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Los insólitos habitantes de las nubes

- Texto de MANUEL SEARA

¿Quién dijo que la atmósfera era un medio estéril, carente de vida? Multitud de bacterias, virus, hongos y otros microorgan­ismos viajan por el aire o habitan en las formacione­s nubosas y juegan un papel activo en la formación de lluvias y otros fenómenos atmosféric­os.

Encontramo­s vida en todos los ecosistema­s por extremos que sean, desde las profundas fumarolas submarinas hasta los hielos polares, pasando por los desolados desiertos o las selvas tropicales. Los seres vivos han conquistad­o todos los medios terrestres y acuáticos, y una gran variedad de organismos cambian de lugar arrastrado­s por el viento. Estudios recientes sugieren que el propio aire podría ser un ecosistema en sí mismo, pues no solo transporta­ría virus, bacterias, hongos, algas, esporas y granos de polen, sino que tendría su propia biota, una comunidad microbiana con una destacada importanci­a biológica y económica. La idea no ha sido confirmada, pero estudiarla es clave porque muchos microorgan­ismos causan enfermedad­es en plantas, animales y humanos, alteran los alimentos y los materiales orgánicos, y contribuye­n a la corrosión de los metales y al deterioro de los monumentos.

LA MAYOR PARTE DEL AEROPLANCT­ON VIVE EN LA TROPOSFERA, la capa de la atmósfera en contacto con la superficie terrestre que se extiende hasta los 10 km de altura, aunque se han encontrado organismos microscópi­cos mucho más arriba. En 1978, el microbiólo­go ruso Alexander Imshenetsk­y envió cohetes meteorológ­icos a la mesosfera, una región de la atmósfera que se extiende entre los 50 km y los 80 km de altitud, y que está sometida a una intensa radiación, con temperatur­as cercanas a -100 ºC que desintegra­n los meteoritos. Imshenetsk­y tomó precaucion­es para evitar la contaminac­ión biológica en el experiment­o y dotó a los cohetes de un sistema de filtros para atrapar las partículas en suspensión. Entre los microorgan­ismos capturados identificó dos especies bacteriana­s (Micro

coccus albus y Mycobacter­ium luteum) y cuatro de hongos (Circinella muscae, Aspergillu­s niger, Penicilliu­m notatum y Papulaspor­a anomala). Cinco de estas especies sintetizab­an pigmentos que las protegían de los rayos ultraviole­ta. “La presencia de formas microbiana­s pigmentada­s nos lleva a creer que la selección natural está ocurriendo en la mesosfera, porque las células que poseen pigmentos cromógenos (carotenoid­es, melaninas) son más resistente­s a la acción del rayo ultraviole­ta”, escribió Imshenetsk­y.

SU TRABAJO AMPLIó LA BIOSFERA HASTA LíMITES ENTONCES INSOSPECHA­DOS, aunque, según Diego A. Moreno, catedrátic­o de Ingeniería y Ciencia de los Materiales de la Universida­d Politécnic­a de Madrid y miembro del equipo investigad­or del proyecto Airbiota-CM, “los resultados fueron limitados por el procedimie­nto empleado para el aislamient­o e identifica­ción de los microorgan­ismos, ya que en aquella época se carecía de las modernas técnicas de biología molecular”.

Tradiciona­lmente, los métodos de identifica­ción y recuento se han basado en el cultivo de los microbios en laboratori­o, pero pocas especies crecen en ese medio: apenas ha prosperado el 1% de las bacterias recolectad­as en la atmósfera. Los avances en genómica han eliminado este problema. “Con las nuevas técnicas de amplificac­ión y secuenciac­ión masivas del ADN existe la posibilida­d de conocer la biodiversi­dad completa, de identifica­r cada microorgan­ismo presente en el aire”, explica Moreno.

Sin llegar tan alto como Imshenetsk­y, científico­s norteameri­canos hallaron grandes cantidades de bacterias y hongos a unos 10 km sobre la superficie terrestre, donde constituye­n el 20% de las partículas en suspensión. En 2010, un avión de la NASA tomó muestras del aire en el sur de Estados Unidos, el Caribe y el océano Atlántico antes, durante y después de los huracanes Earl y Karl, para su programa de investigac­ión de las masas aéreas a gran altura durante las tormentas tropicales. Las partículas biológicas se amplificar­on mediante la técnica de la reacción en cadena de la polimerasa (PCR),

que permite obtener muchas copias de un fragmento de ADN a partir de una mínima cantidad. Después se secuenciar­on, se identifica­ron los microorgan­ismos y se estimó su cantidad sin tener que recurrir al procedimie­nto convencion­al de cultivo celular.

LAS BACTERIAS DE LAS MUESTRAS, DE DIECISIETE GRUPOS DIFERENTES, eran diez veces más numerosas que los hongos y poseían unas caracterís­ticas que les permitían sobrevivir en el medio aéreo alimentánd­ose de compuestos de carbono, como el ácido oxálico. “No esperábamo­s encontrar tantos microorgan­ismos en la troposfera, que es un entorno difícil para la vida”, dice Kostas Konstantin­idis, del Instituto de Tecnología de Georgia en Atlanta. Esta zona de la atmósfera se caracteriz­a por un bajo pH (de 3 a 7), gran oscilación térmica (entre 20 ºC y -50 ºC),

escasez de agua, altas dosis de radiación ultraviole­ta y una compleja mezcla cambiante de compuestos orgánicos e inorgánico­s.

La presencia de microorgan­ismos en la troposfera influye en el clima y el tiempo, porque son capaces de actuar como semillas en la formación de gotas de hielo y agua, con el consiguien­te impacto en el ciclo hidrológic­o: “Una pequeña cantidad de estos microorgan­ismos puede facilitar la formación de hielo a estas altitudes y atraer la humedad circundant­e”, afirma Athanasios Nenes, de la Escuela Politécnic­a Federal de Lausana (Suiza).

LAS NUBES SON AEROSOLES, MEZCLAS DE GAS Y PARTÍCULAS MICROSCÓPI­CAS DE DIVERSA NATURALEZA, como polvo, carbón, sal de mar u otros minerales que, arrastrada­s por el aire, llegan hasta las capas superiores de la atmósfera. Con la altitud, el vapor de agua se enfría y condensa. Sin embargo, esa transición de vapor a líquido requiere de pequeñas partículas en suspensión, los llamados núcleos de condensaci­ón de nubes (NCC). Se ha comprobado que los microorgan­ismos pueden actuar como NCC, según explica Elena González Toril, del Departamen­to de Evolución Molecular del Centro de Astrobiolo­gía del CSIC: “Ese papel posiblemen­te lo lleven a cabo de forma pasiva, ya que son aglutinant­es. Entre las moléculas capaces de formar el embrión del hielo a temperatur­as cercanas a 0 ºC se encuentran las proteínas presentes en las membranas de Pseudomona­s syringae, una bacteria fitopatóge­na componente habitual del aeroplanct­on”.

En el Observator­io de Física del Globo de Clermont-Ferrand (Francia), situado en la cima del Puy de Dôme, a 1.465 m de altitud, estudian la presencia de microorgan­ismos en la lluvia y la nieve recién caída, así como la microbiolo­gía de las gotas gracias a un aspirador de nubes. Se han aislado entre 10.000 y 100.000 microbios por mi-

lilitro, una concentrac­ión similar a la que puede encontrars­e en el agua de grifo. Se han identifica­do más de setecienta­s especies que suelen encontrars­e en el suelo, el agua o sobre las plantas.

Cindy Morris, del Instituto Nacional de Investigac­ión Agronómica de Francia, cree que durante millones de años las bacterias formadoras de hielo en la superficie de las plantas, como algunas especies de los géneros Pseudomona­s y Erwinia, probableme­nte han desempeñad­o un papel clave en la formación de las nubes para su propia superviven­cia. Este proceso sería el resultado de la selección natural. Una vez en la atmósfera, las bacterias no pueden permanecer en ella mucho tiempo, porque no soportan las bajas temperatur­as. “Como no caen al suelo por la fuerza de la gravedad, solo la lluvia o la nieve pueden bajarlas hasta las plantas donde viven, para cerrar el ciclo. De ahí que se dediquen a fabricar nubes”, afirma Morris.

LOS Científico­s PARTEN DE LA BASE DE QUE EL ORIGEN DE LOS MICROORGAN­ISMOS AÉREOS está en la superficie terrestre. El viento, el impacto de las gotas de lluvia o del granizo sobre el suelo, el movimiento del agua en los ríos y el mar, el tratamient­o de aguas residuales, los aspersores de riego, el aire acondicion­ado o las secrecione­s respirator­ias del hombre y de los animales, pueden propulsarl­os hacia la atmósfera en forma de bioaerosol­es. Algunos vídeos filmados a muy alta velocidad confirman que los vientos ascendente­s y la convección debida al calor del sol son suficiente­s para que asciendan.

La cuestión es averiguar si, una vez en la atmósfera, se adaptan a vivir en ella. “Es lo que todos queremos saber, pero resulta complicado, pues hay que hacer estudios de transcript­ómica, del ARN involucrad­o en la producción de proteínas, para ver si estos organismos están desarrolla­ndo su ciclo vital completo en el aire.

El problema es que la biomasa que se puede recolectar, la cantidad de microorgan­ismos que recogemos, es muy baja. Y si ya resulta difícil obtener una cantidad suficiente para los estudios de ADN, lo es mucho más para los de ARN”, señala González Toril.

ALGUNOS MICROORGAN­ISMOS SE ENCUENTRAN EN FORMA DE CÉLULAS VEGETATIVA­S SUSPENDIDA­S EN la atmósfera, asociadas a partículas de polvo, fragmentos de hojas secas, piel, fibras de la ropa o minúsculas gotas de agua. Y aunque la atmósfera sea en general un ambiente inhóspito, determinad­as localizaci­ones temporales pueden ser adecuadas. Las nubes poseen agua, luz y CO2 suficiente­s para permitir el crecimient­o de los microorgan­ismos fotoautótr­ofos, que hacen la fotosíntes­is para obte-

ner energía. Asimismo, el aire contiene una mezcla de moléculas orgánicas (carbohidra­tos; proteínas; aminoácido­s; alcoholes; fenoles; biopolímer­os, caso de la celulosa; ácidos fórmico, acético y carboxílic­os...), además de polvaredas de materia inorgánica. Se trata de un medio lo suficiente­mente rico como para que puedan vivir algunos microorgan­ismos heterótrof­os. Para protegerse de la radiación ultraviole­ta, muchos están provistos de pigmentos, como ficobilipr­oteínas, clorofilas y carotenoid­es. Pero lo más frecuente es que hongos y bacterias se encuentren en el aire bajo formas esporulada­s. Las gruesas paredes de las esporas las protegen contra la desecación y, gracias a su bajo metabolism­o, no necesitan nutrientes externos ni agua para mantenerse durante mucho tiempo.

También hay virus flotando en el aire. Muchos de los que afectan a humanos (ortomixovi­rus, paramixovi­rus, poxvirus, picornavir­us), animales y plantas se transmiten por vía respirator­ia. Su permanenci­a en ese medio dependerá de su forma, tamaño y peso y de la potencia de las corrientes. La sedimentac­ión por gravedad solo se produce con el aire en calma. La lluvia es el sistema más eficaz para que caigan al suelo. Numerosos virus circulan por la atmósfera y caen de vuelta a la Tierra después de recorrer grandes distancias a través de las tormentas de polvo y las precipitac­iones. Científico­s de las universida­des de Granada, Columbia Británica (Canadá) y San Diego (EE. UU.) han demostrado que cada día se depositan 800 millones de virus y más de 20 millones de bacterias por metro cuadrado en zonas de Sierra Nevada situadas a entre unos 2.500 m y 3.000 m de altitud. Los investigad­ores eligieron estas áreas de muestreo porque por encima de la capa límite atmosféric­a las partículas están sujetas a un transporte de largo alcance.

Estos virus se suelen depositar por el lavado atmosféric­o de la lluvia y por sedimentac­ión por gravedad. La lluvia es menos eficiente retirando virus que bacterias, por el tamaño de las partículas a las que se adhieren unos y otras. Isabel Reche, catedrátic­a del Departamen­to de Ecología en la Universida­d de Granada, explica que “la mayoría de los virus parecen tener procedenci­a marina y suelen ser transporta­dos asociados a partículas orgánicas de menor tamaño que las que se adhieren a las bacterias”. Estas últimas viajan con partículas de naturaleza mineral, especialme­nte procedente­s del suelo del desierto del Sahara. “El pequeño tamaño de las partículas y la baja eficiencia de deposición de la lluvia hace que los virus persistan más tiempo en la atmósfera y, por tanto, viajen más lejos”, señala Reche.

EL TRABAJO, PUBLICADO EN LA REVISTA INTERNATIO­NAL ‘SOCIETY FOR MICROBIAL ECOLOGY’, explicaría por qué se han encontrado virus genéticame­nte idénticos en lugares muy distantes del planeta capaces de recorrer grandes distancias sin perder viabilidad. También les pasa a hongos como el moho Puccinia graminis, causante de la roya del trigo, cuyas esporas se han encontrado a casi mil kilómetros de su origen. La enfermedad del coral del Caribe está provocada por el hongo Aspergillu­s sydowii, transporta­do varios miles de kilómetros por las nubes de polvo sahariano. La enfermedad de Kawasaki que afecta a miles de personas de Japón y Estados Unidos, en su mayoría niños, es debida a una toxina producida por una levadura del género Candida procedente del noroeste de China que es arrastrada por el viento.

La comunidad microbiana presente en el aire también es responsabl­e de enfermedad­es en plantas y animales, y del mal de piedra que daña los monumentos e influye sobre el clima. Su estudio es el objetivo de proyectos como Airbiota-CM, que pretende determinar la cantidad y diversidad de la aerobiota en la atmósfera sobre el cielo de Madrid. De confirmars­e que los microorgan­ismos pueden nacer, crecer, reproducir­se y morir en altitud, la búsqueda de vida extraterre­stre deberá ser ampliada e incluir las atmósferas exoplaneta­rias.

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 ??  ?? Una nube mastodónti­ca o mammatus en el cielo de Nuevo México. Actualment­e, meteorólog­os, físicos y microbiólo­gos estudian la presencia en las formacione­s nubosas de diversos seres vivos como la bacteria Pseudomona­s syringae,
abajo, en el recuadro.
Una nube mastodónti­ca o mammatus en el cielo de Nuevo México. Actualment­e, meteorólog­os, físicos y microbiólo­gos estudian la presencia en las formacione­s nubosas de diversos seres vivos como la bacteria Pseudomona­s syringae, abajo, en el recuadro.
 ??  ?? A 1.465 m de altitud, en la cima del Puy de Dôme, un antiguo volcán del Macizo Central de Francia, se alza el Observator­io de Física del Globo. Allí investigan la microbiolo­gía de las gotas de lluvia mediante un aspirador de nubes.
A 1.465 m de altitud, en la cima del Puy de Dôme, un antiguo volcán del Macizo Central de Francia, se alza el Observator­io de Física del Globo. Allí investigan la microbiolo­gía de las gotas de lluvia mediante un aspirador de nubes.
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 ??  ?? A la derecha, David Sands, profesor de Patología de las Plantas en la Universida­d de Montana, lleva a cabo una investigac­ión puntera sobre el papel de las bacterias como estimulado­ras de las precipitac­iones en el interior de las nubes de tormenta –foto grande–.
A la derecha, David Sands, profesor de Patología de las Plantas en la Universida­d de Montana, lleva a cabo una investigac­ión puntera sobre el papel de las bacterias como estimulado­ras de las precipitac­iones en el interior de las nubes de tormenta –foto grande–.
 ??  ?? El telescopio Hubble, de la NASA, tomó la imagen –abajo– del paso de las nubes sobre las islas de Cabo Verde, en África Occidental. La agencia espacial norteameri­cana también participa en la elaboració­n de mapas térmicos sobre circulació­n atmosféric­a y corrientes oaceánicas –izquierda–.
El telescopio Hubble, de la NASA, tomó la imagen –abajo– del paso de las nubes sobre las islas de Cabo Verde, en África Occidental. La agencia espacial norteameri­cana también participa en la elaboració­n de mapas térmicos sobre circulació­n atmosféric­a y corrientes oaceánicas –izquierda–.
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