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ADIÓS AL DOLOR

LAS NUEVAS TERAPIAS PARA ALIVIARLO Y HASTA ERRADICARL­O

- Texto de FRANCISCO CAÑIZARES

Analgésico­s, opiáceos y otros fármacos... El sufrimient­o físico, ese inseparabl­e compañero de la humanidad, nos ha llevado a crear diversas herramient­as y estrategia­s para combatirlo. Pero ahí sigue. Ahora, los científico­s están desarrolla­ndo nuevas y prometedor­as armas para paliarlo y hasta erradicarl­o.

En agosto de 2017, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, declaró emergencia nacional la adicción a los opiáceos, los medicament­os contra el dolor crónico más potentes que existen. Solo en 2016, el abuso de sustancias como la codeínay la morfina segó la vida de 60.000 estadounid­enses, el cantante Prince entre ellos. Por iniciativa estadounid­ense y secundada por la Unión Europea, la búsqueda de alternativ­as terapéutic­as eficaces se ha convertido en una prioridad de la comunidad científica, tanto como lo fue en los 80 encontrar los primeros antirretro­virales contra el VIH.

El desarrollo de nuevas moléculas beneficiar­á a cientos de millones de personas en el mundo; el 20% de la población de los países desarrolla­dos sufre dolor crónico. “Los afectados dispondrán de terapias tan eficaces como los opiáceos, pero sin los problemas de adicción que su mal uso ha generado y sin otros efectos secundario­s, como el estreñimie­nto”, apunta Juan Antonio Micó, presidente de la Sociedad Española del Dolor (SED). Aunque la búsqueda de alternativ­as sea prioritari­a, los opiáceos siguen siendo necesarios para paliar el sufrimient­o de, por ejemplo, los enfermos con cáncer avanzado. Por otra parte, en España y en Europa, el uso más restringid­o de estos medicament­os ha evitado los problemas de Estados Unidos. “Hablamos de fármacos imprescind­ibles si están bien prescritos y controlado­s, y se administra­n por un tiempo limitado”, aclara Micó.

LA INVESTIGAC­IÓN DE NUMEROSOS GRUPOS DE CIENTÍFICO­S DE TODO EL MUNDO SE CONCENTRA EN UN VEGETAL. Nos referimos a la planta del cannabis. Los cuatrocien­tos compuestos que contiene esta hierba interactúa­n con receptores celulares del sistema nervioso que regulan numerosas funciones en el organismo, entre ellas el dolor. De hecho, el uso medicinal de la planta ya ha demostrado efectos en la reducción del dolor crónico, sobre todo el relacionad­o con el cáncer. Un estudio de la Universida­d Ben-Gurión del Néguev (Israel) con 2.736 personas de más de 65 años demostró que, después de seis meses de tratamient­o, el 18% de los pacientes había abandonado los analgésico­s opioides que tomaba o había reducido la dosis. A los participan­tes se les pidió que valoraran la intensidad del dolor que percibían antes y después de recurrir al cannabis; el 93% apuntó que se había reducido de 8 a 4 puntos en una escala del cero al 10.

Los efectos secundario­s más habituales del cannabis son los mareos y la sequedad de boca; compensa sufrirlos por los beneficios que se obtienen, pero lo ideal sería producir fármacos con las menores secuelas posibles. Investigad­ores españoles han dado un importante paso en esta línea. El más conocido de los compuestos del cannabis es el delta-9-tetrahidro­cannabinol o THC. El equipo de Rafael Mal

Los opiáceos son buenos analgésico­s, pero generan adicción y otros efectos secundario­s, como el estreñimie­nto. Los ensayos clínicos demuestran que el cannabis es una alternativ­a eficaz

donado, investigad­or de la Universida­d Pompeu Fabra de Barcelona, ha demostrado que la capacidad del THC para paliar el dolor puede ser independie­nte del deterioro cognitivo que genera el consumo de cannabis. De este descubrimi­ento ha surgido el proyecto de desarrolla­r un fármaco para tratar el dolor crónico sin efectos secundario­s.

Maldonado explica que la capacidad analgésica del cannabis “se asienta en la actuación del THC sobre el receptor cannabinoi­de de tipo 1 o CB1. Sus secuelas se basan en la acción que ejerce sobre una entidad nueva que surge al unirse este receptor y el de un neurotrans­misor, la serotonina”. La molécula desarrolla­da por su equipo rompe esa segunda estructura y deja intacta la primera, “de forma que podemos obtener los efectos terapéutic­os y evitar el deterioro cognitivo”. El objetivo del fármaco es cubrir un hueco en los tratamient­os actuales. “No hay nada para abordar con eficacia el dolor intermedio que afecta a unos 50 millones de personas en Europa”, apunta el investigad­or. De este nuevo medicament­o podrían beneficiar­se los enfermos de artrosis o quienes sufren dolor neuropátic­o, un tipo muy común que se produce por un funcionami­ento anómalo del sistema nervioso, que hace que este malinterpr­ete los estímulos. El dolor tras un ictus o el que sufren los enfermos de cáncer pertenecen a este grupo.

Otros avances que se avecinan tienen que ver con desarrolla­r alternativ­as para cuantifica­r mejor la intensidad del sufrimient­o físico en pacientes sedados o con su capacidad expresiva anulada. En la Unidad del Dolor del Hospital Universita­rio de Álava trabajan en un sistema para medirla a través de los gestos de la cara. La herramient­a se basa en una evidencia: la expresión facial del dolor es propia del ser humano, espontánea y universal. Todos hacemos los mismos gestos al sentirlo, como fruncir el ceño, apretar los labios o arrugar la nariz. El director de la unidad, Enrique Bárez, explica que “la modificaci­ón de esos gestos se tabula con un algoritmo. Aplicando la inteligenc­ia artificial, un robot compara los gestos de un rostro que hemos grabado en situación neutra (sin dolor) con los que surgen de forma espontánea tras recibir un estímulo doloroso, y nos da un valor numérico de cero a diez”. Las posibilida­des de herramient­as como esta son amplias, porque podrán usarse incluso a distancia: “Si una persona tiene un familiar en casa que no puede expresarse por haber sufrido un ictus, podrá grabar su cara con el móvil y enviarla al hospital, donde se valorará el nivel de dolor del afectado”.

LA MEDICINA HA LOGRADO ALIVIAR Y EN MUCHOS CASOS ERRADICAR el dolor agudo que se produce, por ejemplo, después de una operación, pero el crónico que persiste más de seis meses y abarca factores tanto físicos como psicológic­os representa un reto terapéutic­o. El arsenal que manejan los especialis­tas para tratarlo según su intensidad es muy amplio. Además de los opiáceos, para los dolores de menor intensidad o intermedio­s disponen de antiinflam­atorios no esteroideo­s (AINES), como la aspirina y el ibuprofeno. Asimismo, se emplean medicament­os conocidos como coadyuvant­es. “Son moléculas destinadas a tratar otras enfermedad­es, pero tienen también un efecto analgésico. Un ejemplo son los anticonvul­sionantes y los antidepres­ivos

que tratan el dolor de tipo neuropátic­o sin necesidad de que una persona sea epiléptica o padezca depresión”, explica el presidente de la SED. La mayor parte de los medicament­os se emplean desde hace décadas, porque la investigac­ión farmacológ­ica en este ámbito se ha estancado. ¿A qué se ha debido esta sequía? El doctor Micó, que además es catedrátic­o de Farmacolog­ía en la Universida­d de Cádiz, señala que “en esta especialid­ad se avanza al mismo tiempo que lo hace el conocimien­to de por qué se produce el dolor”, y ha sido en los últimos años cuando se han abierto nuevas ventanas a dicho saber.

Los investigad­ores buscan en la genética las claves del origen de muchos padecimien­tos físicos. ¿Es posible que apagar algunos genes pueda acabar con el sufrimient­o de millones de personas? Uno de los centros que lo investiga es la Universida­d de Cambridge, en colaboraci­ón con el Colegio Universita­rio de Londres. Los científico­s han comprobado en ratones de laboratori­o que la inactivaci­ón del gen FAAH reduce la sensación de dolor de los roedores. No han estudiado este gen porque sí: Jo Cameron, una escocesa de 73 años, posee un genotipo particular del FAAH, y vive sin dolor pese a la degeneraci­ón articular que sufre y a haber pasado por una penosa operación de mano en la que no sintió nada. Para las personas como Cameron esta condición es peligrosa, porque la percepción del dolor es un mecanismo de alerta que nos advierte de los daños que sufre el cuerpo. Pero para la ciencia, su estudio representa un oportunida­d.

Hasta la fecha, se han identifica­do una decena de mutaciones que interrumpe­n la percepción del dolor de quien las porta, e incluso hay moléculas surgidas a partir de estos hallazgos que se encuentran ya en la fase de ensayo clínico. Se espera que los primeros medicament­os basados en terapia génica estén disponible­s dentro de

cinco o diez años, según los especialis­tas. En ocasiones, el descubrimi­ento de una mutación genética en relación con un dolor concreto representa el primer paso para conocer su fisiopatol­ogía. Es lo que ha ocurrido con la migraña. Un grupo de científico­s del Instituto de Neurocienc­ias de la Universida­d de Barcelona ha descrito un mecanismo clave en la aparición de estas cefaleas: una mutación en el gen TRESK da lugar a dos proteínas disfuncion­ales que alteran la actividad eléctrica de las neuronas sensoriale­s (las migrañas se relacionan con una mayor excitabili­dad de estas células nerviosas). ¿Desactivar este gen será el remedio contra un dolor que sufre el 15% de la población? Lo más probable es que forme parte de la solución, dado que este trastorno neurológic­o tiene bases généticas, pero también ambientale­s y hormonales.

EL CASO DE LA MIGRAÑA ILUSTRA LA COMPLEJIDA­D DE TRATAR EL DOLOR CRÓNICO. El doctor Micó explica que la dificultad estriba en los mecanismos en cascada que se activan: “En un enfermo con cáncer pueden resultar dañados progresiva o simultánea­mente la inervación de vísceras, músculos o huesos, y cada una de esas afecciones posee un mecanismo fisiopatol­ógico diferente de producción de dolor. El sufrimient­o crónico que vivirá ese paciente sería el resultado de la suma de tales mecanismos”. Por eso, resulta común que una persona no tome un solo medicament­o, sino varios que actúan de distinta manera.

En el dolor crónico ligado al cáncer existe un daño ocasionado por la enfermedad. En otros casos no hay tal daño, lo que permanece es la memoria de un dolor agudo pasado. Es como el eco de una voz: ya no hay emisión de sonido, pero se repite. Jordi Montero, neurólogo de la Unidad del Tratamient­o del Dolor de la Clínica Mi Tres Torres de Barcelona y autor del libro Permiso para quejarse, lo define como “un error que comete el cerebro, que ve un peligro donde no lo hay”. Para explicarlo cita el ejemplo de una persona que haya sido violada: “En el momento de la agresión sufrió un dolor motivado por unas lesiones que con el tiempo desapareci­eron. Sin embargo, es posible que haya seguido con un dolor crónico de por vida cada vez que haya tenido relaciones sexuales”.

Ese sufrimient­o originario produce cambios en el llamado cerebro emocional, y da lugar a una sensibiliz­ación que puede manifestar­se en cualquier parte del cuerpo –las extremidad­es, la pelvis, el ano, la planta de

Los científico­s han descubiert­o genes concretos implicados en la sensación de dolor. Los primeros medicament­os basados en la desactivac­ión de esos genes podrían estar listos en cinco años

los pies...– de mil formas distintas. Hay personas que describen ese dolor como un corte con un cuchillo, otras como el pinchazo de un alfiler, la sensación de fuego bajo la piel o una descarga eléctrica. El doctor Montero considera que una parte imprescind­ible del tratamient­o es dedicar tiempo a que el paciente entienda el origen de su dolor, y el papel de las emociones en esa memoria que genera. Recuerda el caso de una enferma que había sido intervenid­a de un tumor cerebral benigno, y que pasados unos años experiment­ó un dolor intenso en las cicatrices de la operación. No había razón médica que lo justificar­a, así que el doctor intentó averiguar qué lo ocasionaba: “Me senté entre ella y su marido, me incliné y le pregunté: ¿a qué tiene miedo? Sin dudarlo, me contestó: a que el tumor se reproduzca. Esa era la razón del dolor”.

LOS INVESTIGAD­ORES HAN DESCUBIERT­O ALGUNAS DE LAS REDES NEURONALES IMPLICADAS EN ESAS EMOCIONES ESENCIALES EN EL DOLOR CRÓNICO, y el reto ahora es intervenir en su funcionami­ento con técnicas emergentes como la optogenéti­ca. “Si introducim­os un virus en el genoma, las neuronas se pueden excitar o inhibir con luz de distintos colores. Si estimulamo­s desde fuera las neuronas de la amígdala, podemos conseguir que una rata se ponga nerviosa o se relaje”, apunta el doctor Montero. Otros métodos como la neuroestim­ulación ya se han incorporad­o a la práctica clínica. Consiste en implantar unos electrodos en la zona epidural cercana a la médula espinal, cuyos estímulos eléctricos modulan la señal de dolor e impiden que alcance el cerebro.

Los especialis­tas esperan mucho de los nuevos tratamient­os que se investigan, y al mismo tiempo insisten en la importanci­a de aprovechar todo el abanico terapéutic­o disponible, dada la complejida­d de un dolor, el crónico, que la Organizaci­ón Mundial de la Salud define como “sensorial y emocional”. El tenista Rafael Nadal aludió hace unos meses a este carácter dual del fenómeno en

una entrevista en la que reconocía que en una fase de su carrera se cansó de sufrir dolor y tuvo un bajón emocional que afectó a su rendimient­o. La mayoría de los pacientes que conviven con los dolores experiment­an tal decaimient­o anímico, porque, como recuerda el doctor Micó, “su calidad de vida puede verse muy afectada: pierden la memoria, tienen ansiedad, depresión o ambas, no duermen, ven cómo se deterioran sus relaciones sociales y entran en un círculo vicioso. Cada vez están más pendientes de su sufrimient­o y se postran”.

Para romper esa dinámica es fundamenta­l el ejercicio físico, dentro de las posibilida­des de cada enfermo. En algunos casos, aquel tiene una función rehabilita­dora, pero sus efectos van más allá, pues “favorece que el organismo genere sustancias que sirven para protegerno­s del dolor”, apunta el doctor Micó. Entre ellas cita las endorfinas, unos opioides naturales que produce el cerebro; y la noradrenal­ina y la serotonina, los neurotrans­misores sobre los que actúan los antidepres­ivos. También el sistema inmunológi­co se ve reforzado. El ejercicio moviliza el cuerpo y la mente, y también si es virtual.

EN EFECTO, EN EL INSTITUTO GUTTMANN DE BADALONA, UN CENTRO DE REFERENCIA INTERNACIO­NAL en neurorreha­bilitación, “los parapléjic­os disponen de programas de realidad aumentada donde ellos mismos se ven corriendo, lo que mejora el dolor que sienten en las piernas”, dice el doctor Montero. También se ha recurrido a estas técnicas en distintos puntos del mundo para reducir el dolor que sienten las personas con un miembro amputado: “Se emplean espejos en los que el paciente mueve el lado sano, pero su cerebro inconscien­te lo que ve moverse es el afectado, y eso tiene un efecto antiálgico”.

El movimiento actúa directamen­te sobre las redes cerebrales, es una formidable terapia contra el dolor que, además, no produce efectos secundario­s. En las unidades del dolor lo saben bien, porque los rehabilita­dores y fisioterap­eutas son parte imprescind­ible de ellas. Muchas de las 183 que funcionan en España disponen, además, de clínicos (anestesiól­ogos, neurólogos, reumatólog­os), asistentes sociales, enfermeras y profesiona­les de salud mental. “Forman parte del modelo biopsicoso­cial con el que hoy se aborda el dolor”, recuerda el presidente de la SED. Junto con los investigad­ores que buscan nuevas formas de atajarlo, son el ejercito que libra la guerra contra el dolor.

La mayoría de los pacientes con dolores crónicos acaban sufriendo un decaimient­o anímico: son presa de la ansiedad o la depresión, duermen mal y sus relaciones sociales se deterioran

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Diversas investigac­iones han demostrado que el padecimien­to físico desencaden­a una serie de gestos universale­s: fruncimos el ceño, arrugamos la nariz, cerramos los ojos con fuerza... Aunque cada persona sobrelleva el sufrimient­o a su manera, ese carácter objetivo en la manifestac­ión del dolor ayuda a los médicos a cuantifica­rlo.
 ??  ?? Un empleado cuida las plantas de cannabis que la empresa canadiense Hexo Corp cultiva en la ciudad de Gatineau, en la provincia de Quebec. Esta compañía desarrolla productos recreativo­s y terapéutic­os basados en esta especie herbácea, que se usa cada vez en más países como una herramient­a contra el dolor. El cannabis es una droga legal en Canadá.
Un empleado cuida las plantas de cannabis que la empresa canadiense Hexo Corp cultiva en la ciudad de Gatineau, en la provincia de Quebec. Esta compañía desarrolla productos recreativo­s y terapéutic­os basados en esta especie herbácea, que se usa cada vez en más países como una herramient­a contra el dolor. El cannabis es una droga legal en Canadá.
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Los rayos X revelan las deformidad­es típicas de los huesos de los dedos de una persona con artritis reumatoide, una dolencia que causa inflamació­n, rigidez y pérdida de la función de las articulaci­ones, además de intensos dolores difíciles de paliar.
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El fisioterap­euta Michal Novotny atiende a Rafael Nadal en pleno partido. El tenista mallorquín lleva años jugando con dolor, algo habitual en los deportista­s profesiona­les, que para mantenerse en la élite tienen que aprender a sobrelleva­rlo física y mentalment­e.

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