No soy más listo porque no entreno
DURANTE LOS ÚLTIMOS AÑOS, LOS CIENTÍFICOS SE HAN VOLCADO EN ENTENDER LAS HABILIDADES DEL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE RELACIONADAS CON LA COMUNICACIÓN, LA MEMORIA, LA CONCIENCIA E INCLUSO CON EMOCIONES COMO LOS CELOS Y LA EMPATÍA. ESTE ES EL ÉXITO EVOLUTIVO DE NUESTRAS MASCOTAS.
Stella es una perra mezcla de perro leopardo americano (o Catahoula) y ganadero australiano que cuenta con más de 710 000 seguidores en su perfil de Instagram –puedes encontrarlo como @Hunger4words–. No es la mascota de un famoso ni tampoco hace divertidas poses. Si se ha ganado miles de me gusta en esta red social es porque ha aprendido a comunicarse de una forma sorprendente. Su dueña, Christina Hunger, una terapeuta del habla y el lenguaje de San Diego (EE. UU.), ha ideado un dispositivo de botones de colores parecido al que utiliza para enseñar a hablar a niños pequeños: cada uno corresponde a una palabra diferente que puede describir lugares –como parque–, objetos –pelota–, acciones –comer– y emociones –feliz–.
Hunger inició el experimento cuando Stella apenas contaba dos meses de edad, presionando el botón que decía afuera cada vez que abría la puerta para salir de casa. En poco tiempo, la perra empezó a pisar el botón cuando quería ir al exterior. A día de hoy, Stella puede utilizar, según asegura su dueña, veintinueve palabras y formar oraciones con hasta cinco términos. Por ejemplo, en un vídeo Hunger le dice que ya es hora de acostarse y el animal responde con la palabra agua. Tras comprobar que el bebedero está vacío, la terapeuta intenta de nuevo que Stella se vaya a dormir. Pero entonces presiona los botones juguete, pelota y quiero para indicar, según Hunger, que el juguete con el que siempre se va a dormir no está en la cama. Una vez lo encuentran, Stella muestra su gratitud con la palabra feliz.
LOS PERROS SE HAN CONVERTIDO EN UNA DE LAS ESPECIES DE ESTUDIO MáS POPULARES de los científicos durante los últimos años. Una buena parte de las investigaciones cognitivas llevadas a cabo se han centrado en habilidades relacionadas con la comunicación, el aprendizaje, la memoria, la conciencia e incluso con emociones sociales, como la empatía y los celos. Las observaciones de Hunger sobre Stella no se pueden elevar todavía a categoría científica, pero no sería la primera vez que el dueño de un perro descubre algo nuevo sobre la cognición de estos animales.
En 2004, Juliane Kaminski, Josep Call y Julia Fischer, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en Leipzig (Alemania), publicaron un artículo en la revista Science en el que describían el caso de Rico. Este border collie era capaz de reconocer más de doscientos objetos –la mayoría, juguetes y pelotas infantiles–. Su dueña, la alemana Susanne Bause, lo había instruido durante los ocho meses que estuvo convaleciente en casa por una operación. Le preguntaba, por ejemplo, “¿dónde está la culebra verde?”, y Rico la cogía con la boca. Los investigadores, que conocieron al can a través de un programa de televisión, propusieron a la dueña dar un paso más: querían saber qué pasaría si entre esos objetos metían uno que Rico no hubiera visto ni se lo hubieran mentado nunca.
EN 37 DE LAS CUARENTA VECES QUE SE REPITIó EL EJERCICIO, EL ANIMAL ACERTó. La explicación es que Rico procedía por exclusión: por los nombres que conocía podía ir descartando los objetos con los que ya estaba familiarizado hasta que solo quedaba el único que todavía no conocía. Este tipo de razonamiento, según nos cuenta el biólogo especializado en etología canina Oriol Ribas, se conoce como fast mapping (en español, ‘mapeo rápido’) o aprendizaje por exclusión, y es parecido al que utilizan los niños para aprender palabras.
Años más tarde, John Pilley, catedrático de Psicología en Spartanburg (EE. UU.), ya jubilado, quiso averiguar si existía un límite en el número de palabras que puede aprender un perro. Para ello, enseñó a Chaser, también de la raza border collie, los nombres de uno o dos juguetes nuevos cada día hasta alcanzar… ¡más de mil! Pero lo más impresionante de todo es que los objetos parecían estar ordenados en su mente en distintas categorías, según su función y forma. Así, podía distinguir entre una pelota más grande, más pequeña, más rápida y más lenta, por ejemplo. Pilley publicó sus hallazgos en el Journal Learning and Motivation en 2013.
Hay muchas evidencias de que los perros tienen más habilidad que cualquier otro animal, incluidos nuestros primos primates –chimpancés, bonobos, gorilas, orangutanes–, para interpretar las intenciones comunicativas de los humanos. Los perros pueden compren
der lo que queremos decir cuando señalamos un plato de comida, por ejemplo, mientras que un chimpancé no es capaz de mirar más allá de la punta del dedo. En cambio, los perros son peores resolviendo problemas que los delfines, que pueden planear su comportamiento y reflexionar sobre posibles soluciones. Es lo que sugiere Laurie Santos, psicóloga y científica cognitiva de la Universidad de Yale (EE. UU.).
Por su parte, investigadores de las universidades británicas de Exeter y Christ Church de Canterbury revisaron en 2018 un buen número de pruebas y estudios cognitivos para comparar las capacidades de los perros con las de otros animales domésticos y varias clases de carnívoros, como los lobos, los osos, los leones y las hienas. Y llegaron a la conclusión de que varias especies de cada uno de estos grupos igualan o superan a los canes. Para Ribas, “comparar la inteligencia de un perro con la de un chimpancé, un lobo o un delfín es como preguntarse si es mejor una sierra o un martillo. ¿Mejor para qué? En la mayoría de los test cognitivos sale mejor parado un lobo que un perro, pero el primero no es capaz de realizar la tarea de tirar de un trineo o de guiar rebaños”.
LO PRIMERO QUE HABRÍA QUE ACLARAR, ENTONCES, ES QUÉ ENTENDEMOS POR INGENIO cuando miramos hacia el mundo de los seres irracionales. Brian Hare es profesor de Antropología Evolutiva en la Universidad Duke, en Durham (EE. UU.), y uno de los mayores expertos en la materia a nivel mundial. En su célebre libro Genios. Los perros son más inteligentes de lo que pensamos (Kns Ediciones, 2013), afirma: “Al pensar en la inteligencia de los animales lo primero en lo que nos fijamos es en el éxito que hayan tenido para sobrevivir y reproducirse en tantos lugares como les haya sido posible. Desde este punto de partida, el perro es, sin duda, el mamífero con más éxito del planeta, exceptuando a los humanos”. Así, mientras que la mayoría de mamíferos han experimentado un descenso en sus poblaciones, nunca había habido tantos perros como hoy: entre 700 y 1000 millones. “Eso, en biología, es una barbaridad”, apunta Ribas. El también colaborador del Centro de Terapias Asistidas con Canes (CTAC), en Barcelona, aclara que un 15 % tiene el estilo de vida de la cultura occidental, pero el resto vive alrededor de los poblados. De aquí se infiere que deben de tener un tamaño y comportamiento parecidos a los del perro primigenio. ¿Cómo era ese animal? Al igual que ocurre con las personas, el hecho de que una especie parezca inteligente en una parcela determinada no quiere decir que tenga que serlo en todas. Es decir, la inteligencia es relativa. Pero hay una creencia generalizada según la cual los humanos estaríamos volviendo estúpidos a los perros. Al querer domesticarlos, inhibimos sus acciones y esperamos que las realicen cuando nosotros les digamos. En realidad, cuenta Hare en su libro, el ingenio de los canes podría ser resultado precisamente de la domesticación.
LOS PERROS Y LOS LOBOS SE DIFERENCIARON LOS UNOS DE LOS OTROS HACE ENTRE 15000 Y 40000 AÑOS –un can es genéticamente un 99,96% lobo–. La teoría más aceptada es que nuestra relación con los perros se inició cuando algunas poblaciones de lobos empezaron a aprovecharse de los restos de comida facilitados por los humanos de los asentamientos cercanos. En biología, ese comportamiento se conoce como comensalismo obligado. El hombre no extraía ningún beneficio ni se veía perjudicado, pero, con el paso del tiempo, empezó a vislumbrar las ventajas: los protoperros eran una buena fuente de comida en periodos de hambruna, podían colaborar en la caza y también cumplir funciones de guarda. La relación, por tanto, fue variando hacia el mutualismo, y el animal se fue adaptando a un nuevo nicho ecológico, el de los poblados.
Durante todo este tiempo, la selección favoreció a los individuos que se mostraban más amistosos con los humanos. Al final,
acabaron trasladándose de la periferia a las casas. Con menos peligros acechando, habrían tenido más probabilidades de reproducirse y también habrían desarrollado capacidades cognitivas más avanzadas. “En su nicho ecológico actual, el perro no tiene por qué tener un cerebro muy inteligente, no le hace falta cazar a la presa, tiene comida constante. ¿Para qué mantener una estructura que no cumple ninguna función?”, se pregunta el biólogo especializado en etología canina.
Recientemente, un estudio del Centro de Cognición Canina de la Universidad de Arizona (EE. UU.) que analizó a más de 7000 canes de 74 razas diferentes llegó a la conclusión de que el tamaño del cuerpo adulto y, por tanto, del cerebro, influye en la capacidad cognitiva. En concreto, en la memoria. Los más corpulentos tienen mejor memoria a corto plazo y capacidad de autocontrol que los de menor talla.
Hasta hace poco había sido difícil encontrar evidencias de que los perros usan un tipo de memoria similar a la episódica. Esta hace referencia a recuerdos de experiencias asociadas a un momento espacial y temporal concreto. En el caso de los humanos, sería, por ejemplo, recordar el aniversario de los dieciocho años, por ejemplo.
Una de las expertas más reconocidas en este terreno es Claudia Fugazza, del Departamento de Etología en la Universidad Eötvös Loránd de Budapest (Hungría). Esta investigadora lideró un famoso estudio en el que un grupo de perros tenían que observar lo que hacía una persona y luego se les pedía que la imitaran. En una segunda ronda, se entrenó a los canes para que se quedaran tumbados sin hacer nada después de ver la acción humana. Pero de repente los sorprendieron pidiendo que repitieran la acción, y ellos lo hacían. En otras palabras, los perros recuerdan lo que alguien acaba de hacer aunque no tengan ninguna razón para pensar que tendrían que recordarlo o que recibirían una recompensa a cambio. Además, lo pueden hacer después de un minuto y de una hora, aunque la memoria se va desvaneciendo con el tiempo.
Son animales que cuentan con capacidades cognitivas complejas y, según algunos investigadores, manifiestan incluso formas de moralidad
MÁS ALLÁ DE LAS HABILIDADES COGNITIVAS DE LOS CANES, SABEMOS QUE TAMBIÉN SIENTEN EMOCIONES COMPLEJAS, como los citados celos y la empatía. Algunos investigadores se han preguntado en experimentos qué pasaría si el dueño de un perro lo ignorara y, en cambio, mostrara afecto a un perro de peluche con apariencia real. El resultado es que la mascota protesta empujando o amenazando con morder al propietario o al rival, una conducta que podría ser considerada como una forma básica de celos.
En el lado opuesto, estos animales son muy sensibles ante el llanto humano, como demuestran muchos estudios sobre empatía. Para llegar a esta conclusión, en este tipo de experimentos se coloca a un grupo de perros delante de una puerta. Al otro lado, se sientan sus dueños; unos tienen como misión tararear, mientras que otros deben simular que están llorando. Los investigadores miden cuánto tiempo tardan los canes en reaccionar, y la
evidencia dice que son capaces de abrir la puerta hasta tres veces más rápido para tratar de aliviar al dueño en apuros.
“Los perros son esponjas emocionales”, afirma Susana Monsó. En la actualidad, la filósofa trabaja en el Instituto de Investigación Messerli de la Universidad Veterinaria de Viena (Austria). Uno de sus proyectos, que realiza en colaboración con la también filósofa Judith Benz-Schwarzburg, consiste en evaluar experimentos realizados por científicos de todo el mundo para determinar posibles comportamientos morales en animales. Por ejemplo, el que ha llevado a cabo recientemente el propio centro vienés sobre el sentido de la justicia en los perros.
LOS INVESTIGADORES PIDIERON A DOS CANES QUE LES DIERAN LA PATA, PERO A UNO LO RECOMPENSARON Y AL OTRO NO. A la cuarta ronda, el animal que no recibía nada a cambio dejó de colaborar, porque detectaba que había un trato injusto. Lo curioso es que, en solitario, podía repetir el ejercicio incontables veces solo por el placer de jugar. “Este comportamiento se llama aversión a la inequidad o incluso sentido de la justicia”, explica la filósofa, pero matiza que “también puede haber involucrados otros mecanismos más básicos como los celos o el enfado”. Los perros, como muchas otras especies, cuentan con capacidades cognitivas complejas y parecen manifestar algunas formas de moralidad. “Muchas veces los científicos evitan pronunciarse sobre si existe moral o no, pero nosotras nos preguntamos por qué si en humanos no dudamos en utilizar esta categoría de repente nos abstenemos de usarla en el caso de los animales”.
El problema de fondo, para Monsó, es que “cuanta más evidencia haya sobre las capacidades cognitivas, sociales y emocionales de los animales, menos justificación habrá a la hora de explotarlos o utilizarlos para nuestros fines”. Si los perros tuvieran moral, eso conllevaría unas obligaciones éticas: no bastaría solo con ocuparnos de su bienestar, sino que tendríamos que otorgarles más derechos.