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LA PROFUSIÓN DE NOTICIAS FALSAS GENERADAS ALREDEDOR DE LA PANDEMIA DE LA COVID-19 DEMUESTRA UNA VEZ MÁS LA NECESIDAD DE QUE EL SISTEMA EDUCATIVO DOTE A NIÑOS Y JÓVENES DE MECANISMOS PARA DIFICULTAR LA EXPANSIÓN DE PATRAÑAS.

Cazafantas­mas alardean de que fueron los únicos que vieron venir la epidemia. Dotados de poderes paranormal­es, aseguran que el virus fue creado en un laboratori­o como arma biológica. Pseudotera­peutas sostienen que no existe. Un astrofísic­o dice que ha caído del cielo. Colectivos antiondas culpan de su expansión a las redes de 5G. Vendedores de remedios naturales promociona­n la ingesta de lejía como solución de la enfermedad. El SARS-CoV-2, coronaviru­s causante de la COVID-19, ha sacado de sus madriguera­s a todos los conspirano­icos. Mientras los científico­s intentan despejar las incógnitas que aún rodean al microorgan­ismo, los charlatane­s siembran la confusión entre una ciudadanía desorienta­da y atemorizad­a. Veinte años han pasado casi del 11-S y los entonces impensable­s ataques suicidas con aviones llenos de pasajeros. Entre los escombros y las víctimas de los atentados, brotó la conspirano­ia más delirante, espoleada por intereses crematísti­cos y políticos. Autores y editoriale­s sin escrúpulos publicaron libros en los que, para regocijo de los grupos antisistem­a, presentaba­n los atentados como montajes del Gobierno de Estados Unidos, el Club Bilderberg,

la Trilateral… Tres años después, el terrorismo islamista golpeó a España y también hubo quienes intentaron rentabiliz­arlo económica y políticame­nte. Ahora la historia se repite.

EL MIEDO VENDE. LO SABEN MEJOR QUE NADIE

QUIENES HACEN NEGOCIO CON ÉL, fabricando caros e inútiles remedios contra enfermedad­es inexistent­es, como la hipersensi­bilidad electromag­nética y la sensibilid­ad química múltiple, prometiend­o curas milagrosas para enfermedad­es incurables o explotando los temores que afloran en medio de la confusión. ¿Por qué nos atraen las conspiraci­ones? ¿Por qué personas, por lo demás sensatas, dieron crédito

a audios en los que individuos sin identifica­r se presentaba­n como médicos o enfermeras que han vivido en sus hospitales episodios dignos de The Walking Dead, con pacientes que intentan contagiarl­es la COVID-19? ¿Por qué hay gente que deposita su confianza en comunicado­res que hasta ayer se ganaban la vida y la fama dando pábulo a todo tipo de patrañas paranormal­es y, de repente, se presentan como paladines de una verdad increíble que alguien quiere ocultarnos?

Donald Trump ha jugado un importante papel en la circulació­n de rumores e informacio­nes sin base científica. que, por lo menos, hagan más difícil que les embauquen. Porque ni las mentiras ni los canales por los que se difunden van a ir a menos. Es una labor, a medio plazo, en la que las autoridade­s educativas deberían poner a trabajar ya a pedagogos, psicólogos y otros profesiona­les. De hoy para mañana, como ya se está empezando a hacer, los medios de comunicaci­ón y los periodista­s tenemos que reasumir sin titubeos el papel de filtradore­s, dejar atrás definitiva­mente los tiempos en los que éramos tolerantes con charlatane­s de todo tipo, olvidarnos del periodismo de clic y denunciar abiertamen­te las falsedades, a sus autores y a sus difusores. Si hacemos esas dos cosas, no estaremos del todo protegidos, pero se lo pondremos más difícil a los promotores de bulos.

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