LA DESCONCERTANTE TUMBA DEL NIÑO DE LA TIERRA DEL FUEGO
En sus orígenes, los selk’nams u onas, pueblo nómada de cazadores y recolectores que vivía en el extremo sur de Sudamérica, subsistían gracias a los animales que cazaban, como guanacos salvajes, focas y distintos tipos de aves. Pero ya no existen. A principios del siglo XX, las enfermedades y el genocidio que perpetraron contra esta comunidad los colonos británicos, argentinos y chilenos que se asentaron en esta área los diezmaron.
Ahora, un equipo internacional de científicos ha descrito cómo hace entre cuatro y cinco siglos un grupo de ellos enterró a un niño de un modo tan inusual que ha dejado perplejos a los expertos. “Nunca antes se había hallado en la Tierra del Fuego un ajuar similar al que se ha encontrado junto a los restos de este pequeño”, indica el investigador Alfredo Prieto, de la Universidad de Magallanes, en Punta Arenas (Chile), que ha liderado la iniciativa.
UN HALLAZGO ÚNICO. En un estudio publicado en The Journal of Island and Coastal Archaeology, Prieto y sus colaboradores señalan que, entre las numerosas piezas óseas descubiertas, cuyo uso se desconoce, destacan las de pingüino rey –este formaba parte de la mitología de la tribu–, aunque también han aparecido mandíbulas de guanaco organizadas por parejas. Su peculiar disposición y las marcas que presentan sugieren que podrían haber sido empleadas como picos, algo insólito.
El análisis de los despojos del niño ha revelado que no sufría problemas de huesos o enfermedades. Las muertes infantiles que no se debían a un accidente eran incomprensibles para los onas, que solían atribuirlas a un chamán de un grupo rival y promovían actos de venganza.
El hallazgo proporciona, además, la primera prueba genética de la presencia del subhaplogrupo mitocondrial D1g5 entre los nativos de la zona. “Se le calcula una antigüedad de 15.000 años, lo que podría indicar que sus orígenes se encuentran en la llegada de algunos de los primeros colonizadores de América y su dispersión por el cono sur”, explica Carles Lalueza-Fox, del Instituto de Biología Evolutiva (UPFCSIC), coautor de este trabajo.