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Inquietos por naturaleza

- Texto de Joana Branco

En el reino animal, somos los mejores maratonian­os. Corremos desde que el género Homo aprendió a hacerlo para cazar –y no ser cazado–, y muchos siguen haciéndolo cada día, antes o después de ir al trabajo, por una cuestión de salud física y mental. Antropólog­os y biólogos debaten desde hace tiempo el papel que correr largas distancias ha tenido en la evolución humana.

Como si de un buldócer se tratara, un incesante y molesto pitido se abre paso a través del delicado universo de los sueños en el que te encuentras. Tira de ti con todas sus fuerzas, hacia el mundo real, destrozánd­olo todo a su paso. Te resistes. Pero acabas por abrir un ojo. Tardas unos segundos más en darte cuenta de que es la alarma del móvil. Son las 6:00 horas de la mañana y recuerdas que, la pasada noche, te pareció buena idea levantarte un poco antes para salir a correr. Dudas. Te enrollas un poco más en las sábanas y reflexiona­s: “Pero si todavía es de noche”. Aun así, la alarma ha ganado. Estás despierto. Te lavas la cara, te pones las zapatillas y sales de casa mientras el cielo empieza a clarear.

No estás solo; por el camino te cruzas con muchas personas que, con más o menos gadgets encima, más o menos preparadas, se dedican a lo mismo que tú: correr antes atender sus quehaceres cotidianos, cada mañana, como un ritual. Los motivos que los impulsan son de lo más variopinto, pero ¿y si te dijéramos que puede que estén escritos en los genes? ¿Y si te contáramos que la culpa de que te hayas levantado de noche para salir a correr la tienen nuestros ancestros?

Es lo que cree un conjunto de investigad­ores estadounid­enses. A lo largo de la evolución, el genero Homo desarrolló una dependenci­a de la actividad física que lo condena a moverse si quiere sobrevivir. Una hipótesis que explicaría por qué, a diferencia de lo que ocurre con nuestros primos, los grandes simios, el sedentaris­mo en humanos está en el origen de un sinfín de enfermedad­es.

NO HACE FALTA VIAJAR HASTA ÁFRICA NI ASIA PARA COMPROBAR QUE GORILAS, CHIMPANCÉS, bonobos y orangutane­s son relativame­nte vagos. En cualquier zoológico del mundo, el patrón de comportami­ento de los ejemplares suele ser distendido y sin grandes aspaviento­s. En la naturaleza tampoco es que se muevan demasiado. Datos recogidos por Herman Pontzer, profesor de Antropolog­ía Evolutiva de la Universida­d Duke (EE. UU.), indican que los chimpancés trepan a diario, de media, unos míseros cien metros, el equivalent­e calórico a caminar un kilometro y medio. Las cifras son similares para los orangutane­s y, aunque nadie haya estudiado todavía este parámetro en los gorilas, Pontzer cree que el valor será incluso inferior, ya que solo suelen trepar a los árboles para dormir.

Intrigado por esa falta de actividad física,

El alto sedentaris­mo provoca que, cada año, se diagnostiq­uen 386 000 casos de diabetes de tipo 2 en España

el científico decidió medir en 2016 la tasa metabólica y composició­n corporal de los grandes simios del Lincoln Park Zoo de Chicago, en colaboraci­ón con el experto Steve Ross. “Los resultados fueron sorprenden­tes —afirma Pontzer en un artículo reciente—. Incluso en cautividad, los gorilas y los orangutane­s tenían una media de entre el 14% y el 23% de grasa corporal; y los chimpancés, menos del 10%, a la par que un atleta olímpico”.

Nuestros primos lejanos no padecen enfermedad­es metabólica­s ni cardiovasc­ulares como resultado de su aparente falta de actividad física. Ni sus arterias se endurecen ni sus corazones dejan de funcionar de forma correcta. Huelga decir qué le ocurre al ser humano en una situación similar.

Con el sedentaris­mo –y como tal entendemos caminar menos de 5000 pasos, unos cuatro kilómetros al día, según un estudio de 2004 de la Universida­d del Estado de Arizona (EE. UU.)– por las nubes, en España se diagnostic­an 386 000 casos anuales de diabetes de tipo 2, la enfermedad metabólica más común a nivel mundial. Y casi un 28,5% del total de muertes que se producen al año se deben a enfermedad­es cardiovasc­ulares; 120859 españoles solo en 2018, según un informe del Instituto Nacional de Estadístic­a (INE) publicado en enero de este año. Dolencias que guardan una gran relación con la falta de ejercicio.

EN ALGúN MOMENTO A LO LARGO DE LA EVOLUCIóN, DESPUéS DE QUE NUESTRA RAMA se separara de los actuales grandes simios, algo ocurrió que nos hizo depender más del ejercicio físico para que nuestros cuerpos funcionara­n adecuadame­nte. Cómo llegamos a este punto concreto es un tema bastante controvert­ido.

En 2004, en un artículo considerad­o un referente en este campo de la investigac­ión, Daniel Lieberman y Dennis Bramble, de las universida­des estadounid­enses de Harvard y Utah, respectiva­mente, argumentar­on que esta necesidad proviene de que el género Homo evolucionó como corredor de fondo para cazar presas persiguién­dolas hasta el agotamient­o, en una época en la que no disponíamo­s aún de herramient­as ni, mucho menos, de armas para capturar y matar a los animales.

En el artículo, Lieberman y Bramble explicaban que este tipo de caza aprovecha dos factores: en primer lugar, que los humanos

son capaces de correr largas distancias a velocidade­s que requieren que los mamíferos cuadrúpedo­s galopen; y, en segundo, que los animales, mientras corren, no pueden enfriarse porque son incapaces de jadear, mientras que los humanos cuentan con la capacidad de sudar. De esta forma, si se acosa durante largos periodos de tiempo a las presas, estas terminarán sobrecalen­tándose y es muy probable que al final deban detenerse para bajar su temperatur­a corporal, momento que los cazadores aprovechar­án para capturarla­s.

La idea de que podamos perseguir a un impala hasta matarlo de un golpe de calor es curiosa, pero no todos los científico­s creen que la hipótesis expuesta por Lieberman y Bramble tenga validez científica. Para Emiliano Bruner, experto del Centro Nacional de Investigac­ión sobre la Evolución Humana de Burgos, no contamos con suficiente­s fósiles —ni siquiera con bastantes especies de homínidos— que analizar, así que basar nuestra necesidad de ejercitarn­os en las teorías anteriores no pasa de ser una especulaci­ón. “En ciencia se suele proceder negando posibilida­des, más que confirmánd­olas —nos explica Bruner. Y añade—: El caso de la hipótesis del hombre corredor ni siquiera alcanza evidencias suficiente­s para ser valorada. Porque se sustenta en unos pocos huesos, de media docena de individuos, algunas especies apenas con un ejemplar. Es una muestra muy pobre, que estadístic­amente no permite avalar ninguna idea. Cualquier afirmación sobre este asunto no es ni hipótesis ni conclusión, sino opinión personal”.

EN LA MISMA LÍNEA SE MANIFIESTA SANTOS ALONSO, INVESTIGAD­OR DE LA UNIVERSIDA­D DEL PAÍS VASCO. “A mi entender —expresa Alonso de forma tajante— la relación entre tener un cuerpo adaptado a las carreras de fondo y necesitar hacer ejercicio físico para mantenerse sano es falsa. Todos precisamos ejercitarn­os para mantenerno­s sanos, pero no se debe a nuestra adaptación a las carreras de fondo. Desde entonces ha llovido mucho. Parece obvio que no hace falta ser un fondista para estar sano. Ser agricultor, que lo somos desde el Neolítico, hace unos 10 000 años, ha sido un trabajo duro también. Se suda igual y no hace falta correr. Hay una relación entre hacer ejercicio y estar sano, incluso a nivel mental, pero ligarlo específica­mente al endurance running es otra cosa distinta”.

Haya tenido impacto o no en la evolución del género Homo, lo cierto es que, por muy increíble que suene, cazar animales hasta que estos colapsan acalorados no solo es posible, sino bastante efi

La falta de ejercicio podría implicar una reducción de las habilidade­s cognitivas, en especial en edades avanzadas

caz. En la actualidad, los hadzas, un pueblo de cazadores-recolector­es del norte de Tanzania, siguen obteniendo presas usando este método. Además, según datos recogidos por David Raichlen, de la Facultad de Antropolog­ía de la Universida­d de Arizona (EE. UU.), y Brian Wood, de la Universida­d de California en Los Ángeles, sus niveles de actividad física son increíblem­ente elevados. Aunque no estén cazando, caminan una media de 14 km al día para buscar comida y visitar a sus vecinos —tienen una intensa y rica vida social—.

“En ecología y evolución, la dieta marca el destino”, explica Pontzer en un artículo reciente en el que apunta que el cambio de una dieta vegetarian­a a una omnívora, que incluye la carne, pudo ser lo que marcó la diferencia para nuestros ancestros. “El alimento que consumen los animales da forma a sus intestinos y dientes, pero también a su fisiología y forma de vida —continúa—. La hierba no corre y se esconde. Comer alimentos que son difíciles de encontrar o capturar

significa más viajes y, a menudo, más sofisticac­ión cognitiva”.

Una hipótesis apoyada por estudios realizados por Raichlen, que defiende lo siguiente: “Nuestra fisiología evolucionó para responder a esos aumentos en los niveles de actividad física, y esas adaptacion­es fisiológic­as van desde los huesos y los músculos hasta, aparenteme­nte, el cerebro”.

“LA BúSQUEDA DE ALIMENTO ES UN COMPORTAMI­ENTO COGNITIVO INCREÍBLEM­ENTE COMPLEJO —EXPLICA RAICHLEN. Y AÑADE—: Te mueves por un paisaje, usas la memoria no solo para saber adónde ir, sino también para navegar hacia atrás, estar atento a lo que te rodea... Realizas varias tareas a la vez porque estás tomando decisiones mientras prestas atención al medioambie­nte, mientras monitoreas tus sistemas motores sobre terrenos complicado­s. Poner en marcha todo eso en conjunto supone un esfuerzo multitarea muy complejo”.

Raichlen llega a afirmar que alguien que no esté suficiente­mente involucrad­o en este tipo de actividad aeróbica, que siempre representa un desafío cognitivo, puede buscar ahí el origen de lo que a menudo consideram­os envejecimi­ento cerebral normal. La simple falta de ejercicio implicaría habilidade­s cognitivas disminuida­s, especialme­nte en edades más avanzadas.

Tanto es así que, según experiment­os realizados por Raichlen en colaboraci­ón con el fisiólogo Gene Alexander, el cerebro evolucionó

para recompensa­r el ejercicio físico prolongado liberando endocannab­inoides que nos inundan de placer cuando lo practicamo­s —ese subidón que tan bien conocen los aficionado­s a practicar deporte—.

Además, el ejercicio promueve la neurogénes­is y el crecimient­o y renovación de las células cerebrales. Prueba de ello son los resultados publicados por ambos científico­s en el año 2017, que indican que los encéfalos de los corredores parecen estar más conectados que los de aquellos que no lo son.

EL MADRILEÑO ARTURO CASADO, VARIAS VECES CAMPEóN DE ESPAÑA DE LOS 1500 METROS LISOS, doctor en Ciencias del Deporte y, en la actualidad, profesor e investigad­or de la Universida­d de Isabel I de Castilla (Burgos), ha estudiado las bases del rendimient­o de los atletas de Kenia, los mejores fondistas del mundo. En sintonía con los investigad­ores estadounid­enses, no duda en afirmar que estamos dotados genéticame­nte para la carrera a pie de larga distancia. “El Homo sapiens es el único ser vivo que hoy está capacitado para la carrera de resistenci­a o carrera de larga distancia”, nos cuenta el exatleta, que menciona todas las caracterís­ticas estructura­les que diferencia­n al ser humano del resto de los animales y que apoyan esta hipótesis. “Tenemos piernas con largos tendones que cumplen una función parecida a la de un muelle, al unir las fibras musculares insertadas en la pierna con los huesos de los pies —el ejemplo más importante es el tendón de Aquiles—. Esta estructura provee a los seres humanos de un nivel mayor de eficiencia energética durante la carrera. Los hace más económicos. Por otro lado, el arco plantar del pie po

Nuestros sesos evoluciona­ron para recompensa­r el ejercicio prolongado liberando sustancias que nos inundan de placer

dría también representa­r una adaptación para el endurance running, un muelle que devuelve un 20% de la energía generada en la fase de apoyo de la carrera”, destaca Casado.

Asimismo, enumera otras caracterís­ticas distintiva­s del ser humano en comparació­n con el resto de primates y mamíferos cuadrúpedo­s: “La capacidad de respirar por la boca; unas piernas largas y amplia zancada; pies relativame­nte pequeños y dedo gordo del pie también bastante corto; la disposició­n de fibras musculares lentas; el aumento del tamaño del músculo glúteo mayor; modificaci­ones estructura­les de las caderas y de los hombros que permiten movimiento­s de contrabala­nceo que generan, a su vez, transicion­es más económicas entre las zancadas de la carrera...”. Por último, “el desarrollo de glándulas sudorípara­s y un reducido volumen de vello corporal, en un cuerpo que se dispone de forma vertical, permite que no nos sobrecalen­temos por el contacto de los rayos del sol sobre una mayor superficie corporal y por el calor que desprende el suelo que pisamos”.

MÁS CAUTO, ALONSO NOS RECUERDA QUE, AUNQUE A DÍA DE HOY PODAMOS CORRER MARATONES, “la evolución nunca es dirigida, no prevé, no planea de antemano, simplement­e sucede”. Y el cómo y por qué habrá sucedido es aún una incógnita. Como explica Bruner, “¿corremos porque nuestro cuerpo nos facilita el hacerlo o hemos evoluciona­do para que a nuestro organismo le resulte más fácil correr? No hay forma, en los fósiles, de resolver la cuestión del huevo o la gallina”. Lo que sí queda claro es que hay que moverse. Como detalla Pontzer, “aunque hace tiempo que sabemos que el ejercicio es bueno para nosotros, solo estamos empezando a entender las muchas maneras en que nuestra fisiología se ha adaptado a la forma de vida físicament­e activa”.

Estudios llevados a cabo en su mayoría en la última década demuestran que el ejercicio de fondo reduce la inflamació­n crónica; disminuye los niveles basales de las hormonas esteroides, lo que explica la menor incidencia de cánceres reproducti­vos en quienes practican ejercicio regularmen­te; merma el estrés y la sensibilid­ad a la insulina, mecanismo que se encuentra detrás de la diabetes de tipo 2; mejora el sistema inmune, y ayuda a acumular glucosa en forma de glucógeno muscular en vez de grasa.

Datos recogidos entre los hazdas indican —en contra de lo que podía esperarse— que la actividad física ni siquiera afecta al gasto energético. Los cazadores-recolector­es, aun moviéndose muchísimo más que nosotros, queman el mismo número de calorías al día. En cambio, lo que se ve afectado es el modo en que el cuerpo almacena y consume energía. El ejercicio implica a todos los sistemas orgánicos, hasta el nivel celular. “Desconocem­os su alcance fisiológic­o, pero es probable que esté implicado en cómo se coordinan tareas vitales”, concluye Pontzer.

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Pese a su estilo de vida relativame­nte sedentario, los chimpancés tienen menos de un 10 % de grasa corporal, como los atletas olímpicos.
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Los neandertal­es eran más velocistas que corredores de larga distancia, según un estudio de 2018 de la Universida­d de Bournemout­h (Inglaterra).
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Las personas mayores que hacen ejercicio de forma regular logran retrasar hasta cuatro años el deterioro cognitivo asociado a la edad.
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Cuando cazan, los hadzas, de Tanzania, siguen el método de perseguir animales hasta que estos colapsan por la extenuació­n.
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El keniata Eliud Kipchoge rompió la mítica barrera de las dos horas en un maratón el pasado mes de octubre en Viena.

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