¡No te equivoques!
El miedo al qué dirán los demás de nosotros, de nuestras opiniones, creencias y actos, lo llevamos impreso en los genes. Como dice Michael Gervais, psicólogo y cofundador de la plataforma Compete to Create, viene instalado de serie en nuestro cerebro, y tal vez dicho miedo se implantó en tiempos tribales, cuando la supervivencia del grupo dependía de los actos de cada uno de sus miembros; aquel que fallaba de forma repetida en la búsqueda de alimentos o en la defensa del grupo acababa perdiendo su estatus y la confianza de sus compañeros. Incluso corría el riesgo de perder también la vida a manos de estos. En gran medida, nuestro encéfalo moderno conserva estas bases primitivas: todos, en mayor o menor medida, queremos encajar en la sociedad, ser vistos como personas de éxito, competentes y atractivas, y la mayoría siente un miedo real a no gustar a los demás. Antes de internet, nuestro radio vital, salvo que fueras un personaje popular, era muy reducido. Solo nos exhibíamos ante familiares, amigos, compañeros de trabajo y colegas del bar. Hoy, con las redes sociales, la situación ha cambiado de forma drástica, vivimos expuestos en un escaparate gigante en el que cualquier transeúnte pude opinar, criticar y vilipendiar nuestra imagen, ideas y códigos morales. Y esto puede hacernos sentir vergüenza y miedo. Como asegura la periodista científica Jena Pincott en el reportaje El miedo creciente a la opinión ajena
(pág. 36), la vida en las redes sociales puede ser agotadora. Exige una constante labor de marketing personal y de autoprotección para escapar del influjo del escrutinio de los demás y no caer en el llamado síndrome FOPO.