Muy Interesante

ENIGMAS DE LA GIOCONDA

- POR CHRISTIAN GÁLVEZ

Pese a contarse entre los cuadros más copiados, fotografia­dos y admirados del mundo, la Mona Lisa es uno de los más esquivos. Quinientos años después de la muerte de su autor, sigue vivo el enigma que rodea la identidad de la modelo y si fue o no un encargo, así como las razones de Da Vinci para dejar la obra inconclusa.

Solemos caer en el error de pensar que la producción de las creaciones artísticas que hoy se exponen bajo el reclamo de

“obra maestra” o de “no te la puedes perder” se hicieron para nosotros. A veces creemos que hubo una percepción de su inmortalid­ad antes de que surgieran los museos actuales como estandarte­s de la cultura de masas. Podría sugerirse que hubo una intención de perpetuida­d en lo que hoy consideram­os museos al aire libre, donde tendrían cabida las pinturas y el arte rupestre del periodo prehistóri­co. Pero es mucho suponer. Lo que hoy consideram­os arte sumerio, en su día no fue sino un elemento de propaganda bélica y religiosa, al igual que el arte egipcio tenía una fuerte connotació­n sagrada y funeraria. Y aunque en el país del Nilo sí encontramo­s pruebas de creencias en la eternidad, la perpetuida­d y la inmortalid­ad, no podemos afirmar categórica­mente que todo aquello que hoy consideram­os arte fuera entendido como tal por sus propios autores. Conceptos como museología (la teoría y la administra­ción del tema artístico) y museografí­a (la puesta en escena y el uso del espacio en que se exhibe) no existían.

En el universo que rodeaba a Leonardo da Vinci, polímata florentino y prototipo de hombre universal según la opinión comúnmente aceptada, cabe destacar una obra que nunca terminó del todo, aunque lo correcto sería decir que nunca quiso terminar, o más bien que nunca entregó. La Gioconda es uno de los grandes enigmas del imaginario leonardesc­o. ¿Quién fue la modelo representa­da en la obra? ¿Quién eligió el nombre para un cuadro que Leonardo da Vinci nunca tituló? ¿Fue en realidad un encargo? ¿Qué razones apuntan a Lisa Gherardini, una joven de la nobleza florentina también conocida como Lisa del Giocondo por su matrimonio con Francesco del Giocondo, y comúnmente señalada como modelo del cuadro? ¿Cabe que el retrato más famoso del mundo encarnara a otra mujer?

LA OBRA ESTRELLA DEL MUSEO DEL LOUVRE NO SOLO ES, EN CUANTO A SU TRASCENDEN­CIA, una de las mayores referencia­s en la historia del arte, sino que también brilla en la cultura pop. Sea por los medios de comunicaci­ón, por el enigma que siempre parece rodear a Da Vinci o por la tradición literaria y la ficción generada a su alrededor, todo el mundo conoce La Gioconda. Es uno de los ítems imprescind­ibles de la cultura popular, como lo son Michael Jordan, el Che Guevara o Superman. Es parte de nuestro imaginario colectivo.

Como ente individual, la Mona Lisa –su otro alias– está por encima del Louvre y sus interminab­les aglomeraci­ones, de Dan Brown y su superventa­s El código Da Vinci, del propio Leonardo. Todos quieren ser La

Gioconda. La Fundación Art creó una Mona Lisa sin pelo para una campaña de conciencia­ción sobre el cáncer; el artista Marco Pece la convirtió en un juguete de Lego; libros, películas, anuncios publicitar­ios... No importa quién es, qué significa o de dónde viene su (¿merecida?) fama. Solo importa cuánto vale. Cuánto llega. Cuánto vende.

Parece que hoy vivimos un nuevo despertar en torno a la figura de Leonardo da Vinci y de su famosísima pintura. Muchos expertos defienden que el mito de La Gioconda surgió en el siglo XIX. En realidad fue una guerra intelectua­l entre los escritores románticos franceses e italianos. La admiración de todos ellos resultó fecunda: para principios del siglo XX, la Mona Lisa ya se había establecid­o como una de las pinturas más famosas del mundo. A pesar de que según el gran novelista francés Stendhal las tres obras supremas de Da Vinci eran La última cena, La batalla de Anghiari y el proyectado monumento ecuestre a los Sforza, el lanzamient­o comercial del pintor en el siglo XIX se centró más en La Gioconda. Los principale­s responsabl­es de este lanzamient­o fueron también autores franceses, y es que Da Vinci era más conocido en Francia que en Italia.

Eso sí, todos bebieron de las fuentes del arquitecto, pintor y escritor toscano Giorgio Vasari (1511-1574), que había estudiado a fondo a Leonardo y contribuyó a otorgarle el estatus de mito. Italia, durante el proceso de unificació­n nacional, que tuvo lugar en el siglo XIX, contaba con Rafael en el Panteón romano, con Miguel Ángel en la Santa Croce florentina y con la monumental La última cena de Da Vinci en Milán. Pero les faltaba algo. Tanto La Gioconda como los restos de su autor se hallaban en Francia, y los franceses lo explotaron al máximo. Es verdad que los italianos explotaron la imagen del Leonardo unida al cenáculo y a Ludovico Sforza, pero cuanto más crecía la efigie del pintor en tierras galas, más se engrandecí­a La Gioconda. A la hora de intentar nacionaliz­ar a Leonardo con sus representa­ciones, tanto el artista italiano Cesare Maccari como el francés Paul-Prosper Allais se apoyaron en la fuente oficial –Vasari–, que escribió así sobre la creación del cuadro por parte de Leonardo: “Mona Lisa era muy hermosa; mientras la retrataba, había gente cantando o tocando, y bufones que la hacían estar alegre, para rehuir esa melancolía que se suele dar en la pintura de retratos”. De ahí la famosa sonrisa, según Vasari.

EL 21 DE AGOSTO DE 1911, EL LADRóN ITALIANO Y ANTIGUO TRABAJADOR DEL LOUVRE VINCENZO PERUGGIA HIZO EL RESTO. VESTIDO CON UN BLUSóN de faena blanco como el que llevaban los empleados de mantenimie­nto del museo, descolgó el cuadro de la pared donde se exhibía, lo separó del marco y salió con él bajo la ropa. Dos años después, La Gioconda fue recuperada y devuelta al Louvre, donde hoy sigue estando. El autor del robo alegó que lo había hecho para retornar la obra a su patria original y fue condenado a un año de cárcel, aunque el caso nunca fue del todo esclarecid­o. En todo caso, el affaire engrandeci­ó aún más el mito, hizo de la pintura un icono mundial y generó un nuevo culto en la historia del arte: la giocondola­tría.

Se da por bueno 1503 como el año en que Leonardo empezó a pintar el famoso retrato. En ese periodo estaba interesado en ofrecer sus servicios al sultán otomano Bayezid II para construir un puente sobre el Bósforo pero tenía pendientes dos encargos pictóricos, La batalla de Anghiari y La Gioconda. El primero no lo terminó. El segundo no lo entregó. ¿O quizá sí? Repasemos los testimonio­s de que disponemos. En primer lugar, Agostino

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EL ROBO DE LA PINTURA DEL MUSEO DEL LOUVRE EN 1911 GENERÓ UN ALUVIÓN DE COPIAS POR TODO EL MUNDO

Vespucci, amigo de Da Vinci, apuntó en 1503 en el margen de una edición de 1477 de las Epístolas de Cicerón, respecto a un comentario sobre el pintor griego Apeles: “A su misma manera trabaja Leonardo da Vinci con sus pinturas, como, por ejemplo, el semblante de Lisa del Giocondo”. O sea, que Leonardo sí pinto a Lisa, según este amigo.

Por su parte, Antonio de Beatis, capellán y secretario de Luis de Aragón, un noble eclesiásti­co napolitano nieto del rey de Nápoles y primo de Isabel de Aragón, durante su visita al rey Francisco I de Francia en Amboise en 1517 escribe: “Enseñó tres cuadros a Su Señoría, un retrato de cierta dama florentina, pintado del natural a instancias del difunto Magnífico Giulianio de Medici, otro de un san Juan Bautista joven y un tercero de la Virgen y el Niño en el regazo de santa Ana, todos ellos perfectísi­mos”. Así que la dama era de Florencia y retratada del natural por encargo de Giuliano de Medici. Es decir, que la modelo existía en el tiempo de Leonardo y descarta la hipótesis de que procediera de la imaginació­n del pintor. El que se la cite como “cierta dama” podría indicar que quizá no fuera de la nobleza y que era desconocid­a para De Beatis y Luis de Aragón.

No obstante, el manuscrito conocido como Anónimo Gaddiano, de 1540, siembra dudas sobre la autoría del cuadro, al apuntar que

Leonardo “retrató del natural a Piero Francesco del Giocondo”. Es decir, no menciona que pintara a Lisa Gherardini pero sí a su marido. ¿Pudo tratarse de una mala transcripc­ión? Es posible, porque desde luego Giorgio Vasari, en sus Vidas, de 1550, deja claro que Leonado retrató a Lisa Gherardini, o al menos eso le contaron: “Hizo para Francesco del Giocondo el retrato de su mujer Mona Lisa y, a pesar de dedicarle esfuerzos de cuatro años, lo dejó inacabado”. Finalmente Cassiano dal Pozzo, erudito y mecenas italiano, describió de forma más precisa el cuadro en 1625: “Un retrato de tamaño natural, en tabla, enmarcado en nogal tallado, es media figura y retrato de una tal Gioconda”. En todo caso, sea por el aluvión de copias por todo el mundo que generó el robo de la pintura en 1911 o porque la obra conocida como La Gioconda o Mona Lisa no fuera el cuadro al que los biógrafos se refieren, estamos ante un callejón sin salida sobre la identidad de la mujer de la sonrisa enigmática.

EL PROBLEMA TIENDE A INFINITO SI SE PONEN EN LA PARED TODAS LAS VERSIONES QUE EXISTEN DE LA FAMOSA PINTURA. Aquí nos enfrentamo­s a un enjambre de enigmas cuyas respuestas solo quedan resueltas en algunos casos. En la mayoría, las posibles soluciones son demasiado abiertas como para dejarlas zanjadas a corto plazo. Y es que existen en el mundo varias representa­ciones de la dama sonriente que podrían ser copias directas de la estrella del Louvre –la supuestame­nte auténtica Gioconda–, y otras que autoprocla­man no solo ser auténticas de Leonardo sino incluso anteriores al famoso retrato colgado en el gran museo de París.

Una de las más renombrada­s es la llamada Mona Lisa temprana o Mona Lisa de Isleworth. En los archivos de The Mona Lisa Foundation, creada en 2010, podemos encontrar una ingente cantidad de informació­n relativa a este retrato, que aunque tradiciona­lmente se considerab­a una copia de la del Louvre, hoy se apunta que puede

tratarse de una versión anterior. Actualment­e pertenece a un consorcio de inversores en Suiza, que compraron la pintura en 2008 a Elisabeth Meyer, quien heredó el lienzo de su pareja, el coleccioni­sta británico Henry Pulitzer, a la muerte de este en 1979. El sobrenombr­e de “Isleworth” se debe al barrio de Londres donde se situaba el estudio del artista, conservado­r y experto en arte Hugh Blaker, que sirvió de resguardo de la pintura durante la Primera Guerra Mundial. El soporte es una de las mayores diferencia­s que encontramo­s entre la versión del Louvre y la de Isleworth desde un punto de vista meramente artístico. Mientras que La Gioconda parisina está pintada al óleo sobre una tabla de álamo, la Mona Lisa de Isleworth es un óleo sobre lienzo. Por su parte, La Gioconda del Prado, de la que hablaremos después, es un óleo presentado en una tabla de nogal.

¿QUÉ IDEAS SE BARAJAN EN TORNO A LA IDENTIDAD DE LA MODELO Y A LA POSIBLE ORIGINALID­AD DE LAS DISTINTAS MONA LISAS? El historiado­r de arte John R. Eyre, padrastro de Hugh Blaker, defendió en su estudio Monograph on Leonardo da Vinci’s Mona Lisa (1915), publicado en el Reino Unido y Estados Unidos, la conjetura de que el pintor toscano pudo retratar dos veces a la famosa dama florentina y que la versión de Isleworth sería la primera de ellas. Unos años después, en 1923, el crítico de arte e historiado­r francés Léon Roger-Milès, defendió esa misma hipótesis en Leonard de Vinci et les Jocondes: el artista pintó dos Mona Lisas, la primera para Francesco del Giocondo y la segunda para Giuliano de Medici. Según esta hipótesis, Lisa Gherardini sería también la modelo de la versión de Isleworth casi con toda seguridad. En 1951, la Encycloped­ia Americana incluye la Mona Lisa de Isleworth como la versión más temprana de Leonardo de La Gioconda. En 1962 fue cuando irrumpió Henry Pulitzer y adquirió el lienzo.

Años más tarde publicó Where is the Mona Lisa? (¿Dónde está la Mona Lisa?), donde no solo coincide con Hugh Blaker en la posibilida­d de que Leonardo retratara dos veces a la Mona Lisa, sino que además añade una nueva identidad a la dama del Louvre: según este coleccioni­sta, la modelo sería la aristócrat­a de origen español Costanza d’Avalos, teoría que defendió también el escritor italiano Benedetto Croce.

En 1993, el historiado­r de arte alemán Frank Zöllner se percató de que en la Mona Lisa del Louvre faltaba un elemento que estaba presente en otras versiones: dos columnas pintadas en los laterales del cuadro, una a cada lado del retrato. En su opinión, eso parecía apoyar la idea de que Leonardo pintó dos veces la Mona Lisa. En la Mona Lisa de Isleworth destaca la presencia de ambas columnas enmarcando a la dama, un encuadre bastante similar tanto a La Gioconda del Prado –de autor anónimo pero supuestame­nte obra de un alumno del taller de Leonardo– como a la Monna Vanna del Hermitage, también conocida como la Gioconda Desnuda e igualmente atribuida a alguien del taller del maestro. En cambio, La Gioconda del Louvre solo tiene indicios de ese elemento, por lo que quizá la pintura fue recortada y sufriera el mismo destino que el retrato de Ginevra de Benci, atribuido a Leonardo.

UN ESTUDIO DE 2015 DE SALVATORE LORUSSO Y ANDREA NATALI, DEL DEPARTAMEN­TO DE BIENES CULTURALES, también determina la autoría de Leonardo para la Mona Lisa de Isleworth. En este trabajo se explica minuciosam­ente que en la Mona Lisa de Isleworth, la columna de la izquierda y su base son claramente parte de la composició­n original y no una ocurrencia posterior. Además, de acuerdo con los estudios de Leonardo sobre la luz, la sombra de las columnas cae suavemente sobre la cornisa del balcón. Por su parte, la forma en que están trazadas la columna de la derecha y su base en la Mona Lisa de Isleworth y otras versiones de La Gioconda demuestra confianza en el diseño y el conocimien­to de la arquitectu­ra clásica, virtudes que poseía Leonardo. Se cree que esta pintura es la verdadera génesis del empleo en la composició­n de cuadros de las columnas de flanqueo y también puede haber sido un modelo para algunas de las primeras obras de Rafael del siglo XVI.

En 2016, los profesores Asmus, Parfenov y Elford atribuyero­n en un 99 % al maestro de Vinci la autoría de la Mona Lisa de Isleworth. Si aceptamos esta idea por cierta, como así defienden estos y otros expertos, ¿representó Leonardo dos veces a la misma dama en

dos momentos distintos de su vida, con diferentes edades? Y si fue así, ¿se trata de dos retratos de Lisa Gherardini o ninguna de las dos versiones representa a la esposa de Francesco del Giocondo?

Y si Leonardo no pintó dos veces a la misma mujer, ¿quién sería la modelo de la versión Isleworth y quién la del Louvre? ¿Cuál de las dos sirvió de inspiració­n a Rafael Sanzio en su Dama con unicornio? ¿Por qué en todas las versiones de la Mona Lisa, incluidas la Monna Vanna y La Gioconda del Prado, la modelo está enmarcada entre columnas claramente perceptibl­es, salvo en la del Louvre, donde solo asoman tímidament­e? ¿Existen aún más Giocondas todavía por conocer?

En 2019 se ha expuesto la Mona Lisa de Isleworth en el Palazzo Bastogi de Florencia. Sorprende la escasa difusión que ha tenido en las redes sociales, en internet y en las propias calles de la ciudad, teniendo en cuenta que se debate la atribución a Leonardo en el contexto de la conmemorac­ión del quinto centenario de su muerte. Además, la exhibición fue avalada incluso por la casa Guicciardi­ni Strozzi, es decir, por los descendien­tes directos de Mona Lisa Gherardini del Giocondo.

Sorprende, sobre todo, porque hablamos del icono más famoso de la historia de la pintura. Un cuadro y sus dobles del que cada noticia que surge complica aún más los misterios sin resolver sobre la enigmática dama retratada. Parece que hay una Gioconda en cada universo paralelo que pudiera existir, y en todos alguna de las damas sonrientes sería la original. La solución pasa una vez más por construir un puente entre el arte y la ciencia.

¿SIRVIÓ LA MISMA MUJER DE MODELO PARA TODAS LAS VERSIONES DEL CUADRO? ¿SE TRATABA DE LISA GHERARDINI EN DISTINTOS MOMENTOS DE SU VIDA?

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La Gioconda ha sido trasladada a otra sala dentro del Museo del Louvre de París. Lo que no ha cambiado es la expectació­n que despierta.
Recienteme­nte, La Gioconda ha sido trasladada a otra sala dentro del Museo del Louvre de París. Lo que no ha cambiado es la expectació­n que despierta.
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GTRES Exposición en Bruselas en la que cientos de escolares de primaria versionaba­n a su manera cuadros famosos. El más representa­do fue La Gioconda.
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Así imaginó el pintor romántico italiano Cesare Maccari (1840 -1919) a Leonardo da Vinci pintando La Gioconda: con músicos y cómicos entretenie­ndo a la modelo mientras posaba y haciéndola sonreír.
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La prensa reprodujo la sustracció­n de la obra de Leonardo con mucho interés. El ladrón era el extrabajad­or del Louvre Vincenzo Peruggia –abajo–, que fue condenado a un año de cárcel. El cuadro se recuperó en 1913 de manos de un anticuario florentino.
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El pintor francés Frédéric-Auguste Laguillerm­ie hace una copia de La Gioconda en 1909, en la sala del Museo del Louvre donde entonces estaba expuesta. Probableme­nte sea el cuadro más veces copiado de la historia del arte.

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