Muy sexual
LA PERCEPCIÓN QUE LA MAYORÍA DE LA POBLACIÓN TIENE DEL BONDAGE, LA DISCIPLINA, EL MASOQUISMO O LA DOMINACIÓN EN LAS RELACIONES SEXUALES ESTÁ CONDICIONADA POR PREJUCIOS NEGATIVOS QUE NO SE CORRESPONDEN CON LA REALIDAD DE SU PRÁCTICA.
“Ciertamente existen una serie de minorías eróticas que no son tratadas, si no es para ser condenadas”, escribía el psicólogo sueco Lars Ullerstam en su libro Las minorías eróticas. Nada menos que en 1964. Desde entonces hasta ahora, muchas cosas han cambiado. Algunas minorías han ganado en visibilidad, pero casi siempre el estigma permanece.
Un ejemplo es el BDSM, que sin duda se ha popularizado gracias a libros como 50 sombras de
Grey (E. L. James, 2012), pero del que a la vez se ha reforzado su asociación con relaciones no siempre consensuadas, los traumas infantiles o múltiples mitos. El BDSM es más amplio que todo lo que esos libros muestran.
BAJO LAS SIGLAS BDSM se esconden seis palabras, cada una de ellas con múltiples variantes y que suelen presentarse emparejadas:
• B/D (bondage y disciplina). Prácticas que implican una inmovilización, por ejemplo, con cuerdas o cadenas; o la ejecución de actos relacionados con reglas, normas o castigos que pueden implicar dolor físico o psicológico.
• D/S (dominación y sumisión). Implica una interacción con roles de poder desiguales. Una persona ejercerá el control –la dominante– y otra aceptará ser sometida –la sumisa–. • S/M (sadismo y masoquismo). Prácticas en las que está presente el dolor. Una persona disfruta infligiéndolo –la sádica– y otra recibiéndolo –la masoquista–.
Todas estas prácticas han de tener en común, como propone la definición del escritor estadounidense experto en la cultura BDSM Jay Wiseman, “que han de realizarse de forma segura, legal y consensuada con el fin de que los participantes experimenten placer erótico y crecimiento personal”.
No debería hacer falta recordarlo, pero si una relación erótica con apariencia de BDSM no es consensuada, si no permite que todos disfruten de algún tipo de bienestar, no es BDSM. Ni siquiera es legítima, ni erótica: es una relación de abuso. Justo lo mismo que sucede con el resto de prácticas, ya sean besos o coitos. Sin deseo, sin consenso, no deberían tener lugar.
LA PLURALIDAD DEL BDSM significa que no todos practican todo ni de la misma manera; que las personas aficionadas al BDSM no están cortadas por un único patrón; y que, según con quién se relacionen, podrán incluir BDSM o no. O dependiendo de las circunstancias. Incluso habrá quienes unas veces asuman un rol dominante y, en otras ocasiones, uno sumiso. Por supuesto, también hay quienes, tras probarlo una vez, no quieren volver a saber del tema.
El BDSM y todo lo que hay a su alrededor siempre ha tenido grandes detractores. Dos ejemplos son el alemán Richard von Krafft-Ebing y el austriaco Sigmund Freud, quienes le dieron la consideración de aberración sexual a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Más adelante, el psicólogo neozelandés John Money lo calificaría de parafilia junto con otras prácticas que caían lejos de las normas sociales.
En 2013, el DSM-V, el manual diagnóstico de trastornos mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, lo incluyó dentro de los llamados “trastornos parafílicos”, pero “siempre que interfieran en el funcionamiento esperado del individuo o perjudiquen a otras personas”. Lo cual es menos frecuente, dentro del colectivo BDSM, de lo que indican algunos de sus mitos. De hecho, los contratos acordados son una práctica habitual e imprescindible dentro de la comunidad BDSM.
La sexóloga Alicia Fernández Ridao, en una investigación durante la cual entrevistó a 36 practicantes de BDSM, de ambos sexos, concluye que “la mayoría habían experimentado sentimientos negativos cuando supieron que les gustaba el BDSM”. Pero también que “el BDSM les había ayudado a comprenderse mejor”.
Por su parte, Gret de Lou, sexóloga y especialista en BDSM, indica que “esos sentimientos negativos, o esa sensación de comunidad replegada en sí misma, serían distintos si el BDSM no tuviera tan mala prensa y tanto estigma”. De Lou considera que el BDSM tiene sus beneficios e, incluso, pudiera ser ejemplar, pues “promueve una erótica muy descoitalizada y en la que la comunicación es imprescindible siempre”. Tanto antes –para pactar– como durante –para interpretar los mensajes verbales y no verbales– y después –para acoger y dar un cierre afectivo–.
Tal y como concluye Ullerstam: “¿Por qué hacernos la vida más difícil? ¿No deberíamos alegrarnos de la diversidad de posibilidades de goce?”. Los objetivos de conocerse, aceptarse y sentirse satisfecho incluyen también el BDSM como posibilidad. En ningún caso como obligación.
EN EL BDSM LA COMUNICACIóN ES IMPRESCINDIBLE, TANTO PARA PACTAR ANTES COMO PARA ENTENDERSE DURANTE