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NO HAY GRUPO CULTURAL HUMANO, POR AISLADO QUE ESTÉ, QUE NO HAYA CREADO CANCIONES, Y ESTAS SON DE CARACTERÍS­TICAS MUY SIMILARES EN TODO EL PLANETA. LO DICE LA CIENCIA.

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Acid-jazz, bossa nova, cumbia colombiana, raï argelino, country, zarzuela, mariachi, mambo, jota, makossa de Camerún, rap, reggae, soul, góspel, tango, jùjú nigeriano, punk rock... Por dispar que te parezca esta amalgama de estilos musicales, la ciencia ha demostrado que tienen nexos comunes que nos permiten hablar de la música como un fenómeno universal.

El análisis más reciente y ambicioso sobre este asunto lo lideró el año pasado el psicólogo Samuel Mehr, de la Universida­d de Harvard (EE. UU.). Acompañado por lingüistas, politólogo­s, biólogos evolutivos, expertos en gestión de datos, antropólog­os y musicólogo­s, llevó a cabo la investigac­ión musical a más larga escala nunca vista –abarcó más de 315 culturas de todo planeta–. Los resultados son claros: no existe ningún grupo cultural humano, por recóndito o aislado que se encuentre, que no haya desarrolla­do música. Y las caracterís­ticas de las canciones son muy similares independie­ntemente de su procedenci­a.

Ahondando un poco más en esta cuestión, Mehr y sus colegas han llegado a la conclusión de que, como mínimo, la música aparece asociada sobre todo a cuatro contextos culturales diferentes: el cuidado de los niños, la sanación, la danza y el amor. Además de al luto, la guerra o los rituales. En este sentido, los investigad­ores subrayan que las similitude­s de los estilos musicales en contextos parecidos son asombrosas.

POR EJEMPLO, TRAS ESCUCHAR UNOS POCOS COMPASES, CUALQUIERA

DE NOSOTROS RECONOCERí­A UNA NANA tanto si sonase en la lengua lingala del Congo como si la cantara un sami de Laponia. Allá adonde vayamos, las canciones de cuna con las que dormimos a los recién nacidos serán suaves, lentas y dulces, como un arrullo. Por el contrario, la música destinada al baile es mayoritari­amente rápida, desenfrena­da y, por supuesto, cargada de ritmo. ¿Por qué tantas coincidenc­ias? Básicament­e, dicen estos expertos, porque los ladrillos psicológic­os sobre los que erigimos nuestros cánticos son universale­s.

Conviene subrayar que, por regla general, la música parece cumplir un cometido básicament­e social. Para ser exactos, las canciones con un ritmo intenso y marcado ayudan a coordinar grupos humanos para actuar –y moverse– juntos, reforzando de paso sus vínculos sociales. Nadie puede negar a estas alturas que la música góspel une, como también lo hacen las marchas que suenan durante las procesione­s, la tarantela que bailan los italianos en sus festejos, o los himnos y vítores entonados por los aficionado­s al fútbol y a otros deportes de equipo. Otra de las lecciones que ofrece la reciente investigac­ión de Harvard es que la costumbre de construir las canciones usando un conjunto de notas organizada­s alrededor de una nota central –hablamos de la tónica– no es exclusiva de la música occidental, como se creía hasta ahora. Hay indicios de que todas las culturas utilizan el concepto de tonalidad de alguna manera. Otra coincidenc­ia llamativa es que las canciones de sanación tienden a usar menos notas –y también más espaciadas– que las canciones de amor.

Hagamos un inciso. Porque estamos a punto de concluir este artículo y aún no hemos abordado la cuestión esencial: qué es la música. La pregunta, aunque no lo parezca, tiene su intrínguli­s. Tras una búsqueda concienzud­a, parece que los expertos coinciden en una definición que ofrecía hace poco el británico Jeremy Montagu, de la Universida­d de Oxford (Inglaterra): sonido –generado por el ser humano– que transmite emoción.

PERO, OJO, NO CUALQUIER EMOCIóN. De acuerdo con un estudio que daba a conocer la Universida­d de Berkeley en California (EE. UU.) a principios de año, cuando este lenguaje universal nos toca la fibra sensible puede generar trece emociones distintas. A saber: diversión, alegría, erotismo, belleza, relajación, tristeza, triunfo, ansiedad, ensoñación, espanto, energía, rebeldía y fastidio. Energía es lo que transmiten Las cuatro estaciones de Vivaldi, mientras que la sensación universal al oír Somewhere Over The Rainbow, versionada por el músico hawaiano Israel Kamakawiwo’ole, es de alegría.

Lo que sí varía de una cultura a otra son las preferenci­as en cuanto a las combinacio­nes de notas más atractivas. Para los oídos de los lectores de MUY, un acorde que combina las notas do y sol (acorde consonante) resultará mucho más agradable que la combinació­n de do y fa sostenido (acorde disonante), que en nuestra cultura recibe el descriptiv­o nombre de música del diablo. Sin embargo, para los tsimanés de Bolivia, una tribu amazónica, ambos acordes resultan igual de agradables. Eso implica que la sensibilid­ad hacia estas combinacio­nes de sonido debe de ser cultural y no innata, que el encéfalo se afina en función de lo que escuchamos. En definitiva: que lo que nos gusta es la música que suena de fondo mientras crecemos.

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