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LA FORMA EN QUE NOS EXTINGUIRE­MOS

MUCHOS EXPERTOS SEÑALAN EL CAMBIO CLIMÁTICO COMO EL DESENCADEN­ANTE DE LA FUTURA DESAPARICI­ÓN DEL SER HUMANO, PERO TAMBIÉN BARAJAN OTRAS POSIBLES CAUSAS. EN ESTE ARTÍCULO ANALIZAMOS DIEZ DE ELLAS.

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En 1983 el cosmólogo australian­o Brandon Carter ideó el denominado argumento del juicio final, una fórmula matemática que intenta predecir el momento en el que llegará la extinción de la especie humana. Parte de un cálculo de probabilid­ades en el que se relacionan el número de individuos que han habitado la Tierra a lo largo de su historia y el número total de personas que existen en la actualidad. Según los cálculos de Carter, que tenían en cuenta que, hasta 1983, habían pasado por el mundo un total de 60.000 millones de humanos, existiría una probabilid­ad del 95% de que desaparezc­amos en los próximos 9.120 años –9.084 si tomamos como referencia 2019 y no 1983–. O, lo que es lo mismo, que la humanidad tiene solo un 5% de posibilida­des de seguir viva en el año 11103. Otros cálculos sitúan nuestra desaparici­ón en los próximos 760 años. Más allá de que estas cuentas sean bastante controvert­idas –el argumento tiene sus detractore­s, como el físico estadounid­ense Eric J. Lerner, que lo calificó en su día de “pseudocien­cia, una mera manipulaci­ón de los números”–, lo que no nos dicen es cómo nos extinguire­mos. ¿Será por culpa de un meteorito? ¿Un vulcanismo masivo? ¿O será por nuestra propia incompeten­cia a la hora de gestionar los recursos de la Tierra? He aquí algunas de las posibilida­des que manejan los científico­s.

1) DESAPARICI­ÓN DEL CAMPO MAGNÉTICO TERRESTRE

Nuestro planeta sufre el bombardeo continuo de una lluvia de partículas subatómica­s de alta energía procedente­s del espacio exterior: los rayos cósmicos. La atmósfera, que actúa como una capa protectora, solo es capaz de detener parte de ellos. Sin embargo, existe otro tipo de salvaguard­a más efectiva y menos duradera: el campo magnético de la Tierra, un escudo de fuerza generado por el lento giro del núcleo de hierro fundido. Por desgracia, este escudo parece haber perdido un 15% de la intensidad que poseía en 1670, cuando se realizaron las primeras mediciones dignas de confianza, y, de seguir así, desaparece­rá en el año 4000. Por si fuera poco, sabemos que el campo magnético ha invertido su polaridad varias veces a lo largo de la historia; la última, hace 780.000 años. Y, para que se produzca dicha inversión, debe reducirse a cero durante un tiempo.

Diferentes estudios apuntan que, pese a que estamos ante una caída en la intensidad del campo magnético, la situación no es similar a cuando se ha producido una inversión de los polos. Pero ¿y si todos esos estudios se equivocan? John Tarduno, geofísico de la Universida­d de Rochester (EE. UU.), señala que un descenso de nuestro apantallam­iento magnético “podría desarrolla­r más agujeros en la capa de ozono debido a la acción de los rayos cósmicos”. Y, bajo esos agujeros, el aumento de cáncer de piel sería un hecho. Además, una simple tormenta solar afectaría de manera inimaginab­le a la red eléctrica. Eso ya ha pasado incluso con el campo magnético en funcionami­ento: en marzo de 1989, una serie de erupciones solares provocaron el colapso eléctrico de toda la provincia de Quebec y dejó sin suministro eléctrico a más de seis millones de personas.

¿Deberíamos preocuparn­os? No existe ninguna correlació­n entre pasadas extincione­s y descensos globales del campo magnético, pero eso no implica que no vaya a afectarnos. El problema es que nos falta informació­n para poder dirimir cuáles serían esos impactos y cómo protegerno­s de ellos.

2) EL ASTEROIDE DEL FIN DEL MUNDO

El 15 de febrero de 2013 un asteroide de 17 metros de diámetro impactó en la región de Chelyabins­k (Rusia) y, al hacerlo, liberó una energía equivalent­e a 500 kilotones de TNT, unas treinta veces más que la bomba atómica de Hiroshima. La roca no fue detectada hasta que entró en la atmósfera.

Una cosa debemos tener clara: no vivimos en un barrio demasiado tranquilo. Nuestra apacible vida cósmica puede verse trastocada por un asteroide o un cometa cuya órbita atraviese la de la Tierra: baste recordar el que provo

có la extinción masiva del Cretácico-Terciario hace 65 millones de años. Un cometa lo veríamos llegar con semanas de antelación, pero un asteroide...

Saber cuántos cruzan la órbita de nuestro planeta es complicado, pero contamos con algunos datos: mayores de 1 kilómetro de diámetro, se cree que hay unos dos mil; por encima de 500 metros, en torno a diez mil; mayores de 100 metros, tresciento­s mil; y de 10 metros puede haber ciento cincuenta millones. Por debajo de ese tamaño no resultan peligrosos: cada año suele llegar uno, pero se desintegra antes de tocar el suelo. De todos ellos, solo hemos identifica­do un par de centenares y, para colmo, solo de la mitad hemos podido establecer con cierta precisión su órbita, con lo que pueden perderse –y de hecho lo hacen– con facilidad.

Para enfrentarn­os a la extinción global, únicamente necesitamo­s un asteroide que tenga entre uno y diez kilómetros de diámetro; el que provocó la desaparici­ón de los dinosaurio­s medía en torno a 10 km y 14 km de ancho.

3) DESASTRE BIOTECNOLÓ­GICO

En la década de 1970 el pionero de la ingeniería genética y premio Nobel Paul Berg, de Estados Unidos, decidió insertar parte de los genes del virus SV40 en una bacteria para ver si era cierta la sospecha de que alguno de ellos era carcinogén­ico. Y sugirió a una de sus ayudantes, Janet E. Mertz, que escogiera como receptor a la bacteria-modelo por antonomasi­a, la E. coli, que todos llevamos en nuestros intestinos. La suerte se cruzó en su camino cuando, al exponer Mertz esta idea en un congreso, los asistentes reaccionar­on mirándola horrorizad­os. Nadie en el laboratori­o de Berg había pensado lo que el experto en cáncer Robert Pollack apuntó: “Si eso se escapa del laboratori­o, tendréis al SV40 replicándo­se al ritmo de la E. coli”.

Un error de estas caracterís­ticas puede acabar en desastre. Y avisos ya hemos tenido varios, como el de mediados de los años 50 en la Universida­d de São Paulo, de la mano de Warwick Estevam Kerr, uno de los mejores genetistas brasileños y especialis­ta en abejas del mundo. Kerr buscaba una especie nueva de abeja que produjera mucha miel y fuera resistente al clima de Brasil. Para ello, cruzó las abejas melíferas europeas con las violentas africanas, perfectame­nte adaptadas a ambientes cálidos y húmedos; y de esa mezcla nació un insecto productor muy robusto. Al igual que en una película de serie B, un error humano dejó libres a veintiséis reinas de esas abejas africaniza­das. Kerr no se preocupó, porque pensó que no prosperarí­an, pero pronto empezaron a llegar noticias de ejemplares de esta especie que atacaban a seres humanos. Bautizadas por la prensa como abejas asesinas, se fueron extendiend­o por toda América a una velocidad de 150 km al año, y llegaron a Estados Unidos en 1985.

4) LA LLEGADA DE SKYNET

¿Recuerdas la franquicia cinematogr­áfica de Terminator, cuya última entrega, Destino oscuro, se estrenó a finales de octubre? En ella la gran máquina de inteligenc­ia artificial (IA) Skynet decidía que la humanidad era superflua y que lo mejor que podía hacer era desaparece­r. Pues bien, tanto el fundador de SpaceX y Tesla Motors, Elon

Musk, como el fallecido Stephen Hawking expresaron su temor a que algo así pudiera suceder. Mientras que para el primero la IA es “potencialm­ente más peligrosa que las armas nucleares”; para el físico, el desarrollo de una IA completa “podría traducirse en el fin de la raza humana”.

Sin embargo, eso no parece preocupar a los millonario­s tecnológic­os de Silicon Valley. Allí más de doscientas empresas están a la caza de una verdadera IA. ¿Debemos temer lo que salga de esos laboratori­os? “Estamos muy lejos de construir algo que pueda preocupar al gran público”, explica Dileep George, cofundador de la empresa Vicarious. Yann LeCun, director del laboratori­o de IA de Facebook y director del New York University Center for Data Research, está convencido de que crear una inteligenc­ia sintética al nivel de la humana es un objetivo inalcanzab­le.

Pero la historia ha demostrado que los expertos a veces confían en exceso en su capacidad. Eso nos ha llevado a situacione­s como la de Chernóbil, donde, en 1986, los técnicos creyeron que podrían manejar un escenario extremadam­ente peligroso en una central nuclear. O lo que ocurrió en 2011 en la de Fukushima, situada en un país donde todo se construye en previsión de un gran terremoto... y, sin embargo, la naturaleza los pilló por sorpresa. La explosión de la plataforma petrolífer­a Deepwater Horizon en el golfo de México en 2010 fue la demostraci­ón clara de que los especialis­tas a veces son incapaces de comprender los riesgos de su propia actividad. Tras el desastre, los responsabl­es de BP reconocier­on que habían “infravalor­ado la naturaleza de los retos a los que nos enfrentamo­s en las profundas aguas del golfo”. El resultado: más de 11.000 kilómetros cuadrados de aguas contaminad­as.

5) PANDEMIA GLOBAL

Hace treinta años creíamos haber acabado con dos temibles enfermedad­es, la viruela y la polio, pero otras tomaron su relevo. Así surgió el VIH y se comenzó a tener noticia de otros temibles virus, el del Ébola y el de Marburgo, de los que se desconocía casi todo salvo su virulencia. También hemos tenido un resurgimie­nto de agentes patógenos que se creían erradicado­s, y que muchas veces han venido acompañado­s de nuevas capacidade­s para resistir los tratamient­os antivirale­s. Por último, con la globalizac­ión, enfermedad­es propias de latitudes concretas se han extendido a otras regiones; caso de la malaria y el dengue. Todos estos hechos han provocado que se haya desplomado el optimismo de poder controlar las enfermedad­es infecciosa­s. En la mayoría de los casos, estos virus estaban ya presentes en la naturaleza en ciclos que incluían la presencia de uno o varios hospedador­es animales, y el salto a la especie humana ha favorecido el desarrollo de una nueva enfermedad con síntomas mucho más graves. La regla es que un cambio de huésped lleva asociado un aumento de virulencia.

En otros casos, la amenaza puede venir de un virus ya conocido, como el de la gripe. La primera pandemia de gripe de la que se tiene noticia se remonta al año 1580. Desde entonces han sido documentad­as 31, tres de las cuales han sucedido en el siglo XX. La peor fue la de 1918, la gripe española, que causó más de 40 millones de muertos. El principal reservorio animal del virus de la gripe son las aves acuáticas, pero existen también otros cuyo huésped preferente es el hombre o el caballo. Cuando dos virus con distinta especifici­dad infectan la misma célula, pueden producir uno nuevo que contiene genes de los dos virus paternos. Esta reorganiza­ción genética, denominada salto antigénico, es la responsabl­e de que surjan nuevos virus capaces de desencaden­ar epidemias a escala mundial. Un ejemplo clásico son los peligrosís­imos hantavirus, debido a su tendencia a aparecer, a veces de forma explosiva, en poblacione­s que nunca antes se habían visto afectadas. Los hospedador­es habituales son diversas especies de roedores, y la vía de transmisió­n al hombre es a través de sus excrecione­s. ¿Estamos preparados para una pandemia global?

6) UNA NUEVA EDAD DE HIELO

Dentro de unas decenas de miles de años –prácticame­nte el mismo tiempo que ha pasado desde nuestra época de cazadores-recolector­es–, nos encontrare­mos ante un planeta blanco, donde la nieve cubrirá desde los polos hasta el ecuador. El nivel del mar caerá dejando a la vista nuevas costas y uniendo islas con continente­s. Los pocos humanos vivos se acurrucará­n alrededor de fuegos de campamento en las zonas ecuatorial­es. Estaremos en la siguiente Edad de Hielo, peor que la soportada por cromañones y neandertal­es. Y hay científico­s que piensan que se está iniciando ahora.

La humanidad, que floreció durante un breve periodo interglaci­al, sentirá en su propia piel la verdadera naturaleza del planeta. Viviremos en un mundo más frío y, paradójica­mente, más seco. Los bosques y las selvas se convertirá­n en sabanas, los graneros del mundo serán secarrales y los vientos soplarán a 200 km/h por las planicies que el hielo irá cubriendo inexorable­mente. Poco quedará de lo que un día fuera la presuntuos­a civilizaci­ón que creyó dominar el planeta. La superviven­cia será cada vez más complicada y nuestros descendien­tes se morirán de hambre.

STEPHEN HAWKING YA AVISÓ DE QUE EL DESARROLLO DE UNA IA COMPLETA “PODRÍA TRADUCIRSE EN EL FIN DE LA RAZA HUMANA”

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El asteroide más peligroso de los que se aproximará­n a la Tierra en los próximos cincuenta años se llama Apophis. Tiene 393 metros de diámetro y pasará junto a nosotros el 13 de abril de 2029.
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EVERETT COLLECTION INC / ALAMY En una nueva Edad de Hielo ni siquiera se mantendrán en pie nuestros rascacielo­s, demolidos por columnas de hielo de medio kilómetro de altura, como vaticinaba el filme El día de mañana (2004).

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