¿HAS LEÍDO MI ÚLTIMO BREVILOQUA?
Antiguamente, cuando se quería elogiar la inteligencia o conocimientos de alguien se decía que “sabe latín”. Y de ese idioma nos quedan decenas de palabras o frases hechas –motu proprio, ipso facto, alter ego, honoris causa...– que empleamos tal cual.
Y es que el latín fue, durante siglos, no solo lengua franca, sino de prestigio social y cultural. Hoy no se sabe cuántos hablantes hay en el mundo, pero sí existe un lugar en donde se sigue utilizando a diario como lengua oficial. Hablamos, naturalmente, de la Ciudad del Vaticano. Si nos acercamos allí a un cajero automático, veremos cómo, tras insertar la tarjeta, las instrucciones y preguntas se formulan en el idioma de Cicerón y Virgilio. Así, debemos pulsar la opción Deductio ex pecunia si queremos sacar dinero; Rationum aexequatio, para conocer el saldo; o Negotium argentarium, si lo que necesitamos es información sobre los últimos movimientos.
Como es natural, no basta el vocabulario de los antiguos romanos, pues en el siglo XXI nos manejamos con decenas de objetos, tecnologías y situaciones que entonces no existían. Por eso, la Oficina de Letras Latinas se encarga de adaptar al latín los vocablos de nuevo cuño. En 2004, dicho organismo publicó un diccionario básico con algunas de esas incorporaciones. Por ejemplo, chicle se dice salivaria gummis; fútbol, follius pedunque ludus; oftalmólogo, medicus oculare; moto, birota automataria; tenis, manubriati reticuli ludus; y fotofobia, lucis horror.
Desde mediados de 2019, la oficina tiene más trabajo, si cabe, puesto que la Radio Vaticana empezó a emitir un informativo semanal que exige incorporar infinidad de neologismos para contar adecuadamente la actualidad. Entre los más curiosos están “xenofobia”, externatum gentium odium; “kamikaze”, voluntarius suis interrumpto; y una de mis favoritas, “tuit”, que en latín moderno es breviloqua.