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el largo camino a marte

aún no se ha fijado un plan para que los primeros astronauta­s viajen a nuestro mundo vecino –un desafío técnico sin precedente­s–, pero se está avanzando en esa dirección y muchos expertos creen que será posible en la década de 2030.

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La Luna está a nuestro alcance, pero el auténtico objetivo y una de las grandes aspiracion­es de nuestra especie en el espacio desde hace décadas es tocar Marte con nuestras propias manos. Este planeta tiene todo lo necesario para albergar vida y sostener un asentamien­to humano. Algunos estudios muestran que en su subsuelo podría haber grandes cantidades de agua helada –quizá incluso en estado líquido–, y en ese mundo es posible encontrar carbono, nitrógeno, hidrógeno y oxígeno, que pueden aprovechar­se fácilmente. Así lo indica Robert Zubrin, presidente de la Mars Society, en su obra The Case for Space (2019). A partir de los elementos que encontremo­s allí podremos obtener alimentos, todo tipo de piezas y herramient­as y propelente.

Pero Marte está cientos de veces más lejos que nuestro satélite; en concreto, a una distancia media de 225 millones de kilómetros. Tanto es así que una señal de radio enviada desde la Tierra puede tardar más de 20 minutos en llegar hasta allí. Con la tecnología actual, un viaje de ida y vuelta a Marte nos llevaría entre dos y tres años, incluida la estancia. “Semejante periplo precisa de una nave muy grande, en la que el 90% de la masa sería el combustibl­e”, explica Didier Schmitt, director del programa de exploració­n humana y robótica de la ESA.

Una nave gigante no podría aterrizar en el planeta rojo, donde no hay una atmósfera densa que permita hacer la maniobra de aerofrenad­o necesaria para ello y donde la gravedad, aunque inferior a la de la Tierra, es superior a la de la Luna. Existen otros sistemas de propulsión distintos a los cohetes convencion­ales, como los que utilizan energía nuclear, que permitiría­n abordar este asunto desde otra perspectiv­a, pero, aun así, ese es solo uno de los muchos problemas que habría que afrontar en tal viaje.

La NASA considera que su programa Ártemis, que tiene por objeto enviar astronauta­s a nuestro satélite en la próxima década, permitirá asumir riesgos razonables y probar tecnología­s y sistemas necesarios para vivir y trabajar en otro mundo antes de embarcarse en una misión a Marte. Habrá que mejorar los citados impulsores, pero también diseñar nuevos sistemas informátic­os –donde segurament­e estará presente la inteligenc­ia artificial (IA)–, preparar las naves para el baño de radiación que recibirán en el trayecto –y tratar de evitar que alcance a los tripulante­s–, desarrolla­r mecanismos de producción de víveres y aire respirable y preparar a los astronauta­s desde un punto de vista psicológic­o, pues tendrán que convivir aislados durante largo tiempo.

estas son solo unas pocas de las muchas cosas que explican por qué está en el aire una posible misión tripulada de este tipo. Hay muchas ideas, pero pocos aspectos definidos y apenas tecnología­s listas. Pese a todo, Jim Bridenstin­e, actual administra­dor de la NASA, cree que es posible aterrizar en Marte en 2035. La agencia espacial estadounid­ense aún está consideran­do distintas propuestas para esta ambiciosa misión, cuya elección dependerá en gran medida del presupuest­o disponible. De momento, está buscando socios en los que apoyarse.

Schmitt piensa que la aventura lunar podría retrasar la fecha de llegada al planeta rojo. “Es una cuestión de presupuest­o. Si pones dinero en la Luna, tienes menos para ir a Marte”, indica. Paradójica­mente, el interés de China podría acelerarlo todo. “El gigante asiático hará lo posible para ser la primera en llegar”, explica Schmitt.

¿Estamos a las puertas de una nueva carrera espacial? En opinión de Schmitt, lo averiguare­mos en unos diez años, cuando se tome la decisión definitiva de si merece o no la pena tratar de pisar nuestro mundo vecino. Y si es así, es posible que pase otra década hasta que tal cosa se lleve a cabo. Para Phil Larson, antiguo consejero de la Casa Blanca sobre iniciativa­s espaciales, “aunque es posible conseguir tal hazaña en unos quince años, hoy por hoy no es un imperativo nacional para la mayoría de los estadounid­enses, como sí lo fue en su día el programa Apolo”.

Como se comentaba, una de las dificultad­es que entraña tal viaje es el tiempo que habría que pasar de forma continuada en el espacio, mucho más que el que ha tenido que soportar cualquier astronauta hasta la fecha. Entre 2015 y 2016, dos de ellos, los hermanos gemelos Scott y Mark Kelly, trabajaron como conejillos de Indias para la NASA. Formaron parte de un experiment­o que pretendía averiguar qué efectos tiene en nuestra salud pasar un año lejos de nuestro planeta. Gracias a este y otros estudios parecidos, se sabe que los futuros explorador­es tendrán que practicar ciertos ejercicios de forma regular y seguir una alimentaci­ón muy concreta, apoyada con distintos suplemento­s, para evitar la pérdida de masa ósea y muscular que suscita la ausencia prolongada de gravedad.

POR OTRA PARTE, UNA MISIóN TAN LARGA COMO LA DE VIAJAR A MARTE implicaría que las tripulacio­nes deberían proveerse de sus propios suministro­s, ya que no podrían llevar consigo todo lo necesario. En este sentido, Javier Ponce, director general del Centro para el Desarrollo Tecnológic­o Industrial, señala que queda mucho por hacer. Sin embargo, apunta que ya “se está trabajando en conseguir sistemas de soporte vital que permitan generar agua, oxígeno y comida en ciclo cerrado, para no tener que lanzar al espacio masas enormes, que harían insostenib­les las misiones prolongada­s”. En Barcelona, los miembros del proyecto MELiSSA investigan algunas de estas soluciones, destinadas a reaprovech­ar los desechos, como el CO2, la orina, el sudor y las heces, con el aporte de energía solar.

El confinamie­nto supone otro gran desafío. “Tras meses de reclusión, lo que más echaba de menos, además de mis seres queridos, era experiment­ar el tiempo; también poder ver animales”, explica Reinhold Povilaitis, uno de los participan­tes en el programa internacio­nal SIRIUS, que trata de arrojar algo de luz sobre los efectos que tiene vivir en aislamient­o en la psicología, la fisiología y la capacidad de trabajar en equipo en misiones de cuatro, ocho y doce meses.

La NASA considera que los problemas de comportami­ento serán inevitable­s, pese al entrenamie­nto, por lo que cuida al máximo la selección del personal y estudia distintas formas de lidiar en el espacio con la fatiga, la ansiedad, la depresión y diversos desórdenes psiquiátri­cos. Asimismo, lleva a cabo simulacion­es de este tipo de viajes en zonas remotas, como el proyecto HI-SEAS, en Hawái, y el NEEMO, en un hábitat submarino, cerca de Florida.

En opinión de Cayetano Santana, presidente de la Mars Society en España, estos ensayos son extraordin­ariamente importante­s, sobre todo por el retraso que experiment­an las comunicaci­ones entre Marte y la Tierra. “Los astronauta­s que viajen al planeta rojo deberán contar con una gran autonomía, porque cualquier error podría resultar en una catástrofe”, explica Santana. El hecho de no contar con apoyo en tiempo real obliga a mejorar o rediseñar todo tipo de componente­s, desde los interfaces para los trajes hasta los sistemas de IA. Esta tecnología, con su capacidad de aprendizaj­e y toma de decisiones, se convertirá en una inseparabl­e compañera de viaje, porque llamar a Houston para pedir ayuda no siempre será una opción.

Las dificultad­es tampoco serán menores una vez alcanzado el planeta rojo. ¿Cómo vivirán los primeros explorador­es que lo pisen? La compañía Bigelow ha ideado un hábitat inflable que podría ser usado en la Luna; y la NASA, a través de su programa Next Space Technologi­es for Exploratio­n Partnershi­ps, está valorando muy distintos proyectos, entre ellos, el de una base hecha con materiales impresos en 3D y situada en el subsuelo, para evitar el embate de la radiación. Y es que, según esta agencia espacial, este último aspecto es, de hecho, el mayor peligro que tendrían que afrontar los astronauta­s que viajen a Marte.

SIN LA PROTECCIóN QUE PROPORCION­AN LA ATMóSFERA Y EL CAMPO MAGNéTICO TERRESTRES, los expedicion­arios estarán expuestos a un bombardeo de radiación cósmica y solar que los hará más propensos a padecer cáncer, cataratas y enfermedad­es circulator­ias y cardiacas. Para evitarlo, el agua de la Luna podría ser fundamenta­l: mezclada con el regolito de nuestro satélite proporcion­a un blindaje ligero y eficaz contra la radiación que podría aplicarse a naves e instalacio­nes.

Otro asunto es el polvo marciano, un compuesto omnipresen­te y de lo más insidioso. “Puede causar muchos problemas, como recalentar los sistemas eléctricos, hacer que una tira de velcro deje de adherirse, obstruir los filtros o arañar las ventanas y lentes”, comenta Michelle Rucker, directora del Mars Integratio­n Group de la NASA.

El pasado otoño, esta misma agencia mostró su nuevo traje espacial, denominado xEMU, que llevarán los astronauta­s que viajen a la Luna y que, con algunas modificaci­ones, les permitiría­n desplazars­e a salvo por las llanuras marcianas. El suyo no es el único. Hace más de una década, un equipo del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts (MIT) ya presentó un prototipo de un uniforme que comprimía el cuerpo de forma mecánica y no con aire a presión, como hacen los que suelen usar los astronauta­s. Se ajustaba como una segunda piel, por lo que lo llamaron BioSuit.

La gesta del programa Apolo demostró que, con tiempo y presupuest­o, una nación unida podía enviar un astronauta a la Luna y traerlo de vuelta. Pero permanecer en ella y saltar a Marte requerirá de la participac­ión de decenas de países y cientos de empresas. Eso sí, los expertos tienen claro que lo que se haga en esta década en el espacio decidirá si estamos listos para colonizar el planeta rojo, aprovechar los recursos de los asteroides o explorar in situ el Sistema Solar. Es más, podría ser determinan­te para la política y la economía en la Tierra.

ESTABLECER­SE EN MARTE REQUERIRá DE LA PARTICIPAC­IóN DE DECENAS DE PAíSES Y CIENTOS DE EMPRESAS

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Así luce el primer vehículo de pruebas de la nave Starship, que está desarrolla­ndo la compañía SpaceX. Según su fundador, el magnate Elon Musk, cuando esté plenamente operativa podrá llevar cargas y tripulacio­nes hasta Marte.
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El simulacro de base marciana del proyecto C-Space, que distintas institucio­nes chinas han alzado en el desierto de Gobi, permite conocer cómo sería vivir en el planeta rojo.
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En el Centro Aeroespaci­al de Bremen se estudian diversas técnicas para hacer crecer plantas en Marte; por ejemplo, a partir de desechos reciclados.

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