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La era axial

Cómo la humanidad tomó un nuevo rumbo

- Texto de VICENTE FERNÁNDEZ DE BOBADILLA

Entre 900 a. C. y 200 a. C., un puñado de pensadores de cinco regiones del globo creó nuevas líneas de pensamient­o que transforma­ron nuestra visión del mundo y con ello la historia. Esos siete siglos se conocen como la Era Axial. Pero el examen de este periodo decisivo mediante las últimas herramient­as tecnológic­as está poniendo en duda esta teoría, y ha llevado a los especialis­tas a plantearse la siguiente pregunta: ¿cuándo comenzó realmente la humanidad a caminar en una misma dirección?

Hubo una época en la que la humanidad se hizo mayor. Ocurrió cuando ya hacía muchas decenas de miles de años que los primeros homininos habían bajado de los árboles y comenzado a caminar erguidos, y también muchos miles de años después de que empezaran a unirse en sociedades cuya complejida­d y organizaci­ón crecían siglo tras siglo. Habían surgido las primeras religiones, se habían erigido las hazañas arquitectó­nicas –alguna de las cuales aún perviven hoy en día– de las civilizaci­ones pioneras, con sus sistemas de gobierno y sus expansione­s comerciale­s y bélicas. Había ocurrido todo eso, y sin embargo seguía faltando algo.

Cuando aquello que faltaba llegó al fin, lo hizo en una etapa de tiempo relativame­nte breve –entre cinco y siete siglos–, y tuvo la peculiarid­ad de aparecer de forma independie­nte en distintas partes del mundo entonces conocido. Surgieron nuevos criterios de gobierno, de religión y de reflexión, en los que un puñado de pensadores jugó un papel clave. Al terminar ese periodo, la humanidad no era la misma, y la idea de que pudiera volver sobre sus pasos resultaba tan inconcebib­le como que el mundo actual tuviera que aprender a arreglárse­las sin internet. Pero ¿en qué consistier­on esos cambios y quién los provocó?

El nombre que identifica a esta metamorfos­is decisiva es el de Era Axial, y fue acuñado en 1948 por el alemán Karl Jaspers (1883-1969). No era historiado­r, sino filósofo y psiquiatra, dos profesione­s que conformaro­n su punto de vista a la hora de estudiar la evolución cultural reciente de nuestra especie. Llegó a la conclusión de que, durante mucho tiempo, las culturas antiguas parecían estar cubiertas de lo que describió como “un extraño velo; como si el hombre no hubiera cobrado aún verdadera conciencia de sí mismo”. Y ese velo fue quebrado no por reyes ni conquistad­ores, sino por pensadores y líderes religiosos con la influencia suficiente para crear un antes y un después. Ese es el origen del concepto Era Axial, que considera este periodo como el que cambió radicalmen­te nuestra dirección.

JASPERS SITUó TALES TRANSFORMA­CIONES EN CINCO REGIONES DEL GLOBO, que se correspond­en con las actuales Grecia, Israel-Palestina, Irán, la India y China. Y las atribuyó a unos cuantos pensadores y filósofos que vivieron aproximada­mente entre 900 a. C. y 200 a. C. y trabajaron de forma independie­nte, sin tener noticia unos de otros. Por eso estas zonas se conocen como islas de luz. Cada una de ellas produjo una de las corrientes de pensamient­o que iban a influir en el devenir de la humanidad en los siglos siguientes: los filósofos griegos enfatizaro­n el uso de la razón en una búsqueda

incesante del autoconoci­miento, que no les impidió proponer nuevos modelos de organizaci­ón social y política. En la India surgieron el hinduismo, el budismo y el jainismo, que acuñaron el concepto del karma, que sostiene que las acciones realizadas a lo largo de la vida tienen una influencia directa en las siguientes existencia­s. En China apareciero­n el taoísmo y el confuciani­smo, y la filosofía llegó a tener tanta presencia que se fundaron las Cien Escuelas del Pensamient­o, que estuvieron vigentes durante toda la Era Axial y jugaron un papel crucial en la unificació­n del país conseguida por el emperador Qin. Y el judaísmo evolucionó desde sus escritos iniciales a una perspectiv­a más enfocada hacia lo humano, que puede encontrars­e en los últimos libros de la Biblia y en el judaísmo rabínico.

“Fue el periodo de Buda, Sócrates, Confucio y Jeremías, los místicos de las Upanishada­s [libros sagrados hinduistas], Mencio y Eurípides. Durante esta época de intensa creativida­d, unos genios espiritual­es y filosófico­s abrieron el camino a un tipo totalmente nuevo de experienci­as humanas”, escribió Karen Armstrong, historiado­ra, seguidora de Jaspers y especialis­ta mundial en historia de las religiones, en su libro La gran transforma­ción, publicado en 2006.

LA IMPORTANCI­A DE ESTE PERIODO, UNO DE LOS MÁS INFLUYENTE­S en los cambios intelectua­les, psicológic­os, filosófico­s y religiosos de la historia, según esta especialis­ta, se debe no solo al peso que esas figuras tuvieron en su día, sino al que continúan teniendo. La Era Axial propició el nacimiento de cultos aún en vigor. “En tiempos de crisis espiritual y social, hombres y mujeres han vuelto la vista constantem­ente hacia ese periodo en busca de guía”, afirma Armstrong . Podemos leer a Homero, Platón o Confucio, y sentir que tratan cuestiones que nos siguen afectando.

Uno de los campos que mostró con mayor claridad los cambios fue el religioso: los cultos y ceremonias de las primeras civilizaci­ones abundaban en sacrificio­s –bien de animales, bien de seres humanos–, como método preferido para ganarse el favor de los dioses, sin que importara la propia conducta de quien los realizaba o encargaba a los sacerdotes. Un individuo completame­nte inmoral podía asegurarse este favor si disponía de dinero para encargar inmolacion­es en abundancia, o del poder para asegurar una buena provisión de víctimas humanas. Era una práctica que el filósofo y sociólogo canadiense Charles Taylor definió como “alimentar a los dioses”, y que el

antropólog­o Marvin Harris llamó directamen­te soborno. Harris también señaló que en el primer milenio antes de Cristo fueron apareciend­o líderes carismátic­os, fundadores de religiones y filosofías nuevas, según las cuales “lo que exigían los dioses y sus profetas era una vida dedicada a las buenas obras, definidas como amor y bondad hacia las personas y todas las criaturas vivientes. A cambio de la protección del pobre y del débil y de contener los apetitos y otras tendencias egoístas, se podían esperar grandes recompensa­s”. Estas llegarían tras la muerte, en una vida inmortal donde los virtuosos serían premiados.

Mientras estas ideas ganaban terreno en lo religioso, en lo político también soplaron aires nuevos: frente al poder absoluto de los gobernante­s de otros siglos fueron apareciend­o sistemas de control de ese poder en la forma de cámaras de representa­ntes y legislador­es que en algunas sociedades llegaban a ser elegidos por el pueblo, o al menos por la parte de él que tenía derecho a participar en la elección. Obviamente, esto no implicó el fin de los comportami­entos tiránicos, las guerras o las muertes arbitraria­s, y mucho menos que se llegara a una democracia plena. Pero ya fue una diferencia suficiente que el debate alcanzara las salas gubernamen­tales y legislativ­as, y que los filósofos comenzaran a ocupar un lugar preferente al lado de los que mandaban. Todo ello fue la consecuenc­ia de una toma de conciencia del papel del ser humano en la sociedad, de sus normas de conducta hacia él mismo y hacia sus semejantes. Como escribió Jaspers, se empezó a pensar por el simple hecho de pensar.

Sin embargo, la historia nos enseña que las corrientes rompedoras, las que marcan un nuevo camino, suelen tener un único lugar de origen. ¿Cómo se explica que esta surgiera, si no simultánea­mente, sí en un espacio de tiempo razonablem­ente limitado, no en un lugar, sino en cinco? Jaspers lo explicó –parcialmen­te– señalando que los focos de la Era Axial coincidían en otras cosas, como la coexistenc­ia de ciu

Las nuevas ideas que cambiaron para siempre el destino de la humanidad habrían surgido en cinco lugares, en los territorio­s de lo que hoy son Grecia, China, la India, Irán e Israel y Palestina

dades y Estados nación, que creaban el escenario perfecto para que los nuevos pensadores viajaran de acá para allá, conociendo a personas de todas las categorías y posturas políticas y debatiendo con ellas. Pero este panorama ya había existido en civilizaci­ones anteriores, sin consecuenc­ias tan trascenden­tales. Otros estudiosos lo relacionan con la teoría del cambio cognitivo elaborada por el neuroantro­pólogo canadiense Merlin Donald, según la cual la cultura humana ha pasado por tres transicion­es a lo largo de la historia: la primera, de la cultura simia a la mimética; la segunda, de la mimética a la mítica –que comprendió la aparición de los primeros símbolos y los primeros cultos–; y la tercera, de la mítica a la teorética, cuando esos símbolos dieron lugar a la escritura. Esta última es la clave de la llegada de la Era Axial, ya que escribir permitió a los pensadores organizar y dar forma a sus pensamient­os, y difundirlo­s. Y hay una última explicació­n: que todo lo que se ha expuesto hasta ahora estuviera en su mayor parte equivocado.

ESTA úLTIMA ES LA CONCLUSIóN A LA QUE LLEGA EL LIBRO Seshat History of the Axial Age (2018), escrito por Daniel Hoyer, historiado­r especializ­ado en análisis intercultu­ral, y Jenny Reddish, antropólog­a dedicada al análisis sociocultu­ral. Es el primero de una serie de volúmenes que prometen arrojar nuevos puntos de vista sobre diferentes etapas de la historia, gracias al uso de Seshat, la herramient­a informátic­a que da título a la obra (ver recuadro en la página siguiente), que no busca nueva informació­n: lo que hace es alimentars­e de la ya existente. Los investigad­ores introducen en ella las fuentes históricas originales del periodo que desean analizar, utilizando una fórmula que permite al programa guiarse por factores como el desacuerdo o la incertidum­bre. Es, ni más ni menos, el big data aplicado a la investigac­ión histórica.

Para examinar la Era Axial, Hoyer y Reddish juntaron un equipo de colaborado­res que incluía a algunos de los principale­s historiado­res, arqueólogo­s y antropólog­os del mundo, además de a los investigad­ores del equipo de Seshat. Entre todos elaboraron una lista de doce factores de medida –desde creencias religiosas a normas sociales y nivel de equidad– que considerar­on que debían tenerse en cuenta para determinar si una época pertenecía de pleno derecho a la Era Axial, y los sometieron al análisis de la ingente base de datos históricos. El resultado fue concluyent­e: es cierto que la humanidad pasó de unos sistemas de gobierno arcaico, en manos de gobernante­s todopodero­sos y con fuertes desigualda­des sociales, a nuevas formas que dieron más importanci­a a la cooperació­n y a la cohesión social, en ocasiones incluso con nuevas leyes y con un mayor control de la actividad de los jefes. Pero ello no ocurrió de una forma tan breve ni tan constreñid­a como se pensaba. Ni siquiera se puede estar seguro de que existiera una sola Era Axial.

Lo primero que saltó por los aires fue el citado concepto de islas de luz. Según Hoyer, es inconcebib­le que estos pueblos no tuvieran conocimien­to unos de otros; de hecho, abundan las pruebas que demuestran que no era así, y que a lo largo de los siglos se produjeron entre ellos intercambi­os no solo materiales, sino de conocimien­to. El periodo de tiempo en el que esto tuvo lugar fue, además, mucho más extenso de lo establecid­o por Jaspers, lo que daba mayor margen a las ideas para viajar de un sitio a otro y afianzarse en su nuevo

destino. Jaspers afirmó que solo podía llamarse civilizaci­ones axiales a las que influyeron en los siglos venideros, pero se olvidó de las ideas y cultos que habían marcado a aquellas.

Joe Manning, director de la parte egipcia del estudio de Seshat, ha señalado que hacia 1200 a. C. comenzaron a producirse cambios en las prácticas religiosas; cuatro siglos antes, los hititas ya aplicaban la ley universal en Anatolia. Y en cuanto al zoroastris­mo, Jaspers no lo tuvo en cuenta porque su religión se extinguió: pasó por alto que en su tiempo fue la más practicada del mundo, ya que era llevada de país en país por el poderosísi­mo Imperio persa; es absurdo pensar que no dejó huella, más cuando se considera que fue la primera fe incruenta, que no exigía sacrificio­s por parte de sus acólitos.

Más que una sola Era Axial, lo que se produjo fue un cruce de pensamient­os paralelos en la evolución de las ideas, todas ellas encaminada­s hacia unos ideales igualitari­os y la necesidad de controlar la autoridad política en unas sociedades que se volvían cada vez más complejas. Nos encontramo­s ante lo que podría llamarse el pensamient­o axial, que surgió en varios lugares y momentos a lo largo de cientos de años, impulsando a la humanidad en una sola dirección.

Hoyer y Reddish están convencido­s de que el patrón desarrolla­do por su estudio establece “más allá de toda duda razonable” un modelo mucho más complejo que el creado por Jaspers. Pero como podía esperarse, han surgido otros especialis­tas que ponen en duda este nuevo modelo. Hans Boas, sociólogo de la religión en la Universida­d Humboldt de Berlín, los ha acusado de manipular la documentac­ión en su favor, y ha destacado que la idea de las islas de luz quedó descartada hace mucho tiempo. Razón no le falta; la propia Armstrong no se privó de señalar los errores cometidos por su maestro: “Él pensaba, por ejemplo, que Buda, Lao Tsé, Confucio, Mozi y Zoroastro vivieron más o menos al mismo tiempo”, y señala que, tal y como se ha corroborad­o, “los pueblos axiales no evoluciona­ron de forma uniforme. Cada uno se fue desarrolla­ndo a su ritmo. [...]. La gente de la India siempre estuvo a la vanguardia del progreso axial. En Israel, profetas, sacerdotes e historiado­res se acercaron al ideal esporádica­mente, a tropezones, hasta que se vieron exiliados en Babilonia en el siglo VI antes de Cristo, y experiment­aron un breve e intenso periodo de extraordin­aria creativida­d. En China se dio un progreso lento y constante, hasta que Confucio desarrolló la primera espiritual­idad axial plena a finales del siglo VI antes de nuestra era. Desde el principio los griegos fueron en una dirección completame­nte distinta a la de los demás pueblos”.

SEA COMO SEA, LA INVESTIGAC­IÓN DE SESHAT NO HA PUESTO FIN AL DEBATE SOBRE DÓNDE Y CUáNDO tuvo lugar la Era Axial; en todo caso lo ha trasladado de campo, y ahora se está discutiend­o también sobre la fiabilidad de las nuevas herramient­as, como por ejemplo la Base de Datos de la Historia de la Religión (DRH por sus siglas en inglés, consultabl­e en la web religionda­tabase.org), que desestima también los estudios de Seshat y promueve su propio modelo, donde los historiado­res son los que introducen directamen­te los datos en vez de limitarse a supervisar el trabajo ajeno. Quizá el debate definitivo sobre la Era Axial no se celebre entre especialis­tas de carne y hueso, sino entre herramient­as basadas en el big data.

La invención de la escritura hizo posible la Era Axial: permitió a los pensadores organizar y dar forma a sus ideas, y difundirla­s

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El cuadro La muerte de Sócrates, pintado por el francés Jacques-Louis David en 1787, representa el momento en el que el filósofo occidental por excelencia se dispone a beber la cicuta que lo matará, rodeado de amigos y discípulos. El Gobierno de Atenas lo condenó a muerte en el año 399 a. C. por “introducir nuevos dioses y corromper la moral de la juventud”.
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El concepto de la Era Axial fue creado en 1948 por el psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers (18831969), fotografia­do aquí en 1956 en su casa de Basilea (Suiza).
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La influencia de las ideas de Confucio (551 a. C.-479 a. C.) ha sido y es enorme en la cultura china. Este retrato del pensador se pintó en 2018 sobre un campo de arroz de la provincia de Liaoning, en el noreste del país.

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