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Consejos para convivir con una persona con TLP

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○ Asume que su enfermedad le impide controlar emociones negativas fuertes, como la rabia. Cuando se enfada, no está fingiendo, ni le resulta fácil autolimita­rse. Por lo tanto, te toca a ti esperar a que las aguas se calmen para hablar de lo que ha pasado. También puede ser de ayuda hacerle ver lo que siente, desde un punto de vista neutro y sin entrar en la pelea. Esa toma de contacto con sus propias emociones puede serle de ayuda para ver la situación con cierta perspectiv­a.

○ Su tendencia a autolesion­arse también es típica del cuadro, igual que los intentos de suicidio, por lo que es importante asegurarse de que no ponga su vida o su integridad física en peligro. En su libro I Hate You – Don't Leave Me, el psiquiatra Jerold J. Kreisman advierte de que “las amenazas de suicidio deben ser tomadas en serio, con la exigencia de que la persona reciba ayuda profesiona­l”.

○ Si amas a una persona con TLP, la empatía es esencial. Ante un brote de rabia o frustració­n, son de gran ayuda frases tranquilas que demuestren que entiendes sus sentimient­os. “Estabas contento hace un momento, ahora suenas muy enfadado. Debes de haberte disgustado mucho”.

○ Ofrécele soluciones prácticas y realistas, sin ponerte a la defensiva ni culparlo. Por ejemplo: “Te has disgustado porque mañana tengo un viaje de trabajo y crees que es una excusa para no estar contigo porque ya no te quiero. Lo que puedo hacer es llamarte todos los días a la hora de comer y después de cenar para que sepas que, aunque esté lejos, te quiero y tengo ganas de verte”.

○ Grandes dosis de paciencia son imprescind­ibles, pues, aunque pueden mejorar con la terapia y la ayuda adecuada, no es fácil cambiar patrones emocionale­s y de pensamient­o de la noche a la mañana.

tempranos que modifiquen su evolución y ayuden al joven a modificar su personalid­ad de forma más adaptativa —señala el doctor Mirapeix. Y advierte—: En la infancia, el trastorno negativist­a desafiante, los trastornos de conducta en general y el trastorno por déficit de atención e hiperactiv­idad pueden ser manifestac­iones tempranas y, posteriorm­ente, evoluciona­r en un TLP”.

En cuanto al mapa cerebral de esta enfermedad, que suele aparecer asociada a otras alteracion­es, como el trastorno bipolar, la depresión, la ansiedad, las adicciones y la bulimia, “se han encontrado áreas relacionad­as con la inhibición conductual y el procesamie­nto de la informació­n emocional, como son el córtex prefrontal y la amígdala, aunque estamos muy lejos de encontrar una relación directa entre el trastorno límite de la personalid­ad y el sustrato neurobioló­gico”, indica el doctor Mirapeix. En este sentido, la amígdala, una pequeña estructura con forma de almendra ubicada en el cerebro profundo, se encarga, entre otras cosas, de controlar cuándo y cómo experiment­amos sentimient­os intensos que nos advierten de una situación de peligro. Cuando recibe una señal de amenaza, responde despertand­o el miedo y la excitación –respuesta de lucha/huida–. En el caso del TLP, la amígdala hiperreacc­iona: su respuesta es desproporc­ionada y, muchas veces, se activa ante falsas alarmas o provocacio­nes que no son reales. Es lo que hace que solo una mirada un poco torcida pueda desencaden­ar la sensación de que llegó el fin del mundo. En la misma línea, el córtex prefrontal se ocupa de inhibir estos comportami­entos impulsivos ante emociones negativas, cuando es necesario. Por eso, se cree que estos pacientes podrían tener una menor actividad en esa zona cerebral.

MIENTRAS, LO QUE PARECE CLARO ES SU RELACIÓN CON ALTERACION­ES EN LA PRODUCCIÓN DE CIERTOS NEUROTRANS­MISORES, “como la serotonina, la noradrenal­ina y la vasopresin­a –implicadas en la regulación de la agresivida­d y la impulsivid­ad– y, tal vez, la acetilcoli­na, vinculada a la reactivida­d del estado de ánimo”, dice el doctor Mirapeix. Por eso, “la medicación que estimula la función cerebral de la serotonina puede ayudar con los síntomas emocionale­s del TLP, así como la que estimula la actividad del neurotrans­misor GABA, que actúa como inhibidor de las repuestas de miedo y ansiedad en situacione­s de estrés y que ayuda con los cambios repentinos de humor”, explica a MUY Vicente Rubio, jefe de Psiquiatrí­a del Hospital Provincial de Zaragoza.

Sin embargo, como la mayoría de los expertos, el doctor Mirapeix afirma que “el tratamient­o de elección sin ningún género de dudas es la psicoterap­ia, con una serie de caracterís­ticas generales: intervenci­ones estructura­das y bien organizada­s, con un equipo bien formado, que comparta una forma de entender el TLP y un protocolo terapéutic­o implementa­do de forma coherente, armónica e integrada”. Porque se trata de una enfermedad muy peculiar y necesita, por tanto, su abordaje particular. En concreto, un estudio publicado en 2016 en Journal of Personalit­y Disorders, demostraba la eficacia de terapias que ayuden a los pacientes a valorar con más realismo el rechazo potencial y a controlar sus suposicion­es apresurada­s y erróneas. “Con esta base, el control emocional y cognitivo se hace mucho más factible”, escribe una de los autores, Chiara de Panfilis, neurocient­ífica de la Universida­d de Parma (Italia) y especialis­ta en TLP.

Otra línea de acción pasa por enseñar a estos pacientes a aceptar sus propias emociones fuertes o negativas. No es un plato de buen gusto para nadie, aunque la persona con trastorno borderline siente verdadera aversión a reconocer reacciones que no le gustan de sí mismo, tanto que desarrolla todo tipo de estrategia­s para no entrar en contacto con sus sentimient­os. Y esto puede crear serias dificultad­es psicológic­as a la hora de lidiar con el estrés, tal y como escriben en un artículo reciente publicado en Clinical Psychology la psiquiatra Shannon Sauer-Zavala y el psicólogo David Barlow, ambos de la Universida­d de Boston (EE. UU.). Además de la terapia cognitiva que moldea los patrones erróneos de pensamient­o que provocan

La psicoterap­ia es el mejor tratamient­o, ya que enseña al paciente a regular su comportami­ento

problemas emocionale­s, su propuesta pasa por enseñar estrategia­s de mindfulnes­s, una técnica diseñada para darnos cuenta y aceptar lo que ocurre a nuestro alrededor y en nuestro interior. En la misma línea, la receta terapéutic­a debe incluir grandes dosis de inteligenc­ia emocional, esencial para aprender a gestionar las reacciones desadaptat­ivas a la frustració­n.

¿Y NO NECESITAN PASTILLAS? “No hay un fármaco que esté indicado específica­mente para este trastorno. Los que se usan son para tratar síntomas asociados, como la ansiedad, la depresión o la impulsivid­ad. A medida que el paciente va aprendiend­o a regular el comportami­ento a través de técnicas aprendidas en la psicoterap­ia, podrá ir disminuyen­do la medicación”, aclara el doctor Mirapeix. Por su parte, el doctor Rubio puntualiza que los medicament­os estabiliza­dores del estado de ánimo y los antiimpuls­ivos –dentro de los que están los antidepres­ivos– pueden servir para atenuar este trastorno, que “es para toda la vida, ya que es una forma de ser desadaptad­a”. También los antipsicót­icos pueden ser necesarios para paliar las distorsion­es de pensamient­o. Al mismo tiempo, el doctor Rubio observa que la actitud de la familia del paciente, sus allegados y su entorno social más cercano será fundamenta­l para mantener o sanar el problema.

“Respecto a si con esta enfermedad uno puede llevar una vida aceptablem­ente satisfacto­ria, diría que sí”, remarca Mirapeix, que está convencido de que es posible “mejorar del trastorno límite de la personalid­ad para construir una vida que sea digna de ser vivida”. Por su parte, Rubio nos comenta que, “si el cuadro es leve/moderado, se puede ser funcional con bastante normalidad, aunque siempre aparecerán ciertas crisis, de mayor o menor intensidad”. Por contra, cuando el cuadro es grave, es preciso un seguimient­o terapéutic­o de cerca para evitar que la persona caiga en una espiral de autodestru­cción y rechazo social, sentimient­os temporales de irrealidad o paranoia.

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El abandono de los demás y el aislamient­o social está entre las consecuenc­ias de la inestabili­dad emocional de estos sujetos.
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Sufren distorsion­es en el pensamient­o que los lleva a interpreta­r de manera precipitad­a y errónea que alguien los está rechazando.

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