Gran Angular
PERSEGUIR EL SABER ABSOLUTO ES UNA UTOPÍA PROBABLEMENTE INALCANZABLE. PERO NO PODEMOS ABANDONAR EL SUEÑO DEL CONOCIMIENTO, PORQUE LA IGNORANCIA ES EL INFIERNO.
El 14 de febrero de 2003 una oveja fue sacrificada en Escocia. Era una hembra blanca, de setenta kilos, que nació seis años antes y a la que, como a muchos animales domésticos, le habían puesto nombre: Dolly, el diminutivo de Dorothy y el genérico en inglés para designar una muñeca, un juguete, un objeto con el que los niños juegan y desarrollan sus capacidades. Dolly fue una de las más recientes cumbres del conocimiento, el mismo que nos permite a partir de una célula especializada clonar a un mamífero de sangre caliente, como nosotros. El procedimiento de la vida, sus mecanismos y sus técnicas, parecía estar a nuestro alcance. Pero saberlo todo sobre el procedimiento de la vida no es saber lo que es la vida en sí. El misterio de dar a ser, la vida, es mucho más que su operativa, como la Novena de Beethoven es mucho más que un conjunto de sonidos dispuestos según leyes de armonía o de contrapunto. Imaginemos un loro que al entrar en la cocina pronuncia con claridad: “Hola, Pepito, buenos días”. Conoce las palabras, las sabe ordenar y forma una unidad de sentido. Es un logro, pero ¿qué sabe el loro de lo que es lenguaje?, ¿qué sabe de lo que está diciendo, del porqué lo dice, del sentido que tiene? Y más aún: ¿conseguirá comprender lo que es el lenguaje si aprende en lugar de cuatro palabras diez o cien o mil? No, el lenguaje está fuera de la comprensión del loro por mucho que sepa imitar su procedimiento. El fracaso de Dolly no es que tuviera que ser sacrificada o que envejeciera prematuramente, nuestra imposibilidad de conocimiento radica en no poder entender qué es y por qué esa gesta de darse a la existencia.
SE CUENTA EL CHISTE DE UN BORRACHO QUE A CUATRO PATAS y bajo una farola busca desesperadamente algo. Cuando un policía se acerca y le pregunta por lo que hace, el beodo responde que está intentando localizar sus llaves. “¿Se le han caído por aquí?”, pregunta el agente. “No, cuatro manzanas más abajo”, responde el otro. El policía perplejo le replica: “¿Y por qué diablos las busca aquí?”. “Porque aquí hay luz”, sentencia el borracho. Nietzsche no se llevaba muy bien con el viejo Sócrates. El griego encarnaba para él el origen del sueño y el consuelo iluminista; aquel que auguraba que todo era, o lo sería un día, comprensible para la razón. Que todo se encontraría bajo la farola. A Nietzsche este planteamiento le desquiciaba. Que nada fuera de cualquier farola sería objeto de conocimiento, que las llaves estarían bajo la farola o no existirían. Esta es la premisa que posibilita la utopía, la ilusión y el consuelo de que un día, mediante la razón, podremos saberlo todo de todo; todo lo que hay es racional, al ser racional es manipulable y el conocimiento es exclusivamente aquello que permite manipular lo conocido. Pero el mundo ya nos ha demostrado no solo que se esconde, sino que en su modo de ser está el permanecer escondido. En la base de la estructura de la materia rige la irracionalidad, lo no objetivable, lo no semejante a sí mismo, lo fuera de farola. La filosofía más reciente de la diferencia con sus antecedentes y la física cuántica, por ejemplo, lo saben; no importa lo precisa que sea la tecnología, siempre quedará algo fuera de nuestra comprensión. La ciencia, como las serpientes con su piel, cuando alcanza el tope de conocimiento, muda; crea un nuevo paradigma…, pero los paradigmas serán inevitablemente infinitos.
ASÍ, LA CREENCIA DE QUE UN DÍA ADQUIRIREMOS el saber absoluto deviene una creencia hegemónica, un consuelo, un error positivista y una utopía. Las utopías, sociales o tecnocientíficas, solo tienen una forma de devenir una distopía: que se cumplan. Alcanzar el ideal utópico en el terreno que sea es paralizar cualquier disidencia; cuando algo es inmejorable, el querer mejorarlo es un acto que merece la guillotina. Lo advierte Fausto: para alcanzar el conocimiento absoluto hay que pactar con el diablo y si te deleitas un instante en ese logro tu sitio será el infierno. Pero eso no significa en absoluto que esta utopía positivista, ese horizonte que se aleja a medida que nos acercamos, deba dejar de ser nuestra guía, nuestra esperanza y nuestro propósito. Porque si el posible cumplimiento de una utopía es el infierno, el abandonar el esfuerzo por conocer y la ignorancia son el infierno en sí. Imaginaos un mundo en el que el que manda lo supiera ya todo y recomendara desinfectar los pulmones con hidroalcohol para liquidar una pandemia. Un mundo así sería como para darnos todos a la bebida, dejar de buscar las llaves y dedicarnos ya, desesperados, a jugar con muñecas, con las Dollies, por decirlo en su idioma.
Por más precisa que sea la tecnología, siempre quedará algo fuera de nuestra comprensión”