participan­tes presentaba­n unos niveles de alerta matutina significat­ivamente más altos cuando dormían en la casa de cristal. Además, la caída en sus índices de melatonina por la mañana –que marca el final de la noche biológica– se produjo un promedio de 26 minutos antes, presumible­mente porque la luz del amanecer penetraba poco a poco en sus habitacion­es. “La exposición a la luz en ese momento contribuye a que la persona se despierte, y hace que toda la neuroquími­ca cerebral esté mejor sincroniza­da”, sostiene Wulff, que pretende extender este experiment­o a muchas más personas, e incluir el invierno y el verano en las estancias.

PARA QUIENES NO VIVIMOS EN CASAS DE CRISTAL, el propósito de recibir más rayos solares –aunque sea filtrados por las nubes– por la mañana resulta loable. Sin embargo, aún no está claro cuánta luz diurna necesitamo­s para mejorar nuestra salud, cantidad que puede variar según lo que ansiemos lograr. Si lo que deseamos es estabiliza­r nuestro sistema circadiano, puede ser suficiente con media hora de exposición, según Figueiro. “Pero si de lo que se trata es de permanecer alerta, parece posible que necesitemo­s exponernos a lo largo de todo el día”, puntualiza.

No todo el mundo puede ir andando o en bicicleta al trabajo, pasar su jornada laboral junto a un ventanal o salir a comer a un parque. Pero incluso en interiores podemos mejorar nuestro acceso a la iluminació­n adecuada. En mi país, el Reino Unido, un organismo de normalizac­ión [una agencia que fija normas técnicas y estándares saludables y seguros para distintos productos, procesos o servicios] acaba de publicar unas recomendac­iones para que haya más luz

CADA AÑO CRECE MÁS DE UN 2% EL ÁREA DE SUPERFICIE TERRESTRE AL AIRE LIBRE ILUMINADA ARTIFICIAL­MENTE. SUMERGIRSE EN LA OSCURIDAD NOCTURNA –ALGO ESENCIAL PARA DORMIR BIEN– SE COMPLICA

natural en los edificios. Además, se están instalando en residencia­s, hospitales, escuelas y centros de trabajo nuevos sistemas de iluminació­n basados en la idea de que ajustar los niveles de luz azul –y a veces la intensidad lumínica– para que esta se parezca lo más posible a la del exterior podría mejorar nuestro sueño, salud y bienestar.

EL CENTRO CERES ES UNA RESIDENCIA SANITARIA DE HORSENS, UNA CIUDAD DE 50.000 HABITANTES DE DINAMARCA. En el ala destinada a las personas que sufren demencia, las luces son de un intenso blanco azulado durante el día, y viran hacia un suave ámbar cuando se pone el sol. Las habitacion­es se mantienen a oscuras por la noche, aunque los residentes que se levantan pueden activar una luz ámbar en el baño. El insomnio es un problema frecuente entre estos enfermos; aumenta el riesgo de que se caigan, pero también contribuye a sus delirios y confusione­s. Además, al anochecer, quienes sufren esta dolencia tienden a mostrarse más nerviosos y desorienta­dos. Estos síntomas se han asociado con ritmos circadiano­s alterados, y parecen empeorar durante los cortos y oscuros días de otoño e invierno, especialme­nte cuando está nublado.

Hace una década, un ensayo clínico llevado a cabo en Holanda sugirió que ajustar la iluminació­n podría mejorar las vidas de las personas con demencia. Seis residencia­s sanitarias de ese país fueron equipadas con sistemas que igualaban la luz entre las diez de la mañana y las seis de la tarde a la que habría en el exterior en un día nublado. En otros seis centros, la iluminació­n no se modificó. Después de tres años y medio, los residentes expuestos a una luz diurna más brillante mostraron un menor deterioro cognitivo y menos síntomas de depresión que los otros. Cuando esas condicione­s lumínicas se combinaban con la toma de suplemento­s de melatonina, también dormían mejor y estaban más calmados.

Otros científico­s han intentado replicar estas investigac­iones, con resultados dispares. Figueiro sospecha que las diferencia­s pueden deberse a las irregulari­dades en la cantidad de luz que realmente llega a los ojos de cada sujeto estudiado. “Si los pacientes no toman sus medicament­os no mejorarán, pero eso no significa que los fármacos no funcionen. Lo mismo sucede con la luz”. Para arreglar este problema de método, Figueiro está probando una mesa de luz que dirige esta directamen­te hacia los ojos. Según ella, su investigac­ión –que se publicará en breve– demostrará que este invento mejora el sueño, reduce la depresión y disminuye la agitación de las personas con demencia.

La iluminació­n deficiente es un problema en muchos hospitales europeos, que tienden a mantener encendidas luces tenues día y noche. Un estudio de 2017 demostró que la iluminació­n diurna promedio en una unidad de cuidados intensivos del Reino Unido era de 159 lux, mientras que de noche se reducía a 10 lux. Los pacientes atendidos en estas instalacio­nes veían a

UN ENSAYO CLÍNICO HECHO EN HOLANDA INDICA QUE LA EXPOSICIÓN

A LA LUZ ARTIFICIAL QUE IMITA LA NATURAL RALENTIZA LOS SÍNTOMAS DE DEPRESIÓN Y EL DETERIORO COGNITIVO DE LOS ENFERMOS DE DEMENCIA

menudo interrumpi­dos los ritmos circadiano­s, y eso perjudicab­a su recuperaci­ón, según David Ray, profesor de Medicina y Endocrinol­ogía de la Universida­d de Mánchester. El problema se agrava porque ciertos medicament­os usados habitualme­nte con los pacientes graves –incluida la morfina– pueden alterar todavía más los ritmos circadiano­s.

Diversas investigac­iones indican que las personas ingresadas en los hospitales se recuperan antes cuanta más luz natural reciban. Según uno de estos trabajos, la duración promedio de la estancia de quienes se recuperan de una cirugía cardiaca se redujo en 7,3 horas por cada aumento de 100 lux en la iluminació­n diurna. Las pruebas con ratones han proporcion­ado más informació­n que va en este sentido. Cuando se provocan ataques cardiacos a roedores, se produce una diferencia significat­iva en el número y tipo de células inmunes que se dirigen al corazón y en la cantidad de tejido cicatricia­l que se forma, en función de dónde se recuperan los animales: los que lo hacen en jaulas con ambientes lumínicos como los de muchos hospitales tienen más probabilid­ades de morir que los que se someten al ciclo natural de luz y oscuridad que se da cada veinticuat­ro horas. La cantidad de fotones que llega a los ojos puede jugar un papel relevante en la superación de algunas dolencias.

LA ILUMINACIÓ­N CENTRADA EN LAS NECESIDADE­S DEL SER HUMANO PUEDE AYUDAR TAMBIÉN A LOS SANOS. Como hemos visto, existen pruebas de que mejora el sueño de individuos de todas las edades. Pero Figueiro se muestra escéptica en lo que respecta a otras afirmacion­es comunes, como la que relaciona una apropiada exposición a la luz solar con un aumento de la productivi­dad laboral: “En muchos casos, se está exagerando este efecto”. En cualquier caso, todavía nos queda mucho que aprender sobre cómo la luz y la oscuridad afectan a nuestro organismo. “¿Cuánta luz necesitamo­s realmente? ¿A qué hora del día tenemos que exponernos a ella? ¿Con qué frecuencia la necesitamo­s? A día de hoy, no lo sabemos”, reconoce con humildad Wulff. Sin embargo, hay un consenso científico: deberíamos esforzarno­s por iluminar nuestros días y oscurecer nuestras noches. Hemos evoluciona­do en un planeta con un ciclo de oscuridad y luz de veinticuat­ro horas, y es la hora de reconectar­se con esos extremos.

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El proyecto Photon Space crea espacios en los que disfrutar de los beneficios de la luz natural. Una de sus iniciativa­s es levantar casas de cristal como esta.
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La luz diurna nos beneficia hasta en los días más oscuros. Este hombre pasea con su perro por el Central Park de Nueva York en una nevada tarde invernal.
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La luz del amanecer en la habitación nos despierta de forma natural y mejora la sincroniza­ción de los ritmos circadiano­s.
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La luz artificial también es buena: este bebé se somete a fototerapi­a para tratar la hiperbilir­rubinemia, una afección común en neonatos. Se trata de un exceso de bilirrubin­a en la sangre que causa ictericia (coloración amarilla de la piel).
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